220 páginas
medidas: 14,5 x 21 cm.
Ediciones Sieghels
2014, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 110 pesos
Precio internacional: 15 euros
Desde 1966 Rudolf Hess es el único prisionero de la cárcel de Spandau. Condenado a prisión perpetua por el tribunal de Nüremberg, es el único de los grandes jerarcas nazis que permanece encarcelado. La trágica aventura iniciada con su misterioso vuelo a Inglaterra en 1941 —fuga cuya finalidad jamás ha sido aclarada suficientemente— se prolonga ahora, tras casi treinta años de prisión, en la celda solitaria de Spandau. Pocas figuras de nuestro tiempo superan en trágica intensidad a la de este misterioso personaje que fue durante un tiempo el vice-Führer del partido Nacionalsocialista alemán. Esta dimensión dramática y misteriosa aparece reflejada la correspondencia intercambiada desde la celda con su esposa Ilse y su hijo Wolf, y ahora por primera vez dada al público. Estas cartas constituyen elemento primordial para vislumbrar hasta qué punto fue Rudolf Hess un loco, un alucinado o bien un idealista horrorizado ante la crueldad de una guerra a la que quiere poner fin a cualquier precio —incluso al precio de su vida—. Entre los jefes de la Alemania nazi, Hess era el que disponía de un bagaje cultural más amplio, de una formación filosófica y literaria —no sólo política— más sólida y de una profunda vocación universitaria. En estas cartas, junto a reflexiones políticas que sorprenden por su agudeza, expone Hess una concepción del mundo asentada en las más puras esencias de la tradición alemana. Hess comenta —a veces irónicamente— los últimos acontecimientos políticos, de los que recibe puntual información a través de su esposa Ilse. Analiza otras veces con agudeza las obras de los más destacados pensadores germanos —Schopenhauer, especialmente— o aborda temas literarios, lingüísticos, musicales. Pero quizá lo que presente un interés mayor con vistas a desvelar el misterio de esta personalidad contradictoria, son las cartas en las que Hess hace balance de su vida, de sus éxitos y fracasos, pide perdón a su esposa por estos largos, años de soledad o aconseja a su hijo sobre las lecturas o los estudios que debe seguir.
En su conjunto, esta correspondencia sostenida desde la cárcel constituye uno de los documentos humanos más impresionantes de nuestro siglo, una obra a la que habrá que recurrir en el futuro cuando se intente penetrar, no sólo en el drama íntimo de Rudolf Hess, sino en la angustia como dimensión última del hombre, en la tragedia de un fracaso purgado hasta su límite más cruel.
ÍNDICE
Prólogo 11
SOBRE LA VIDA DE MI PADRE 15
CARTAS… ¿SOLO CARTAS? 35
Spandau, 27-II-1955 35
Al hijo 11. III. 1956 36
Al hijo 19-V-1956 37
Al hijo 3-6-1956. 39
De Ilse Hess a R.H. – Gailenberg, 12.6.1956 41
Spandau, 24.6.1956. 42
De Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 22.7.1956 45
Spandau, 5.8.1956 45
14.10.1956 47
31.3.1957. 48
8.6.1957 50
Al hijo. 15.6.1957. 50
Al hijo 22.6.1957. 52
30.6 1957 53
Al hijo 7.7.1957 54
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 22.8.1957 55
Spandau, 25 8.1957. 55
15.9.1957 56
Al hijo 25.1.1958. 57
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 25.3.1958 58
Spandau, 29.3.1958. 59
Al hijo 12.4.1958. 61
20.4.1958 61
Al hijo. 26.4.1958. 61
Al hijo. 22.11.1958. 63
Al hijo. 15.12.1958. 64
Querida: 25.1.1959. 65
Ilse Hess a R.H. – Gailenberg, 5.2.1959. 67
Spandau, 8.2.1959 68
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 10.2.1959 69
Spandau, 15.2.1959. 70
21.2.1959. 73
9.8.1959. 74
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 28.9.1959. 75
Spandau, 11. 10.1959 76
27.12.1959. 77
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 10.1.1960 79
Spandau, 24.1.1960 80
30.1.1960 81
28.2 1960 82
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 5.4.1960 83
Spandau, 22.4.1960 83
24.4.1960 85
Al hijo 1.5.1960 86
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 5.5.1960 87
Spandau, 15.5.1960 88
21.5.1960 90
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 15.6.1960 92
Spandau, 25.6.1960 93
23.7.1960 94
31.7.1960 96
7.8.1960 96
21.8.1960 98
16.10.1960 99
30.10.1960 100
Ilse Hess a R. H. – Camino de Bederkesa, 15.11.1960. 101
Bederkesa, 24.11.1960. 102
Spandau, 4.12.1960. 102
5.2.1961. 103
25.6.1961. 104
20.8.1961. 105
3.9.1961. 107
Al hijo 18.11.1961 108
En el Polo Norte, 17.12.1961 109
20.12.1961 111
Día de San Silvestre, 1961 111
25.2.1962 111
22.3.1962 112
25.3.1962 113
31.3.1962 115
Al hijo 31.3.1962 116
8.4.1962 117
22.4.1962 117
Al hijo 22.4.1962. 118
29.4.1962 118
20.5.1962 120
3.6.1962 121
Al hijo 24.6.1962 122
8.7.1962 126
29.7.1962 126
Al hijo 19.8.1962 127
28.10.1962 129
Al hijo 4.11.1962 130
17.11.1962 132
25.11.1962 133
12.1.1963 135
7.4.1963 137
24.5.1963 138
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 11.6.1963. 140
Spandau, 23.6.1963. 140
18.8.1963. 141
14.12 1963. 141
Al hijo 12.1.1964. 143
A la cuñada, señora Irmgard Beinert. – Spandau, 8.3.1964. 145
14.3.1964. 145
20.3.1964. 146
Al hijo 28.3.1964. 146
2.5.1964. 148
10.5.1964. 148
24.5.1964. 150
Al hijo 9.8.1964 150
A la cuñada Ingeborg Pröhl. 22.8.1964. 153
Al hijo 26.12.1964. 153
7.2.1965. 155
13.2.1965. 156
27.3.1965. 158
11.4.1965 159
Al hijo 25.4.1965 161
16.5.1965 163
23.5.1965 163
29.5.1965 165
A la madre política, señora Else Horn 12.6.1965 167
11.7.1965 169
19.9.1965 170
25.9.1965 172
3.10.1965 174
Al hijo 23.10.1965. 177
6.11.1965. 177
Al hijo 6.11.1965. 178
Al hijo 21.11.1965. 179
4.12.1965. 181
13.12.1965. 183
24.12.1965. 186
Al hijo 24.12.1965. 187
15.1.1966. 188
Al hijo 22.1.1966. 188
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 25.1.1966. 190
Spandau, 29.1.1966 190
12.2.1966 192
19.2.1966 192
6.3.1966 193
12.3.1966 194
Al hijo 21.3.1966 195
Al hijo 27.3.1966 196
3.4.1966 197
30.4.1966 199
Al hijo 7.5.1966 201
Ilse Hess a R. H. – Gailenberg, 11.5.1966 202
Spandau, 14.5.1966 203
Al hijo 28.5.1966 204
Al hijo 2.7.1966 205
9.7.1966 207
31.7.1966. 208
Al hijo 5.8.1966. 208
6.8.1966. 210
Wolf Rudiger Hess a R. H. – Wiesbaden, 15.8.1966 210
Ilse Hess a R.H. – Gailemberg, 16.8.1966 211
Spandau, 19.8.1966. 212
Al hijo 21.8.1966. 212
3.9.1966. 213
PRÓLOGO
Desde 1966 Rudolf Hess es el único prisionero de la cárcel de Spandau. Condenado a prisión perpetua por el tribunal de Nüremberg, es el único de los grandes jerarcas nazis que permanece encarcelado. La trágica aventura iniciada con su misterioso vuelo a Inglaterra en 1941 —fuga cuya finalidad jamás ha sido aclarada suficientemente— se prolonga ahora, tras casi treinta años de prisión, en la celda solitaria de Spandau. Pocas figuras de nuestro tiempo superan en trágica intensidad a la de este misterioso personaje que fue durante un tiempo el vice-Führer del partido Nacionalsocialista alemán. Esta dimensión dramática y misteriosa aparece reflejada la correspondencia intercambiada desde la celda con su esposa Use y su hijo Wolf, y ahora por primera vez dada al público. Estas cartas constituyen elemento primordial para vislumbrar hasta qué punto fue Rudolf Hess un loco, un alucinado o bien un idealista horrorizado ante la crueldad de una guerra a la que quiere poner fin a cualquier precio —incluso al precio de su vida—. Entre los jefes de la Alemania nazi, Hess era el que disponía de un bagaje cultural más amplio, de una formación filosófica y literaria —no sólo política— más sólida y de una profunda vocación universitaria. En estas cartas, junto a reflexiones políticas que sorprenden por su agudeza, expone Hess una concepción del mundo asentada en las más puras esencias de la tradición alemana. Hess comenta —a veces irónicamente— los últimos acontecimientos políticos, de los que recibe puntual información a través de su esposa Ilse. Analiza otras veces con agudeza las obras de los más destacados pensadores germanos —Schopenhauer, especialmente— o aborda temas literarios, lingüísticos, musicales. Pero quizá lo que presente un interés mayor con vistas a desvelar el misterio de esta personalidad contradictoria, son las cartas en las que Hess hace balance de su vida, de sus éxitos y fracasos, pide perdón a su esposa por estos largos, años de soledad o aconseja a su hijo sobre las lecturas o los estudios que debe seguir.
En su conjunto, esta correspondencia sostenida desde la cárcel constituye uno de los documentos humanos más impresionantes de nuestro siglo, una obra a la que habrá que recurrir en el futuro cuando se intente penetrar, no sólo en el drama íntimo de Rudolf Hess, sino en la angustia como dimensión última del hombre, en la tragedia de un fracaso purgado hasta su límite más cruel.
SOBRE LA VIDA DE MI PADRE
A la pregunta dirigida por carta a Spandau por mi madre sobre si después del 1 de octubre de 19661 tan grave para él, no desearía recibir una visita de su hijo, respondió:
«No sería, en realidad, un reencuentro sino un primer conocimiento. Pues del último encuentro, cuando tenía tres años, no puede haber quedado durante veinticinco años más que una sombra como recuerdo del padre. Y el niño de entonces no tiene con la fotografía del hombre crecido de hoy nada en común más que la certeza de que ambos son mi hijo…»
Con excepción de un brevísimo momento, de todos modos bastante nítido, no ha quedado en mi recuerdo nada que pueda semejarse a un contacto personal, a un conocimiento personal con él. Tuve que reconstruir su imagen a través de relatos, anécdotas, informes e investigaciones personales, tal como acostumbra a hacer un estudioso con una figura histórica. Y sin embargo, se hizo sentir y sigue obrando todavía en mí algo singular: la sangre paterna, la herencia que siento actuar en mí, tiende el puente hacia un hombre a quien — por decir así — no conozco personalmente y del cual me encuentro muy próximo. Gracias también, sobre todo, al intercambio epistolar y los debates que en estas cartas se han suscitado sobre diversos temas y problemas, siempre con la rígida censura de Spandau de por medio, ha podido transformarse una imagen difusa y poco clara al principio, en una concreta figura de mi padre, a la que ahora creo ver con absoluta concreción. Todas las particularidades restantes que he ido descubriendo — procedentes de años muy lejanos con frecuencia o en papeles amarillentos por el tiempo— han contribuido a trazar esta visión de conjunto de su personalidad.
En el bosquejo de la familia Hess que a continuación se ofrece y especialmente en el que trazo de la vida de mi padre, trato de transcribir este cuadro, por lo menos en sus contornos más precisos.
* * *
Los antepasados de la familia Hess por nosotros conocidos aparecen asentados en la región de Wunsiedel, en los montes del Fichtel. donde según una presunción no confirmada, debieron establecerse alrededor de 1730, procedentes de las zonas germanas de Bohemia. El primero cuya existencia es posible puede seguirse de una manera concreta nació en el año 1740, en Oberredwitz2. Sus años de estudios y de viajes le llevaron lejos del país; finalmente, volvió a la tierra natal y se estableció en Wunsiedel como zapatero. El carácter prolífero de la familia — Peter Hess tuvo cuatro hijos y dos hijas y también las siguientes generaciones fueron prolíferas — hizo que la estirpe comenzara a ampliarse. La mayor parte de los hijos y nietos de Peter Hess abandonaron Wunsiedel y emigraron a todos los puntos cardinales del antiguo Reich: como artesanos, médicos, clérigos, funcionarios, químicos, e ingenieros aparecerían en los tiempos subsiguientes.
Sin embargo, nuestros directos antepasados permanecieron todavía por espacio de dos generaciones arraigados en Wunsiedel y también el bisabuelo de mi padre, Johan Hess, fue allá un apreciado maestro zapatero hasta su muerte (1863).
El ansia de lejanías que heredado de Peter Hess, no se había hecho patente al principio más que en otras ramas de mi familia, se reprodujo en la nuestra en la persona de Christian Hess, mi bisabuelo. En su caso, como luego en el de mi padre — cuya capacidad para ello también se puso de manifiesto— no parecieron faltarle resoluciones que llevar consecuentemente a término. Nacido en Wunsiedel en el año 1836, abandonó el año revolucionario de 1848 la casa paterna y atravesando los Alpes con los coches de posta, viajó hasta Livorno, a casa de unos parientes lejanos. La agitación que aquel año reinaba también en Italia no pareció asustar gran cosa al muchacho de trece años que era entonces. Unos años más tarde, tocado otra vez del afán viajero, apareció en Trieste, donde ingresó en la razón social del comerciante suizo Johannes Bühler. Según ha quedado puntual constancia, su principal le tuvo en gran estima por «su capacidad y su «excelente carácter», hasta el punto de serle concedida en 1862, cuando tenía veintiséis años, la mano de la tercera de las hijas de Bühler.
A los tres años de la boda, cuando le habían nacido una hija y un hijo, abandonó Christian Hess la razón social de su suegro para vivir nuevas aventuras: en Alejandría, en Egipto, fundó en el año 1865 la empresa de importación «Hess Co .», que más tarde fue regentada por sus hijos Fritz y Adolf.
Este Fritz Hess —mi abuelo— se buscó novia en la patria: Clara Münch, con quien contrajo matrimonio en 1892, era hija de un industrial procedente de la Franconia septentrional. Su familia aportó a la herencia paterna y mediante una tradición de afición musical, un cierto equilibrio a los caracteres prosaicos y secos de los antepasados de los Hess y los Bühler3.
El primer hijo de esta unión —mi padre— nació el 26 de abril de 1894 y fue bautizado en el templo alemán evangélico de Alejandría con los nombres de «Rudolf Richard.»
Fritz Hess no solamente había heredado de su padre Christian la competencia y el espíritu de iniciativa, sino una severidad llevada en ocasiones a los máximos extremos. Sobre el orden que por voluntad del dueño y señor de la casa reinaba en el hogar de mi padre, en Alejandría, se contaban en el seno de la familia reveladoras anécdotas. Por ejemplo, las comidas se efectuaban con la máxima puntualidad de que era capaz el reloj. Los miembros de la familia se encontraban ya en torno a la mesa cuando el padre llegaba, procedente de la empresa, en el minuto exacto. Durante la comida, no se atrevía nadie —ni siquiera la madre— a pronunciar una sola palabra en tanto que el padre no hubiera abierto la conversación. Desde que un día rechazó la ensalada con las palabras «No soy una cabra», no hubo más lechuga en la mesa de casa de los Hess. La existencia de la casa estaba enteramente ajustada a las idas y venidas del padre, a sus horas de levantarse y de comer y sus gustos y sus inclinaciones: era un patriarca, que ejercía la autoridad ilimitada en el seno de la familia. En una de sus cartas desde Spandau recordaba mi padre que el patriarca en cuestión, en el año 1897 y por razón de que el acontecimiento no parecía inminente y en definitiva, tampoco le concernía a él de una manera activa, durmió tranquilamente mientras nacía su segundo hijo4.
De bastante tiempo después data otra anécdota que caracteriza a mi abuelo Hess: hacia los años 30 y al efectuar un viaje fuera de las fronteras, comprobó que el aduanero alemán había escrito en el formulario su apellido «Hess» con «ss» y le llamó para que rectificara y lo hiciera con doble «s»5. El funcionario comentó: «¡Ah! ¿Lo escribe usted como el lugarteniente del Führer?». A lo que respondió Papá Hess: «No; él lo escribe como yo porque soy su padre.»
A pesar del orden tan severo que reinaba en el hogar, los dos hermanos transcurrieron una infancia feliz; jugaban con amigos en el jardín paterno y aprendían por el contacto de los numerosos sirvientes aquello que no hubieran debido aprender. En especial parecieron haber adquirido una especie de maestría en el uso de juramentos árabes; mi padre contaba luego, no sin un punto de orgullo, que con el natural horror de la madre, podía recitar durante un minuto, sin interrupción ni repetición, aquella estridente parte del caudal lingüístico árabe sólo apto para labios masculinos.
No había en el gran jardín, arrebatado con mil penalidades al desierto y convertido en un mar de flora africana y europea, rincón que no hubiera sido conquistado por los «Oíd Shatterhand», «Winnetous» y «Hadchi-Halef-Omar»6. que no hubiera sido transformado en campamento de pieles rojas o guaridas de piratas. Los escorpiones eran algo cotidiano; tan solo cuando de unos matorrales especialmente favoritos y frecuentemente explorados apareció en una ocasión una cobra —que fue muerta por un portero árabe con un palo — se colocó en un gran vaso lleno de alcohol, como símbolo y a manera de advertencia.
Al lado de estos aconteceres infantiles y divertidos, el ambiente oriental, con sus características y peculiaridades, dejó al primogénito una marcada huella, ya en aquellos primeros años. Décadas más tarde escribiría al recordar Egipto desde Spandau que «recibido con la fuerza vital de la juventud» había dejado, como segunda patria «imborrables huellas».
Hacia finales de siglo y con la finalidad de vincular más estrechamente la vida de su familia con Alemania, Papá Hess se hizo construir en Reichsgoldgrünn, en las montañas del Fichtel, una gran casa de campo. La casa fue a partir de aquel instante el objetivo de viajes anuales de vacaciones. También estos viajes aparecen evocados en algunas de las cartas de Spandau. Despertaron en mi padre, en años juveniles, el amor por la naturaleza, que tan sugestiva se muestra en aquellos rincones de la Alta Franconia.
La vida cotidiana de su niñez transcurrió, empero, en Alejandría, donde ingresó en el año 1900 en la escuela evangélica alemana. Pero como la tarea escolar estaba al cuidado del escaso número de familias alemanas y el pequeño número de alumnos no parecía de acuerdo con lo que esperaba y exigía Papá Hess, quitó a sus dos hijos de aquel colegio y les puso al cuidado de unos preceptores particulares, que les daban las clases en el propio domicilio, con vistas a prepararles para los futuros quehaceres en la empresa paterna. Porque en este punto no abrigaba el padre la mínima duda: sobre todo su primogénito sería comerciante, continuando los casi cuarenta años de tradición de «Hess & Co.» Aquel hijo experimentó inclinaciones profesionales en otro sentido. En los ensueños sobre el futuro no se veía a sí mismo como comerciante en Alejandría, sino que su interés se centraba en la naturaleza y cuando elevaba la mirada al estrellado cielo que cubría el desierto egipcio, sus aficiones se dirigían a la astronomía; más tarde, experimentó una gran inclinación por las matemáticas y la física. Pero el severo padre no podía aceptar aquellas «diversiones» como una auténtica profesión. Cuando dirigió un día a su hijo la concreta pregunta sobre lo que quería ser «en un tono que por sí solo nos helaba la sangre»7 no le fue posible a éste más que articular con dificultad la palabra «comerciante».
Con semejante objetivo se le envió en el año 1908 al Pedagogium Evangélico de Bad Godesberg; su retorno a la patria fue para ingresar, pues, en un internado alemán de jóvenes donde —como recordaban luego los propios profesores — se puso de manifiesto su talento y aptitud técnico-matemática y donde tuvo ocasión de expresar por vez primera su secreto deseo de seguir la carrera de ingeniero.8 Por desgracia, la voluntad paterna estableció también en ello una frontera: tras conseguir la denominada «prueba de madurez media», tuvo que cambiar el «Pedagogium» por la «Ecolé Supérieur de Commerce» de Neuchatel. El hijo resultaba algo refractario a todo ello —entretanto, el padre se había dado perfecta cuenta — pero se vio obligado a pesar de todo a establecer contacto con la doble teneduría de libros, los cheques y el intercambio, que proyectaron las correspondientes luces sobre el oficio del comercio.
Además del respeto a las opiniones del padre, le había acompañado también a Suiza el recuerdo de la tradición de la empresa paterna; una tradición que no podía interrumpir y a la que estaba dispuesto a sacrificarse. Entre padre e hijo se había creado, a pesar de la rígida y severa dictadura paterna, una relación entrañable, hecha del mayor afecto mutuo. Así como el hijo respetó en los años juveniles la voluntad del padre, en los años últimos del padre ocurrió lo contrario, a pesar de que el hijo había terminado por no ser comerciante, sino haberse dejado llevar por una labor idealista que mereció, en definitiva, el máximo respeto paterno. Ambos experimentaban por su parte la fuerza de una convicción interna; los imperativos de una tarea y la abnegación y entrega precisas para llevarla a buen término. Tales eran las medidas y normas por las que se rigió su mutua relación.
Si la «Ecole Supérieur de Commerce» no consiguió imponer, en definitiva, a mi padre en los secretos del «balance» y «la doble teneduría», aquellos años transcurridos en Suiza tampoco dejaron ninguna huella en su espíritu. Su disposición y habilidad para forjarse un propio mundo interior — que le acompaña en sus dilatados años de cautiverio — tuvo entonces su primera expresión.
También durante su estancia de aprendizaje en Hamburgo, prevista y preparada por su padre, obró como siempre le dictaba su conciencia: a pesar de que no le atraía en absoluto cuanto formaba parte de su actividad diaria procuró, según propias palabras ser «mejor primero que último.» Sin embargo, su verdadera atracción eran los libros: día y noche se entregaba a la lectura con verdadera pasión. Aquellos años estuvo asimismo poseído de un «fanatismo marino»; poseía abundantes catálogos y volúmenes y se había aprendido de memoria listas enteras de armadores, con las unidades, el tonelaje, la velocidad, etc. Al lado de su interés por los aspectos técnicos se ofrecía en ello un primer atisbo de preocupación política: al igual que el hijo de un alemán residente en el extranjero había asociado ya el concepto del Reich con la «bandera alemana», en los años de Hamburgo se acostumbró a asociar el valor alemán en el mundo con las dimensiones de la flota.
En el decisivo mes de julio de 1914, la familia Hess se encontraba en Reichcholdsgrün reunida para pasar unas semanas de vacaciones: mi padre y su hermano habían llegado de Hamburgo y sus padres de Alejandría (donde no les fue posible regresar hasta 1919).
El entusiasmo bélico de los primeros días de agosto di 1914, significó un punto final para las relaciones entre padre e hijo, en su carácter hasta entonces autoritario. Para el joven aprendiz de comerciante no hubo un segundo de duda: dejó que los estudios continuaran sin él y se alistó inmediatamente y contra el deseo del padre como «voluntario de guerra».
El sentimiento impetuoso que agitaba la entera Alemania, la patria, que era para él patria de sus antepasados y arrebatadamente querida desde el extranjero, hizo que olvidara cualquier otra cosa. Nada hubiera podido detenerle. Se dirigió a Munich, donde ingresó el 20 de agosto de 1914 como recluta de la sección suplementaria del 7o Regimiento de Artillería de Campaña, del que fue traspasado el 18 de septiembre al arma de infantería (Primer Batallón de reserva del Regimiento Bávaro de Infantería número 19. El día 4 de noviembre de 1914 entró en campaña y fue adscrito finalmente a la primera compañía del Regimiento Bávaro de Infantería número uno, llamado «del Rey». El 21 de abril de 1915 fue nombrado cabo y pocos días después, obtuvo la Cruz de Hierro de segunda clase, siendo promovido algo más tarde — el 21 de mayo de 1915— a la categoría de suboficial.
Su regimiento estuvo a la sazón destacado por espacio de varios meses en el Somme; en el invierno de 1915-16 pasó al Artois y en junio de 1916 lanzado a la batalla de Verdún. Ante el fuerte de Douaumont fue herido, el 12 de junio de 1916, por un casco de granada.
A mi padre le ocurrió lo que a tantos de los jóvenes alemanes de entonces, que se fueron al campo de batalla con el himno en los labios y el ardor en el corazón. La crueldad de las mortíferas batallas de material hizo que aquellos muchachos que apenas habían dejado atrás la adolescencia se convirtieran de pronto en hombres maduros.
Uno de los que fueron entonces sus camaradas en el Regimiento Bávaro de Infantería número 1 me ha explicado: «Tu padre pertenecía a aquellos que tras un breve conocimiento y tras intercambiar las primeras palabras era admitido como un auténtico camarada. No se apartaba un instante de sus hombres y muy pronto se convirtió en uno de los más acometedores soldados. Cuando se trataba de encontrar voluntarios para patrullas de reconocimiento o grupos de asalto, aparecía con frecuencia entre ellos. Durante los ataques era un ejemplo por su sangre fría y su escasa preocupación por sí mismo. Pero no sólo venerábamos a tu padre por su valor personal y su arrojo, sino por sus juicios y criterios sobre los hechos y situaciones de las que éramos protagonistas.»
Tras reponerse de las graves heridas sufridas en Douaumont, pasó a formar parte, el 4 de diciembre de 1916, del Regimiento de Infantería de Reserva número 18, como jefe de pelotón de la Décima Compañía. Le enviaron de nuevo en campaña, aquella vez a Rumania. Del 25 de diciembre de 1916 al 8 de enero de 1917, tomó parte en la batalla invernal de Rimnicul-Sarat y los decisivos combates de persecución; estuvo en la batalla del Putna y en los combates de posiciones del Sereth y fue herido de nuevo, aunque en esta ocasión levemente, por un fragmento de granada en el antebrazo izquierdo, en los Cárpatos transilvanos. En las luchas en el Moldava occidental y la marcha por las estribaciones carpáticas, cuando ponía cerco a Ungureana, un disparo de fusil le penetró en el pulmón izquierdo; en lucha con la muerte fue trasladado al hospital de campaña de Bezdivasarhely, justamente a tiempo para que pudiera salvarse. Siguió una convalecencia de varios meses; mientras se reponía llegó —el 8 de octubre de 1917— su nombramiento como teniente.
Así como había tenido suerte a raíz de su segunda grave herida —una suerte de apenas un centímetro, puesto que de alojarse un poco más allá la bala le habría matado—, el hecho tuvo asimismo en otro sentido una repercusión feliz para él: considerado a partir de entonces no apto para su servicio en infantería, fue trasladado, tras una solicitud largamente expresada, a los servicios de vuelo.
Siguió una brevísima instrucción, en la primavera y el verano de 1918 (Escuela de Aviadores número 4) y en octubre de 1918 fue destinado a la escuadrilla número 35, y, finalmente, al servicio de vuelo, tomando parte en los últimos combates aéreos de la Primera Guerra Mundial, del 1 al 10 de noviembre, sobre Valenciennes. Tras el armisticio, la escuadrilla fue pronto disuelta: se le concedió permiso para regresar a Reicholdsgrün y el 13 de diciembre, «licenciado sin destino del servicio militar activo», tal como decía el documento oficial.
La guerra había terminado y quienes habían salido hacia el frente con las banderas desplegadas, regresaban —aquellos que sobrevivían— derrotados y endurecidos. Lo que experimentó mi padre en su interior al enterarse de las brutales exigencias del armisticio, sólo puedo intuirlo. En una carta escrita más tarde —en el año 1927— a una prima, expresó retrospectivamente algunos de aquellos sentimientos.
«Sabes que sufro por la situación a que se ha llevado a nuestra nación antes tan orgullosa. He luchado por el honor de nuestra bandera allá donde un hombre de mi edad tenía que luchar, allá donde resultaba más duro, entre la suciedad y el barro, en el infierno de Verdún, de Artois, y allá donde tenía que ser, arrostré el peligro de la muerte en todos sus aspectos, me sacudió durante jornadas enteras el estrépito del fuego, dormí en un hoyo donde yacía el cadáver de medio francés, pasé hambre y sufrí, como los luchadores del frente sufrieron y pasaron hambre. ¿Tiene que haber sido todo ello en vano? ¿Y los sufrimientos de las personas decentes, en la Patria, tienen que haber sido igualmente vanos? Sé por ti misma lo que vosotras, las mujeres, hicisteis. No; de haber sido inútil, lamentaría que el día en que fueron conocidas las duras condiciones del armisticio y su aceptación, no me hubiera atravesado un proyectil la cabeza. Si no hice los posibles porque así fuera, fue con esta única esperanza: «Puedes todavía tener tu parte en la evolución del destino.»
La fe y la voluntad en «la evolución del destino» fue, a partir de aquel instante, su pensamiento predominante. En la Alemania del invierno 1918-19, sacudida por alzamientos comunistas y atormentada por «consejos de obreros y soldados», reconoció que a pesar de todos estos elementos de derrota, existían todavía posibilidades para su país y su pueblo. Su principal anhelo fue oponerse con todas las fuerzas a la visible situación de servidumbre en que había quedado Alemania: un anhelo que se trocó, paulatinamente, en irritación y concentrada ira.
* * *
La derrota y la subversión de Alemania afectaron también profundamente las relaciones familiares de mi padre. La razón social Hess y Co. de Alejandría fue expropiada, mi abuelo, de sesenta años, tuvo que reconstruirla con grandes sacrificios y no pudo ofrecer así a su hijo un apoyo económico.
Sobre aquellas semanas he encontrado en los papeles de familia indicaciones de que mi padre, en enero de 1919, telegrafió a Potsdam en solicitud de un puesto de servicio: «Ruego información sobre si necesitan instructor aviador, con experiencia del frente.» La respuesta fue igualmente lapidaria: «Todos los puestos de instructores de aviación están ocupados.» Hubo otro intercambio de cartas con Berlín: un conocido de Egipto, que ocupaba un puesto en el ministerio del Exterior, informó sobre la solicitud de mi padre sobre la creación de cuerpos francos para «Defensa de nuestra marca del Este».
Fracasaron públicamente también, en febrero de 1919, sus planes militares, de tal manera que mi padre se dirigió a Munich, para inscribirse en la Universidad como estudiante.
Era aquel un Munich convertido en un hervidero: entre la generación del frente se preparaba el levantamiento contra el dominio de la ciudad por los consejos. Mi padre —que estaba obligado a ganar su propio sustento— no solamente fue empleado por un antiguo camarada de guerra en la pequeña empresa «Munchner Wohnungskunst GmgH.», ejerciendo con ello una actividad remunerada, sino que entró también mediante el jefe de la empresa en contacto con un importante círculo de correligionarios: la sociedad «Thule». Con estos camaradas formó, en los almacenes de la razón social y también en los locales de la sociedad, un verdadero arsenal que jugaría su papel en las luchas decisivas para la liberación de Munich.
Cuando el choque con el gobierno de los consejos llegó a su punto culminante, con el tronar de los cañones en el perímetro exterior de la ciudad, a cuyas inmediaciones llegaban ya las tropas del gobierno procedentes de la Alemania del norte y Wurtemberg, así como el Cuerpo Franco bávaro de Epp, fueron asesinados siete miembros de la sociedad Thule, entre ellos una mujer, la condesa Westarp. Mi padre escapó entonces por milagro de la detención y el fusilamiento e incluso llegó a conseguir, mediante un golpe de mano, un cañón que el Cuerpo Franco en retirada había tenido que abandonar en el Altheimer Eck, uno de los reductos rojos situados en el centro de la ciudad.
Cuando las luchas en Munich terminaron, mi padre llevó a cabo los planes trazados ya en Reicholdsgrün e ingresó por cinco meses en el «Cuerpo Franco Epp» (5.a Compañía de Alarma) como voluntario temporal.
Por aquella época se inició asimismo un contacto que sería de fundamental importancia para la trayectoria siguiente de mi padre: su jefe en la «Wohnungskunst GmbH.» le presentó al general Karl Haushofer, que era una personalidad extraordinaria: general del Estado Mayor bávaro, había efectuado con anterioridad a la primera guerra mundial numerosos viajes al Asia Oriental y obtenido, después de tres años de estancia en Japón, extraordinarios conocimientos políticos y geográficos.
Coincidente con Ratzel y en unión del profesor sueco Kjellen, desarrolló Haushofer nuevas ideas sobre la geografía política, sintetizadas bajo el concepto de «geopolítica». En la primavera y verano de 1919 —Haushofer estaba aún encargado de misiones militares —se preparó para su carrera académica y en el año 1921 fue llamado a una cátedra de la Universidad de Munich. En el joven teniente Hess no sólo encontró Haushofer un interesante oyente, sino también un decidido interlocutor. Para mi padre, aquellas conversaciones fueron el primer paso del pensamiento político instintivo al concreto y para ambos hombres, constituyeron el principio de una auténtica amistad que se prolongó durante un decenio.
Todos aquellos acontecimientos y circunstancias habían hecho que los estudios universitarios quedaran en un segundo término. Como se deduce de algunas de sus cartas de entonces, no por ello los abandonó. Además de las asignaturas que más le interesaban, se había decidido también por las leyes y la economía: una última concesión al padre y a la «Hess & Co. siempre amenazadora en el horizonte».
En la primavera de 1920 volvió a producirse una interrupción, cuando fue llamado a prestar servicio en el aeródromo de la Reichswehr de Sleissheim, a raíz del alzamiento de los espartaquistas en la región del Ruhr, el 29 de marzo de 1920. Una semana más tarde voló —tal como atestigua su documentación militar— para llevar un aparato a la «Escuadrilla Háfner», en la región del Ruhr, y terminó así su servicio militar Queda lacónicamente informado así en la lista del escalafón de guerra: «Separado el 30 de abril de 1920.»
* * *
Debió ser por aquella misma época cuando —al lado de Haushofer— una segunda personalidad influyó en la vida de mi padre. Según el relato de mi madre, fue durante un acto oratorio, en la sala de actos de la «Sternecker Brau», en el Münchener Tal, donde el estudiante Rudolf Hess oyó hablar por vez primera a Adolfo Hitler. Casi inmediatamente se sintió atraído por él.
Unos dos años después, remitió a un concurso convocado por la asociación estudiantil, patrocinado por un alemán del extranjero que vivía en España, un trabajo, que no solamente fue importante por haber obtenido el primer premio, sino más aún: porque —sin citar el nombre de Hitler— describía las reflexiones y esperanzas que habían hecho que mi padre se convirtiera en uno de los primeros partidarios de aquel hombre.
El tema era el siguiente: «¿Cómo tiene que ser el hombre que devuelva Alemania a su nivel?» Mi padre respondió aquella pregunta, en la que se caracterizaba precisamente la situación alemana a la sazón:
«Si queremos buscar lo probable para el futuro, tenemos que mirar atrás, en el pasado. La historia se repite a grandes rasgos. El desencadenamiento de idénticas enfermedades hace que los políticos formados sean igual a médicos.
¿De qué sufre el pueblo alemán?
Ya antes de 1914, el cuerpo no estaba sano. Los trabajadores intelectuales y los manuales aparecían enfrentados, en vez de obrar conjuntamente. El intelectual contemplaba con una cierta soberbia al manual. En vez de dar líderes de sus filas, dejó a los otros abandonados a sí mismos, como pasto propicio a unos cabecillas que aprovecharon las injusticias para hacer mayor el abismo.
Se tomaron el desquite cuando tras el enorme esfuerzo de los cuatro años de guerra, fallaron de pronto los nervios. La derrota fue en primer lugar obra de aquellos líderes y los apoyos que encontraron entre el enemigo. Desde entonces, Alemania aparece presa de la fiebre. Apenas se mantiene en pie. Una hemorragia en sus principales arterias, como consecuencia del Tratado de Versalles; una administración dilapidadora, con las cajas vacías, y una circulación fiducidaria enfebrecida, con una grotesca desvalorización del dinero. Entre el pueblo, brillantes fiestas al lado de una miseria clamorosa; buena vida al lado del hambre, usura al lado de la propiedad y la honradez. Las últimas fuerzas parecen haber desaparecido.»
Describía así al «hombre» capaz de dominar aquella situación:
«Con sus discursos lleva a los obreros hacia el nacionalismo, destruyendo la ideología internacional-social del marxismo. En su lugar presenta el concepto nacional-social. Además, educa a los obreros manuales como a los llamados intelectuales: el interés general tiene que superar al interés personal; primero la nación y luego el «yo» personal. Esta conjunción de lo nacional con lo social es el eje de nuestro tiempo, como fueron las reformas del barón Von Stein antes de las guerras de liberación. El jefe tiene que recoger las ideologías sanas de su tiempo y transformarlas en unas ideas incendiarias que vuelvan a ser efectivas entre las masas.»
«Una gran pasión política es el más valioso tesoro; el corazón pusilánime de la mayoría de las gentes ofrece escaso espacio para ello. Feliz el linaje al que una necesidad impone una noble ideología política, grande y sencilla, comprensible para todos y aprovecha todas las otras ideas de la época.»
(Treitschke)
También los pensamientos de Haushofer eran identificables en algunos párrafos:
«El destino de un pueblo se determina por la política sobre la economía. Todas las reformas internas, todas las medidas económicas serán inefectivas mientras estén en vigor los tratados de Versalles y St. Germain. El hombre guía, político-geográfico, deberá tener un concepto general del mundo. Conocer a los pueblos y sus influyentes particularidades. Según las necesidades y circunstancias, tendrá que pisar con botas de coracero o anudar hilos con dedos cautos hasta en el quieto océano.
»Su tarea más destacada será el restablecimiento de la dignidad alemana en el mundo. Saber lo que es imponderable; saber que la antigua bandera bajo la cual se desangraron millones en la fe por su pueblo, tiene que volver a ondear; saber que hay que llevar a cabo la lucha contra la mentira de la culpabilidad con todos los medios. El fuerte sentido nacional en el interior, la fe en sí mismo, fortalece a un pueblo tanto como la salvación del honor en el exterior.»
El trabajo premiado terminaba como una llamada con versos de Dietrich Eckart:
«Todavía no sabemos cuándo el «hombre» intervendrá para efectuar la salvación. Pero millones tienen la intuición de que aparecerá. Habrá llegado el día cantado por un poeta:
Ataque, ataque, ataque.
Suenan las campanas de torre en torre.
Llaman a los hombres, los ancianos, los niños
Llaman a los durmientes en sus estancias
Llaman a la muchacha que desciende la escalera,
Llaman a la madre que está junto a la cuna
Tienen que retumbar y resonar en el aire
Enfurecerse entre los truenos de la venganza
Llamar a los muertos de su sepulcro.
¡Despierta, Alemania!»
(Dietrich Eckart)
* * *
Entretanto, y para facilitar los estudios de mi padre, afectados por la desvalorización creciente del dinero, una hermana de su padre que vivía en Suiza, había decidido remitirle mensualmente cien francos oro. En los tiempos de la avasalladora inflación alemana, aquello permitía llevar un tren de vida efectivo, aunque sin grandes lujos. Así es que pudo despedirse de la «Munchener Wohnungskunst GmbH», aunque no sin proporcionar al jefe amigo una experta sucesora en la persona de su posterior esposa, mi madre. La tía de Suiza estaba muy lejos de sospechar que en el abundante tiempo libre conseguido, mi padre se dedicaría más a la política que al estudio.
Sobre el principio de esta actividad, ha aparecido al efectuar la investigación de los documentos de aquel tiempo en los archivos oficiales bávaros, una carta de mi padre con fecha del 27 de mayo de 1921. Fue dirigida al presidente del consejo de ministros, Von Kahr. De ello se extrajo que había acompañado ya a Hitler en una audiencia concedida por el presidente del Consejo; en esta carta solicitaba mi padre la confianza de Kahr, ya que escribía lo siguiente sobre la posición política de Hitler:
«El punto central es que Hitler se halla convencido de que solamente es posible un restablecimiento de la postura mundial de Alemania si se consigue atraer a la gran masa, en especial a los trabajadores, hacia lo nacional. Pero esto es solamente concebible con un socialismo razonable y honrado. Por de pronto, antiguos elementos comunistas y miembros del USP han ingresado en considerable número en el «Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista». Al final de un arrebatador discurso de Hitler pronunciado en el Circo Krone, unos dos mil comunistas cantaron, de pie, el himno alemán. Las diferencias de clase se han superado y el obrero manual alterna en las asambleas con los oficiales y los estudiantes. Para mí, que como alemán nacido en el extranjero, detesto todos los partidos, este movimiento representa el «partido sobre los partidos», que está llamado a un gran futuro. Conozco muy bien personalmente al señor Hitler, puesto que casi cada día converso con él y también me siento muy próximo a él como persona.»
Al final decía:
«Para dar a mis palabras algún peso más, ruego a Su Excelencia que, en caso de desear informes sobre mí, tenga a bien solicitárselos al general, profesor doctor Haushofer, con el que me une una estrecha amistad.»
La siguiente intervención de mi padre en el acontecer político fue de naturaleza más violenta: pertenecía a la «Defensa de salas del NSDAP», antecesora de las «Secciones de Asalto». En tal condición, tomó parte en el ya famoso encuentro en la cervecería «Hofbrauhaus», de Munich, el 4 de noviembre de 1921, y fue herido, inclusive. Sobre aquel hecho escribió Hitler con posterioridad que aquella noche «había aprendido a conocer verdaderamente a Rudolf Hess».
Más tarde organizó en la Universidad de Munich un «Grupo estudiantil del NSDAP», del que fue jefe hasta los acontecimientos del 8 y 9 de noviembre de 1923. Acontecimientos en los que llevó a efecto una misión especial: tuvo que custodiar, la noche del 8 de noviembre, a los ministros bávaros detenidos en la «Bürgerbräu». Efectuó la tarea de una manera muy cortés. En un libro aparecido recientemente, donde se hace historia de dichos acontecimientos, puede leerse;
«La jefatura de la «Kampfbund» sabía exactamente porqué confió aquel pelotón a un antiguo teniente aviador procedente de una familia de la gran burguesía, que apareció casi tímidamente ante sus prisioneros. A ninguno de los rehenes le ocurrió nada grave.»
De todos modos, aquel episodio tuvo una consecuencia: en un proceso paralelo al gran «Proceso de Hitler», fue mi padre condenado, a finales de abril de 1924, y en unión de cuarenta participantes en el «putsch» de noviembre, a pena de reclusión en la fortaleza de Landsberg.
Siguieron casi tres cuartos de año de forzada holganza, que supo aprovechar de todos modos. Al lado de estudios para la explicación de un curso y actividad deportiva —había montado en el jardín de la cárcel un dispositivo para efectuar saltos de altura—, sostuvo conversaciones con Hitler, que, como es sabido, se hallaba entonces atareado en la redacción del «Mein Kampf».
En aquella época, mi padre escribió a máquina, al dictado de Hitler, el manuscrito del «Mein Kampf». Efectuó, tras cada una de sus conversaciones privadas con Hitler un borrador privado; tan sólo después fue encargado de repasar las correcciones del «Mein Kampf».
* * *
Tras la liberación de Landsberg, en la noche de San Silvestre de 1924, mi padre tuvo que tomar una decisión difícil: el profesor Haushofer ofreció al recién salido de la cárcel, un puesto de ayudante en ciencias, que mi padre aceptó primeramente. Pero cuando, a mediados de febrero de 1925, permitió el gobierno bávaro la nueva fundación del NSDAP y Hitler le ofreció el puesto de secretario particular, se decidió por Hitler. Fue éste un paso que Haushofer no le perdonó por entero. Aunque la geopolítica atraía mucho a mi padre, aunque veneraba y apreciaba al anciano caballero, tan lleno de ciencia y sabiduría, la dinámica y el impulso del joven movimiento político, ejercían una intensa fuerza de atracción sobre él. Terminó sus estudios y se entregó de lleno a su nueva tarea. Iba con Hitler de reunión en reunión —muy pronto los recorridos se extendieron a la entera Alemania—, escribía, organizaba y planeaba conjuntamente con él.
La empresa «Hess & Co.» de Alejandría —a pesar de su reconstrucción— desapareció de su existencia; la vida de aquel hombre de treinta años estaba fundamentada y decidida de otra manera. Podía llevar a cabo los deseos tantas veces reprimidos. En los documentos familiares que todavía se conservan se encuentra una carta, fechada el 20 de noviembre de 1927, dirigida a sus padres, en la que les anuncia su boda prevista para el 20 de diciembre y se hace constar lo siguiente:
«Pero os hablo de boda y viaje de bodas, sin que sepáis siquiera que vuestro hijo mayor piensa casarse. ¿O acaso no tenía que habéroslo dicho? Sin duda, habíais ya contado con que un día me casaría con la buena camarada de tantos años, con la compañera de escaladas y práctica de esquí, con la compañera en los días buenos y malos del tiempo pasado, con le visitante de la cárcel, que me aportaba los domingos un cambio en la monotonía de la vida de cautiverio, con aquélla que era objeto de todos mis pensamientos y acciones, con Use Pröhl, en una palabra. Con ella entro en el puerto del matrimonio: es ese puerto cuyos escollos conozco tras años enteros de estar juntos, como el piloto las aguas, que recorre durante la tempestad y la calma. Por demás, no preciso haceros una larga descripción de «ella»; la conocéis. No necesito convenceros, como un buen hijo, de que es un ángel y por qué es un ángel. O para repetir la imagen utilizada por Schopenhauer en una de sus cartas, aclararos, porque estoy convencido de «haber pescado la mejor anguila en un saco de culebras». Que esta anguila sea seis años menor que yo, tranquilizará sin duda a mi padre, dada su actitud ante este problema. No esperamos necesariamente —la anguila y yo— el cielo en la tierra en todo momento, pues estamos demasiado maduros para ello, pero sí cuanto pueden conseguir dos personas que se conocen y que se aman como no se han conocido otras personas antes del matrimonio y que están decididas a recorrer juntas el camino de la vida…, esto es, con frecuencia, más hermoso que el «cielo» en un sentido estricto. Con el cielo en el sentido corriente no tenemos que ver mucho ninguno de los dos, puesto que no tenemos ninguna relación con las confesiones actuales…, acaso por sentirnos ambos profundamente religiosos. No conocemos aquí ningún sacerdote que coincida con nuestra concepción. Por ello hemos efectuado nuestro matrimonio para nosotros, con Dios y rechazado todas las formalidades externas…»
Sus temores sobre si los padres aceptarían aquel sorprendente escrito, resultaron infundados. El padre envió inmediatamente sus felicitaciones; la madre escribió con una retrospectiva alusión llena de humor al alistamiento voluntario efectuado al estallar la guerra:
«Cuando en el año 1914 fuiste soldado de Infantería, nos escribiste: “Alegraos conmigo; soy de Infantería.” Como padres, recibimos la noticia con escasa alegría, pero pusimos buena cara a aquel grave juego. Tu carta actual termina igualmente con las palabras: “Alegraos conmigo…” En la presente ocasión, lo hacemos de todo corazón.»
El 20 de diciembre de 1927, los dos hombres que había escogido como maestros, fueron sus testigos: Adolf Hitler y el profesor Karl Haushofer. Una fiesta nupcial celebrada en casa del conocido editor de Munich, Hugo Bruckmann, entre un estrecho círculo de amistades, cerró el día que consagró la unión de dos personas que no podían sospechar entonces los acontecimientos adversos a que se vería sometida su unión; unión que ha capeado todos los temporales y no sólo ha crecido, sino que se ha hecho más profunda. Es hoy mucho más fuerte que entonces.
* * *
Los años siguientes, hasta el 30 de enero de 1933, aportaron, como los transcurridos anteriormente, innumerables viajes, asambleas, encuentros violentos, esperanzas, decepciones, derrotas y victorias. Aquéllas eran las señales de una ardua lucha política, llevada con fe fuerte e indomable en la victoria de las propias convicciones, estimuladas y apoyadas por los crecientes triunfos.
Es de hacer notar también que mi padre no había abjurado como «secretario» de su antigua pasión por el vuelo, sino que lo practicaba en su aspecto deportivo como pionero. Pertenecía a los primeros «aviadores privados» de Alemania, tras haber conseguido de la editora del periódico del Partido y con finalidades de propaganda, la adquisición de un «Messerschmitt 25», en cuyo fuselaje podía leerse, con grandes caracteres, «Völkischer Beobachter», y cuyos mandos ocupaba el «secretario» volante. Mi padre consiguió convencer a Hitler para no trasladarse a las asambleas o mítines en tren o en automóvil, sino utilizar el «vehículo aéreo», como lo denominaba, para ahorrar tiempo. Pero la técnica imperfecta —de acuerdo con los niveles actuales— de los aviones deportivos, los escasos medios auxiliares para la navegación y el desconocimiento de las condiciones atmosféricas de ello resultante, hacían que mi padre llegara a los lugares previstos después de innumerables aventuras y con considerable retraso o bien le obligaban a aterrizar en lugares no previstos para ello. Hitler llegó a decir un día, irónicamente, a su «loco volador»: «Cuando vuelva a hablar en Hamburgo, le dirigiré a usted a Colonia y en tal caso existirá por lo menos una probabilidad de que tropiece con usted en Hamburgo.» Semejante ironía espoleó el amor propio del aviador, que se esforzó en demostrar a partir de entonces que podía llegarse a Hamburgo cuando se quería ir a Hamburgo. Pero los éxitos permanecieron inciertos, según los deseos del tiempo, el motor o diversas circunstancias.
Mi padre aspiraba también a llevar a efecto grandes designios deportivos; llegó a pensar en replicar a. la primera travesía del Atlán33
tico por Lindbergh, en 1927, con un vuelo desde Europa a América; todavía en el año 1932 —el año decisivo desde el punto de vista interior— obtuvo el segundo premio, que fue el primero en 1934 en la prueba para aviones deportivos «en torno al Zugspitze»10. Su mayor hazaña aérea fue también la última: el vuelo solitario a Inglaterra en la noche del 10 al 11 de mayo de 1941.
* * *
Las fechas de la trayectoria pública de mi padre constan en todas las obras de consulta: a las pocas semanas de que Hitler, como jefe del mayor partido alemán a la sazón, fuera llamado a la cancillería del Reich, había encargado a su «secretario» de una importante tarea, al nombrarlo, tras la denominada crisis Strasser, presidente de una «Comisión Política Central del NSDAP», recién creada.
Cómo mi padre valoraba su trayectoria ascendente quedó de manifiesto, ya en aquel diciembre de 1932, en la respuesta que dio a las felicitaciones por su cargo:
«Hacer carrera está emparentado con el «hacer dólares» americano. «Haz dólares, hijo mío, si puedes, honradamente…, pero de todos modos, haz dólares.»
El que hace carrera está con frecuencia muy cerca del chanchullero. Está más próximamente emparentado con el seductor que con el que verdaderamente sabe.
Frecuentar compañías, atar relaciones, aprovechar estas relaciones: estos son los medios del que hace carrera. Se puede bailar carrera, cenar carrera, beber carrera, impulsar carrera hacia arriba, hacerla descender, intrigar hacia arriba y hacia abajo, casarse con carrera y hasta incluso dormir carrera…
«Hacer una cosa por propia voluntad» y hacer carrera se lleva mal una cosa con otra. El que hace carrera lleva a cabo las cosas en pro de ella.
Ante el que hace carrera se halla situado aquél que debe todo a su carácter ascendente. Efectúa su deber, sin pararse a considerar el resultado que tendrá sobre su carrera. También puede cuidar la sociabilidad, si así lo desea; puede bailar, amar, fumar en compañía de otros caballeros, casarse…, pero nunca con el pensamiento puesto en la carrera, sino en primer lugar en aquello que sirve.
Llegar a la cumbre fresco y descansado: he aquí la ambición del que hace carrera y que trata de conseguir a todo trance puesto en el funicular. El otro, en cambio, asciende por su propio esfuerzo: «Llega más alto aquél que no sabe dónde sube.» Aquél que no escoge las etapas de la carrera como punto de orientación, sino que sigue al impulso interno para alcanzar la verdadera creación.»
Tras la toma del poder por Hitler, el 21 de abril de 1933, pasó del puesto de «Presidente de la Comisión Central» al de «Lugarteniente del Führer del NSDAP», al que siguió el nombramiento hecho todavía por el presidente Hindenburg de «ministro del Reich sin cartera». La tarea de mi padre permaneció invariable: tuvo que dirigir en representación de Hitler al Partido Nacionalsocialista, convertido en partido estatal. Con su iniciativa de paz en mayo de 1941 rebasó ampliamente su «competencia». Que tras haber llevado a efecto aquella acción aventurera, con evidente peligro de su vida y tratando de poner fin a los hechos bélicos, fuera condenado en el proceso de Nuremberg por un presunto «crimen contra la paz» —y solamente por ello— es una de las más amargas «majaderías» que marca la historia de nuestro siglo.
En su declaración final ante el tribunal de Nuremberg, mi padre dijo:
«No me arrepiento de nada. Si volviera a estar al principio, actuaría como lo hice. Incluso si supiera de que al final ardería una hoguera para mi muerte en las llamas. Poco importa lo que hagan los humanos; algún día me sentaré ante el Juez Eterno; ante El me responsabilizaré y sé que me declarará inocente.»
Hoy han transcurrido más de dos décadas desde que fueron pronunciadas estas palabras; más de veinte años largos transcurridos tras gruesos muros, en la celda de una prisión.
No han podido doblegarle, no han podido quebrantarle; sigue con la fe puesta en su derecho rígido y correcto. Rechaza pedir gracia. Y a quienes le encadenaron, les responde: «Mi honor es para mí algo más alto que la libertad.»
Volf Rudiger Hess
NOTAS:
1 Véase el epílogo del libro.
2 Estos datos proceden de un “Árbol genealógico de la familia Hess”, en cuyo texto de “ Wilhem Hess, hijo de Michael Hess”, se dice con el estilo de la época que “de todo corazón” se desea “que la amada Patria obtenga por largo tiempo hombres y mujeres alemanes. Así lo quiera Dios.”
3. A ellos se refieren las alusiones que en las cartas de Spandau se hacen a los “antepasados suizos”, a los que pertenecía el famoso pedagogo Pestalozzi.
4. Ver carta del 14.III.1954. (“Prisionero de la paz”). En el año 1908 nació una niña.
5 La doble ese tiene un carácter propio en alemán, procedente del alfabeto gótico. (N. del T.)
6 Personajes de las novelas de Karl May. (N. del T.)
7 Véase carta del 24.11.1954.
8 Ídem.
9 Sobre la carrera militar de mi padre informo tan sólo de una manera fragmentaria y esquemática, según los datos que he podido procurarme. En una carta dirigida a Spandau le rogué respuesta sobre algunas preguntas que le hice sobre hechos y sucedidos lejanos y obtuve una contestación marcadamente afectuosa: los recuerdos de la juventud y los años adultos le conmovían tanto, según me escribió el 17 de diciembre de 1966 “que la vuelta atrás de la memoria me causa daño, en el estado en que me encuentro. Me resulta tan doloroso, que evito pensar en ello y he conseguido tender un velo que evito tocar en lo posible. Os ruego que tengáis comprensión por ello si no respondo a diversas preguntas que me habéis hecho en la última carta. No se compagina bien haberse sumido en semejante tabú y luego tratar de quebrantarlo. ¡Nada de experimentos!
Y añade que la palabra “sonríe”, que tan a menudo aparece entre paréntesis en los párrafos de sus cartas para indicar su visión irónica de alguna cuestión, se refiere a veces a circunstancias que ni para él ni para nosotros tienen nada de agradable. (N. del A.).
10 La montaña más alta de Alemania. (N. del T.)