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Ataquen Río Grande Operación Mikado – Jorge Muñoz

153 páginas
23 x 15 cm.
Instituto de Publicaciones Navales, 2005
Encuadernación: rústica

Precio para Argentina: 80 pesos
Precio internacional: 20 euros

¡ATAQUEN RIO GRANDE! Fue la orden surgida en el más alto nivel del gabinete de guerra británico cuando los Super Etendard de la Fuerza Aeronaval Argentina, mediante dos Exocet, hundieron durante la batalla por Malvinas, el destructor HMS Sheffield.
En éste, su quinto libro sobre aspectos poco conocidos de la gesta de 1982, el investigador e historiador Jorge Muñoz, nos da a conocer todos los detalles que dieron paso a la Operación de Comandos Británicos SAS, cuyo nombre en clave fue MIKADO.
La historia de este episodio no tiene un protagonista único sino, por el contrario, testifica el papel de diversos componentes y su silenciosa pero activa participación en la defensa de nuestro territorio continental.
El apasionante relato deja al descubierto, através de una nutrida documentación, no sólo la firme decisión británica de llevar la guerra a nuestro continente sino también el fracaso de todos los intentos de tropas especíales por destruir la Base Aeronaval Almirante Quijada y terminar con los ataques de nuestros Super Etendard.
En esa sorda confrontación entre especialistas surge nítidamente la eficacia de nuestras defensas, en ese momento y lugar, encar­nadas principalmente por la Brigada de Infantería de Marina N° 1 y Ia Fuerza de Infantería de Marina N° 1.
Este frente defensivo reforzado con núcleos diversos de armas de Ejército, Fuerza Aérea y unidades navales constituyó sin lugar a dudas la pared inconmovible contra la cual chocaron todas las pretensiones del enemigo en procura de destruir el arma ofensiva que desvelaba a los mandos británicos: la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque.
No escapa a esta historia el papel cumplido por la Junta Militar chilena de ese momento, cuyas propias y posteriores declaraciones vinieron a confirmar su ambiguo proceder.

ÍNDICE

Prólogo 9
Prólogo de los editores 15
¡Ataquen Río Grande! (Operación Mikado) 19
Introducción 21
Super Etendard-Exocet 27
La Brigada de IM N° 1 37
Base Aeronaval Almirante Quijada 47
Defensa del área 55
La opción continental 77
Se moviliza el SAS 89
La posición chilena 99
Se lanza la Operación Mikado 107
Comienza la búsqueda 119
El Sea King incursor en suelo chileno 127
El último intento 135
Conclusión 153
Bibliografía 159
Organización Administrativa del COIM. Marzo 1982 161

PRÓLOGO

La reunión del 4 de mayo de 1982 en la Cámara de los Comunes del Reino Unido prometía ser diferente de otras tan­tas que habían tenido lugar desde el conflicto de Suez. En ver­dad para encontrar un ambiente similar en Londres había que remontarse a los días de la Segunda Gran Guerra y a su so­lemne atmósfera de consternación. Esta vez, la opinión públi­ca londinense se filtraba dentro del recinto de la Honorable Cámara agregando mucho desconcierto e incredulidad. En el fondo, la pregunta se olfateaba en todas partes y podía sinteti­zarse en pocas palabras: ¿Cómo pudo ocurrir algo así?
Dentro del recinto había caído la noche, en más de un sen­tido, y el secretario de Defensa británico, John Nott, ojeroso y demudado, esperaba pacientemente que le cedieran la pala­bra. Hasta que finalmente el portavoz de la Casa, Bernard Wea- therill, siguiendo una tradición centenaria, llamó al orden y preguntó a los Honorables Miembros de la Cámara si el Hono­rable Secretario de Defensa contaba con la autorización para hacer uso de su honorable palabra. Un coro de voces altisonan­tes le respondió en inglés antiguo: ¡Aye! (¡Sí!)
Nott carraspeó, aclaró su voz como pudo y comenzó a dar explicaciones, como un chico en la escuela primaria tratando de convencer a su director:
-Yo había dicho anteriormente en esta Cámara que se es­peraban ataques argentinos sobre nuestras fuerzas. Lamento informar a esta Casa que los ataques se han concretado… Esta tarde, mientras realizaba tareas dentro de la Zona de Exclu­sión Total de las islas, el destructor Sheffield fue atacado con misiles… Se generó un incendió que está fuera de control, por lo que se ordenó a la tripulación abandonar la nave… Se ha res­catado a su Comandante y a casi la totalidad de la tripula­ción… Sin embargo, lamento decirles que de acuerdo con las estimaciones iniciales hay doce desaparecidos, y es muy proba­ble que el número de bajas sea aún mayor.
El honorable John Stokes, representante por Halesowen y Stourbridge, no se hizo esperar en la réplica:
-¿Mi honorable correligionario, se da cuenta de que esta noche los ojos de la nación están puestos sobre nosotros? Como alguien que ha permanecido en esta Cámara durante doce años y que peleó una guerra a lo largo de otros seis, me veo en la obligación de advertirle que esta noche veo signos de pánico a ambos lados de la Cámara…
Cuando Nott intentaba contestarle fue interrumpido por el Honorable Ian Mikardo representante por Bethnal Green y Bow:
-En medio de la congoja que todos compartimos y que fue expresada por ambos lados de la Cámara, ¿podría el Honora­ble Caballero decirnos si la Primera Ministra todavía nos invita a regocijarnos?
La pregunta no había sido formulada con soma, pero la ironía era evidente. Nott intentó una respuesta evasiva:
-No haré comentarios al respecto, pero mucho me temo que deberé corregir mi información anterior. Inicialmente dije que en el Sheffield había doce hombres desaparecidos, pero me aca­ban de comunicar que el número de muertos podría ascender a treinta. Realmente, a esta altura no dispongo de informes confirmados por lo que estimo que sería conveniente esperar hasta mañana para…
Lo interrumpieron de nuevo, estaba claro que el Honora­ble Secretario de Defensa no las tenía todas consigo. Si bien el ambiente de la Cámara no era marcadamente hostil, se podía percibir que los Comunes exigían precisiones e iniciativas po­líticas que el Ejecutivo en esos momentos no tenía. Por sobre todo, y aun cuando no se había manifestado abiertamente, es­taba implícita la exigencia de ver por allí la cara de Margaret Thatcher. No fue posible echarle el lazo a la Primera Ministra al día siguiente, miércoles 5 de mayo, porque a lo largo de la extensa sesión de ese día sólo hubo tiempo para que un atribu­lado John Nott -a quien se agregó un no menos confundido ministro de Relaciones Exteriores, Francis Pym- fuera prácti­camente interpelado y obligado a dar explicaciones sobre el desastre del Sheffield. La reunión fue agitada y los dos fueron sistemáticamente vapuleados por los miembros de la Cámara, incluyendo la intervención muy especial de Martin Flannery, representante de la ciudad de Sheffield, el lector imaginará por qué. Francamente, el capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de fragata Armando Mayora, pilotos de los Super Etendard de la Aviación Naval de la Armada Argentina que habían mandado 4.000 toneladas de orgullo inglés al fon­do del Atlántico Sur, habían levantado una polvareda que da­ría mucha tela para cortar…
Con afán de artesano y pluma fluida, Jorge Muñoz vuelve a deleitar a los lectores con otra obra relacionada con la Gue­rra de Malvinas, producto de una minuciosa y bien documen­tada investigación. Esta vez el autor se refiere a las conse­cuencias directas e indirectas de uno de los acontecimientos más singulares del conflicto, el hundimiento del destructor HMS Sheffield, cuya importancia el lector intuirá objetivamen­te y sin agregado alguno a partir de lo que acaba de leer al comienzo de este prólogo. Si bien el impacto inicial pareció di­luirse en el continuum de la niebla clausewitziana que siem­pre caracteriza las contiendas libradas en el campo de Marte, los misiles Exocet lanzados por Bedacarratz y Mayora signifi­caron bastante más de lo que parecía a primera vista. Deje­mos que exprese con sus propias palabras el almirante Sandy Woodward, Comandante de la Fuerza de Tareas que volvió a escamotearnos las islas para el león británico: Era un día que se abría camino para ingresar en el folklore naval: una nave británica alcanzada por misiles enemigos… Primer ataque im­portante al pabellón inglés por décadas. Me preguntaba a mi mismo cómo estaba metido en el medio de todo esto. Yo no ha­bía pedido figurar en ningún libro de historia. Tampoco lo había pedido la tripulación del Sheffield… Y muchos de ellos habían muerto.
Muñoz nos cuenta qué pasó a partir de ese 4 de mayo de 1982 y por qué y cómo la Primera Ministra Thatcher impartió personalmente una directiva casi visceral para dar cuenta de los atrevidos criollos de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque que, saliéndose de todo libreto previsible, osa­ban quitarle el sueño. A cualquier precio había que borrar del mapa a los diez aviadores navales que volaban desde la Base Aeronaval de Río Grande, a sus aviones y su armamento, y si fuera menester quienes ejecutaban el ajuste de cuentas esta­ban autorizados para perecer en el intento… Así, los británicos lanzaron operaciones de Comandos del SAS, casi suicida, que respondía al nombre código de Mikado.
El autor pone su ojo crítico y curioso en la Isla Grande de Tierra del Fuego, centro de gravedad de Mikado, donde librá­bamos nuestra pequeña batalla de todos los días. En Río Grande se encontraba gran parte de la Aviación Naval de la Armada, acabada expresión de un conjunto de profesionales incompa­rable al que casi nadie -salvo en el exterior, que los profetas siempre dan vueltas en tierra ajena- hizo justicia en la medi­da de sus merecimientos. Para justificar tamaña omisión no pocos se refugiarán cómodamente en el pretexto del estilo me­surado y parco que caracteriza a los hombres de mar, donde el reconocimiento se pierde en el laberinto de la sobriedad. Pues bien, una vez más Muñoz rescata los hechos rompiendo con una suerte de apatismo avaro que en ocasiones impide ilumi­nar los nombres de quienes deberían ser recordados por una sociedad a la que jamás le reclamaron que se ocupara de ellos, aunque más no fuera para mostrar sin adornos el mérito de una tarea bien hecha. Y el autor no se olvida de la Infantería de Marina, que con su proverbial eficiencia enfrentó exitosa­mente el desafío de custodiar hombres y medios en una base de operaciones que la lógica del conflicto señalaba como candidata natural a las travesuras del enemigo que hollaba nuestro Atlántico Sur, pero que también nos pisaba los talones desde allende los Andes.
Tarea nada fácil y tanto más encomiable la de Muñoz, a poco que se tenga en cuenta que todavía subsisten algunos aspectos oscuros y discutibles sobre el episodio puntual y con­trovertido del Conflicto del Atlántico Sur, entre otras razones porque arrastra connotaciones estratégicas, diplomáticas y políticas; en cualquier caso, su empeño merece el agradecimien­to de los hombres de la Armada. Estimado lector, la verdad histórica y definitiva sobre Mikado y los detalles que Muñoz explora con meticulosidad de cirujano todavía está sujeta a final abierto, algo que con relativa frecuencia sucede cuando se trata de reconstruir la actividad más compleja del hombre: la guerra. Adicionalmente, resulta saludable no perder de vis­ta que gran parte de la información proviene de fuentes mane­jadas por el Gobierno del Reino Unido, maestro en el sutil arte de desinformar. Mientras tanto, disfrutemos nuevamente de esta invalorable contribución de Jorge Muñoz, y a felicitarlo. Va de suyo que se lo ha ganado en buena ley.

Jorge Luis Colombo
Capitán de navio (RE)
Comandante de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque durante la Guerra de Malvinas

 

PRÓLOGO DE LOS EDITORES

En esta obra se expone el resultado de un trabajo meticu­loso de investigación por parte de Jorge Muñoz quien, a través de información oficial argentina, británica y chilena, de libros publicados en Estados Unidos y en Europa, y de entrevistas con los actores de los sucesos, nos ofrece el relato de las opera­ciones desarrolladas por las fuerzas británicas durante la Gue­rra de Malvinas con el objetivo de neutralizar los ataques ae­ronavales argentinos que provenían de la Base Aeronaval Almirante Quijada en Río Grande, Tierra del Fuego.
Hasta este momento de dichas operaciones sólo se cono­cían parcialmente algunos hechos. El principal, el aterrizaje en territorio chileno de un helicóptero Sea King que transpor­taba comandos británicos y algunas detecciones de blancos radar por parte de unidades navales de superficie y de unida­des terrestres.
Luego de su exhaustiva investigación y análisis el autor logra armar el rompecabezas que conformaba este escenario y ofrecer a los lectores la reconstrucción de los intentos británi­cos por atacar Río Grande.
Aquí se expone el éxito de las fuerzas propias en la defen­sa de los medios que causaban más preocupación a la Fuerza de Tareas que comandaba el almirante Sandy Woodward: las aeronaves Super Etendard de la Armada Argentina. Nunca se había hablado ni escrito sobre esta operación. Nunca, pese a tratarse de una victoria vernácula, había encontrado un espa­cio donde se relatara lo sucedido y brindara justo homenaje a los participantes.
Habiendo transcurrido más de veinte años de aquellas acciones el Instituto de Publicaciones Navales, ofrece esta obra dentro de un contexto internacional que ha cambiado com­pletamente, en particular en lo que hace a la política exterior argentina.
Todo lo actuado, militar y políticamente, por las dos nacio­nes enfrentadas resulta coherente con la situación bélica en desarrollo. La posición de posible respaldo encubierto de la her­mana República de Chile, en las área operacional y logística, a las fuerzas británicas también guarda coherencia con las rela­ciones bilaterales vigentes desde la crisis de límites de 1978.
Afortunadamente ambos contextos han sido superados. El conflicto por nuestras islas Malvinas, si bien continúa abierto por razones de soberanía, se desenvuelve en foros distintos y con las acciones diplomáticas que fueron habituales hasta 1981. En lo que hace a la posición chilena a nadie escapa el profundo acercamiento que une actualmente a ambas repúblicas. La si­tuación relatada sólo refleja un hecho negativo de oportunidad en una relación de hermandad que alcanza a toda su existen­cia como naciones libres y soberanas.
Lo que aquí se expone son hechos de un conflicto bélico pasado, quizás el último de su tipo para la historia universal. Un pasado propio cargado de gloria, si bien no debida a una victoria militar, pero con toda seguridad consecuencia del desempeño heroico de todos nuestros hombres.
A través de estas páginas los editores se han propuesto enriquecer el conocimiento de la Gesta de Malvinas con el re­lato de uno de los acontecimientos menos conocido.
Siempre existe cierto riesgo en este tipo de obra cuando la historia es reciente y los actores pueden acceder a sus páginas. Ha sido producida con toda la información obtenida al hurgar en históricos cajones cerrados. Nada ha sido dejado de lado ni nada se ha agregado. Todo tras el único objetivo de difundir nuestra epopeya y honrar a quienes participaron; sean más, o menos, conocidos; se los mencione más, o se los mencione me­nos. Si algo no ha llegado a nuestras manos o lo hecho está en una versión diferente, pedimos a quien corresponda nuestras sinceras disculpas; nuestro objetivo es destacar actitudes y no esconder verdades.
El éxito ha sido de todos ellos, de los actores en esta obra, y creemos que tiene además el gran mérito de estar sustentado en acciones que no tuvieron la misma repercusión pública que otras, pero que muestran la eficiencia de nuestra Armada en una operación defensiva que pudo forzar a la Armada Bri­tánica a cambiar sus planes operativos y seguir sufriendo en silencio la espada de Damocles que significaba la dupla SUE/ Exocet.
Con este Título nuestra Colección Malvinas continúa in­corporando obras muy solicitadas por nuestros lectores, nacio­nales y extranjeros. El tema y el haber traído hasta nuestros días escenas olvidadas o perdidas de una epopeya de nuestros soldados despierta interés en un mundo donde los valores soli­darios han sido reemplazados por los intereses económicos.
La guerra no es deseada pero la ambición humana y el empleo malintencionado del poder por cualquiera de las par­tes, eventualmente llevan a ella. No destacamos ni analiza­mos las razones políticas del enfrentamiento, destacamos el valor de quienes con poco hicieron mucho sin olvidar nunca el juramento de …y defenderla hasta perder la vida…
A todos ellos, muchas gracias por ser argentinos.

Instituto de Publicaciones Navales Editores

INTRODUCCIÓN

Los británicos estaban preparándose para atacar bases militares en el territorio continental de la Argentina. Esto ha­bría elevado de manera sustancial el nivel de los combatientes. Nuestra comunidad de inteligencia confirmó que había prepa­rativos en marcha para un ataque de esa naturaleza. Llamé a Margaret Thatcher para decirle que, si bien apoyábamos ple­namente el esfuerzo de Gran Bretaña para recuperar Malvi­nas, creíamos peligroso extender la guerra al territorio conti­nental sudamericano. Margaret me escuchó hasta el final pero, en una demostración del carácter de hierro por el que es famo­sa, se mantuvo firme. No pude convencerla que se comprome­tiera a no invadir, y durante varios días esperamos un ataque nocturno de aviones británicos al continente, ataque que final­mente nunca se concretó.
Ronald Reagan
Memorias inéditas del ex presidente de los EE.UU.

 

INTRODUCCION
Cuando en la mañana del 4 de mayo de 1982, en plena guerra de Malvinas, un Misil Exocet AM-39 disparado desde un avión Super Etendard (SUE) de la Aviación Naval Argenti­na logró impactar en el destructor inglés HMS Sheffield pro­vocando su destrucción y posterior hundimiento, se dio comien­zo no sólo a un impresionante e inédito capítulo de la guerra misilística, sino también a un episodio casi olvidado de la con­frontación bélica, la Operación Mirado, nombre en clave que los mandos británicos dieron al plan que tuvo como objetivo atacar la base aeronaval Almirante Quijada situada en Río Grande, Tierra del Fuego, con objeto de destruir los aviones Super Etendard juntamente con los misiles Exocet AM-39 y eliminar a los diez pilotos que operaban la letal combinación.
Ciertamente la Operación Mikado fue un operativo de mínima pués según los comentarios sobre el polémico libro del historiador inglés Lawrence Freedman sobre la guerra de Mal­vinas, basado en documentos secretos de Londres, aparecido a mediados de 2005, Gran Bretaña, entre otros planes, contem­pló para la recuperación de Malvinas no un ataque único sobre las mismas desde el mar, a un notable precio, sino que basado en la colaboración con el gobierno chileno, invadiría Tierra del Fuego. Para los mandos británicos existía la atrayente posibi­lidad de tener éxito, contando con el elemento sorpresa, sobre un objetivo militar más desguarnecido que Malvinas. Según los estrategas británicos la provincia argentina estaba escasa­mente poblada, poco defendida, poseía dos campos de aterriza­je en Río Grande y Ushuaia y de ser capturada se obtendrían cuatro notables beneficios: 1) el costo de la operación sería menor que largarse directamente sobre Malvinas. 2) Seguramen­te produciría un impacto emocional importante en el sentimien­to nacional argentino, induciéndolo rápidamente a considerar su irremediable derrota. 3) Serían aprovechadas las instala­ciones militares argentinas, que de no ser capturadas, serían utilizadas contra las fuerzas británicas. 4) El territorio ocupa­do podría utilizarse como prenda de cambio por Malvinas. No obstante existía en medio de todo ello un riesgo importante a tener en cuenta. Sin despreciar que en sentido contrario, los argentinos, heridos en su orgullo se pondrían aún más belico­sos, la Task Forcé estaría muy al alcance de la marina argenti­na y además desde las otras bases continentales se iniciarían raids aéreos imparables sobre Tierra del Fuego. Por supuesto la cooperación chilena tenía sus límites y si bien Chile tenía un interés estratégico en un éxito británico, había que ver has­ta que punto este país podría soportar las presiones regionales por adoptar, abiertamente, una posición no neutral.
Haya sido esto un plan más de la guerra o una de las tan­tas ideas estrátegicas del oponente, lo cierto es que existió, pero que también fue desechado para dar paso al plan de míni­ma. En realidad la Operación Mikado bien podría haberse de­nominado “la operación que no fue” ya que la misma se intentó llevar a cabo en tres fases distintas, empleando medios diver­sos, y en ninguna de ellas sus ejecutores lograron concretar mínimamente sus propósitos. La primera tentativa fue una incursión de comandos helitransportados que llegaron cerca del objetivo, pero allí las medidas implementadas por las de­fensas les imposibilitaron cumplir su misión. La segunda fase de la operación, consecutiva de la primera, consistía en tratar de hacer llegar a la base de Río Grande un avión Hércules con tropas para un golpe de mano tipo Entebbe pero tuvo que ser abortada en un tramo avanzado de su vuelo por no contar con las garantías suficientes que le aseguraran éxito. El tercer in­tento se trató de cumplir por medio de incursión de comandos anfibios que tras ser lanzados en botes desde un submarino debían irrumpir en las playas de Tierra del Fuego, pero, según la versión británica, una vez completados todos los preparati­vos la maniobra no fue puesta en marcha ya que conforme a sus propios dichos: los sorprendió…. la finalización de la con­tienda. De más está decir que los tres intentos fracasaron.
El hundimiento del destructor británico Sheffield, produ­cido por la acción de nuestra Fuerza Aeronaval que empleó eficientemente la conjunción del avión Super Etendard (SUE) y el misil Exocet, marcó no sólo un hito en el desarrollo futuro de la guerra sino que determinó, en ese momento, una consi­deración táctica fundamental. La aviación argentina en la medida que contara con una suficiente provisión de misiles Exocet iba a poder contrarrestar y anular la acción de cual­quier buque británico, aun de los más poderosos. Desde ese simple punto de vista la Fuerza de Tareas británica no tenía mayores posibilidades de salir airosa. Fue por ello que el pro­blema atrajo poderosamente las miradas de la cabeza del cuar­tel en Northwood, Inglaterra, cuyos componentes habían com­probado, con un alto costo militar y político, que los argentinos mediante la utilización de modernos medios a su alcance esta­ban en condiciones de hundir una gran parte de la flota y más aún, ante la probabilidad de obtener una mayor cantidad de Exocet AM-39 podían llegar a ganar esa guerra. Esta preocu­pación estaba compartida con el principal destinatario de los ataques con Exocet, el Comandante de la Fuerza de Tareas, almirante sir John “Sandy” Woodward, quien clamó a sus mandos una solución inmediata al problema. De esa honda pre­ocupación Woodward dio cuenta al relatar en sus memorias el día 15 de mayo: Ahora bien, nuestros grupos de inteligencia decían que los argentinos habían comenzado esta guerra con unos cinco de esos misiles [Exocet] en particular, lo cual quería decir que, si disparaban los otros tres yo perdería una, tal vez dos naves más. Lo que resultaría mucho peor era la posibili­dad de que lograran conseguir otro cargamento de misiles y hasta había rumores, allá en Londres, de que [los argentinos] estaban negociando por una cantidad superior a los cuarenta. Con un arsenal como ese, aun cuando su promedio de efectivi­dad se redujera a la mitad rápidamente resultaría fatal para toda nuestra operación. El hecho era que debíamos detenerlos. El asunto era: ¿cómo? 
Ya finalizada la guerra en un artículo titulado “Charlando con el enemigo” para el diario La Nación de Buenos Aires, el almirante Woodward reconoció la eficacia de la dupla SUE- Exocet: Me obligaron a irme con la flota muy hacia el Este de las islas y eso me costó muchísimo. Migran temor fueron siem­pre ustedes [los aviadores navales] y los misiles Exocet […] Real­mente me arruinaron la vida en Malvinas. 
Concretamente los mandos militares británicos abrigaban la certeza de que después del primer lanzamiento de dos Exo­cet le quedaban a las fuerzas argentinas sólo tres misiles AM- 39, pero tal convicción no pudo evitar que la inteligente dosifi­cación de esta amenaza, latente a lo largo de todo el conflicto por parte de nuestros mandos navales, afectara significativa­mente el normal desarrollo de las operaciones de la flota britá­nica. En tal sentido nuestros negociadores en Francia, además de no cejar en su empeño de conseguir más misiles, sembraron dudas para confundir a la inteligencia británica. Una prueba de esa correcta administración de medios fue que a fines de mayo cuando quedaba un solo Exocet, con el propósito de evi­tar un posible daño ante un ataque a Río Grande, el Comando de Aviación Naval dispuso que una sección de SUE regresara a la base aeronaval Comandante Espora, próxima a Bahía Blan­ca, para iniciar su adiestramiento en lanzamiento nocturno de misiles. Esta medida, que hubiera causado una verdadera sor­presa táctica para los buques ingleses que operaban impune­mente de noche, estuvo basada en la cierta posibilidad que siem­pre se albergó de obtener más Exocet AM-39.
Dentro de todos los estamentos militares y políticos britá­nicos había cundido la alarma y una clara prueba de ello fue el angustioso pedido que efectuó el día 5 de mayo desde su banca el diputado conservador Ian Lloyd: Inutilicen a la aviación [naval] argentina para que no sigan hostigando a la fuerza de intervención británica. Los argentinos deben perder la ca­pacidad de utilizar sus aviones portamisiles desde las pistas situadas en tierra. Entre otras consideraciones el legislador inglés reclamó, junto con otros 19 diputados de su partido: Que se impida, con las medidas que hagan falta, que los argenti­nos puedan seguir infligiendo a la flota británica pérdidas irreparables, 
Fue por ello que, sin dejar de lado su accionar ofensivo sobre Malvinas los británicos tomaron sin demoras las medi­das necesarias para impedir que el gobierno argentino pudie­ra hacerse de un mayor número de misiles Exocet Aire-Mar y sin perjuicio de ello ordenaron la pronta ejecución de un plan para atacar bases aéreas de la Argentina continental en espe­cial aquella que albergaba la combinación SUE-Exocet. La con­tundente orden emitida desde la más alta conducción política- militar británica fue: ¡Ataquen Río Grande!
Pero si bien las medidas tomadas por el gobierno británi­co para impedir que los agentes argentinos obtuvieran una mayor provisión de Exocet logró un buen resultado, no tuvie­ron tanta suerte en concretar un ataque contra la base aerona­val de Río Grande desde donde despegaba la 2a Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque y sus temibles cargas, pues ello fue obstaculizado, además de las defensas navales y aéreas, por el accionar de dos unidades de la Armada: la Fuerza de Infantería de Marina N° 1 y la Brigada de Infantería de Mari­na N° 1. Estas unidades de Infantería reforzaron la seguridad existente en el ámbito interno de la Base, desarrollando un plan de defensa que, entre otras medidas, dispuso utilizar en forma centralizada las armas antiaéreas allí existentes e ins­talar en el perímetro externo minas de circunstancia inten­tando conformar, en líneas variables, un contorno oval que de­bió haber alcanzado, aproximadamente, 12.000 metros de longitud, sin llegar a completarse al final del conflicto. De igual forma y siempre con la idea de ajustar las medidas que ofrecie­ran una mayor protección a toda el área, parte del personal de la Brigada de Infantería N° 1 fue destinada a reforzar el perí­metro de la zona, próximo a la costa, donde se encontraba un radar de la Fuerza Aérea ubicado sobre la ruta nacional Nro.3, entre la localidad de Río Grande y la Misión Salesiana.
El presente libro contiene el relato de una acción casi in­advertida de la batalla por Malvinas. Es el triunfo de las ar­mas sin proyecciones estruendosas y es un homenaje a todos los efectivos militares, en especial de la nuestra Infantería de Marina que, desde los más recónditos puestos de servicio, po­sibilitaron con su labor la ejecución de muchas de las más es­pectaculares hazañas de la gesta.
Luego de tres años de investigación, este libro se concluyó a mediados del 2005. Para ese entonces apareció publicado en Londres el libro en tres tomos Oficial History of the Falklands Campaign de editorial Frank Cass Ltd-Routledge, cuyo autor es el historiador inglés Lawrence Freedman. Una lectura so­mera de sus principales enunciados, tal como dijera nuestro canciller en sus declaraciones del día 18 de julio ppdo. “Su con­tenido no agrega nada sustancial de lo que ya sabíamos”. Es decir, se mantiene vigente el secreto por 30 años decretado en el Reino Unido para que no se devele lo que no conviene reve­lar. Y agrego yo. Como segunda intención se intuye claramen­te que: si algo es declarado, que sea de tal forma que todo lo que hace al accionar británico quede bien parado; que si hubo un mal manejo de elementos comprometedores -ej. material nuclear a bordo de naves de guerra-, el mismo sea ambiguo: “estuvieron, aunque no en todos los barcos, y no era para usar­lo”. La otra forma evidente de continuar la guerra psicológica es que resaltando nuestros errores nuestro orgullo nacional sea cada vez menor.
Respecto del tema que nos convoca debemos decir que nues­tro otrora oponente continúa con su política de resaltar sus éxitos y disimular sus fracasos. En este caso, por mencionar un punto al respecto, dicen que la operación Mikado se malo­gró: porque el mal tiempo los obligó a abortarla a sólo 70 kiló­metros del objetivo. Desde cuándo a los famosos SAS el clima les impide una operación? Claro, lo que les cuesta decir es de qué manera la eficacia de las defensas argentinas les impidie­ron accionar y cómo debieron huir en condiciones lastimosas hacia una frontera más acogedora.
La historia oficial inglesa sobre la Guerra de Malvinas contempla también un episodio, no por cierto novedoso. La co­laboración anglo-chilena. Ese tema, de ninguna manera me­nor, es tratado en uno de los capítulos del presente libro.