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Historia judía, religión judía El peso de tres mil años – Israel Shahak

194 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 125 pesos
Precio internacional: 17 euros

Israel Shahak (1933 -2001) nació en Varsovia de padres judíos ortodoxos y sionistas. Tras sobrevivir al internamiento en los campos nazis de Poniatowo y Bergen-Belsen, emigró a Palestina en 1948 y allí se convirtió – según sus propias palabras- en “parte integral del establishment del Estado de Israel.
A través de conferencias y artículos en los más prestigiosos diarios occidentales Shahak adquirió una notable presencia como intelectual enfrentado a la política expansionista israelí. Presidente desde 1970 de la Liga de Derechos Humanos y Cívicos. Shahak simultaneó la defensa práctica en Israel de los derechos de todos los ciudadanos (judíos, cristianos, musulmanes, árabes, drusos, etc.) con la investigación histórica y la reflexión teórica sobre el sionismo y el judaísmo.
Historia judía, religión judía es una síntesis infrecuente de erudición histórica, penetración teórica, valentía política y honestidad ética, que desvela de forma incontrovertible la relación entre el etnocentrismo xenófobo del judaísmo ortodoxo, el mesianismo sionista y la discriminación étnica antiárabe de la política israelí.
Edward Said afirma: «Es nada menos que una historia sucinta del judaísmo clásico y también del más reciente, tal y como ambos se aplican a una comprensión del Israel moderno. Shahak no sólo muestra que hay en el judaísmo (así como también, por supuesto, en otras tradiciones monoteístas) prescripciones oscuras e intolerantemente chovinistas contra varios Otros indeseables, sino que desvela además la continuidad entre éstas y la manera como trata Israel a los palestinos, a los cristianos y a otros no-judíos. Lo que resulta es un devastador retrato del prejuicio, la hipocresía y la intolerancia religiosa. La descripción de Shahak es importante sobre todo porque no sólo desmiente las ficciones sobre la democracia israelí que abundan en los medios de comunicación occidentales, sino que también acusa implícitamente a los líderes e intelectuales árabes por su visión escandalosamente ignorante de aquel Estado».
Gore Vidal afirma: «Desde Jerusalén, Israel Shahak no deja nunca de analizar no sólo la funesta política actual de Israel sino el propio Talmud y el efecto de la tradición rabínica en su totalidad sobre un pequeño Estado que el rabinato de extrema derecha pretende convertir en una teocracia exclusivamente para judíos».

ÍNDICE

I.- ¿Una utopía cerrada?33
En torno a la definición de «Estado judío»35
La ideología de la tierra «redimida»42
Expansionismo israelí44
¿Una utopía cerrada?50

II.- Prejuicio y prevaricación53
Liberación desde fuera58
Obstáculos a la comprensión61
Una historia totalitaria63
Mecanismos de defensa67
El engaño continúa70

III.- Ortodoxia e interpretación81
Interpretación de la Biblia87
Estructura del Talmud92
Las dispensas96
Aspectos sociales de las dispensas105

IV.- El peso de la historia109
Características principales del judaísmo clásico112
Inglaterra, Francia e Italia118
El mundo musulmán119
La España cristiana123
Polonia125
Persecuciones anti-judías129
Antisemitismo moderno133
La respuesta sionista139
Confrontando el pasado143

V.- Las leyes contra los no-judíos147
Asesinato y genocidio148
Carta del soldado Moshe al rabino Shim’on Weiser151
Respuesta de R. Shim’on Weiser a Moshe152
Respuesta de Moshe al rabino Shim’on Weiser.154
Salvar vidas155
Profanar el shabbat para salvar una vida158
Delitos sexuales167
Estatus168
Dinero y propiedad170
Gentiles en la Tierra de Israel172
Lenguaje injurioso175
Actitudes hacia el cristianismo y el Islam183

VI.- Consecuencias políticas187

EL AUTOR

Israel Shahak nació el 28 de abril de 1933 en Varsovia, Polonia, el vástago más joven de una familia próspera y cultivada de la clase media judía. Su padre y su madre eran judíos ortodoxos que se hicieron sionistas y dieron a sus hijos una esmerada educación tanto religio­sa como laica, en polaco y en hebreo, prohibiéndoles hablar yiddish. Hasta tal punto llegaba la preocupación del padre por la educación que, cuando la ocupación nazi de Polonia (1940) recluyó a la familia en el ghetto de Varsovia, se esforzó por buscar para sus hijos hasta un profesor de ajedrez.
La familia no tardó en desmembrarse: el hermano mayor de Israel logró huir de Varsovia y se acabó incorporando a la Royal Air Force; murió combatiendo en el Pacífico. Tras la represión nazi de la insurrección del ghetto de Varsovia en la primavera de 1943, Israel Shahak y sus padres fueron trasladados al campo de concentración de Poniatowo, del que su madre logró escapar junto con él, abriéndose paso mediante sobornos hasta un registro para ciudadanos ju­díos de países extranjeros; el padre, del que habían sido separados en Poniatowo, «desapareció» para siempre.
La madre pagó para esconder a Israel durante un tiem­po en el seno de una familia católica pobre, pero, cuando ya no pudo seguir pagando, madre e hijo volvieron a reunirse. Pronto fueron detenidos de nuevo y enviados juntos, a fina­les de 1943, al campo de exterminio de Bergen-Belsen. Aunque no llegaron a verse sometidos a los procedimientos de «selección» que llevaban a las cámaras de gas, Israel Shahak siempre recordaría haber contemplado, a los 11 años, montones de cadáveres desnudos arrastrados diaria­mente al crematorium. Israel Shahak estaba al borde de la muerte por inanición cuando él, su madre y el resto de supervivientes de Bergen-Belsen fueron liberados por las tropas norteamericanas en abril de 1945.
En la breve rememoración de su infancia en Polonia bajo el nazismo que escribió para The New York Review of Books, Israel Shahak se recuerda a sí mismo escuchando una con­versación entre varios trabajadores polacos durante los días que permaneció en el «lado gentil» de Varsovia: discutien­do la situación, un joven defendía a los alemanes señalando que estaban limpiando Polonia de judíos, cuando otro le interrumpió con la pregunta: «¿Acaso no son también seres humanos?». Israel Shahak nunca olvidaría aquella frase: la defensa de los derechos humanos de todas las personas, de cualquier etnia, religión o condición social, fue el norte ético de su vida.
Otro acontecimiento de esos años que había de marcar su futuro fue una «experiencia interior» que Shahak descri­be como una auténtica «conversión»: en 1946, a la edad de 13 años, decidió examinar científicamente las pruebas a favor y en contra de la existencia de Dios, convirtiéndose en consecuencia, desde entonces y para siempre, en un racio­nalista ateo de estricta observancia.
En 1948 Shahak y su madre emigraron a Palestina cuando ésta estaba todavía bajo mandato británico, poco antes de la proclamación del Estado de Israel. Rechazado inicialmente como voluntario para un kibbutz por ser «dema­siado debilucho», se fue convirtiendo poco a poco en un ciudadano israelí modelo: logró vivir en un kibbutz; hizo el servicio militar en un regimiento de elite; cumplió siempre con sus obligaciones como reservista durante su vida adul­ta; estudió Ciencias Químicas en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde se doctoró en 1961; fue asistente, discí­pulo y amigo de Ernest Bergmann, director de la Comisión de Energía Atómica de Israel; en suma, se convirtió, según sus propias palabras, en «parte integral del establishment israelí» [1].
El progresivo distanciamiento de Shahak respecto al establishment israelí y el sionismo se inició en 1956, durante la guerra de Suez: «Fue un gran shock descubrir que Ben Gurion había mentido, porque realmente creí, cuando el ejército me movilizó, que se trataba de una guerra de defen­sa. Pero entonces llega él y dice que es una guerra para res­tablecer el Reino de David y Salomón, y que el Sinaí no es parte de Egipto. Vi que tendría que oponerme a esa idea mesiánica, y todavía considero que es ése el rasgo principal de mi oposición a la política israelí» [2].
Los pasos siguientes fueron consecuencia de su «expe­riencia americana» durante los dos años (I961-I963) que pasó en la Stanford University de California haciendo tra­bajo post-doctoral en Química. «Allí descubrí —explica Shahak— que, en contra de todo lo que me habían enseña­do durante mi educación en Israel, los judíos americanos ni eran anormales ni cultivaban forma alguna de perversidad o locura. Yo había creído seriamente que los judíos que no vivían en una sociedad judía no podían ser normales y sanos. Eso es lo que los sionistas enseñan e intentan hacer creer a los judíos. La educación judío-israelí se basa todavía en la noción de que sólo los judíos en la sociedad judía de Palestina son seres humanos sanos, mientras que todos los demás judíos son anormales o medio anormales. Los israelíes que emigran también se perturban, según dice Rabín con frecuencia.
En segundo lugar, también me enseñaron a creer que todos los no-judíos son antisemitas por naturale­za. Y puesto que yo no había visto muchos no-judíos hasta 1961, cuando ya tenía 28 años, dado que la gente joven tiende a creer lo que le enseñan, seguí creyéndolo incluso después de 1956, aunque con algunas reservas. Al poco de vivir en Estados Unidos llegué rápidamente a la conclusión de que este segundo punto era también una gran mentira. Por consiguiente, hasta hoy, mi oposición básica al sionismo des­cansa en algo más profundo que en una reacción a lo que el sionismo les está haciendo a los palestinos o a los árabes. Me habría opuesto al sio­nismo incluso si el Estado judío hubiera sido fundado sobre una isla desierta que hubiera emergido de la nada en el océano, porque pienso que sus premisas básicas acerca de los judíos y de la raza humana en su to­talidad son incorrectas. Mi actitud hacia los palestinos y los árabes sólo se formó después de 1967 y, para ser más pre­cisos, fue mi actitud hacia los árabes la que se formó pri­mero» [ 3 ].
Pese a su creciente rechazo al sionismo, Shahak nunca se planteó vivir fuera de Israel, y en 1964, tras su breve periplo norteamericano, volvió a su amada Jerusalén, ciudad en la que vivió hasta el final de sus días, en cuya historia y arqueología se convirtió en un experto y en cuya Universidad Hebrea impartió clases de Química Orgánica hasta su retiro de la docencia en 1990. Una apreciable cica­triz en su rostro, obtenida al rescatar a una alumna de las llamas que la rodeaban tras una explosión producida en un laboratorio de química, se convirtió en perenne testimonio de su dedicación docente y personal a sus estudiantes, que le correspondieron en sucesivas ocasiones eligiéndole mejor profesor del año. Como científico hizo importantes contri­buciones a la investigación sobre el cáncer y como miembro del staff académico apoyó decididamente, desde los años sesenta, las luchas de los estudiantes palestinos por lograr igualdad de derechos en la Universidad. Después de 1967 participó activamente en las protestas contra el encarcela­miento de estudiantes palestinos en virtud de las disposi­ciones de detención administrativa establecidas por las leyes de emergencia de la Defensa. Como diría más tarde su amigo Fouzi El-Asmar —a quien Shahak apoyó cuando, bajo esas leyes de emergencia, fue primero encarcelado sin cargos y después mantenido en arresto domiciliario—, fue­ron muchos los palestinos a quienes su ejemplo obligó a «no generalizar nunca acerca de los judíos».
Christopher Hitchens añade un importante matiz: «Le respetaban no sólo por su consistente apoyo contra la dis­criminación sino también porque nunca se mostró con­descendiente con ellos. Detestaba el nacionalismo y la religión y no ocultó nunca su desprecio por el codicioso entorno de Arafat» [4]. El componente ético de elemen­tal dignidad y genuino reconocimiento mutuo que siem­pre presidió la escrupulosa etiqueta con que Shahak trata­ba a los palestinos se refleja a la perfección en la siguien­te declaración a Christopher Hitchens después de 1967: «A partir de ahora sólo me reuniré con portavoces palestinos fuera de nuestro país.
Tengo algunas críticas severas que presentarles. Pero no puedo hacerlo mientras estén viviendo bajo ocupación y yo pueda “visitarles” como un ciudadano privilegiado» [5].
La guerra de 1967 y la subsiguiente ocupación israelí de Cisjordania y Gaza marca un punto de inflexión en la evo­lución política de Shahak. En tanto que «miembro promi­nente del establishment israelí», explicó Shahak en 1989 (ale­gando como iluminadora prueba de esa pertenencia que «a pesar de lo que he hecho y he dicho he sobrevivido, y en Jerusalén, no en el exilio»), «conozco su mentalidad y sus intenciones reales; por eso pude entender inmediatamente, después de 1967, que Israel pretendía quedarse con los territorios ocupados (“redimidos” los llaman los sionistas mesiánicos) y que los Estados árabes nunca se lo permiti­rían». «En 1967 —confiesa Shahak— no estaba seguro de que existiera el movimiento nacional palestino. Sin embar­go, hasta el día de hoy mi más fuerte oposición al sionismo y a la política de Israel se basa en la relación global entre Israel y las naciones árabes de Oriente Medio […] Más ade­lante comprendí también que existía el problema palestino, pero todavía pienso que el problema palestino no es el punto clave de la situación en Oriente Medio. El meollo del asunto es la voluntad israelí de dominar la totalidad de Oriente Medio. Los palestinos son sólo las primeras víctimas» [6]. Ese dominio político y económico, que no implica necesariamente anexión territorial, lo bus­caría Israel —según Shahak en Open Secrets: Israelí Nuclear and Foreign Policies [7]— de modo directo e independiente y/o en estrecha colaboración con Estados Unidos.
Pese a no considerar el problema palestino como el prin­cipal, Shahak pronto llegaría a la conclusión de que «debe haber un Estado Palestino; puede llegar a nacer con un mínimo derramamiento de sangre o con un máximo derramamiento de sangre, pero incluso si la Intifada fuera derrotada —opi­naba Shahak en 1989— eso sólo provocaría un retraso» [8].
En 1970 Shahak fue elegido presidente de la Liga de Derechos Humanos y Cívicos, organización fundada en 1937 por judíos y árabes para apoyar una huelga de hambre de prisioneros contra la administración colonial británica, tras languidecer durante largos años, la Liga fue revitaliza-da en los años sesenta para defender la larga lista de dere­chos de los no-judíos sistemáticamente violados por el Estado de Israel: limitaciones a la libertad de pensamiento y de expresión, ordenanzas restrictivas sobre el acceso a la propiedad de la tierra, retribuciones desiguales, restriccio­nes laborales y de movimiento, confiscaciones de tierras, destrucciones de casas, encarcelamientos y arrestos domici­liarios sin cargos bajo legislación de emergencia, tortura de prisioneros, castigos colectivos, homicidios, discriminacio­nes en la educación, limitaciones de la actividad política, privaciones de la ciudadanía, etcétera.
Su actividad en defensa de los derechos humanos y cívi­cos de todos en Israel obligó a Shahak a profundizar su cono­cimiento de la sociedad israelí y le hizo acceder a una ingente cantidad de información desconocida fuera de Israel.
«Por supuesto —explicaba en 1989— como presidente de la Liga tengo el deber de dedicar la mayor parte de mi tiem­po a luchar contra las violaciones de los derechos humanos, pero también tengo el deber, como ser humano racional, de no olvidar el problema básico» [9]. Y para Shahak el pro­blema básico, del que deriva la opresión de los palestinos y la voluntad de dominio de Israel en Oriente Medio, es el carácter sionista del Estado judío.
Uno de los puntos de la plataforma electoral de Shahak para acceder a la presidencia de la Liga fue el compromiso de «decir fuera de Israel cualquier cosa que se diga dentro de Israel», rompiendo así un doble tabú: el tabú sionista que considera «dar armas a los enemigos de Israel» el difun­dir «fuera» las críticas que se toleran «dentro» y el tabú rabínico que excomulga y castiga —con la muerte inclu­so— al judío que da a los gentiles información que pueda perjudicar a la comunidad judía.
Israel Shahak se dio cuenta desde muy pronto, desde principios de los setenta, de lo poco conocidas que eran fuera del país las violaciones por el Estado israelí de los derechos humanos de los no-judíos en general y de los palestinos en particular, y decidió esforzarse por remediar esa falta de información. Así describe Norton Mezvinsky, el historiador judío-norteamericano que colaboró estrecha­mente con él en esa tarea [10], los motivos y objetivos de Shahak: «Cuando nos encontramos por primera vez en Jerusalén a finales de 1971, insistió en ese punto (la falta de información fuera de Israel, especialmente en Estados Unidos) y argumentó que la difusión de información podía ayudar mucho en la lucha por los derechos humanos de los palestinos.
Creía que si más norteamericanos conocieran los hechos algunos de ellos podrían sentirse impulsados a protestar. Si aquellos norteamericanos que ya se sentían concernidos por el compromiso con los palestinos estuvie­ran mejor preparados y armados con más información, podrían ser más efectivos en su intento de influir en otros. Todo ello, esperaba, podría llevar a que más norteamerica­nos protestaran contra lo que estaba haciendo el gobierno israelí, lo cual podría llevar al gobierno de Estados Unidos a poner objeciones a algunas de las acciones del gobierno israelí y podría, de rebote, influir en que el gobierno israe­lí moderase al menos, aunque no suprimiese por completo, algunos aspectos de su opresión. E incluso aunque todo esto no fueran más que buenos deseos que no produjeran los resultados anhelados, el suministro de información podría ser en sí mismo de valor. Me mostré de acuerdo con sus análisis y decidimos actuar juntos. Nuestra campaña de difusión de información en Estados Unidos comenzó acti­vamente con una primera gira de conferencias que organicé para Israel Shahak en 1972. Después vendrían más giras, organizadas por mí y por otros, en las décadas de los seten­ta y de los ochenta y en los primeros noventa. Durante estas giras dio conferencias a distintos grupos en universidades, iglesias y otras organizaciones e instituciones. También se entrevistó en privado con numerosas personas, incluyendo algunos miembros del Congreso y del Departamento de Estado. En sus charlas, Israel Shahak subrayaba una y otra vez cómo el gobierno israelí denegaba a los ciudadanos palestinos, no-judíos, del Estado judío ciertos derechos reservados a los judíos, y cómo los palestinos que vivían en los territorios ocupados y que no eran ciudadanos eran tra­tados aún peor» [11].
No obstante, quizá la tarea con mayor trascendencia que realizó Shahak en su campaña de difundir información fue la distribución regular en Estados Unidos de traducciones inglesas de artículos cruciales publicados en la prensa israe­lí escrita en hebreo. Sufragadas por instituciones como el National Council of Churches of Americans for Middle East Understanding, unas pocas publicaciones —como Swasia y Washington Report on Middle East Affairs— publicaron desde mediados de los ochenta los artículos seleccionados, traducidos y comentados por Shahak. Entre 1988 y 1997 Frank Collins, con el apoyo del editor del Washington Report Richard H. Curtís, distribuyó a una creciente lista de suscriptores esas selecciones bajo el título de Translations from the Hebrew Press. Ese mismo origen tiene el Informe de la Liga Israelí por los Derechos Humanos y Cívicos titulado Report: Human Rights Violations during the Palestinian Uprising 1968-69, editado en Estados Unidos por Mezvinsky.
No contento con ello, Shahak hizo un abundante uso de Internet para difundir información: «Año tras año —escribe Alexander Cockburn— aquellos que estaban en la lista de corresponsales electrónicos de Shahak podían obtener, cada pocas semanas, un paquete de unas seis apretadas páginas escri­tas a un espacio con sus traducciones de la prensa israelí en len­gua hebrea, salpicadas con sus propios comentarios acerbos y, con frecuencia, eruditamente divertidos. Cada paquete se con­centraba habitualmente en un tema, como la demolición de casas palestinas por los israelíes o la corrupción en el IDF o el Mossad. Leerlas suponía no sólo acceder a informaciones ente­ramente inaccesibles en cualquier publicación de lengua ingle­sa, sino también darse cuenta de que en periódicos de lengua hebrea como Ha’aretz y Yediot Ahronot había honorables periodis­tas y editores que no tenían ningún problema para escribir y publicar material que desacreditaba por completo las “verdades oficiales” de Israel tal y como las reciclan amablemente los chi­cos de la prensa occidental en Jerusalén y Tel Aviv. Estos perio­distas podrían haber contratado traductores o incluso haber aprendido hebreo, pero no lo hicieron» [12].
Entre aquellos cuyos análisis de los problemas políticos de Oriente Medio se beneficiaron de la correspondencia regular con Israel Shahak y de sus recopilaciones de artícu­los de la prensa hebrea se encuentran Noam Chomsky y Edward Said. Chomsky, él mismo de ascendencia judía, conocedor «desde dentro» del hebreo, del judaísmo y del sionismo [13], reconoce esa deuda en una nota de uno de los libros mejor informados sobre Oriente Medio, The Fateful Triangle: «Me he apoyado extensamente en la obra de concienzudos y valientes periodistas israelíes que han alcanzado y mantenido niveles bastante inusuales en la exposición de hechos desagradables acerca de su propio gobierno y sociedad. Mi experiencia es que no hay nada comparable en otros países […] Estoy en deuda con varios amigos israelíes, especialmente con Israel Shahak, por haberme suministrado una gran cantidad de material prove­niente de esas fuentes, así como esclarecedores comenta­rios» [14].
En cuanto a Edward Said, cuyos análisis enraizan, como los de Shahak, en una trágica experiencia personal del pro­blema de Oriente Medio —aunque vivida, en este caso, desde el otro lado, desde el lado palestino y la condición de exiliado—, véase, además de lo que dice en su Prólogo a esta obra, lo que recoge en la «Nota Bibliográfica» de The Question of Palestine: «Sin duda alguna, el material más impre­sionante proveniente de Israel procede de un hombre, el profesor Israel Shahak […] Traduce artículos, ofrece deta­llados estudios realizados por él mismo, y organiza campa­ñas de defensa de los derechos humanos en Israel y en los territorios ocupados. Sus materiales (The Shahak Papers) se pueden obtener
mentalismo cristiano escritos por sus seguidores que a menudo contienen en la Palestine Human Rights Campaign, 1322 I8th Street NW, Washington DC 2003 6; una sola entrega (basada en lo que ocurre durante unas tres sema­nas) tiene más valor que lo que una combinación cualquie­ra de periódicos occidentales pueda ofrecer a sus lectores en una década» [15].
Sobre esta sorprendente paradoja de que la prensa en hebreo discuta libremente lo que la prensa en inglés omite o censura, merece la pena recoger lo que Shahak y Mezvinsky escriben, en Jewish Fundamentalism in Israel, sobre idéntico fenómeno en el caso de los libros: «Creemos que la gran mayoría de los libros sobre judaísmo y sobre Israel, especial­mente los publicados en inglés, falsifican su tema central. La falsi­ficación es a veces resultado de una mentira explícita, pero con más frecuencia se debe a la omisión de hechos impor­tantes que pueden crear lo que los autores consideran una visión negativa de lo que tratan. Muchos de los libros que encajan en esta categoría son comparables a gran parte de la literatura producida en los sistemas totalitarios, ya sean religiosos o seculares y estén o no materializados en un Estado. No negamos que haya libros sobre Israel y el judaísmo publicados en inglés que tengan valor; pueden contener, y con frecuencia contienen, información correc­ta y valiosa. Hay libros sobre la URSS bajo Stalin o sus sucesores escritos por estalinistas, libros sobre Irán escri­tos por seguidores de Jomeini y libros sobre el fundamentalismo cristiano escritos por sus seguidores que a menudo contienen información correcta y de valor. Hay muchos otros ejemplos análogos. Lo que habitualmente convierte tales libros en indignos de confianza no es tanto las mentiras cuanto las omisiones deliberadas. Por lo que se refiere al judaísmo y a Israel las omisiones son más descara­das y numerosas en libros publicados en inglés fuera de Israel de lo que lo son en la literatura israelí en hebreo. Las omisiones perti­nentes para nuestro tema del fundamentalismo judío se producen por las mismas apologéticas razones que las omisiones literarias en cualquier sistema totalitario. La información libremente disponible en hebreo puede y debe ser usada para corregir la apología por omisión en inglés. La cobertura en hebreo del fundamentalismo judío es más completa y no se ve oscurecida por omisiones porque, como muestra nuestro libro, el fundamentalismo judío plantea una amenaza inmediata a las creencias y al estilo de vida de una mayoría de los judíos israelíes. El fundamentalismo judío, si acrecienta su poder, podría destruir la democracia israelí; este peligro no existe en la diáspora, donde los judíos, aun cuando soporten los peo­res aspectos del fundamentalismo judío, se benefician de la democracia y del pluralismo. En nuestra opinión, el Estado de Israel tiene defectos cuya causa ha sido y sigue siendo la naturaleza del sionismo y la influencia, tanto abierta como oculta, del fundamentalismo judío. Cambiar la realidad actual del Estado de Israel por un Estado judío fundamentalista de la variedad haredi o de la variedad mesiánica crearía una situación aún peor para los judíos, para los palestinos y quizá para todo el Oriente Medio. Creemos que nuestro libro, basado sobre todo en fuentes hebreas, señala correctamente este peligro por primera vez en inglés» [16].
Esa libertad de la prensa escrita en hebreo es uno de los muchos testimonios de algo que Shahak nunca tuvo in­conveniente alguno en reconocer: «Israel es todavía una democracia para judíos», le explicaba en 1989 a Richard H. Curtiss [17]- Pero precisamente por ser una democracia sólo para judíos, Israel no es —para Shahak— una democracia. No es, al menos, una democracia tal y como Shahak entien­de la democracia: como un Estado que respeta los derechos humanos y cívicos de todos, con igualdad ante la ley y sin dis­criminaciones por motivos de raza, religión, etnia o cultura.
Y en opinión de Shahak, a medida que la política racis­ta del Estado de Israel hacia los palestinos se intensifica, a medida que la ocupación del territorio palestino busca y encuentra legitimación en la ideología mesiánica del Gran Israel y de la «redención de la tierra judía» —con lo que ello implica de aumento del poder y la influencia del fundamentalismo judío y de los rabinos—, Israel corre un serio peligro de dejar de ser una democracia incluso para los judíos. «Israel no puede seguir siendo un Estado judío, una demo­cracia y un poder ocupante. La discusión en la actualidad (1989) es acerca de cuál de esos tres elementos incompati­bles debería retener Israel» [l8].
Acerca de las relaciones entre democracia y racismo, Alexander Cockburn recuerda una ilustrativa comparación entre Israel y Estados Unidos con la que Shahak acostum­braba a provocar a su auditorio norteamericano: «Pienso que sería bueno para los americanos que se preguntaran una vez al año si los Estados Unidos eran una democracia antes de 1865, es decir, antes de la abolición constitucional de la esclavitud. La situación del Estado de Israel y de los terri­torios ocupados por él es bastante análoga. Del mismo modo que la situación de los territorios ocupados recuerda la del Sur antes de 1865, así también la situación dentro del Estado de Israel recuerda la de numerosos estados de Estados Unidos hace unos 50 o 60 años, cuando el racis­mo era popular y cuando el muy influyente Ku Klux Klan hacía y deshacía políticos, al modo en que Gush Emunim lo hace actualmente en Israel» [19]-
¿Desde qué presupuestos políticos o ideológicos reali­za sus críticas Shahak? ¿Qué teorías sociales o políticas postula o defiende? «No tenía héroes ni dogmas ni fideli­dades de partido —escribe Christopher Hitchens—. De tener que aceptar algún modelo intelectual, éste habría sido Espinosa» [20], autor sobre el que Shahak estaba prepa­rando un libro cuando murió. De ascendencia judía («marrana» por más señas), excomulgado por los rabinos, expulsado de la sinagoga y de la comunidad judía, iniciador de la crítica histórica de la Biblia, racionalista insobornable y demócrata radical, Espinosa es sin duda —en todos y cada uno de esos rasgos— el hombre y el filósofo con quien más se identifica Shahak.
«Un liberal a la antigua usanza» [21], Shahak fue tam­bién influido, en menor medida, por otro filósofo que tam­poco se sintió obligado por su reconocida ascendencia judía a profesar o suscribir ni el judaísmo ni el sionismo: Karl Popper, el Popper de La sociedad abierta y sus enemigos. Para Shahak la sociedad judía del ghetto, las comunidades judías cohesionadas en torno al imperio de la Torá y el poder de los rabinos —que inspiran el modelo de sociedad que los sionistas mesiánicos y los fundamentalistas judíos intentan con creciente éxito restaurar en Israel—, son el ejemplo más acabado y perfecto de lo que Popper entiende por sociedad cerrada y totalitaria.
En consecuencia, «para Shahak la liberación del pueblo judío era un aspecto de la Ilustración e implicaba su propia autoemancipación con respecto a la vida del ghetto y con res­pecto al control clerical de los rabinos, no menos que con respecto al antiguo prejuicio “gentil”. De ello se deriva naturalmente que los judíos no deberían nunca traficar con supersticiones o mitos raciales; es muchísimo lo que se exponen a perder con la tolerancia de tales basuras. Y ni siquiera es preciso decir que no cabe alegar ninguna excusa defendible a la denegación por los judíos de los derechos humanos de otros» [22].
Shahak nunca abandonó Israel, siempre vivió en Jerusalén y siempre proclamó que sus críticas al Estado de Israel perseguían la defensa de los intereses de sus ciudada­nos y la liberación de los judíos iniciada con la Ilustración. Ello no impidió que sus críticas del sionismo y del fundamentalismo judío llevaran a sus enemigos y detractores a adjudicarle el socorrido diagnóstico de «auto-odio judío». A quienes buscaban desautorizarle calificándole de «judío que se odia a sí mismo», Shahak les recordaba algo de lo que tuvo, desgraciadamente, conocimiento de primera mano: «Ésa es una expresión nazi. Los nazis calificaban a los alemanes que defendían los derechos de los judíos como alemanes que se odian a sí mismos» [23].

 

Nota:

[l] Cf. entrevista de Anne Joyce en Middle East Policy, junio de 1989.
[2] Ibid.
[ 3 ] Ibid. (Cursivas de los traductores.)
[4] Cf. Christopher Hitchens, «Israel Shahak, 1933-2001», The Nation, 23 de julio del 2001.
[5] ídem.
[6] Cf. Middle East Policy, n.° 29, julio 1989.
[7] Pluto Press, London, 1997-
[8] Cf. Richard H. Curtiss, «Dr. Israel Shahak. Personality», en Washington Report On Middle East Affairs, junio 1989, p. 19.
[9] Cf. Anne Joyce, op. cit.
[10] Norton Mezvinsky, profesor de historia en la Central Connecticut State University, es coautor, con Israel Shahak, del libro Jewish Fundamentalism in Israel, Pluto Press, London, 1999.
[11] Norton Mezvinsky, «Israel Shahak (1933-2001)», en The Washington Report on Middle East Affairs, agosto/septiembre de 2001
[12] Alexander Cockburn, «Remembering Israel Shahak», en Left Coast, 13 de julio del 2001. Alexander Cockburn fue editor del Times Literary Supplement y de New Statesman antes de pasar a residir permanen­temente en Estados Unidos en 1973- Durante los años ochenta fue columnista regular de The Wall Street Journal.
[13] Descendiente de judíos emigrados a Estados Unidos tanto por el lado paterno como por el materno, Noam Chomsky es también, en menor medida que Shahak, alguien que ha llegado a posiciones crí­ticas con el sionismo y con la política del Estado de Israel a partir de su conocimiento, en buena medida, «desde dentro». Su padre fue un prestigioso profesor de hebreo y persona prominente en la comunidad judía norteamericana, y el primer trabajo lingüístico publicado por Noam Chomsky versó sobre la Morfosintaxis del hebreo moderno. Poco des­pués de casarse contempló la posibilidad de irse a vivir a Israel y resi­dió durante algún tiempo en un kibbutz.
[14] Noam Chomsky, The Fateful Triangle. The United States, Israel and the Palestinians, South and Press, Cambridge, Massachusetts, 1999, p- 3.
[15] Edward Said, The Question of Palestine, Vintage Books, New York, 1992, p. 247­
[16] Israel Shahak and Norton Mezvinsky, Jewish Eundamentalism in Israel, Pluto Press, London, 1999, «Note on Bibliography and Related Matters», pp. 150-151.
[17] Richard H. Curtiss, Washington Report On Middle East Affairs, junio 1989.
[18] ídem.
[19] Alexander Cockburn, «Remembering Israel Shahak», Left Coast, 1 3 de julio, 2001.
[20] Christopher Hitchens, op. cit.
[21] Elfi Pallis, The Guardian, 6-7-2001.
[22] ídem.
[23] Citado en Richard H. Curtiss, op. cit.

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN INGLESA DE 1994

Gore Vidal

En algún momento a finales de los años cincuenta, aquel cotilla de talla mundial e historiador esporádico que fue John F. Kennedy me contó que, en 1948, Harry S. Truman había sido prácticamente abandonado por todos cuando emprendió la carrera presidencial. Entonces, un sionista norteamericano le llevó dos millones de dólares en metálico, en una maleta, al tren en el que viajaba haciendo su campaña relámpago. «Ése es el motivo de que nuestro reconocimiento de Israel se lle­vase a cabo tan aprisa». Como ni Jack ni yo éramos antisemi­tas (a diferencia de su padre y de mi abuelo), nos lo toma­mos como una divertida anécdota más sobre Truman y la serena corrupción de la política de Estados Unidos.
Por desgracia, el apresurado reconocimiento de Israel como Estado ha traído cuarenta y cinco años de mortífera confusión, y la destrucción de lo que los compañeros de viaje sionistas pensaron que sería un Estado pluralista, un hogar para la población nativa de musulmanes, cristianos y judíos, así como futuro hogar de pacíficos inmigrantes judíos euro­peos y americanos, incluso de aquellos que fingían creer que el gran agente inmobiliario de los cielos les había dado, en per­petuidad, las tierras de Judea y Samaria. Puesto que muchos de los inmigrantes eran buenos socialistas en Europa, dimos por hecho que no permitirían que el nuevo Estado se convir­tiera en una teocracia, y que los palestinos nativos podrían vivir con ellos de igual a igual. Estaba escrito que no habría de ser así. No voy a enumerar las guerras y tribulaciones de esa infeliz región. Pero sí diré que la precipitada invención de Israel ha envenenado la vida política e intelectual de Estados Unidos, el insólito patrocinador de Israel.
Insólito, porque no ha habido en la historia de Estados Unidos ninguna otra minoría que se haya apropiado de tanto dinero de los contribuyentes norteamericanos con el o fin de invertirlo en una «patria». Es como si al contribu­yente se le hubiese obligado a apoyar al Papa en su recon­quista de los Estados papales simplemente porque un ter­cio de nuestro pueblo es católico-romano. De haberse intentado, habría habido un gran revuelo y el Congreso habría dicho que no. Pero una minoría religiosa de menos del dos por ciento ha comprado o intimidado a setenta senadores (los dos tercios necesarios para vencer un impro­bable veto presidencial), disfrutando a la vez del apoyo de los medios de comunicación.
En cierto sentido, no puedo por menos de admirar cómo el lobby de Israel se ha encargado de asegurarse de que miles de millones de dólares, año tras año, se dediquen a convertir a Israel en un «baluarte contra el comunismo».
De hecho, ni la URSS ni el comunismo tuvieron jamás una gran presencia en la región. Lo que Estados Unidos consi­guió fue que el otrora amistoso mundo árabe se nos pusie­ra en contra. Mientras tanto, la mala información acerca de lo que está ocurriendo en Oriente Medio ha ido en aumen­to, y la principal víctima de estas mentiras chabacanas —aparte del contribuyente norteamericano— es el conjun­to de los judíos de Estados Unidos, acosado constante­mente por terroristas tan profesionales como Begin y Shamir. Peor aún, con unas pocas excepciones honrosas, los intelectuales judío-norteamericanos abandonaron el libera­lismo en favor de una serie de alianzas enloquecidas con la derecha (antisemita) cristiana y con el complejo industrial del Pentágono. En 1985, uno de ellos escribió alegremente que cuando aparecieron los judíos en la escena americana «la opinión liberal y los políticos liberales resultaron tener actitudes de mayor simpatía y sensibilidad hacia los asuntos judíos», pero que ahora a los judíos les convenía aliarse con los fundamentalistas protestantes porque, al fin y al cabo, «¿tiene sentido que los judíos se aferren, dogmática, hipócritamente, a sus opiniones de antaño?». En ese momento la izquierda americana se dividió y a aquéllos de nosotros que criticamos a nuestros antiguos aliados judíos por su insensato oportunismo se nos recompensó de inme­diato con los epítetos rituales de «antisemita» o de «judío que se odia a sí mismo».
Por fortuna, la voz de la razón está viva y coleando, y pre­cisamente en Israel. Desde Jerusalén, Israel Shahak no deja nunca de analizar no sólo la funesta política actual de Israel sino el propio Talmud y el efecto de la tradición rabínica en su totalidad sobre un pequeño Estado que el rabinato de extrema derecha pretende convertir en una teocracia exclusi­vamente para judíos. Llevo años leyendo a Shahak. Tiene la capacidad de un escritor satírico para localizar las confusio­nes que hay en toda religión que intenta racionalizar lo irra­cional. Descubre con el ojo de lince de un erudito las con­tradicciones textuales. Es una delicia leer lo que escribe sobre el doctor Maimónides, aquel gran odiador de gentiles.
Sobra decir que las autoridades de Israel condenan a Shahak. Pero poco cabe hacer contra un profesor de quími­ca retirado que nació en Varsovia en 1933 y pasó su infan­cia en el campo de concentración de Belsen. En 1945 fue a Israel [1]; sirvió en el ejército israelí; no se hizo marxista en los años en que estaba de moda. Era, y sigue siéndolo, un humanista que detesta el imperialismo, ya sea en nom­bre del Dios de Abraham o en el de George Bush. Del mismo modo, se enfrenta con gran ingenio y erudición a la veta totalitaria del judaísmo. Como un eruditísimo Thomas Paine, Shahak ilustra el panorama que tenemos ante nos­otros, así como la larga historia que tenemos a nuestras espaldas, y de esta manera continúa razonando, año tras año. Sin duda, quienes le presten atención serán más sabios y —me atrevo a decir— mejores. Es el más reciente, por no decir el último, de los grandes profetas.

[1] Gore Vidal se equivoca aquí doblemente: en 1945 aún no exis­tía el Estado de Israel, y Shahak, junto con su madre, no emigró a Palestina hasta 1948, cuando todavía era mandato británico y el Estado de Israel no había sido aún establecido por la ONU. [N. de los T.].

 

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN INGLESA DE 1997

Edward Said

Israel Shahak, profesor emérito de química orgánica en la Universidad Hebrea de Jerusalén, es una de las personalida­des más extraordinarias del Oriente Medio contemporáneo. Le conocí e inicié una correspondencia regular con él hace casi veinticinco años, tras la guerra de 1967 primero y luego tras la guerra de 1973. Nació en Polonia y logró sobrevivir y escapar de un campo de concentración nazi, tras lo cual llegó a Palestina inmediatamente al término de la Segunda Guerra Mundial. Como todos los jóvenes israe­líes de la época, sirvió en el ejército y durante muchos años siguió haciéndolo en calidad de militar reservista durante una breve temporada cada verano, tal y como exige la ley israelí. Dueño de un intelecto poderoso, implacablemente inquisitivo y sagaz, Shahak se dedicó a su carrera de desta­cado profesor universitario e investigador en química orgá­nica —sus estudiantes le nombraron con frecuencia mejor profesor, y recibió premios a su labor académica—, y al mismo tiempo empezó a ver por sí mismo lo que el sionis­mo y las prácticas del Estado de Israel suponían de sufri­mientos y penurias no sólo para los palestinos de Cisjordania y Gaza, sino también para la abundante pobla­ción no-judía (es decir, la minoría palestina) que no se mar­chó a raíz de la expulsión de 1948, aquellos que se queda­ron y se convirtieron después en ciudadanos israelíes. Esto le fue llevando a una investigación sistemática de la natura­leza del Estado de Israel, de su historia y de sus discursos ideológicos y políticos; pronto descubrió que todo ello era desconocido por la mayoría de los no-israelíes, sobre todo por los judíos de la Diáspora para quienes Israel era un Estado maravilloso, democrático y milagroso que merecía un apoyo y una defensa incondicionales.
Después reinstauró y fue durante varios años presiden­te de la Liga Israelí de Derechos Humanos, un grupo rela­tivamente pequeño de personas con ideas afines que pensa­ban que los derechos humanos debían ser los mismos para todo el mundo, no sólo para los judíos. Fue en este contex­to concreto donde por vez primera tuve conocimiento de su trabajo. Lo que distinguía inmediatamente las posturas políticas de Shahak de las de la mayor parte del resto de «palomas» judíos, israelíes y no israelíes, era que sólo él declaraba la verdad sin adornos, sin tener en cuenta si esa verdad, expresada lisa y llanamente, podría no ser «buena» para Israel o para los judíos. Era profundamente, y yo diría que agresiva y radicalmente, no-racista y anti-racista en sus escritos y declaraciones públicas; había un estándar, y sólo uno, para  evaluar las  infracciones  contra  los  derechos humanos, así que no importaba si los judíos israelíes se pasaban la mayor parte del tiempo atacando a palestinos, ya que él, en tanto que intelectual, tenía que dar testimonio contra esos ataques. No es ninguna exageración decir que su adhesión a esta postura fue tan estricta que muy pronto se convirtió en un hombre extremadamente impopular en Israel. Recuerdo que hace unos quince años se le declaró muerto, a pesar de que, por supuesto, estaba vivo y colean­do; el Washington Post informó de su «muerte» en un artícu­lo y, tras visitar el periódico para demostrar que no estaba «muerto», Shahak contó con regocijo a sus amigos que su visita no tuvo el menor efecto sobre el Post, ¡que jamás ha publicado una rectificación! Así que para algunas personas sigue «muerto», ilusión ésta que revela lo incómodos que hace sentirse a los «amigos» de Israel.
También habría que decir que el modo que tiene Shahak de contar la verdad siempre ha sido riguroso e inflexible. No hay en ello nada seductor, ningún intento de contarla de modo «bonito», ningún esfuerzo se invierte en que la ver­dad resulte de alguna manera agradable o explicable. Para Shahak, matar es asesinar: su estilo consiste en repetir, impactar, incitar a perezosos e indife­rentes a ser vivamente conscientes del dolor humano del que tal vez sean responsables. A veces Shahak ha molestado y enfadado a la gente, pero esto forma parte de su persona­lidad y, hay que añadir, de su sentido de misión. Junto con el fallecido profesor Yehoshua Leibowitch, un hombre al que admiraba profundamente y con quien a menudo traba­jó, Shahak suscribió la expresión «judeo-nazi» para caracte­rizar métodos utilizados por los israelíes para someter y reprimir a los palestinos. Pero nunca dijo ni escribió nada que no descubriese por sí mismo, que no viese con sus pro­pios ojos, que no experimentase directamente. La diferencia entre él y la mayoría de los demás israelíes fue que estable­ció los vínculos entre el sionismo, el judaísmo y las prácti­cas represivas contra los «no-judíos»: y, naturalmente, sacó las conclusiones.
Una buena parte de lo que escribe ha tenido la función de desvelar la propaganda y las mentiras como lo que son. Israel es un caso único en el mundo en cuanto a las excusas que se han dado a su favor: los periodistas, o bien no ven o bien no escriben lo que saben que es cierto por miedo a las listas negras o a las represalias; figuras políticas, culturales e intelectuales, sobre todo en Europa y en Estados Unidos, se desviven por elogiar a Israel y cubrirla de mayores glorias que a cualquier otra nación sobre la faz de la tierra, a pesar de que muchos de ellos sean conscientes de las injusticias del país. Nada dicen de éstas. El resultado es una cortina de humo ideológica que, más que ningún otro individuo, Shahak se ha esforzado por disipar. Víctima y supervivien­te del Holocausto, conoce el significado del antisemitismo. Pero a diferencia de la mayoría, no permite que los horro­res del Holocausto sirvan para manipular la verdad de lo que en nombre del pueblo judío ha hecho Israel a los pales­tinos. Para él, el sufrimiento no es propiedad exclusiva de un grupo de víctimas; en vez de eso, debería ser, pero pocas veces lo es, la base para humanizar a las víctimas, haciendo que a ellas incumba no causar sufrimiento del mismo tipo que ellas han padecido. Shahak ha advertido a sus compa­triotas que no se olviden de que haber soportado una atroz historia de antisemitismo no les da derecho a hacer lo que les plazca sencillamente por haber sufrido. No es extraño, por tanto, que haya sido tan impopular, pues al decir seme­jantes cosas ha minado moralmente las leyes y las prácticas políticas de Israel hacia los palestinos.
Shahak va todavía más allá. Es un secularista absoluto e inquebrantable en lo que a la historia humana se refiere. Con esto no quiero decir que esté en contra de la religión, sino más bien que está en contra de la religión como modo de explicar los acontecimientos, justificar políticas irracio­nales y crueles, magnificar a un grupo de «creyentes» a costa de los otros. Lo que también es sorprendente es que Shahak no es, hablando con propiedad, un hombre de izquierdas. En muchísimos sentidos es muy crítico con el marxismo, y remonta sus principios a los librepensadores, a los liberales y a valientes intelectuales públicos europeos como Voltaire y Orwell. Lo que le vuelve aún más formida­ble en cuanto defensor de los derechos palestinos es que no sucumbe ante la idea sentimental de que puesto que los palestinos han sufrido bajo Israel hay que excusarlos por sus locuras. Lejos de ello, Shahak siempre ha sido muy crí­tico con la dejadez de la OLP, con su ignorancia de Israel, su incapacidad para oponérsele resueltamente, sus chapuce­ros arreglos y su culto a la personalidad; con su falta gene­ral de seriedad. También se ha expresado con energía contra las muertes por venganza u «honor» de mujeres palestinas, y siempre ha sido un firme defensor de la liberación femi­nista.
Durante los años ochenta, cuando se puso de moda que los intelectuales palestinos y unos cuantos oficiales de la OLP buscasen el «diálogo» con los palomas israelíes de Paz Ahora, el Partido Laborista y Meretz, Shahak fue automáti­camente excluido. Por un lado, era sumamente crítico con los israelíes partidarios de la paz: por sus compromisos, por su vergonzosa práctica de presionar a los palestinos y no al gobierno israelí para obtener cambios en su política, por su renuencia a desembarazarse de la coacción de que hay que «proteger» a Israel absteniéndose de decir nada crítico sobre él a no-judíos. Por otro lado, jamás fue un político: sencillamente, no creía en las poses y los circunloquios a los que siempre estaban dispuestas a entregarse las personas con ambiciones políticas. Luchaba por la igualdad, la ver­dad, la paz y el diálogo auténticos con los palestinos: los palomas oficiales de Israel luchaban por arreglos que hicie­ran posible el tipo de paz que culminó en Oslo, y que Shahak fue uno de los primeros en denunciar. Yo, sin embargo, hablando como palestino, siempre me avergoncé de que los activistas palestinos que estaban ansiosos por dialogar en secreto o en público con el Partido Laborista o con Meretz se negasen a tener nada que ver con Shahak. Para ellos era demasiado radical, demasiado franco, dema­siado marginal respecto al poder oficial. En secreto, creo, también temían que fuese a ser demasiado crítico con la política palestina. Ciertamente, lo habría sido.
Aparte de su ejemplo como intelectual que nunca trai­cionó su vocación ni transigió con la verdad tal y como él la entendía, Shahak realizó un inmenso servicio a lo largo de los años a sus amigos y partidarios en el extranjero. Tomando como punto de partida la premisa cierta de que la prensa israelí era, paradójicamente, más veraz e informativa respecto a Israel que los medios de comunicación árabes y occidentales, laboriosamente ha traducido, anotado y des­pués reproducido y enviado miles de artículos de la prensa en lengua hebrea. Es imposible sobreestimar este servicio. En lo que a mí respecta, como alguien que hablaba y escri­bía sobre Palestina, no podría haber hecho lo que hice sin los papeles de Shahak, ni, por supuesto, sin su ejemplo como buscador de la verdad, el conocimiento y la justicia. Así de sencillo; y por tanto tengo con él una inmensa deuda de gratitud. Hizo casi todo este trabajo gastando su propio dinero, así como su propio tiempo. Las notas que añadió y las pequeñas introducciones que escribió para sus seleccio­nes mensuales de prensa eran inestimables por su ingenio inquisitivo, su concisión profundamente informativa y su infinita paciencia pedagógica. Durante todo este tiempo, por supuesto, Shahak prosiguió su investigación científica y sus clases, ninguna de las cuales tenía nada que ver con sus anotaciones y traducciones.
De alguna manera, también sacó tiempo para convertir­se en el individuo más erudito que jamás he conocido. El abanico de sus conocimientos sobre música, literatura, sociología y, sobre todo, historia —de Europa, de Asia y de otros lugares— carece, en mi experiencia, de parangón. Pero es en calidad de erudito del judaísmo donde destaca por encima de tantos otros, puesto que es el judaísmo lo que ha ocupado sus energías como estudioso y como activista polí­tico desde el principio. Hace unos cuantos años empezó a elaborar documentos mensuales de varios miles de palabras sobre diversos asuntos: por ejemplo, sobre el verdadero trasfondo rabínico del asesinato de Rabin, o sobre por qué Israel ha de
hacer las paces con Siria (sorprendentemente, porque Siria es el único país árabe que de hecho puede dañar militarmente a Israel), y así sucesivamente. Eran ines­timables compendios de la prensa, así como análisis suma­mente agudos, a menudo inspirados, de tendencias y cues­tiones actuales que los medios de comunicación dominan­tes con frecuencia oscurecen o no tratan.
Siempre he sabido que Shahak es un historiador prodi­gioso, un intelectual brillante y un erudito versátil, además de un activista político: pero, como he sugerido antes, debo añadir que su «hobby» central ha sido el estudio del judaísmo, de las tradiciones rabínica y talmúdica y de las investi­gaciones sobre ese tema. Este libro es, por tanto, una pode­rosa contribución a estas cuestiones. Es nada menos que una historia sucinta del judaísmo «clásico» y también del más reciente, tal y como ambos se aplican a una comprensión del Israel moderno. Shahak no sólo muestra que hay en el judaísmo (así como también, por supuesto, en otras tra­diciones monoteístas) prescripciones oscuras e intolerante­mente chovinistas contra varios Otros indeseables, sino que desvela además la continuidad entre éstas y la manera como trata Israel a los palestinos, a los cristianos y a otros no-judíos. Lo que resulta es un devastador retrato del prejui­cio, la hipocresía y la intolerancia religiosa. La descripción de Shahak es importante sobre todo porque no sólo des­miente las ficciones sobre la democracia israelí que abundan en los medios de comunicación occidentales, sino que tam­bién acusa implícitamente a los líderes e intelectuales ára­bes por su visión escandalosamente ignorante de aquel Estado, sobre todo cuando pontifican ante su pueblo diciendo que Israel verdaderamente ha cambiado y que ahora quiere la paz con los palestinos y otros árabes.
Shahak es un hombre muy valiente al que habría que honrar por sus servicios a la humanidad. Pero en el mundo de hoy, el ejemplo que ha dado de trabajo infatigable, ener­gía moral implacable y brillantez intelectual resulta emba­razoso para el statu quo y para todo aquel para quien la pala­bra «polémico» signifique «inoportuno» y «perturbador». Estoy convencido, no obstante, de que lo que dice en Historia judía, religión judía será una fuente de inquietud tam­bién para sus lectores árabes. Con toda seguridad, se alegra de ello.