119 págs.
Ediciones Epheta
1991, Argentina
Precio para Argentina: 55 pesos
Precio internacional: 13 euros
Parece increíble que Castellani, una de las inteligencias más finas y equilibradas del país, ni la Iglesia Católica, ni la Orden fundada por Ignacio de Loyola, ni la Iglesia Argentina establecida, ni la Argentina oficial lo hayan reconocido doctor y profeta.
En Europa, en Francia y en Italia, sí. Es el único argentino que ha conquistado con su esfuerzo dos títulos doctorales en dos centros de los más encumbrados de la intelectualidad europea: la Sorbona, de París, y la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma.
En la Ciudad Eterna, se postuló al examen ad gradum, el cual exige el conocimiento y desarrollo de temas tan especializados y difíciles, que, en cada siglo, uno o dos candidatos se presentan a rendirlos; mas, en ocasiones, ninguno los aprueba. Castellani, con notas todas de sobresaliente, obtuvo el título más alto que la Iglesia Católica otorga a los más sabios entre sus doctores (1931). Diploma bulado lo claman por llevar como protocolización el mismo sello de plomo de las bulas pontificias. En él, el Papa Pío XI y el Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Wladimiro Ledóchowski, acreditan con su firma, que Leonardo Luis Castellani es Doctor Sacro Universal que su título lo habilita a enseñar Filosofía y Teología, aquí, como en Inglaterra, la China o el Japón, sin reválida. El mismo le da derecho a publicar sus escritos sin censura previa, en los países donde no hubiese otro título igual o superior al suyo. Superior, no existe; igual, nadie lo tenía en la Iglesia desde el descubrimiento de América hasta él.
En la Facultad de Letras de París Castellani hizo, con su esfuerzo, un “Certificado de Estudios Superiores en Filosofía (rama Psicología)”, que la multisecular Universidad otorga únicamente a los que, con el título de doctor expedido por una universidad extranjera, llegan a ella para perfeccionarse en el conocimiento del saber desinteresado y perfecto.
Al mismo París llegó Ignacio de Loyola (el 2 de febrero de 1529), peregrino de treinta y ocho años, descalzo y pobre, en busca de la ciencia en que fundar su experiencia condensada en el Libro de los Ejercicios Espirituales, que Castellani analiza de conformidad con las conquistas de la psicología moderna en esta Memoria.
El trabajo del padre Castellani se encuadra dentro de la psicología religiosa. Como el autor mismo lo expresa. Toma del librito de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, sólo la primera semana. Lo define: Un “documento psicológico aún viviente, del cual tengo alguna experiencia directa y me propongo interrogarlo aquí sobre varios puntos de psicología general”. Los enumera así: “1) la naturaleza de creencia; 2) la conversión; 3) la eficacia de la voluntad y el intelecto; 4) la formación y corrección del carácter; 5) la relación entre moral y religión y sus fuentes.
Se sometió dócilmente con verdadero espíritu científico de buscar la verdad, al aceptar con gusto el seguir durante dos años, con asistencia obligatoria, examen final y la elaboración de una Memoria, cuyo padrino de tesis fue nada menos que el doctor y profesor de la Sorbona, Georges Dumas.
Como resultado de sus estudios, por la tesis doctoral que aquí presentamos, se le otorga en la Facultad de Filosofía de la Sorbonne el diploma de Estudios Superiores en Filosofía, Sección Psicología.
ÍNDICE
Prólogo a la edición española
I. Introducción
II. Descripción de la primera semana
III. La conversión
IV. La elección
V. Los 4 ejercicios
1. El fundamento
2. Los pecados
3. El infierno
VI. Las adiciones o la técnica
Conclusión
Apéndice
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
No siempre que Dios envía un hombre con una misión peligrosa y difícil avisa previamente a las autoridades. No, en ocasiones, los autoriza directamente Él mismo, con la perfección de su vida, con su capacidad, o con milagros: según los casos. Y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios para reconocerlos.
Si las autoridades los desprecian, Dios permite que caigan en el peor error; y cometan el crimen más horroroso, que es matar al hombre de Dios, por ser de Dios. Matarlo con muerte física o con muerte civil, lo mismo da. Parece increíble que Castellani, una de las inteligencias más finas y equilibradas del país, un prosista consumado, un ironista ático y sobrio, y una mente con la vocación especulativa de ver las cosas como son; ni la Iglesia Católica, ni la Orden fundada por Ignacio de Loyola, ni la Iglesia Argentina establecida, ni la Argentina oficial lo hayan reconocido doctor y profeta. Sólo el Gobierno de Estela Martínez de Perón advirtió, en parte, el valor egregio de sus cincuenta y seis obras editadas, silenciosos testimonios de una vida heroica, apasionada por el triunfo de la Verdad y la Justicia, al otorgarle el Premio Consagración Nacional.
En Europa, en Francia y en Italia, sí. Es el único argentino que ha conquistado con su esfuerzo, es decir, saliendo airoso de todas las pruebas, hasta alcanzar dos títulos doctorales en dos centros de los más encumbrados de la intelectualidad europea: la Sorbona, de París, y la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. Y eso, antes de incoarse en ambas la fatal decadencia actual. En la Ciudad Eterna, testigo de su primera hazaña, se postuló al examen ad gradum, el cual exige el conocimiento y desarrollo de temas tan especializados y difíciles, que, en cada siglo, uno o dos candidatos se presentan a rendirlos; mas, en ocasiones, ninguno los aprueba. Castellani, con notas todas de sobresaliente, obtuvo el título más alto que la Iglesia Católica otorga a los más sabios entre sus doctores (1931). Diploma bulado lo claman por llevar como protocolización el mismo sello de plomo de las bulas pontificias. En él, el Papa Pío XI y el Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Wladimiro Ledóchowski, acreditan con su firma, que Leonardo Luis Castellani es Doctor Sacro Universal (cum licentia ubique docendi), que su título lo habilita a enseñar Filosofía y Teología, aquí, como en Inglaterra, la China o el Japón, sin reválida. El mismo le da derecho a publicar sus escritos sin censura previa, en los países donde no hubiese otro título igual o superior al suyo. Superior, no existe; igual, nadie lo tenía en la Iglesia desde el descubrimiento de América hasta él. Magnífica hazaña de atleta intelectual, registrada sólo en el libro de la vida que los ángeles llevan en el reino de los cielos. Y en esta introducción.
En la Facultad de Letras de París Castellani hizo, con su esfuerzo, un “Certificado de Estudios Superiores en Filosofía (rama Psicología)”, que la multisecular Universidad otorga únicamente a los que, con el título de doctor expedido por una universidad extranjera, llegan a ella para perfeccionarse en el conocimiento del saber desinteresado y perfecto. Saber (con sabor), como el de los antiguos letrados, que eran una cosa seria, porque, por aquel entonces, doctor, sólo se llamaba al capaz de enseñar una ciencia, o bien, todas las ciencias armadas en sabiduría.
Las universidades, que deben ser la serena morada de las letras y las ciencias, no se fundan con leyes. El monje Roberto de Sorbon no hizo ninguna ley al fundar la que lleva su nombre. Creó un albergue en 1523 para estudiantes pobres, que venían a la Universidad de París, de la que él mismo era profesor, siendo además, canónigo de la ciudad y capellán del rey Luis XV (el Santo). El albergue de Sorbon se fue prestigiando a lo largo de los siglos. Su espíritu creciendo por la perseverancia en la Verdad y en la Justicia. La Verdad no es una cosa que alguno pueda tener o no tener. La Verdad es como la luz, algo en la que todos pueden estar y permanecer; y de hecho están y, casi diría, hasta por derecho deben estar. Porque la verdad es para el alma, como el pan para el cuerpo. Conforme con la sentencia de Cristo Jesús en el Evangelio: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Sobre la Verdad se funda la Justicia, que también es sacra, y piedra angular de la vida civilizada.
A París llegó Ignacio de Loyola (el 2 de febrero de 1529), peregrino de treinta y ocho años, descalzo y pobre, en busca de la ciencia en que fundar su experiencia condensada en el Libro de los Ejercicios Espirituales, que Castellani analiza de conformidad con las conquistas de la psicología moderna en esta Memoria, doblemente memorabilísima, si se piensa en quien la inspiró: Dios; en quienes la han aplicado durante siglos (los jesuítas) y en el actual comentarista. Entre la Sorbona que Ignacio encontró en 1529 y la de Castellani median cuatro siglos. A la segunda sólo nos referiremos, la de 1931.
El interés por la psicología en la Facultad de Letras había alcanzado un incremento extraordinario. Ese progreso era consecuencia de la evolución de los métodos. A la introspección, método primitivo y clásico, se unieron formas renovadas que vigorizaban la psicología filosófica, con la observación externa, la experimentación y la medida, dando lugar a la aparición de la psicología animal, infantil y de la adolescencia, la de los pueblos salvajes y civilizados, y la patológica, todas con múltiples subdivisiones.
Los métodos enunciados han ampliado los conocimientos y de ese modo se explica que el doctor Georges Dumas, inspirado en la línea agnóstica de Théodule-Armand Ribot, haya creado un modo de hacer psicología calificada, por Francisco de Havre, ilustre profesor de la Universidad de Lovaina, como “verdadera suma de la psicología francesa contemporánea”. Lo es de la psicología francesa, si se considera que casi todos sus colaboradores eran franceses. Aunque no lo es, sin embargo, si se observa el contenido de los trabajos allí elaborados y sus bibliografías, donde no sólo se citan y admiten autores ingleses, norteamericanos, españoles, portugueses, italianos, alemanes y argentinos, de todos los credos religiosos si se hallan seria y científicamente fundados.
Era Dumas un representante típico del espíritu francés, Doctor en Letras y en medicina; que descubrió su vocación en las clases de la Escuela Normal, donde fue alumno de Ribot, de quien además de discípulo fue amigo dilecto. Estudió medicina por su consejo, para conocer la base orgánica de lo psíquico, según sostiene la escuela experimental, a la que ambos pertenecen. Experimental, no en el sentido de experiencia de laboratorio, sino en el de conocimiento fundado en la experiencia vivida.
A la amplitud de su espíritu científico unía una condición extraordinaria: sentía por el prójimo una profunda simpatía humana.
Los estudiosos franceses, con el sentido universal de la cultura que los caracteriza, no estimaban arbitrariamente la labor de sus compatriotas ni la de los que escriben en francés solamente.
Los estudios médicos de Dumas no aminoraban su interés por lo espiritual ni por lo filosófico, y así se puso a cubierto del riesgo en que frecuentemente caen los fanáticos y los espíritus anticientíficos: subestimar lo que ignoran o sobrestimar lo que conocen mejor.
Dumas apadrinó la tesis del Padre Castellani, supo valorar sus hallazgos, que no son pocos en esta Memoria.
Jamás se contentó el Padre Castellani con repetir conceptos y teorías ajenas.
Castellani, asombro de los peritos en libros, de lo cual da prueba la riquísima bibliografía, sólo parece inaccesible, contradictorio o raro, a los improvisados y perezosos, a los que “no saben qué decir de los poetas y escritores, o de hechos y dichos, eminentes o no”, por la sencilla razón de no haberlos leído. La erudición, la certeza del juicio, la moderación en la critica, la noble distinción del estilo, inflexible ante el error o la mala voluntad manifiesta del espíritu maniqueo de quienes odian la verdad por causa de su propio fanatismo irredento, que les pide tinieblas o confusión mental.
El trabajo del padre Castellani se encuadra dentro de la psicología religiosa. Como el autor mismo lo expresa. Toma del librito de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, sólo la primera semana. Lo define: Un “documento psicológico aún viviente, del cual tengo alguna experiencia directa y me propongo interrogarlo aquí sobre varios puntos de psicología general”. Los enumera así: “1) la naturaleza de creencia; 2) la conversión; 3) la eficacia de la voluntad y el intelecto; 4) la formación y corrección del carácter; 5) la relación entre moral y religión y sus fuentes (pág. 8).
Se sometió dócilmente con verdadero espíritu científico de buscar la verdad, al aceptar con gusto el seguir durante dos años, con asistencia obligatoria, examen final y la elaboración de una Memoria, cuyo tema —a propuesta de tres elegidos por el postulante— debía ser aceptado por el padrino de tesis, que fue nada menos que el doctor y profesor de la Sorbona,Georges Dumas.
El doctor Dumas dictaba además el curso de Diagnóstico de enfermos mentales en el “Asile Sainte Anne”, de París, del cual era asimismo director. Era también miembro de la Academia y del Instituto de Medicina de Francia. Gozaba de una autoridad francesa de fama mundial. El trato frecuente entre discípulo y maestro, la vinculación natural de las cuestiones psiquiátricas suscitadas y la naturaleza del tema: La catharsis catholique dans les Exercises Spirituels d’Ignace de Loyola, llevaron al viejo maestro a consultar al discípulo —que no era médico— para tomar en cuenta su opinión en cuestiones puramente de su especialidad. Dos notables curaciones súbitas, no milagrosas, sino aplicando el método preconizado por Ignacio en su librito, que llenaron de respeto y admiración al sabio y experimentado profesor, lo determinaron a poner su archivo personal a disposición del alumno. Haciéndole un honor que en ocasiones el doctor Dumas había negado a colegas de notoriedad mundial.
Castellani siguió el curso del Padre Marcel Jousse, S.J., en L’Ecole d’Anthropologie, de la asignatura: Psicología lingüística; y otros con el doctor Georges Wallon y con Charles Delacroix. Wallon —además, maestro de conferencias de la Sorbona—, se encargó de preparar la que el Padre Castellani dio en el paraninfo de la Universidad, acerca del tema de su tesis. Distinción nada común.
Todos estos triunfos del Padre Castellani, cuyo brillo el Señor le enviaba como consuelo anticipado por el dolor, las calumnias, los agravios, las negaciones y postergaciones que en la patria le tenían preparados los enemigos de Cristo y de su Iglesia, los recibió sumiso para mayor gloria de Dios.
Irene Caminos
PINTRODUCCIÓN
El 31 de julio de 1548 el Papa Paulo III, a pedido del antiguo Duque de Gandía, Francisco de Borja, y después de una minuciosa censura, aprobaba y loaba en su carta Pastoralis Officii Cura las dos traducciones latinas de los Ejercicios Espirituales. Se trata de un pequeño opúsculo español que había compuesto un antiguo capitán de Fernando el Católico, convertido en jefe de una nueva sociedad de sacerdotes. Los tres censores asignados: el Cardenal de Burgos Juan de Toledo y el teólogo Fray Felipe Arquinto —los dos de la Orden de Santo Domingo— y el Vicario de Roma Foscarini, no encontraron, como señala alegremente Loyola, ni una sílaba que corregir o suprimir; pero, parece por el contrario muy poco probable, que los censores hayan visto en esos documentos declarados por ellos “valde utilia et salubria”,* la interna cohesión del armazón psicológico que los sostiene; y menos aún que hayan previsto el lugar privilegiado que estaban destinados a ocupar en la literatura religiosa.
Un librito que no es un libro, sino una colección de textos desarticulados, como un cuaderno de ruta; un opúsculo sin título, que se inicia con una hermosa plegaria medieval:
Anima Christi, santifica me… y arroja de inmediato en desorden:
una serie de 20 advertencias dispares, denominadas Anotaciones;
un prologus galeatus,** invitando, al lector, a no apresurar su juicio; 3) un conjunto de meditaciones, divididas en cuatro semanas, escoliadas por toda clase de reglas, notas, advertencias y agregados; y 4) en el centro, una indicación minuciosa “para hacer una acertada elección” de estado o del modo más perfecto de vida; he aquí lo que recorrieron penosamente, sin duda —pues es poco agradable de leer—, los tres censores pontificios. No se trata de una Vida de Cristo, como la de Ludolfo de Sajonia ni de una colección de meditaciones, como El libro de la oración del dominico Granada ni de una serie de consejos y máximas morales, como El aviso y reglas cristianas del Beato Juan de Avila; ni como el Tercer Abecedario del franciscano Osuna, una teoría o método de oración. No era tampoco un rosario de efusiones o de soliloquios místicos, como los del Desprecio del Mundo, de Kempis. El librito de Ignacio de Loyola no tiene género, como tampoco, parece tener unidad. En su primera página, cuando el autor menciona “al que da los Ejercicios” y “al que los recibe”, nos advierte que se trata de una cosa para hacer y no para leer. ¿Se trata, pues, de una técnica?
Las prácticas que el librito menciona son lugares comunes en la Iglesia Católica: meditar, examinarse, orar; la manera es simple y común, la temática :el Evangelio; la doctrina: ortodoxa. Sin ninguna duda posible, se los puede aprobar. “Non potuerunt tam Sancta Exercitia non máximum commodum praestare cuilibet studioso”, declara el maestro Foscarini en su primera aprobación. ¿Por qué, pues, studioso? ¿Habrá observado el docto teólogo del Santo Oficio en el curioso librito alguna cosa que sobrepasara lo trivial? En su segunda aprobación el dominico lo ha advertido: observa que no se trata de un mero florilegio de temas tomados de las Sagradas Escrituras; esas prácticas llevan impresas la unidad de una experiencia personal:
“Quae procul dubio ex Scripturarum studiis et longo rerum usu natae sunt”…1
El opúsculo no era, en efecto, más que una experiencia formulada. Era, me atrevo a decirlo, una autobiografía en términos abstractos, una historia cifrada. “El me dijo que no había escrito todos los Ejercicios de una sola vez —cuenta en su detestable italiano González de Cámara, cuando relata las confidencias de Loyola—, pero que le parecía que ciertas cosas que él observaba en su alma y encontraba útiles, podrían serles útiles también a los demás, y que las ponía por escrito: p.e. el método para hacer el examen de conciencia tal cual aparece en el librito de los Ejercicios, con líneas… Las elecciones en particular, decía haberlas extraído de esa agitación de espíritus (movimientos psicológicos) y de los pensamientos que él había experimentado cuando, con la pierna quebrada, se encontraba en su solar de Loyola.”2
Ignacio, muy parco cuando habla de sus asuntos y más todavía cuando los aprueba, ha consignado sobre los E.E. en una carta a su amigo don Manuel Miona, una frase sorprendente. La misiva, fechada en Venecia en 1536, exhorta al doctor español por medio de palabras muy apremiantes “a ponerse en ellos”, “dos, tres y tantas veces como pueda”; después de haberlo persuadido de que “los mencionados E.E. son la cosa más grande (todo lo mejor) que yo pueda en esta vida pensar, sentir y concebir, para que un hombre se santifique a sí mismo y ayude a su vez a hacer fructificar los E.E. en los otros, edificando a muchos más”…3
Loyola habla de su libro, ya desde ese momento, antes de la aprobación oficial, el mismo lenguaje que Dante emplea en su poema; habla de él, como de una cosa distinta de su persona y más grande que ella; no hecho por él, sino en él. Del cual, él no es más que el primer depositario y el primer beneficiario: algo así como el órgano o instrumento que le ha dado el ser. Formado como todas las obras geniales en las regiones de la vida profunda —fruto de la naturaleza mas que de la voluntad—, su autor puede hablar de él con independencia y sin sombra de vanidad. Por tal motivo, vemos a Loyola corregir, completar, retocar, durante veinte años (1521-1541) su cuaderno secreto, defendiéndolo denodadamente ante las Inquisiciones de Barcelona y de París, y hacerlo aprobar por la Santa Sede, dándolo de inmediato a sus discípulos a guisa “de arma espiritual”;4 y juzgar, al fin, como maestro, la manera cómo lo aplican y la destreza con que lo manejan otros.
“En lo referente a los ejercicios, afirmaba que el primer lugar entre todos los que él conocía de la Compañía, era para el Padre Lefévre; el segundo para Salmerón; y después colocaba a Francisco de Villanueva y Jerónimo Doménech. Decía también, de Estrada, que daba muy bien los de la primera semana.”5 Es, pues, un arte objetivo, con sus reglas y sus leyes, dar los E.E. El librito no es sino el instrumento.
Todos saben que después de la aprobación oficial de 1548, los E.E., tal como los propone el gastado cuaderno de Loyola, han entrado en la vida cristiana, y han tenido un influjo considerable. Otros Papas los han aprobado también (Alejandro VII, Clemente XII, Benedicto XIV, Clemente XIII, Pío IX, León XIII y Pío Xl. por fin, recientemente, en la encíclica Mens riostra, 1930). Santos y doctores de la Iglesia, como Francisco de Sales, Alfonso María de Ligorio, Carlos Borromeo, los han empleado y alabado. Millones de fieles de toda edad y condición se han beneficiado de su acción. La Compañía de Jesús los emplea en la formación de sus miembros. El nuevo Código de Derecho Canónico*** los recomienda y prescribe al clero (can. 1367, 4a, 1001,126) y —a juzgar al menos por el título general que en él se lee y el uso les atribuye— los recomienda exclusivamente. Historiadores y psicólogos han empleado para calificarlos las expresiones más enfáticas.6 Leyendas grotescas y críticas denigratorias o capciosas se han entretejido en torno de ellos y alrededor de la Orden que los adopta. La bibliografía sobre ese tema alcanzaría a llenar una voluminosa biblioteca.7
No puede, pues, carecer de interés, el proponer “el libro que ha hecho a los jesuítas”8 como tema de algunas reflexiones psicológicas. Al contrario, no conozco un documento escrito, de más amplio interés para el psicólogo, que este austero cuaderno que contiene las experiencias ascéticas de un soldado del Renacimiento, y su elaboración por él mismo, de un método y un training (entrenamiento) aplicables a todos. ¿Se ha reflexionado lo suficiente sobre la enorme paradoja que tal hecho involucra? El hecho es éste: una experiencia religiosa concreta, una conversión ha sido como desindividualizada y arquetipada, sin convertirse por eso ni en un rígido esqueleto ni en un fantasma abstracto.
Pienso que si los E.E. no existieran, parecerían imposibles. Si antes de San Ignacio hubiéramos presentado el proyecto a los teólogos y a los filósofos, se hubieran reído, o tal vez enojado —según el humor. Algunos los hubieran declarado imposibles: utópicos. Otros, los hubiesen tenido por heréticos: pelagianos. O se hubieran escandalizado ante la sola idea de una “máquina de convertir”, tal como el buen hermano Pedroche en su protesta a la Inquisición de Toledo. 9 Algunos hubieran alegado que la psicología individual es infinitamente variable e inefable. Otros, que trata de un asunto entre dos personas libres: el alma y Dios. Que ya existían Exercitatorium, como el de García Cisneros, que Loyola probablemente conocía; Itinerarios del alma a Dios, como el de San Buenaventura; Los primeros, segundos y terceros alfabetos (“abecedarios”) o Artes de oración, como los que Santa Teresa amaba; Ascenso al monte Sión, o bien, Guía de pecadores, que eran, o sistemas de meditación o resúmenes de doctrina ascética o exposiciones de la vida espiritual, en sus tres etapas: purificación, iluminación y unión. Pero no existía —y posiblemente no era teóricamente concebible— una cosa que fuera algo así como un drama ascético-místico, adaptado no a la escena, sino un plan, no para representar, sino para vivirlo. La antigua novela mística de Ramón Lulio, Blanquerna, era, posiblemente, su pariente, no muy próximo, sin embargo. Sin género ni antecedentes conocidos, los E.E. constituyen una profunda experiencia íntima, puesta en esquema dinámico, con el fin de posibilitar su transfusión y reviviscencia. Las desconfianzas que provocó, desde el principio, el insólito librito, no eran simples escrúpulos y chicanas. Considerados en sí mismos y en sus efectos, los E.E. eran una cosa sorprendentemente nueva, original e imprevisible como las cosas que la vida hace, como esas que hace, según creyeron su autor y el Papa que los aprobó, la Vida: “Digitus Dei est hic.”
El más original documento de psicología religiosa. Parecería fabricado con contrastes y contradicciones, leyendo sobre todo las críticas que se han visto precipitarse sobre él desde todos los puntos del horizonte. Notemos aquí algunas de las paradojas que encierra:
1ª Libro de oración y libro de acción. Arte de hablar con Dios; y arte de gobernarse en la vida.
2a Libro hecho con elementos conocidos y con palabras sencillas; y, sin embargo, impenetrable a la simple lectura.
3a Libro compuesto con materiales ascéticos y doctrinarios comunes; y libro de una novedad sublevante.
4a Fusión completa del elemento teológico y del elemento psicológico. La “técnica” sola de los E.E. (aunque no les guste a los señores Barres y Keyserling) es “simple”. La doctrina sola es vulgar, y es antigua casi como el cristianismo.
5a Estructura cerrada, ensortijada, unidad rigurosa; y con capacidad de adaptación y posibilidad de dosajes variadísimos.
6a Teocentrismo y egocentrismo, contemplación vuelta hacia Dios y sus misterios; y al mismo tiempo retomo continuo sobre sí mismo, como lo ha hecho notar muy bien Henrich Boehmer.10
7a Purificación moral y elevación religiosa conjugadas; las dos funciones que muchos psicólogos modernos consideran como esencialmente diversas y coordinadas de una manera puramente extrínseca.
8a Realización de un fin concreto y preciso (elección de un estado de vida) y al mismo tiempo operación reiterable sin el menor fastidio, numerosísimas veces.
9a Y para terminar, la última paradoja, raíz de todas las otras: Autobiografía y reglamento. Estado de alma particular, y conducta personal, convertidas en un método universal y manejable.
Es este choque lo que vuelve urticante el libro de Ignacio de Loyola, “el más sorprendente de los psicólogos”.11 Los teóricos que han ensayado en los tiempos modernos estudiar la conversión, topan desde el principio un serio problema metodológico. ¿Cuál puede ser la conversión tipo? ¿Es posible encontrar un tipo general deconversión; o toda conversión es un fenómeno irreductible, “heterogéneo”, como diría Bergson, demasiado vital para poder ser prendido con alfileres?
Esa es, p.e., la opinión del lúcido converso F. Brunetiére: …”asunto individual… dice: no hay nada que sea más personal para cada uno que nuestras razones para creer, ni que escape más completamente, si no a todo análisis, por lo menos a toda generalización”.12 Otros, por el contrario, han creído en la posibilidad de encontrar en la variedad infinita de casos individuales un esquema abstracto. El profesor Sancte De Sanctis trató de reconstruir, superponiendo la narración de tres conversiones reales, “el tipo sistemático de toda conversión posible”. Hay otro ensayo muy interesante de diseño sinóptico, en el libro de C. Delacroix sobre La religión y la fe; 13 el Padre Roure ha recopilado, con el mismo objeto, fragmentos de varios “diarios espirituales”.14 Un converso alemán, Kurt Rothe, ha tratado de abstraer de su propio caso, de entre el desorden de los detalles materiales, las siete etapas reputadas como formales y causales.13 Me parece que si un Typisierung**** así es posible, no encontraremos nada mejor, ni menos artificial, ni más profundo, que el cuadro de un cristiano renovando enteramente su vida interior, tal como lo diseñó al perfilarse a sí mismo, el enérgico hidalgo vasco, fundador de la Orden del nombre de Jesús.
Para eso sería necesario interrogarlo, con más serenidad que la empleada hasta hoy. No hay duda de que ese documento no sea el diseño muy firme de un gran corazón; y ninguna duda tampoco de que haya sido y siga siendo todavía capaz de una poderosa acción sobre otros corazones. Documento psicológico aún viviente, del cual yo tengo alguna experiencia directa, y me propongo interrogarlo aquí sobre varios puntos de psicología religiosa y general.
¿Por qué no? Sobre el origen del sentimiento religioso, sobre la naturaleza de la creencia, sobre los determinantes de la conversión, sobre la eficacia de la voluntad y del intelecto en la formación y corrección del carácter, sobre la cura mental, sobre las relaciones entre moral y religión… ¿por qué no habría de tener una palabra que decir, acerca de las costumbres de los primitivos y el comportamiento de los psicópatas? En su último libro, Las dos fuentes de la moral y la religión, H.Bergson ha puesto buen cuidado en reivindicar la capacidad de la introspección para llegar a las capas primitivas y profundas de nuestros estados de alma, que la educación ha complicado con sus aportes de aluvión. “Rasguemos la superficie, borremos lo que nos viene de una educación de todos los momentos; nos encontraremos en el fondo de nosotros mismos, sin falta, con algo no poco de la humanidad primitiva” (pág. 133). Freud ha ido más lejos todavía y ha pretendido lo imposible, utilizar los materiales brutos que ofrecen al psicólogo la etnografía y la sociología, sin estar iluminados por dentro por medio del análisis psíquico íntimo.16
NOTAS
* cosas muy útiles y saludables.
** prólogo en defensa propia.
*** El autor se refiere al Código de 1917, reformado recientemente.
**** Typisierung, en alemán en el original; o sea, tipificación. (Nota de los traductores.)
1. Thesaurus Spiritualis S.J., p. 8, Gili, Barcelona.
2. Monumenta Histórica Soc. Jesu, series IV, 1.1, Scripta de Soncto Ignatio de Loyola, Acta Patris Ignatii a Consalvo, p. 97. Gabrielis López, Madrid, 1904.
3. Thesaurus, ibíd.
4. Constitutiones Soc. Jesu, Epitome, can. 668.
5. Monumenta, ibíd., p. 263.
6. Por ejemplo: “ein Schiclasalsbuch der Menschkeit” (Henrich Boehmer); “una verdadera obra maestra de sabiduría política y moral” (Laffitte); “una obra maestra psicológica de primera clase” (Janssens); “un libro capaz de mover el mundo” (Taunton: Enciclop. Britán., art. Loyola).
7. El “fond Watrigant”, colección sobre los Ejercicios existente actualmente en el Colegio de Nuestra Señora de Enghien (Bélgica), reúne alrededor de 2.000 volúmenes. Una bibliografía de publicaciones sobre los Ejercicios (1904-1907) llena el nº 12 de la “Revue Bibliotheque des Exercises” (36 p., nº 8), con los títulos solamente, de las publicaciones en “alemán, inglés, árabe, español, flamenco, holandés, francés, italiano, latín”.
8. The book that made the Jesuist, cap. 111 del volumen de Boyd Barret: The Jesuitic Aenigma.
9. “Los E.E. duran treinta días más o menos (Anot. 4). Quisiéramos saber dónde lo hemos visto —decía el teólogo, como después lo repetirá más finamente, Macaulay —en la Escritura Santa, en la vida de los santos, en sus escritos, que en treinta días bien contados se puede hacer un santo.”Monumenta: Polanco, Cronicón Soc. Jesu, t. III, p. 503 y sig.
10. Les Jésuites, p. 32-33, trad. Monod, Alean, 1902. “1º El (el director de los Ejercicios) le ha hecho revivir todo el drama de la redención del mundo, desde la caída de los ángeles hasta la ascensión de Jesucristo (…); 2º, él le ha hecho revivir también su propia vida con todas sus faltas, hasta las más secretas, y tomar también conciencia de sus defectos, de sus vicios y de sus pecados;3º, en fin, él lo ha puesto en estado, por esas dos experiencias, de romper con el pasado…”
11. Barres: Un homme libre. Plon, París, 1876.
12. Le catholicisme aux Etats-Unis. “Revuedes Deux Mondes”, lº nov. 1898. Ver también la interesante motivación de la conversión de Durtal en Huymans, En route. Pages catholiques, p. 40 y sig. Stock, París, 1908.
13. La religión et la foi, p. 314. Alean, París, 1922.
14. Un chrétien, Journal á’un convertí. Beauchesne, París, 1915.
15. Auf demHeimwege. Beitrage zur Seelenkunde in Seelenpflegeunserersuchenden Zeitgenossen. Bonifatius-Druckerei, Paderborn, 1921 (un folleto de 77 p.). “Die sieben Stube die der Gang einer Conversion-regelmaetsig aufweist”… son, según el autor, venido del protestantismo, los siguientes: 1, encuentra que se lo ha engañado acerca de la Iglesia (o la religión); 2, empieza a conocer la fe y la encuentra hermosa; 3, y a sentir que la doctrina religiosa responde a sus más profundas aspiraciones; 4, trata de vivir como católico para probar; 5, la necesidad de la Iglesia para la humanidad y para él, en particular, se afirma de más en mis; 6, surgen obstáculos de respeto humano y repugnancias mundanas, etc.; 7, lucha. El camino de Damasco.
Yo he resumido el texto y me parece que esas etapas no pueden pretenderse universales.
16. Tótem undTabu. 3. Auff, Wien, J.P.B., 1922, Vorwort.