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Escritos Políticos Completos – Rodolfo Irazusta

1405 págs.
Tomo I: 447 páginas (1927-1930) “La Nueva República” – Criterio – Baluarte
Tomo II: 458 páginas (1931-1941) La Nueva República – Criterio – Nuevo Orden – Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas
Tomo III: 500 páginas (1941-1959) Nuevo Orden – La Voz del Plata – Partido Libertador – unión Republicana – La Voz Republicana – Azul y Blanco –  Discursos – Conferencias – Reportajes
Editorial Independencia
1993, Argentina
Precio para Argentina: 140 pesos (3 tomos)
Precio internacional: 28 euros 
(3 tomos)

Rodolfo Irazusta inicia la revisión de las ideas políticas en el país; es el primer laico que en este siglo defiende la religión Católica y a su Iglesia; comienza el revisionismo histórico; formula una apasionada interpretación critica de la Constitución nacional; es él fundador del nacionalismo argentino y su máximo exponente, ocupándose permanentemente de los problemas del país que constituyeron la preocupación fundamental de su vida.
Aunque en algunos casos parezcan repetitivos, no hubo repetición en sus escritos, hubo coherencia en sus ideas y en su apreciación de la realidad del país, pues desde que comenzó a escribir, en diciembre de 1927, hasta que murió, en julio de 1967, la Argentina fue un país dependiente, esto es, una colonia. Y es muy triste tener que afirmar que lo sigue siendo.
Es un misterio por qué Dios regaló a la Argentina dos personalidades de la talla de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta; político genial, uno, y eminente historiador el otro. ¿Es posible que se pierda ese servicio público de ambos, realizado con generosidad, abnegación y sacrificio, sin poner remedio a la decadencia que, desde 1852, sufre el país, y que en la actualidad amenaza con su disolución?
Esta recopilación es un acto de justicia hacia la persona de Rodolfo; e intenta ser también el medio para que los argentinos conozcan sus ideas, su acción, sus escritos, que contienen el diagnóstico acertado de la enfermedad que mata a la Argentina, y, además, las soluciones para su curación y su salvación. ¡Que así sea!

ÍNDICE TOMO I

Escritos en:
La Nueva República – Criterio – Baluarte

 

Prólogo             7
Rodolfo Irazusta (Testimonio personal),
por Félix S. Fares        11
Nuestro programa        48
La presidencia             52
La jerarquía en las funciones del Estado          54
La política. – I. Los orígenes de la crisis agra­ria. – II. La campaña presidencial. – III. El precio de la deslealtad. – IV. Una evocación ..    56
La política. – I. Los orígenes de la crisis agra­ria. – II. Impuestos confiscatorios. – III. La campaña presidencial                60
La campaña presidencial. – Nicaragua              64
La política. – I. Orígenes de la crisis agraria. -II. La campaña presidencial. – III. Meló en Cuyo. – IV. La conjuración del silencio                69
La política. – I. La conferencia de La Habana. -II. Los servidores del soberano. – III. La cam­paña presidencial               73
La política. – I. El escándalo. – II. El verda­dero culpable. – III. “La emboscada del cuarto oscuro”    78
La política. – I. Los frigoríficos y la democra­cia. – II. Han ganado las ciudades. – III. Los de­fensores del orden. – IV. El cuesta bajo liberal    82
La política. – I. El federalismo y la democra­cia. – II. La campaña presidencial. – III. Los socialistas de veras. – IV. Quedan los cuadros extranjeros                86
—    La política. – I. Revisión constitucional. – II. El escrutinio. – III. El partido Nacionalista. – IV. El semanario    90
La política. – I. Los fondos electorales. – II. Gobierno y Jurisprudencia. – III. El escrutinio ..    94
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. El artículo 1º. – III. Las condiciones de un partido nacional. – IV. Ibero-américa              98
La política. – I. El aniversario de la Constitu­ción. – II. La democracia no está en la Consti­tución. – III. Las condiciones de un partido nacional               105
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La revolución en las puertas del Senado. – III. Nacionalismo imperial               112
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La conquista espiritual. – III. “La generosidad democrática”. – IV. Cesarismo   118
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La democracia en acción. – III. Los verdaderos culpables                125
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La propaganda de las sectas. – III. Las ventajas de la ideología. – IV. Las órdenes del soviet                131
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. El socialismo y la Iglesia. -III. La formación de un partido nacional….   138
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La conquista espiritual. – III. El debate    143
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. El régimen del derroche. -III. La defraudación. – IV. El triunfo del senado 150 La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La democracia como fin. -III. Bajo la impresión de una derrota. – IV. El mensaje              156
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La democracia como fin. – III. La ubicación. – IV. La verdadera política 164
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. El fracaso de nuestra diplomacia. – III. La huelga de Rosario                173
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. Un asesinato más. – III. Sagarna tiene estudio propio      179
La política. – I. La vicepresidencia. – II. El caso constitucional. – III. La encuesta. – IV. Nuestra opinión. – V. República y democracia         184
La política. – I. La convención. – II. La elección presidencial. – III. La residencia. – IV. La cre­ciente        191
La política. – I. La democracia no está en la Constitución. – II. El escrutinio. – III. La propia seguridad                196
La política. – I. La asamblea. – II. El ladrón. – III. La defensa del ciudadano       201
La política. – I. La celebración de la paz con el Brasil. – II. El triunfo de los intereses particu­lares. – III. Rumbo a la izquierda. – IV. Un discurso de Carlés      206
La política. – I. La paz perpetua. – II. Las jubi­laciones. – III. La celebración de la paz con Brasil             214
La política. – I. El homenaje a Rawson. – II. Los favoritos del régimen. – III. El cínico. – IV. “Un loco argentino”              219
La política. – I. La labor legislativa. – II. El otro proyecto. – III. La conferencia de Vandervelde. – IV. Fin de fiesta           226
La política. – I. “Como se formó el país argen­tino”. – II. La intervención a San Juan. – III. La labor legislativa      235
La política. – I. La intervención a Mendoza. – II. El subsidio para la Caja de Jubilaciones. –
III. El presupuesto. – IV. La invitación de la Liga. – V. Al servicio del privilegio. – VI. Contestación a un regalo       241
La política. – I. El final de la legislatura. – II. Los disfrazados. – III. Unidad de acción gubernamental                  249
Juicio de residencia a los gobernantes del período 1922-1928           256
La política. – I. El 12 de octubre           265
Programa de gobierno de “La Nueva República”  267
Las funciones del Estado        283
La posesión de las Orcadas               285
La política. – I. El federalismo en la democracia. – II. Rubor demagógico         287
La política – I. La democracia no está en la Constitución. – II. La ascensión al imperio. –
III. Los resultados de la ideología. – IV. Independencia gubernamental    290
La política. – I. La huelga política. – II. Imperialismo sin ambajes. – III. “El mal de la democracia”           297
La política. – I. El licenciamiento de conscrip­tos. – II. Garantías para el trabajo. – III. Abstención acertada. – IV. Las elecciones municipales. – V. La reacción             305
La política. – I. Nuestro aniversario. – II. La redención de las colonias. – III. La utilidad de la intervención           314
La política. – I. La intervención a Santa Fe. – II. El presidente y el comicio. – III. Una confirmación auspiciosa                320
La política. – I. El conflicto del Chaco. – II. El centenario de la tragedia de Navarro. – III. El huésped. – IV. La sobra sobre el fuerte………   326
La política. – I. El triunfo de la paz. – II. La elección municipal. – III. La complicidad. – IV. Las vacaciones          333
La política. – I. La paz difícil. – II. La intervención a Mendoza. – III. Las vacaciones        339
El conflicto del Pacífico. – I. Solución parcial. – II. La Etiopía americana. – III. La solución continental                 344
La política. – I. Retorno tardío. – II. La indig­nidad de los tiempos presentes. – III. El pro­tector de los humildes. – IV. El criterio eliminatorio. – V. Las garantías de la ley. – VI. El silencio               347
La cuestión del Pacífico y la Argentina. – I. Paralelismo diplomático. – II. La cuestión del Pacífico. – III. Bolivia entre el Atlántico y el Pa­cífico. – IV. La Argentina y los Estados Unidos. -V. El hábil juego de la diplomacia chilena ….   354
El precio del liberalismo         360
La política. – I. El problema de la actualidad. – II. Directivos y directivas. – III. Yrigoyen. – IV.
El interinato. – V. El cesarismo. – VI. La reacción. – VII. La retrogradación              365
El caso de Entre Ríos             375
La política. – I. El relajamiento de la autori­dad. – II. Discernimiento necesario. – III. Las ferias de concentración. – IV. – El atentado. – V. Aclaración              378
La política. – I. Ernesto Torquinst y Cía. – II. El destino de las revoluciones. – III. El gobernador de los caminos            384
La política. – I. El presidente y el pueblo. – II. La dificultad de la revolución. – III. Bolivia y nosotros                  390
La política. – I. El centenario de la Independen­cia oriental. – II. El liberalismo y las Provincias Unidas. – III. El triunfo del Brasil. – IV. Los ideólogos y la política. – V. Consecuencias eco­nómicas de la segregación. – VI. La vinculación social. – VII. El futuro…….. 395
La política. – I. La seguridad pública. – II. Delincuencia y represión. – III. Democracia y re-
pública. – IV. La política internacional        404
La política. – I. El Panamá cordobés. – La moral del 90. – III. La moderna combatividad. – IV. Combatividad argentina. – V. Imposible razonar 411 La política. – I. La visita del príncipe. – II. Falta de gobierno, falta de voluntad. – III. Cesarismo y urbanismo. – IV. El poder de la mayoría               417
La política. – El desafío. – II. Solución política. -III. Actualidad del federalismo. – IV. Actitud de la oposición       424
Función histórica del gobernador de Entre Ríos 429 La política. – I. Política interior. – II. San Mar­tín y Artigas. – III. Enseñanza religiosa. – IV. La crisis económica. – V. Inglaterra y el pro­greso argentino. – VI. Dependencia comercial. VII. Necesidad de gobierno. – VIII. Incapaci­dad de la oposición. – IX. “Viva la revolución”. – X. Desvarios

ÍNDICE TOMO II

Escritos en:
La Nueva República – Criterio – Nuevo Orden – Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

La política. I. La restauración del orden. – II. El estado y la milicia. – III. El estado y la socie­dad. – IV. El hecho consumado. – V. El jefe. – La caída        7
La política. I. Nuestras previsiones. – II. La fe en el pueblo. – III. Derrota de las facciones. – IV. Política de paz. – V. La restauración del presti­gio. – VI. La reacción. – VII. Partidos nacionales    12
La política. I. El orden del 53. – II. Responsabilidad. – El estado de sitio            18
La política. I. El manifiesto del gobierno. – II. Los términos del manifiesto. – III. El interés “superior”. – IV. La opinión del país. – V. El pensamiento del gobierno     23
La política. I. Quien triunfó el 6 de setiembre. – II. Destellos de luz. – III. El vehículo de la voluntad nacional. – IV. Sistemas electorales. – V. El escrutinio de lista. – VI. Proporcional y circunscripcional. – VII. La lista incompleta        28
La política. I. El espíritu de justicia. – II. Sincronismo. – III. La independencia judicial. – IV. Un constructor           37
La política. – I. Consideraciones setembrinas. – II. La libertad de prensa. – III. Gobierno de
hecho y justicia de derecho. – IV. La revolución y el orden. – V. Colaboración        43
La política. I. El fruto de la experiencia. – II. El fracaso de dos generaciones. – III. La recua. –
IV. Incompatibilidades. – V. El aniversario de “La Prensa”             49
La política. I. Los principios contra la Nación. – II. Por qué queremos la dictadura. – III. Las elecciones en los Estados Unidos    58
La política. I. La revolución americana. – II. Brasil y Argentina. – III. Una gran manifestación
de inteligencia. – IV. La locura pacifista      65
La política. I. La inspiración del gobierno. – II. Cómo se traduce esa inspiración. – III. La función esencial          73
La política. I. La defensa de la producción na­cional. – II. Los inconvenientes de la protección. – III. Actitud de guerra civil                78
La política. I. El escándalo universitario. – II. La cuestión social y las elecciones. – III. Autoridad
y popularidad. – IV. Una ley injusta. – V. El aniversario      83
La política. I. El orden de la calle. – II. La re­nuncia del rector. – III. La unidad política ….    90
La política. I. Los dos caminos. – II. Los emigrados. – III. La ayuda a los agricultores     95
La política. I. La plutocracia según “La Prensa”. –
II. Lucha de influencias            101
La política. I. Año nuevo. – II. La República Argentina y la Liga de las Naciones. – III. Una solución para la crisis           106
La política. I. La justicia en la provincia de Buenos Aires. – II. Las instituciones y los hombres  113
La política. I. La reforma constitucional. – II. El refugio de la emigración. – III. La jubilación
del ingeniero Canale       119
La política. I. Contragolpe geográfico. – II. ¡Aquellos tiempos! – III. La política patagónica   126
La política. I. La reforma constitucional. – II. La reacción           130
Formación de los poderes de la república. I. La soberanía. – II. El voto. – III. Distribución de las
funciones sociales. – IV. Cómo se puede formar gobierno sin sufragio universal. – V. Separación clásica. – VI. Composición del Senado. – VII. La representación popular. – VIII. Las provincias. –
IX. El municipio               135
La política. I. La alianza británica. – II. El auxilio de la memoria             148
La política. I. El miedo del liberalismo. – II. Las facultades dictatoriales            154
La política. Declaración           159
La política. I. La alianza. – II. El socialismo y el librecambio. – III. Un discurso del general Justo.
– IV. La libertad electoral              166
Notas políticas. I. La normalidad deseada. – II. Los partidos y el mal gobierno. – III. Utilidad de la revolución. – IV. Restauración conservadora ..   172
Notas políticas. I. Actitud revolucionaria. – II. La revolución y el gobierno. – III. El régimen de los partidos        176
Notas políticas. I. Plebiscito obligatorio. – II. Elección directa. – III. El discurso de Laurencena  180
Notas políticas. I. La anulación de las elecciones bonaerenses. – II. La farsa aliancista            185
Notas políticas. I. El Día de la Raza. – La dictadura en Alemania          188
Notas políticas. I. El estado de la opinión. – II. La renuncia del señor Alvear    192
Notas políticas. I. Imposibilidad de un gobierno conservador. – II. La alianza con el antipersonalismo. – III. La derivación hacia el socialismo. – IV. Retroceso socialista. – V. Coincidencias prácticas. – VI. La solución  195
Notas políticas. I. Utilidad de los hombres de negocios          200
Notas políticas. I. “Política criolla”. – II. “Barbarie política”         203
Notas políticas. I. Animo destemplado. – II. Em­pecinamiento faccioso. – III. El sistema homi­cida. – IV. La necesidad de la concordancia ….   206
Notas políticas. I. El alcance de la revolución. -II. La revolución y la ley. – III. La ley pareja. – IV. Un hombre insaciable               210
Notas políticas. La profesión del candidato     214
Notas políticas. I. Vuelco de la situación. – II. La jurisprudencia del veto. – III. El estado de sitio  217
Notas políticas. – I. Savwlasky-Born. – II. Un precedente funesto          221
Notas políticas. I. La obsesión electoralista. – II. La abstención            225
Notas políticas. I. Normalidad revolucionaria. -II. La ley Sáenz Peña y la revolución. – III. El veto y la ley Sáenz Peña               228
Notas políticas. I. Serenidad difícil. – II. La alianza y el gobierno          232
Notas políticas. I. La abstención. – II. El documento abstencionista. – III. La alianza y el gobierno   235
La política. La filiación histórica           239
Notas políticas. I. El hecho y el derecho. – II. El favorito          244
Notas políticas. I. El tonus gubernamental. – II. La remuneración al parasitismo            247
Notas políticas. I. La amistad y el parentesco. – II. La independencia del gobernante               250
Notas políticas. I. El Dr. de la Torre opositor. – II. Elecciones libres     253
Notas políticas. I. La representación de los territorios. – II. La inercia estadual              257
Notas políticas. I. La moralidad electoral. – II. La moral y las doctrinas políticas. – III. El plebiscito del 8            260
Notas políticas. I. El yugo. – II. La estética liberal  264
Notas políticas. I. Conclusiones de la campaña. – II. El despechado    270
Notas políticas. I. La voluntad del soberano. – II. El ideal colmado       274
La riqueza petrolífera va a ser enajenada a un monopolio yanqui. La Standard Oil es la beneficiaría del estupendo despojo                       277
Las críticas al tratado                       279
Aclaración sobre la democracia                   283
Las falsas adaptaciones                  290
La introducción del fascismo                       296
La conjuración antiargentina                         300
La política británica en el Río de la Plata
Comentarios políticos. Significado de la ley de emergencia. – Las libertades del liberalismo ante
la democracia. – Mayoría, libertad. – Los partidos Comentarios políticos. I. La voz del buen sentido. – II. El radicalismo y la política internacional. – III. El lenguaje de la diplomacia norteamericana
Comentarios políticos. I. Una lección de política. – II. Evolución y continuidad en la política
argentina. – III. La experiencia de nuestros políticos. – IV. El cambio de equipo
Comentarios políticos. El proyecto Gancedo. Un defensor del capitalismo. La política del tero …
Comentarios políticos. I. La responsabilidad política. – II. El régimen en peligro. – III. Los armamentos
El nuevo gobierno. I. La continuidad guberna­mental. – II. Las cadenas del Estado. – III. Un ministerio de guerra. – IV. Los coloniales crudos. – V. La dirección de la economía        328
La voz de la reflexión             332
Comentarios políticos. I. La convención radical. – II. La adquisición de armamentos. – III. La visita
del lord               335
Comentarios políticos. I. El final del período parlamentario. – II. El negocio de la Cade            339
La defensa del régimen          343
La intervención en Buenos Aires y las compañías de electricidad. – I. Política personal. – II. El escollo capitalista        347
Opiniones sobre la guerra y sus consecuencias  350
La política de nuestra economía. I. Una reputación y su fundamento. – Las confesiones del Dr. Pinedo. – III. La inflación disfrazada. – IV. El expediente del crédito. – V. Las medidas necesarias              354
Las llaves del estuario            359
La cuestión de las bases        363
Variaciones sobre las bases navales              366
Tres aspectos de un mismo asunto. I. La sor­presa de lord Willingdon. – II. La negociación financiera en Washington. – III. El traspaso de la política tradicional inglesa a los Estados Unidos. – IV. Las postergaciones del Dr. Roca                     369
El triunfo de nuestra tesis                 375
Reactivación financiera y sometimiento colonial       378
Solidaridad rioplatense                    382
“El gran dictador” y “Petróleo”                     384
Un debate indiscreto en diputados              387
La guerra y nosotros                       389
La libertad de prensa                      394
Trascendencia de la hora presente              398
El Dr. Ortiz y el conflicto institucional                        403
Las corrientes de opinión en la política argentina     408
La ofensiva económica                    411
La revolución de setiembre y los nacionalistas        414
Hacia la organización del nacionalismo                    417
Organización y autonomía del nacionalismo ….        421
Las verdaderas víctimas del bloqueo inglés ….       424
Los coloniales en busca de metrópoli                     429
Utilidad política de la información                 433
La ley de armamentos                     436
Nacionalismo y comunismo. Una identificación falsa                        439
La organización del nacionalismo                442
El presidente Ortiz y el “Cabildo Abierto”                 444
La política del mensaje presidencial                        448

ÍNDICE TOMO III

Escritos en:
La Voz del Plata – Partido Libertador – unión Republicana – La Voz Republicana – Azul y Blanco –  Discursos – Conferencias – Reportajes

La interpelación sobre actividades contrarias al régimen                  7
En torno a la investigación proyectada                     11
El peligro alemán y la investigación ……….. 15
Las opiniones de Vargas ante la opinión argentina               17
El temor a la libertad                                   22
La política del régimen está completamente deshumanizada. Es necesario crear el instrumento de las aspiracionales nacionales                   26
Totalitarismo y democracia. La ideología democrática ya no sirve a la propaganda anglofila 30
Incitaciones a la guerra civil             34
La ofensiva oficial contra el nacionalismo                 38
Influencias exóticas en la política argentina ….         43
Los filofascistas malmanejan la tópica creada por el nacionalismo                                            47
La persecución a las actividades “antiargentinas”     53
El resultado de la investigación                   57
El cumplimiento de las actividades generales ..       61
A la búsqueda de un grave conflicto internacional                     64
La trampa del empréstito norteamericano                 67
El manifiesto de los radicales                      70
La disolución del Concejo Deliberante                     73
La estatua del general Roca            76
El cincuentenario del banco                        83
La conversión                     90
La conversión y sus diversos aspectos                   93
Las perspectivas económicas a través de la agricultura                   96
Nueva arremetida del imperialismo yanqui ….          99
El primer compromiso con el imperialismo yanqui                                102
Una política de entrega                    105
Estrategia argentina             108
Funcionamiento del régimen constitucional argentino                       114
Convocatoria para constituir un partido nacional        118
La repercusión interna del desorden mundial ..        121
La conferencia de Río                     125
Diálogo sobre la guerra                   129
Un nuevo aspecto del complejo de inferioridad       135
Los problemas del país ante el cuerpo electoral      139
Apasionamiento ideológico y capacidad política      143
Doctrinas internacionales                 147
Las elecciones de Entre Ríos y el radicalismo         150
Alen                        154
Nuestra posición                 161
Nacionalismo y totalitarismo                         165
La gran ocasión perdida                  169
Dictadura y regulación de consumos                       172
Inhibición gubernamental y neutralidad                     176
Un éxito del oficialismo. La manifestación del 1° de Mayo               181
La crisis del papel               185
25 de Mayo                         189
Entre gallos y medianoche              191
Providencialismo y garantías individuales                194
Las encrucijadas del destino                       198
El partido de los patriotas                203
Imprevisión, inepcia            207
El concejo corporativo                    210
Economía de guerra artificial                        214
La beneficencia y el régimen                       217
El madrugón                       220
Grandeza de unos, servidumbre de otros                223
La economía contra la política                      227
La política económica del régimen              229
La anarquía del régimen                  232
Partido Libertador. Declaración de principios ..        235
Política libre de ideologías              238
Los mitos antinacionales                  242
Intransigencia contra “infiltración”                  245
Variaciones de la política colonial                248
Una falsa solución               252
Las elecciones de Entre Ríos                      254
El segundo acto de la comedia                   257
Política de inquietud                        260
El sueño de la “continuidad” y las realidades
La elección de Entre Ríos               262
Constitucionales         266
La verdadera independencia económica        269
La Corte Suprema y el derecho de reunión ..   272
La política contra la economía             275
La revolución              278
Las declaraciones del presidente       285
Restauración de la soberanía              288
Igualdad contributiva               292
Consideraciones sobre la dictadura                205
El general San Martín y la política        298
Los acuerdos con Chile          302
La carta          305
La política. – I. Variaciones sobre el estado de emergencia. – II. La política de recuperación. -III. La diplomacia de puertas abiertas. – IV. La campaña del miedo       308
La política. – I. Las corrientes de opinión. – II.           Ideología y penacho. – III. La independencia económica. – IV. Repatriación de capitales            313
El problema ferroviario. – I. El discurso de Mr. Eddy. – II. El problema de los transportes. – III.          El monopolio ferroviario. – IV. La negociación diplomática. – V. El diálogo de actualidad. –
VI. La solución            319
El último peligro. – I. La eliminación de los fantasmas. – II. El peligro comunista. – III. Las ideas comunistas y el sentimiento argentino. – IV.
La organización comunista      327
La reforma administrativa. – I. La Constitución Federal y los unitarios. – II. Las atribuciones del poder federal. – III. El gobierno de la Capi­tal. – IV. Las autonomías provinciales. – V. La solución necesaria. – VI. La timidez ante la letra constitucional      332
Declaración del Partido Libertador      337
Luis Dellepiane           347
Manifiesto de la Unión Republicana     350
Unión Republicana. Declaración de principios ..   352
Carta pública al Presidente Provisional de la Nación, Gral. D. Pedro Eugenio Aramburu          355
Unión Republicana      358
Una agrupación política que no se parece a ninguna otra en el país. Se llama “Unión Republicana”    361
Libertad y ciudadanía              367
La nueva reglamentación sobre el cinematágrafo     374
Unión Republicana. Plan de emergencia para la reestructuración económico financiera del país           379
Antecedentes históricos de la Constitución              382
Los compromisos políticos              394
Estatuto de los partidos políticos                 400
La defensa de los intereses públicos                      404
Comunismo                         407
El comercio exterior                        409
El problema económico-financiero               412
Petróleo                  419
La política de Frondizi                     420
La C.A.D.E              422
La crisis del régimen                       424
Unión Republicana. – Comunicado               431
Crisis moral             433
La representación popular               437
Unión Republicana. Reforma del estatuto de los partidos políticos y de la ley electoral                    440
Influencias extrañas en la política argentina ..           442
La ganadería                       446
Consecuencias del régimen                        449
Unión Republicana. – Nota sobre el proyecto de ley de energía                   455
Unión Republicana. – El presidente y el comunismo                        458
Las empresas políticas                    460
Un ganadero que piensa: Rodolfo Irazusta opina sobre las carnes               467
El nacionalismo                   471
Un precedente funesto                    477
La reconquista española                  482
El nacionalismo como necesidad                486

PRÓLOGO

Don Rodolfo Irazusta no era proclive a la publica­ción de sus escritos, porque —decía— “me he repetido mucho”. No hubo repetición, hubo coherencia en sus ideas y en su apreciación de la realidad del país, pues desde que comenzó a escribir, en diciembre de 1927, hasta que murió, en julio de 1967, la Argentina fue un país dependiente, esto es, una colonia. Y es muy triste tener que afirmar que lo sigue siendo.
Rodolfo inicia la revisión de las ideas políticas en el país; es el primer laico que en este siglo defiende la religión Católica y a su Iglesia; comienza el revisionis­mo histórico; formula una apasionada interpretación critica de la Constitución nacional; es él fundador del nacionalismo argentino y su máximo exponente, ocupándose permanentemente de los problemas del país que constituyeron la preocupación fundamental de su vida.
Esas son algunas de las razones que nos impulsaron a los que fuimos amigos de Rodolfo Irazusta a concre­tar esta publicación, que ha sido posible por la labor paciente, tesonera y responsable de nuestro inolvidable y querido amigo, Félix S. Fares, que reunió su pro­ducción.
Esta publicación comprende todos los artículos que Rodolfo escribió en “La Nueva República”, periódico político que dirigió desde su aparición el 1° de diciembre de 1927, hasta su último número, publicado el 10 de noviembre de 1931.
Se incluyen, también, sus artículos de los semana­rios “Nuevo Orden” (1940-1942), “La voz del Plata” (1942-1943), “La voz republicana” y “Unión Republica­na”, y los artículos publicados en la revista “Criterio”.
Él 12 de octubre de 1942 Rodolfo fundó, con un grupo de amigos, el partido Libertador, cuya declaración de principios redactó y que se incluye; así como la de­claración de dicho partido, del 7 de diciembre de 1945, analizando la situación del país y que es de su autoría.
También le pertenece el manifiesto en que se anun­ció la aparición del partido Unión Republicana, en reali­dad transformación del partido Libertador; cuya con­vención nacional aprobó, el 20 de noviembre de 1955, en la ciudad de Córdoba, su declaración de principios, re­dactada por Rodolfo, cuyo texto se reproduce sin el agregado que hizo la convención de la frase “debemos afianzar las instituciones democráticas”, que tuvo el voto opuesto de aquél.
Están incluidos los manifiestos y declaraciones que para Unión Republicana escribió, comenzando por la carta abierta dirigida al presidente de la Nación, general Pedro E. Aramburu, y que tuvo amplia repercusión. Sus discursos, como presidente del partido; declaraciones y reportajes, hasta el último de ellos, realizado poco antes de su muerte. Se agregan dos crónicas publicadas en la revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, que aunque no reproducen textual­mente sus palabras, exponen claramente sus ideas.
No se incluyen en esta publicación el libro “La Ar­gentina y el imperialismo británico”, escrito en colabo­ración con su hermano Julio, porque tiene vida propia; algunos escritos inéditos — como sus proyectos de ley sobre jubilación anticipada de las maestras que fueran madres, y sobre el nombre, que ha sido imposible con­seguir; y la correspondencia política que mantuvo en cierta época con el contador público Marcial Ángel Gon­zález, correligionario y amigo de Córdoba, que espera­mos sea publicada en breve por este distinguido argen­tino y amigo.
Una noche cenábamos Rodolfo, él doctor Guido Soaje Ramos (que había venido desde Mendoza donde residía entonces) y yo, en el restaurante “El Parque” (desaparecido hace años), y en un momento de la con­versación el primero expresó que el amor a la patria es un sentimiento natural, espontáneo, que tiene todo indi­viduo bien nacido; pero que a la patria además de amar­la había que quererla, que consistía en el sentimiento elaborado conociendo los defectos de la patria, y que por esa imperfección, e intentando superarlos, se la quería más. Y concluyó diciendo sin énfasis alguno, “yo amo y quiero a mi patria”.
Al cumplirse el primer año de la muerte de Rodolfo, sus copoblanos de Gualeguaychú organizaron actos en su recuerdo. En el cementerio hablaron él doctor Félix S. Vares y el señor Carlos Muñoz, cuyos discursos apare­cen en el folleto “Rodolfo Irazusta. Artículos y discur­sos. Un homenaje a su memoria”. Posteriormente en una reunión en la estancia “Las casuarinas” hablaron el ge­neral Dalmiro Videla Balaguer, el doctor Constantino Lorenzo, el doctor Marcelo Sánchez Sorondo, Carlos M. Dardán, y otras personas, y finalmente su hermano Julio, quien al explicar las razones de su decisión de desistir de vivir en forma permanente en Europa, dijo textual­mente: “yo fui él primer discípulo de mi hermano Rodolfo”.
Al cumplirse el décimo aniversario de la muerte de Rodolfo, se efectuaron en Gualeguaychú actos en su memoria. En la capilla del cementerio rezó la misa el Rvdo. P. Luis A. Jeanot, cuya homilía fue una clara exposición de las ideas de Rodolfo; y habló ante el pan­teón donde están sus restos la señora Luisa Barel. En la que fue casa natal de los Irazusta se descubrió una placa, y hablaron los señores Antonio Augusto Giménez y Carlos P. Muñoz, y los doctores Carlos E. Fortini y Constantino Lorenzo.
Reunidos luego en el club Náutico, se pronunciaron varios discursos, cerrando la lista de oradores Julio, que repitió su reconocimiento de nueve años atrás, con las mismas palabras: “yo fui el primer discípulo de mi hermano Rodolfo”.
Es un misterio por qué Dios regaló a la Argentina dos personalidades de la talla de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta; político genial, uno, y eminente histo­riador el otro. ¿Es posible que se pierda ese servicio público de ambos, realizado con generosidad, abnegación y sacrificio, sin poner remedio a la decadencia que, desde 1852, sufre el país, y que en la actualidad amenaza con su disolución?
Esta recopilación es un acto de justicia hacia la persona de Rodolfo; e intenta ser también el medio para que los argentinos conozcan sus ideas, su acción, sus escritos, que contienen el diagnóstico acertado de la en­fermedad que mata a la Argentina, y, además, las solu­ciones para su curación y su salvación. ¡Que así sea!

Carlos L. Royo Bes

INTRODUCCIÓN

RODOLFO IRAZUSTA 
(Testimonio Personal)

Ascendencia y familia
El abuelo paterno, Cándido, nació en España, cursó estudios de medicina y revalidó su título en Argentina en 1851. En 1860 se casó en Gualeguaychú con Felipa Echazarreta, hija de don Julián Echazarreta, nacido en Buenos Aires en 1816 y radicado posteriormente en Gua­leguaychú, donde ejerció los cargos de juez de paz y de convencional en representación del departamento cuan­do se sancionó la primera constitución provincial, al mismo tiempo que administraba sus intereses.
Cándido adquirió en 1864 una fracción de campo de casi cuatro mil hectáreas, a la que denominó “Las Casuarinas”, y participó activamente en la vida pública. Fundador y primer director del Departamento de Sani­dad de Entre Ríos, actuó como miembro de la comisión que colaboró en el censo de la provincia y se desempeñó en el periodismo local, siendo redactor de “El soldado entrerriano”, con Olegario V. Andrade. Las censuras al gobierno le acarrearon ataques policiales que lo obliga­ron a emigrar a Montevideo en 1884. Una estación del Ferrocarril de Entre Ríos, donde se ha formado una flo­reciente villa, lleva su nombre. Falleció en 1893. Su es­posa lo sobrevivió hasta 1919.
De su matrimonio nacieron cuatro hijos, Cándido Eulogio, Julián, Dolores y Felipa. Dolores se casó en 1880 con un belga que había llegado como empleado del Ban­co Nacional a Gualeguaychú. Cuando el suegro emigró, confió al yerno el cuidado de sus intereses, y éste mos­tró una excepcional capacidad para la tarea, intervinien­do además en múltiples actividades públicas. Apoyó la descentralización judicial, intervino en la gestión para el mejoramiento del puerto, en la compra del edificio propio del Club Recreo, en la construcción del nuevo edificio para el hospital, en la fundación de las sociedades anónimas para el gas, el tranvía, el teatro, el frigorífico, empresas todas que lo contaron entre sus primeros accionistas, y actuó como cónsul belga en Gualeguaychú hasta poco antes de su muerte.
Felipa casó con Pedro Borrajo, de una arraigada fa­milia del lugar, y Cándido Eulogio con una huérfana, Emilia Fudickar, protegida de la familia de su cuñado, cuyos padres, alemanes, habían fallecido en Guale­guaychú.
De este último matrimonio, nacerían Marcelo, Ro­dolfo, Julio y María Julia Felipa, casada con el doctor Juan Labayen y fallecida a temprana edad. Cándido Eulogio se dedicó de lleno al periodismo y a la política, siendo atraído por la prédica de Leandro N. Alem, a quien acompañó como representante de Gualeguychú en la convención reunida en Rosario, en 1891, que auspi­ció la fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen para la presidencia de la república.
Mitre abandonó a sus partidarios para convenir con Julio A. Roca una nueva fórmula, Luis Sáenz Peña-José Evaristo Uriburu, que originó la escisión de la Unión Cívica en dos fracciones, la acuerdista, deno­minada nacional, y la que aspiró a mantener su posición, denominándose radical. Irazusta fundó un periódico, “La Idea”, en defensa de los postulados de esta última e in­tervino activamente en las luchas cívicas, llegando a ser en 1899 diputado provincial, como único legislador de la oposición en ambas cámaras en Entre Ríos. Para cos­tear su actividad publica había comprometido la fortuna heredada, de modo que debió aplicarse a rehacerla con la ayuda materna, adquiriendo para ello un campo que llamó de “San Marcelo”. Fue intendente de Gualeguay­chú en 1905, jefe de policía en Concepción del Uruguay, jefe de una dirección en el Ministerio de Agricultura de la Nación, y viajó frecuentemente a Buenos Aires para vigilar la educación de sus hijos, huérfanos desde tem­prana edad. En 1918 una pleuresía provocó su falleci­miento.

Estudios
No debió ser un alumno brillante. La falta de la ma­dre, fallecida en 1906, cuando contaba nueve años de edad, la actividad del padre y sus ausencias, los pusie­ron a él y a sus hermanos al cuidado de la abuela.
Inició estudios primarios en Gualeguaychú. En 1911 pasó a La Plata como interno en el Colegio Nacional, dependiente de la Universidad local, que dirigía Ernesto Nelson. En 1914 estuvo en el histórico colegio de Con­cepción del Uruguay, y terminó su bachillerato en el Co­legio Nacional de Gualeguaychú, como integrante de su primera promoción, egresada en 1916.
Al año siguiente se inscribió en la Facultad de De­recho de la Universidad de Buenos Aires, donde dio las primeras  materias,  abandonando posteriormente  de echo la carrera, junto con su hermano Julio, al falle­cimiento de su padre.
No por eso dejó de formarse una cultura de autodi­dacto, consistente en la frecuentación de los clásicos cas­tellanos, de los tratadistas políticos como Saavedra Fa­jardo, Quevedo y Balmes. Leía francés, idioma que comprendía buena parte de sus lecturas e italiano con igual fluidez, y poseía sobre todo una buena información his­tórica, geográfica y estadística, del mundo entero, y, en especial de la Argentina.
Dueño de una envidiable preparación, no era un erudito; sus discursos públicos sorprendían por su carga de fondo y la elegancia de la forma; sin título universi­tario, silenciaba a los doctores con sus conocimientos y la penetración de su razonamiento; intransigente en las Ideas, vivió rodeado de amigos que no compartían las suyas. Imposible sorprenderlo en cuestiones de mera erudición, pero cuando se trataba del interés nacional, de un problema argentino, entonces la amplitud y exac­titud de conocimientos era notable.

Periplo europeo
Dueños Rodolfo y Julio Irazusta de una renta suficiente de los bienes heredados de sus progenitores, en un tiempo en que la moneda argentina permitía vivir sin escaseces en Europa, resolvieron viajar, el uno, a España, Italia y Francia; el otro, a Inglaterra, en cuya universidad de Oxford siguió diversos cursos. En esos años adquirió Rodolfo el hábito de la lectura de todos los diarios de alguna significación, que se hacía dejar en su alojamiento: la concurrencia a los debates parlamentarios y a las conferencias de los nota­bles del momento, y la aproximación personal a los po­líticos importantes y a las personalidades descollantes.
De Unamuno recordó alguna vez aquella dramática exposición escuchada en Hendaya, en la que afirmó, para su asombro de americano, en frases cortantes y enfáti­cas, la inexistencia de España y la única realidad de sus nacionalidades.
Refirió también en una oportunidad la honda im­presión que le produjo un discurso de Benedetto Croce, senador del reino, que levantó vigoroso su voz para opo­nerse a un proyecto de Mussolini, entonces en el auge del poder, sustentado nada más que en la razón y en de­fensa de la libertad, en términos que le erizaron la piel.
De Francia podía recorrer después de muchos años toda la gama de sus parlamentarios, a los que conocía de nombre y por circunscripción, como así también sus tendencias y su actuación, cuando no sus obras al igual que la de sus ministros y gobernantes. Comentaba sus actos en detalle, las fechas de los mismos, sus interven­ciones públicas, y la incidencia del conjunto de la polí­tica europea en la marcha del mundo.
Sus referencias a este lapso de su vida fueron siem­pre parcas. A lo largo de más de tres décadas, las men­ciones son escuetas, y referidas a personas y hechos aislados. Sólo en una ocasión lo vimos exhibir sus cono­cimientos, precisamente con un político y publicista francés, a quien enmendó repetidas veces la plana mien­tras lo sometía a un ininterrumpido interrogatorio. Pre­firió siempre analizar la circunstancia política europea (como lo hizo), desde su perspectiva de ciudadano ar­gentino. De ahí la falta de citas que, en casos similares, suelen abundar en la conversación o en los escritos de quienes han vivido en el extranjero, o gustan hacer gala de sus lecturas. Su pasión desdeñó el lucimiento perso­nal, pues estaba orientada hacia el hijo del país, el crio­llo, o sobre el acontecimiento nacional, provincial o mu­nicipal del día, de su propia tierra.

La bohemia literaria
Vuelto al país, se inician unos años de bohemia lite­raria, frecuentación de peñas, en especial la de Manuel Pardo, que publicaba sus versos en Caras y Caretas fir­mando como Luis García, por cuya tertulia “pasó todo el mundo, atraído por su encanto personal, su cortesía y el tono plácido y cordial que su presencia imponía a la mesa. De los jóvenes, los que iban con mayor frecuen­cia eran Luis Cané, Samuel Glusberg, Arturo S. Mont, Ernesto Palacio, Eduardo Keller Sarmiento, Julio y Ro­dolfo Irazusta, Luis L. Franco, Enrique Santillán, An­drés L. Caro…”, a los que se agregaban, en el recuerdo de Conrado Nalé Roxlo, a quien transcribimos, Baldo­mcro Sanín Cano, embajador de Colombia, Francisco Villaflor, cuya autopsia impidieron clamando a coro en la noche ante la ventana del juez doctor Artemio Mo­reno, encargado de la causa originada en el deceso de aquél, que vivía solo.
Refiere también Nalé Roxlo, que luego de un home­naje a Pedro Herreros, en 1924, por la publicación de un libro de poesías ilustrado por Alejandro Sirio, salie­ron del restaurante en manifestación por la calle Co­rrientes y siendo tantos y con tantas copas, cantos, vivas y escándalo terminaron en la comisaría. “Todos quería­mos explicarlo a nuestra manera y la algarabía era ver­daderamente infernal. Por fin el comisario optó porque declarara el más caracterizado, como vulgarmente se dice. El más caracterizado era sin discusión posible Ro­dolfo Irazusta. No tenía más edad que el resto de los cautivos pero con su alta estatura, su forma de vestir un tanto anticuada, la fingida gravedad y reposo de sus palabras, parecía, sino nuestro padre, al menos nuestro tío. Esa grave presencia que ocultaba un humor muy especial, le valió a los veinticinco años el apodo de él Coronel; téngase en cuenta que en aquel tiempo los co­roneles eran muy serios, o trataban de parecerlo.
“El comisario Oyuela salió de recorrida y el más Caracterizado se sentó frente a un desdichado escribien­te, y comenzó:
“La poesía castellana, cuyos orígenes se remontan al poema del Cid…
“Aténgase a los hechos —ordenó el escribiente. “A ellos me atengo, —dijo muy serio Irazusta—, pero como se trata del homenaje a un poeta tengo que tomarlos desde sus orígenes. Soy yo el que declara.
“Había tal gravedad en sus palabras, tanta autoridad en su tono, que el tonto del escribiente hizo un gesto vago, agachó la cabeza y su pluma corrió rápida y eficiente sobre el papel romaní.
“El tiempo pasaba y las hojas de papel se amon­tonaban sobre la mesa y la literatura castellana seguía el curso de los siglos…
…”Cuando el comisario regresó estábamos en: “—Don José de Espronceda representa el romanti­cismo español. Su “Diablo Mundo” y su “Canto a Te­resa” …
“El comisario, tras la primera sorpresa, ahogó una sonrisa, y haciéndose cargo de la tontería de su subor­dinado iba a decir algo, cuando entró un agente y, des­pués de cuadrarse, informó:
“Señor comisario, una persona que parece tener las facultades mentales alteradas dice que viene a consti­tuirse en prisión por solidaridad con los detenidos.
“—¿Cómo sabe que está loco?, inquirió Oyuela.
“—Lleva un ramo de flores en la cabeza, señor co­misario.
“Era Herreros, huido durante la detención, pero al que su limpia conciencia, con la que había estado lu­chando en una lechería, obligaba a aceptar la cárcel y cadenas con sus amigos y admiradores.
“Cuando el comisario lo vio entrar, con la corona de laureles y roble y las cintas patrias y madrepatrias que le caían por la espalda, soltó una franca carcajada a la que todos hicimos coro con la que estábamos aguan­tando a duras penas desde hacía largo rato.
“La despedida fue muy cordial; hubo apretones de manos, palmeo de espaldas y hasta, cosa inaudita en el patio de una comisaría., vivas a la institución policial. Y desfilamos hacia la libertad y las copas, ante el escri­biente estupefacto que no sabía qué hacer con aquel cur­so de literatura castellana que Rodolfo Irazusta le había dictado por sorpresa”.
Tal es uno de los recuerdos que Conrado Nalé Roxlo dedica en su Borrador de memorias, a quien había de iniciar más tarde la obra política en “La Nueva Repú­blica”, modelo de periódicos combatientes y bien escri­tos, que fundó y dirigió con talento original mi grande y querido amigo Rodolfo Irazusta”, según sus palabras.

“La Nueva República” y la revolución de 1930
La primera etapa de la vida política de Irazusta se concreta en su colaboración y dirección en “La Nueva
República”, a partir de 1927, y cuando estaba al filo de los treinta años de edad.
Se notan todavía, muy sensiblemente, las ideas con fuerza de juventud, es decir, de crítica, que no obstante su tono de protesta contra las actitudes que perjudican al país, sabe aplaudir, sin embargo, los aciertos. Toda­vía no llega el desengaño de la experiencia que habría de marcar su evolución. De esta última habló tres lustros después para explicarla en los siguientes términos:
“Fue en esa época, dice, cuando se plantearon la mayor parte de los problemas nacionales, se realizó la crítica de las instituciones, se creó la tópica del mo­vimiento nacionalista, excepto el anti imperialismo y la revisión histórica, aspectos que no exigía la oportuni­dad y que habríamos de plantear más tarde en ‘La Ar­gentina y el imperialismo británico’. Asumimos entonces un nacionalismo de fondo que inspiraba tanto nuestros planteos doctrinarios como la crítica de actualidad. El análisis de la democracia, en plena función entonces, se efectuó en extensión y en profundidad, de acuerdo con la misión que le tocaba cumplir dentro del régimen”.
Y prosigue: “En cuanto a la práctica del gobierno, tratamos con estricta ecuanimidad los actos de los go­bernantes, aplaudiendo muchas veces la eficacia de la administración Alvear, sobre todo en lo tocante a la de­fensa nacional, y reprochamos duramente las inescrupulosidades e inmoralidades administrativas. Y mientras criticábamos los desbordes demagógicos del irigoyenismo, lo acompañamos fervorosamente en su lucha por salvar la explotación petrolífera del Estado y preconiza­mos el monopolio que se proponía”.
“Uno de los cargos que habíamos hecho a la demo­cracia nacional se confirmó poco después. La acusába­mos de su ineptitud para crear capacidades, reputacio­nes y prestigios, y depender, por lo tanto, de los viejos prestigios del año 90. La gerontocracia democrática pro­dujo la caída desastrosa del año 30. Los ochenta años del señor Yrigoyen, su personalismo exagerado, desvir­tuaron la función, en ciertos momentos utilísima, de la autoridad plebiscitaria, que de haber sido mejor ejerci­da hubiera permitido grandes progresos en la vida pú­blica”.
Y el esquema de la situación en 1930 lo resume así: “Nuestra participación en la revolución de septiembre no es suficiente como para atribuirnos su respon­sabilidad. Creíamos entonces que la coyuntura podía ofrecer una oportunidad de reorganizar las instituciones de la república, adecuándolas a los tiempos. Nuestro cálculo de posibilidades era erróneo; el intento de crear una tercera fuerza que no fuera ni irigoyenismo inorgá­nico y acéfalo, ni los restos del conservadorismo liberal, se frustró al iniciarse. Pero los liberales supieron apro­vechar la coyuntura para apoderarse del gobierno.
“Fuimos los primeros en advertir el peligro nacien­te; fuimos también los primeros en hacer oposición franca al régimen instaurado en septiembre… Com­prendimos de inmediato que no estando la democracia en función, que habiéndose la oligarquía apoderado del gobierno, era éste, no aquélla, el enemigo del naciona­lismo, tanto más cuanto que representaba el liberalismo tradicional, extranjerizante y anti argentino… Si en todo momento fuimos demófilos, haciendo nuestras re­servas sobre la identificación entre democracia y liberalismo ¿por qué no habíamos de ser demócratas?… En la encrucijada .que ofrecía el destino unos evolucionaron hacia la convivencia con los oligarcas minoritarios… nosotros preferimos plegarnos a las huestes populares que desde ese momento serían perseguidas…”.

Intermedio
El martes 10 de noviembre de 1931 apareció el últi­mo número de “La Nueva República”.
Lisardo Zía, en una de las siluetas cuya serie publi­cara en “Criterio” por aquella época, traza una sem­blanza de Rodolfo Irazusta que lo retrata de cuerpo entero.
“Tan bien plantado como es, con esa imponencia de alcalde de Zalamea, y con el recio bastón sarmentoso que se acomoda a su figura de distribuidor de justicia, Rodolfo Irazusta tiene la reciedumbre que la sangre éuskara transmite de generación en generación, y pare­ce, cuando se le ve de paseo por la calle, con su alta estatura y su firme y acompasado andar, un caballero principal de pueblo vasco, camino del frontón.
“Sus pensamientos también son de talla superior. Es un hombre de patria, y así como hay muchos que la sienten con el interés y muy pocos con la inteligencia y algunos con la piel, Rodolfo Irazusta la respira: ¡respi­ra la patria! Respirar es realizar la más completa de las funciones vitales!
“…Yo no creo que haya en este país un hombre con más sentido de ‘lo nacional’ que Rodolfo Irazusta. Dueño de una intuición particularísima que lo mueve a rechazar aun esas cosas que están aparentemente ampa­radas por la razón; nunca patriotero ni verboso; siem­pre enemigo de esa forma teatral de patriotismo empin­gorotado que llena las funciones de gala con himnos y banderas pero vende el país al extranjero por ese plato de lentejas que es la cuenta de unos honorarios de rábu­la, Rodolfo Irazusta siente el dolor del nativo condenado a dejar su tierra, en ella desterrado no por la espada sino por el oro extranjero. ¡Dulcia linquimus arva!, como en el verso de Virgilio.
“…Alrededor de Rodolfo Irazusta, que era como el eje orgánico, la columna vertebral de aquel primer grupo nacionalista, “La Nueva República” planteó por primera vez, en toda su extensión y en la adaptación natural a los sucesos de la hora, los verdaderos proble­mas del país, para conformar sus organismos políticos y sociales a la auténtica realidad argentina. Todo fue predicho allí, en tanto ¿1 coro batracio del viejo liberalismo estridulaba sus despechos y muchos democrati­zantes a tanto por dieta en el Parlamento, fingían una enconada indiferencia. Pero Rodolfo Irazusta sabía que el tiempo viene con la verdad y cuando, con el bastón en alto, gritaba su ¡Abajo los facciosos!, establecía su profundo anhelo de unidad nacional, sin facciones en­contradas en la estéril lucha politiquera del comicio y del comité.
“Muchos de aquellos que con sesgada sonrisita hicie­ron el comentario torvo a la acción intelectual del gru­po republicano, mientras merodeaban por sus alrededo­res, son precisamente los que aprovechan ahora sus frutos. Del mismo modo, los otros, que fingieron una in­dignación de energúmenos ante el abrir de ojos que las plumas de “La Nueva República” presentaban al país, recogen la cosecha de la generosa siembra ideológica. Pero Rodolfo Irazusta es demasiado señor para reclamar su parte y demasiado dueño de sí para pedirla, porque le sobran arrestos para tomarla”.

La Argentina y el Imperialismo Británico
La crisis motivada en el mundo por la quiebra fi­nanciera que afectó a los Estados Unidos, a la que se agregaron diversos factores que se originaban en las consecuencias de la primera guerra mundial, llevó a Gran Bretaña a proponer restricciones en su comercio inter­nacional, reservando sus preferencias para sus domi­nios. Argentina respondió mediante el envío de una mi­sión financiera encabezada por el vicepresidente de la nación, doctor Julio A. Roca, quien al cabo de largas negociaciones, firmó el 1° de mayo de 1933, con el minis­tro de comercio de Gran Bretaña, “una convención acce­soria, acompañada de un protocolo, perfeccionando el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre la Ar­gentina y Gran Bretaña, del 2 de febrero de 1825”.
Los preliminares y las conclusiones de las tratativas fueron acompañadas de expresiones y discursos ana­lizados por los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, en largas conversaciones con su coterráneo, maestro y ami­go, don Luis Doello Jurado, viejo liberal y anglofilo, que los encontraba perfectos.
Las palabras trajeron la reflexión y un ahondamien­to del análisis del problema, primero, y de sus orígenes después. Así nació una obra liminar, esclarecedora, en el campo político, de la situación nacional: “La Argentina y el imperialismo británico” integrada por dos partes. Una dedicada al análisis de la actuación de la delega­ción argentina y a sus implicancias. La segunda titula­da: “Historia de la oligarquía argentina” cuyo original escribió Rodolfo en una noche, y de un tirón, según su hábito, y que luego corrigió y completó Julio, dándose a conocer en su forma actual, pues no ha sufrido re­formas.
La obra constituye la síntesis de un pensamiento que venía madurando desde la iniciación de la actividad po­lítica de Rodolfo, y echa los cimientos de concepciones fundamentales del pensamiento político nacional: 1) el imperialismo británico; 2) el revisionismo histórico; 3) la oligarquía argentina.
El volumen apareció en 1934, y no ha vuelto a ser reeditado.
Un premio municipal
Se conocía por referencias verbales el episodio, ra­tificado posteriormente por Manuel Gálvez en sus “Re cuerdos de la vida literaria”, quien se refiere al episodio en los siguientes términos:
“Cuando los Premios Municipales de 1935, Julio y Rodolfo Irazusta iban a llevarse el primer premio por su libro “La Argentina y el imperialismo británico”. Ve-dia y Mitre, intendente municipal, trató de impedirlo. Lla­mó a su despacho, separadamente, a dos de los jurados: Juan Unamuno y Pedro Juan Vignale. Los convidó con cigarros habanos, estuvo cordialísimo con ellos. Les di­jo, entre otras cosas, que premiar ese libro sería como si en Francia hubiesen premiado “El capital” de Carlos Marx… A Vignale ya se le había dicho que, si votaba por el libro de Irazusta, perdería sus cátedras”.

Un debate sobre las carnes
A mediados de 1935 se inició el debate en el senado de la nación sobre la situación del comercio de expor­tación de carnes argentinas, originado en una interpela­ción al ministro de agricultura, Luis Duhau, y en el que también se vio comprometido el ministro de hacienda, Federico Pinedo, por cuestiones de pago de impuestos y de control de cambios.
El problema se planteó en virtud de que “el comer­cio de exportación de carnes enfriadas argentinas se realiza bajo un régimen de monopolio”, situación agra­vada porque “el comercio interno va en camino de ser absorbido por las mismas empresas que monopolizan la exportación”.
Quedó expresamente aclarado que: “La aspiración legítima a poner término al monopolio de la exportación de carne que explotan en la Argentina unas cuantas com­pañías extranjeras, no oculta propósito alguno inamis­toso para el gobierno de la Gran Bretaña, ni para los consumidores británicos. Al contrario; el interés de los consumidores británicos coincidirá con el interés de los productores argentinos en todo aquello que tienda a hacer llegar el ‘chilled’ argentino a las carnicerías de
Londres y de las demás ciudades del Reino Unido sin intervención de los frigoríficos, y de esa manera el be­neficio que los frigoríficos hacen suyo, se repartiría en­tre los consumidores y productores”.
Se formularon cargos contra la renuencia de las empresas a proporcionar informes, contra la Sociedad Rural Argentina que “contestó el cuestionario que se le sometió en breves palabras que no guardan relación con la importancia del asunto y después no aportó dato al­guno”, contra las sociedades rurales que tampoco con­testaron, y se destacó la solitaria colaboración del Cen­tro de Consignatarios.
El debate se centró en la cuestión tal como se encon­traba planteada, y el peso del mismo lo llevaron tres protagonistas, a saber: los dos ministros mencionados y el senador por Santa Fe, Lisandro de la Torre. La ma­yoría de la documentación exhibida por este último, como prueba de sus aseveraciones y reproducida en facsimilar en el diario de sesiones, provenía de los frigo­ríficos Grondona y Gualeguaychú. Estos últimos, apor­tados en persona por Rodolfo Irazusta, a quien reme­mora Jorge Koremblit en la crónica que dedicara a su deceso, en el diario “El Mundo”, en 1967: “.. .Lo recuer­do hace veinte años por la rotonda de la cámara de dipu­tados (¿senadores?) asesorando a legisladores opositores en un debate sobre carnes, su tema por excelencia…”
Situación similar se repitió en 1949, al abrirse nue­vamente los grandes debates sobre carne y petróleo, que ocuparon abundantes páginas de los diarios de sesio­nes, y que, si bien no tuvieron resultado efectivo en­tonces, sirvieron como sus anteriores, y más allá de la intención de sus responsables, para ilustrar a la postre a la opinión del país, modificar una mentalidad secular, y hacer que fueran aceptadas las afirmaciones de fondo sostenidas por Irazusta. Hoy día es común leer en las publicaciones de cualquier tendencia la referencia a la dominación británica, a la expoliación colonial (ya de­nunciada por Maynard Keynes en 1919 en su Consecuen­cias económicas de la paz, con referencia a Argentina).
Pero no logró Irazusta, entonces, que los legislado­res superaran la cuestión meramente monopolista y de ganancias más o menos bien distribuidas, para realizar el planteo político de fondo, es decir, la liberación del país en su integridad. Las estructuras se mantuvieron incólumes, continuó digitándose la elección de los gobiernos, se mantuvo un comercio exterior ruinoso, y se inició la gran era de la inflación originada en el dete­rioro de los términos del intercambio y en la existencia de las “libras lápiz”, que denominaba en dos corrosivas palabras que nada tenían de humorísticas, pues sólo indicaban que Inglaterra consumía y en lugar de pagar, anotaba en el gran libro de la deuda que finalmente saldó, que nos pagó, con chatarra, en algunos casos, y forzadamente en otros, pero siempre con pingüe bene­ficio. Arquetipo fue la declaración de Miguel Miranda al pagar los ferrocarriles mil millones de pesos más so­bre su valor, “por razones sentimentales”, sin imputar el monto a la deuda inglesa, sino a la exportación de carnes del año siguiente, 1948, pagando en el Ínterin, además, por esa suma inflada un interés del 4%, en tan­to por los saldos bloqueados sólo se reconocía el 2 y 1/2%.
De la Torre no osó arrastrar la cuestión a fondo. Él no evitó que le dispararan el tiro que mató a Enzo Bordabehere. Sus adversarios, en cambio, plantearon audazmente el “truco de la verdad”, que llamaba Ira­zusta, llevando sus afirmaciones a términos extremos, pero envueltos en el contexto de la exposición. “Es cierto que la Argentina no constituye una colonia británica, afirmó el senador Landaburu, pero en el orden econó­mico es como si lo fuera…”
Y el ministro de agricultura: “.. .el daño que Gran Bretaña nos infiera con su política de restricciones a las importaciones argentinas, reducirá automáticamen­te, por efecto espontáneo, nuestras compras de produc­tos británicos, sin contar con los efectos, también es­pontáneos, que una política semejante tendría sobre el cumplimiento de los servicios de nuestra deuda públi­ca… Demostremos a Gran Bretaña nuestra capacidad para manejar eficazmente el negocio de exportación que los ganaderos han organizado… y estoy segu­ro… que el gobierno británico, animado como está de los mejores propósitos y de un espíritu tradicional de equidad, no dejará de prestarnos su valiosísimo apoyo. Este es el único camino a seguir. El camino de la coope­ración y del entendimiento con el gobierno británico… (el subrayado es del Diario de Sesiones). El gobierno “británico… no acepta medida alguna que signifique sacar todo o parte de la cuota a algunos frigoríficos para que sea concedida por el gobierno argentino a otras empresas. Esta es la política real y positiva del gobierno británico que el señor senador de la Torre se empe­cina en no ver. Aunque no quiera verla, esa política existe y no es con declaraciones retóricas que vamos a cambiarla… El gobierno británico tiene un altísimo concepto de la justicia y la equidad, y le repugnan las actitudes compulsivas… Es necesario decirlo, es un de­ber imperioso, cuando un senador de la nación preconiza esa política de represalias en materia aduanera, sintién­dose halagado tal vez por la fácil repercusión que sus palabras tendrán en una parte de la opinión pública y olvidando muchas veces que la defensa de los grandes intereses de la nación, el propósito firme de evitar que se siga por peligrosísimos caminos, obliga a comprimir profundos sentimientos, cuyo desahogo llevaría tal vez a males irreparables al país…”.
Toda una confesión de inferioridad que no merece mayor comentario.

Su obra escrita
Además de “La Nueva República” (1927-1931), Ira­zusta participó en la fundación de otros semanarios, desde los cuales aspiró a constituir el partido político que les diera a él y a quiénes compartían su pensa­miento, la posibilidad del gobierno efectivo, o, por lo menos, una tribuna pública para hacer oír su voz y su opinión sobre los problemas nacionales. Así surgie­ron “Nuevo Orden” (1940/42), y “La Voz del Plata” (1942/43). Invariablemente, en todos ellos, su comentario se refirió a la política del día, o a concepciones que estaban referidas a la situación vigente, como, por ejemplo, sus comentarios sobre que “La democracia no está en la Constitución”, para fundamentar su oposi­ción a la demagogia, al engaño mayoritario, y su sentir de que lo que debe ser sostenido y defendido son las instituciones republicanas.
Lo que sí, nunca el artículo llegó sino a última hora, cuando corregidas galeras y páginas, quedaba el huevo para las dos o tres cuartillas que pergeñaría urgido por el chasque llegado desde la redacción o la imprenta con órdenes precisas de no volver sin el trabajo. Escribía con lapicera de pluma “cucharita”, mojando en el fras­co con tinta. Los palotes inclinados y la caligrafía abierta hicieron siempre muy difícil la lectura de sus originales. Don Alberto Lascano, uno de los esforzados directores de esos periódicos, había encontrado la solu­ción en un linotipista para quien aquéllo era letra de Imprenta y al cual obligaba a permanecer de guardia hasta que recibiera y “tradujera” los originales, de acuerdo con el propietario de la imprenta, ubicada en Perú casi esquina Venezuela, un oriental de apellido Ceppi, quien terminó siendo amigo y partícipe de mu­chas de las inquietudes del grupo.
Alguna vez se le insinuó la posibilidad de que auto­rizara la colección de sus artículos en volumen. Nunca aceptó. “Deje esas cosas… No me complique…”, y cambiaba de tema de conversación. Unos pocos artícu­los fueron recopilados en una publicación efectuada con motivo del homenaje rendido a su memoria en 1968. En este otro, al cumplirse diez años de su desaparición, se espigan opiniones y pensamientos. Y Jorge Castellani anuncia ahora la aparición de sus obras completas.

La obra oral
La desarrolló en la tertulia, a la que se aficionó des­de que joven se incorporara a la que mantenía don Luis García. Llegó a Buenos Aires recomendado al secreta­rio de redacción de “La Prensa”, don José Manuel Eyzaguirre, pero prefería, como sus contemporáneos, la com­pañía de don Joaquín de Vedia, quien reinaba desde “La Nación” con la incomparable facundia de su verba, sus amplias vinculaciones con el mundillo teatral y su pro­verbial espíritu.
En esas tertulias nacieron amistades que habrían de mantenerse invariables y sólidas a todo lo largo de su vida, pese a la diversidad de caminos de cada cual. Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Baldomero Fernán­dez Moreno, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez, y tantos otros que le guardaron afectuosa y admirativa conside­ración. Luego vinieron las afinidades políticas, Ernesto Palacio, Juan Emiliano Canilla, Ramón Dolí, Armando Cascella y los colaboradores permanentes u ocasionales del periódico de turno. Y siempre, invariable a lo largo de toda la vida, la presencia entrañable de su hermano Julio, al punto de formar un todo inescindible, no obs­tante las profundas diferencias de temperamento, afi­ciones y modos de vida que llevaron uno y otro.
Y finalmente, la tertulia con los jóvenes, ya orga­nizado el movimiento en partido político. Tres veces por semana, al anochecer en lugares que brindaban sucesi­vos el albergue propicio se organizaba a su alrededor la tertulia abierta a quienes quisieran incorporarse a ella y a los fieles infaltables. El tema, la política, el aconte­cimiento del día, la reflexión histórica, el pensamiento abierto y la contradicción permanente, que ejercitaba la mente, la dialéctica, la comprensión, y permitía, a quie­nes lo quisieran, ascender en el tratamiento mental de materia tan abstrusa, celosa y atrayente. Luego se seguía durante la cena, disminuido el número de participantes.
Cumplía Irazusta un magisterio y una actividad constructiva, destinada a sumar voluntades alrededor de un programa básico, resultado de un debate perma­nente y público, cumplido día a día, a fin de pulir la in­teligencia y crear el hábito de la sindéresis y el trasteo de los asuntos, para usar palabras de su preferencia y gusto personal.
Nunca aspiró a enseñar, de modo que su lección no llegaba por la vía didáctica, sino como fin y solu­ción de una discusión o intercambio de ideas efectuado a su alrededor. En determinado momento se erguía y exponía contundente su opinión, fundada cuando era ne­cesario en episodios de la historia, sobre todo patria, o en la naturaleza de las cosas, es decir, de las caracterís­ticas del territorio y de sus habitantes, que conocía bien.
Sus afirmaciones no eran librescas sino extraídas de la observación propia. “Lo universal suele ser lo más particular”, decía, previniendo contra las ideologías en boga, y poseía el arte de extraer la enseñanza oportuna del episodio minúsculo del que le había tocado en suerte ser protagonista o espectador. Pero era necesario que la moraleja tuviera interés general o nacional, pues de lo contrario evitaba el asunto. Su intuición lo guiaba hacia la materia de sus preferencias permanentes, la cosa pú­blica, ya que nada apreció tanto como su condición de ciudadano, a la que tuvo como a su prenda más cara. Afirmó siempre ser la política el reino de lo opinable. Cuando se la pretende absoluta, comienza la tiranía y la creencia, en un momento determinado, de que existe un orden social óptimo, la origina inevitablemente. Ese tem­bladeral constituye el desafío permanente a las más ex­celsas cualidades del ser humano, y por ello se emprende en conjunto, acompañado de ese sustento misterioso que constituye la opinión.

Sus lecturas
Ante todo, los diarios, para enterarse de lo aconte­cido en el país. Luego, los censos, que conocía bien y cuyas cifras coordinaba con acierto. “La música de los números”, decía, riéndose, para referirse a las conse­cuencias que resultaban de su condición de inmutables, y de su certeza que los hacía iguales para todos. Luego la enciclopedia, para proporcionarse los datos cuyo aná­lisis acompañaba de un gastado atlas de Vidal Lablanche, y referencias y fechas históricas. Como entreteni­miento, las novelas policiales. Y como obra de cabecera”; el Dante, “cuya lectura en el idioma original no es nada difícil, así que deje las traducciones y pruebe”, y Petrar­ca, algunos de cuyos sonetos solía recitar con dotes in­dudablemente negativas, procurando no obstante mostrar su belleza y hondura. Preferencias, los clásicos españo­les. Favorito, Pérez Galdós. Problemas de rechazo, los novelistas rusos. Poesía, Lugones, Banchs, entre nosotros y los autores corrientes en las antologías de la lengua castellana.

El secreto del acierto
Poseía un curioso don de prever las consecuencias del acto o del hecho político, esencial e intransferible en quien se precia poseer cualidades adecuadas para el menester, y algunas de sus aseveraciones tuvieron con el tiempo una concreción asombrosamente exacta.
Preguntado por el secreto de ese instinto que lo guia­ba, afirmó: “Es muy sencillo. No soy rutinario”. De ahí sus sorprendentes posibilidades y su permanente frescu­ra de espíritu, siempre dispuesto a abrirse ante nuevas perspectivas y a evolucionar rápidamente en la aprecia­ción de los acontecimientos y de los hombres, sin ate­nerse a otra guía que a la realidad cambiante de las cir­cunstancias.
Ya en 1941 anunció al gobierno peronista con pala­bras que sólo los más avisores podrían suscribir aun hoy; así sucedió con el imperialismo británico, el revi­sionismo histórico, el auge de las finanzas internaciona­les, y muchos otros aspectos diseminados en toda su prédica escrita, para enseñanza de quienes puedan y se­pan aprovecharlas. Es que los genios políticos lo son más por su sensibilidad, por un sexto sentido que los dirige en su actividad y que les permite percibir la ten­dencia general de los acontecimientos y sobre los cuales el hombre que tiene perspicacia y hábito no se equivoca. Los hechos sociales manifiestan una corriente cuyas con­secuencias a largo plazo son previsibles para el político, y ello constituye la condición de su importancia como tal. No son los agoreros ni los fantaseosos, sino los que expresan una verdad que se concreta.

La labor cotidiana
La lectura de los diarios era acompañada de lápiz y papel. Cuando era necesario, cotejaba, comparaba, hacía cuadros, sacaba conclusiones, guardando los nú­meros en la memoria privilegiada y que le servían para fundamentar sus aseveraciones sin desviaciones ideoló­gicas. Su hermano le observó alguna vez: “Con los apun­tes que tiras al canasto podría hacerse un tratado de economía política”.
Lo acuciaba un inquieto afán de mejoramiento de su patria, y estaba convencido de que el modo de lo­grarlo era ilustrando a la opinión, sirviéndose para ello de los medios puestos a su alcance, el primero de los cuales era conocer su propio país.
“El periodismo es combate, sino, no vale la pena”, afirmó alguna vez.
“Todos hablan de la libertad de prensa. Es cierto, se trata de un derecho inalienable. Pero a condición de que se cumpla su contraparte, que es el deber de infor­mar. Entre nosotros existe lo primero, pero lo segundo se deforma, cuando no se oculta”.
“O, como afirmaba a veces, se dicen las cosas de modo tal que no se creen. Se juega el truco de la verdad y pero disfrazada ésta de modo tal que resulta la convic­ción contraria” en el lector desprevenido.
Cristiano viejo
Con dos tíos monseñores y una educación cristiana recibida en la cuna, tenía toda la prudencia del hijo que sabe hasta dónde le es dado llegar, cosa que no le im­pedía ejercer sus derechos de cristiano viejo, que de­fendía celosamente, y uno de los cuales, según decía con grandes risas, era el de criticar al clero, cosa ésta que no toleraba en quien no fuera también hijo obediente de la Santa Madre Iglesia.
Oportunidad hubo en que echó con cajas destem­pladas a quien ostentaba vestiduras talares, pero que mostraba carecer de límites cuando se dejaba llevar por la pluma en el comentario destinado al periódico. “A mí no me va a crear usted un problema con la Iglesia”, le hizo saber en tono rotundo y vigoroso, al dar por con­cluida su colaboración.
Una uniformada del ejército de salvación solicitaba en cierta ocasión un óbolo entre las mesas del restau­rante, y ante su negativa o indiferencia se detuvo para preguntarle por qué se negaba a contribuir. “¡Porque creo en la Inmaculada Concepción, c…!”, afirmó rotun­do, mientras daba un vigoroso puñetazo en la mesa.

Los apurados
Solía ser de manga ancha, y nunca negó su mano, su abrazo, su casa, su mesa y su cordialidad a quienes militaban en posiciones a veces encontradas con la suya.
Compartió con Alfredo L. Palacios la integración de la Junta para la Recuperación de las Islas Malvinas, pero no le perdonó el que con motivo de la guerra, en 1940, le negara ser la oportunidad para recobrarlas, aprove­chando precisamente el apurado trance que pasaba el usurpador británico. “Siempre que se trata del interés del país, aparece un pretexto para renunciarlo”.
Tampoco le perdonó a Dorrego su apresuramiento en firmar la paz con el Brasil, que nos dejaba perdedo­res. “Hubiera podido dilatarla en espera de una oportu­nidad propicia, pero cuando se trata de firmar en contra de la nación, todos se apresuran a hacerlo!”.
Sus fiestas
Las tenía fijas y variables. Las primeras eran tres, a saber: el 25 de Mayo, su cumpleaños y el año nuevo. Reunía a los amigos en su casa y ofrecía una generosa hospitalidad, llena de risas y agasajos.
Respecto de la celebración maya, escuchaba cierta vez el elogio que hacían su hermano Julio y un amigo común acerca de la obra de España en América, de su incidencia cultural, de sus ventajas y afirmaciones, de sus virtudes, y suma y sigue, y le comentó socarrón a un ocasional interlocutor, de pie a su lado: “Estos dos ga­llegos parecen olvidar que aquí hubo un 25 de Mayo!…”
Las fiestas movibles variaban según la ocasión, pero no tenían la calidad de rito de las primeras, aun cuando el corazón revistiera la misma cordialidad y la fina cor­tesía de gran señor que caracterizaba todos sus actos.

La salud y la política
Dotado de un físico privilegiado, lo maltrató siste­máticamente desde su primera juventud. Su vitalidad le permitió no obstante llegar a los setenta años, y sólo el cáncer pudo acabar con ella. Sin embargo, pensó que la plenitud del individuo es condición necesaria para el ejercicio de las altas funciones de gobierno. Por eso, al cumplir los sesenta, consideró acabado su derecho a una actuación directa y personal. Las exigencias de una ma­gistratura nacional demandan un cúmulo tal de fuerzas y dedicación que aquélla no puede confiarse sin grave riesgo a quien no las tiene en dimensión óptima.
Coincidía en esto con sus contemporáneos. No se puede contar sino con algunos años para desarrollar una actividad política plena. La “década” de que hablaba Roosevelt; “hacer la guerra a los cincuenta antes que a los sesenta”, que decía Hitler; encontrar, antes de morir, la ocasión del pleno empleo de todas sus dotes.
Irazusta influyó en el cambio de la mentalidad ar­gentina, pero no tuvo la oportunidad del gobierno. Era difícil resistir su simpatía, pero la notoria diferencia de sus talentos hacía que lo temieran y respetaran antes que estimarlo. Y volaba demasiado alto para su tiempo.
Los más dotados sólo acertaron a pisar su huella, pero no alcanzaron a seguirle el paso. Fue un solitario rodea­do de amigos. Vio triunfar sus ideas, hoy aceptadas y convertidas en lugar común, pero lo que él desvelada-mente perseguía era ver el país en marcha. Su victoria intelectual sólo constituyó un dejo de cenizas amargas, pues tampoco las utilizaron quienes tuvieron la oportu­nidad de obrar para superar el estancamiento.

La crítica
Irazusta gustaba de las personalidades vigorosas. La suya era demasiado fuerte, desbordante, como para soportar a los mediocres, con quienes se aburría a me­dida que descendían en calidad. “No tengo alma de maestrillo”, afirmó alguna vez.
Gustaba del vino, como su admirado don Marcelino Menéndez y Pelayo del jerez, y bebía abundantemente y sin resentirse. Generalmente, solía dejar a cada cual en su casa cuando la tertulia se alargaba alrededor de las copas hasta avanzada la madrugada. Se burlaba de quienes utilizaban con aviesa intención el comenta­rio sobre esa inclinación suya. “También lo decían de Alem: don Leandro bebe”, recordaba, y lanzaba una car­cajada. “Son los puros quienes me achacan la bebida”, y alguien recordaba una salida iracunda suya a quien lo molestaba con la observación: “¿Y a cuál de los diez mandamientos falto?”. Terminante.

El sonsonete
Abuelo médico en un medio rural, que invirtió sus ingresos para adquirir tierras. Padre, periodista, políti­co, funcionario público a ratos, que pudo sobrellevar azares de fortuna al refugiarse en el rincón de su naci­miento. Irazusta heredó con sus hermanos los campos denominados “Las Casuarinas” y “San Marcelo”, que­dándose finalmente con parte muy disminuida del pri­mero, embellecido por el tío forestador (“el plantador no trabaja para sí, sino para su descendencia”), en con­dominio con su hermano Julio. Eso les valió el invaria­ble sonsonete de “ganaderos del litoral”, utilizado con malicia peyorativa, especialmente por quienes hacen del ejercicio de la pluma una profesión, para indicar una “capitis diminutio” de inteligencia, de comprensión, de amor a la patria, como si todo esto estuviera reservado exclusivamente a los desastrados de las ciudades, a los aventureros de la urbe, a los leguleyos sin clientela, a los estrategas de café, a los conspiradores profesionales, a los seguidores incondicionales del lema partidario, a los sin conducta cívica, a quienes desde el cómodo refugio de la crítica han ocultado todas sus imprevisiones y su radical incapacidad de sentir en la piel esa fuerza mis­teriosa de los pueblos, que indica el rumbo, bueno o malo, por el que van, y lo que les aguarda mas allá del horizonte inmediato.
Irazusta nunca respondió a tales ataques. Tomó la iniciativa en cambio, o los repelió, cuando lo que estaba en juego era una cuestión de interés público. Un desafío público a Raúl Prebisch, un mentís permanente a cuanto significara desmedro del país y de sus hijos, fueron su respuesta cívica. Nunca descendió a la cuestión personal y aceptó de buen grado la crítica y el debate. Es más, abogó porque ambos fueran permanentes. Sólo que en este último era excesivamente diestro y fuerte para sus contrarios. Ya en tiempos de estudiante universitario, como única forma de poder llevar adelante una tumul­tuosa asamblea en la que se encontraba en minoría de número y en mayoría por sus razones, optaron por de­jarlo afuera y deliberar a puertas cerradas. El episodio le causó siempre muchísima gracia, y lo festejaba como una ocurrencia tan efectiva como feliz de sus ocasiona­les adversarios.

La izquierda
“El comunismo es una religión”, afirmaba, “y sus secuaces y adeptos no razonan, creen”.
No hace mucho que nos tocó vivir, apenas rozados por un hálito envenenado, la acción y el clima de quie­nes se figuran que existe un orden ideal que ha de ins­taurarse revolucionariamente y será capaz de mantener­se a sí mismo. Lo impulsaban los destructores fogosos del presente, pero conservadores de antemano de un futuro utópico.
Irazusta no cayó en la discusión ideológica. Se limi­tó a constatar el problema, y el hecho de que entre nosotros tales ideólogos eran de buena posición social y económica, y en lo que concierne al país y a su política, tan regiminosos como sus presuntos adversarios.

La primera salida
En diciembre de 1941 aparecía el texto de la invita­ción a fundar el Partido Libertador, concretada en la convención nacional realizada en Córdoba, el 11 y 12 de octubre del año siguiente.
La misma expresaba:
“Compatriotas: La gravedad ya crónica de los ma­les que afligen al pueblo argentino nos obliga a plantear seriamente el problema de solucionarlos. Si se considera la ineficacia invariable de todas las reacciones patrióti­cas, pareceríamos condenados a una inevitable adversi­dad. Muchos espíritus elevados se debaten en la impo­tencia, y la juventud bien intencionada se desmoraliza ante el espectáculo de la corrupción general y del cinis­mo triunfante.
“La pendiente que nos lleva a la miseria colectiva y a la servidumbre nacional se hace día a día más pro­nunciada, sin que nadie atine a impedir la caída. Los partidos que comparten la posesión de los instrumentos del estado están completamente desnacionalizados. Los patriotas, que son por su número la inmensa mayoría del país y por su fervor la más poderosa fuerza espiri­tual, no encuentran el medio de agruparse. Los dirigen­tes, poseídos por ideas falsas, enviciados en el hábito de la conspiración sistemática, sufren el complejo de inferioridad de las minorías incomprendidas y no logran crear el instrumento que haga prevalecer las ideas na­cionales. Esta situación debe cambiar; y debe cambiar urgentemente. Para ello es necesario que los hombres de buena voluntad se decidan a plantear el problema político del país en sus verdaderos términos”.
Y luego de analizar la trayectoria de los principales partidos en existencia, agregaba:
“Frente a los organismos políticos del régimen se encuentra el gran movimiento nacionalista que cuenta con la parte más sana del pueblo, con la casi totalidad de la juventud y con el descontento general. Pero ese movimiento, inspirado en los sentimientos más elevados, adolece de fallas políticas fundamentales, que conviene analizar para corregir.
“La primera, la falta de confianza en el pueblo de ciertos sectores, insuflada por teorizadores bisoños en el manejo de la filosofía política, o imbuidos de un es­píritu de selección minoritaria, que se creen nacionalis­tas y no hacen otra cosa que inventar sucedáneos al sufragio para asegurar la estabilidad de la oligarquía.
“La segunda, la obsesión de la jefatura personal que traduce un servil mimetismo de los experimentos euro­peos y que resulta inadecuada entre nosotros cuando no es el resultado de una gestación natural, producto de un prestigio legítimo.
“La tercera, una tendencia irreprimible a la facili­dad, sugerida por el éxito del pronunciamiento de sep­tiembre, que les impide dedicar el tiempo suficiente para realizar una organización de carácter permanente.
“Estas modalidades son fomentadas por los agentes gubernamentales que pululan en los ambientes naciona­listas, pues el gobierno teme más que nada la aparición de un gran partido que aúne las aspiraciones y canalice los descontentos nacionales.
“De eso se trata, estimado compatriota. De formar un poderoso organismo que traduzca el sentir, que en­carne las aspiraciones y asuma la representación del pueblo argentino traicionado por sus gobernantes. Para eso solicitamos su concurso ciudadano, sin exigirle el acatamiento a determinada jefatura, ni proponerle más compromisos que los que surjan de la identidad de pro­pósitos y de la espontánea concordancia en la aprecia­ción de los problemas nacionales”.
Insuperable retrato de una época. Imposible decir más con menos palabras. Sólo restaría el comentario, y es el de que esos agentes del régimen pudieron más que todos los esfuerzos del patriotismo y la inteligencia, y acertaron a llevar este y otros movimientos, a vía muerta.

La Unión Republicana
A principios de octubre de 1955 se dio a conocer el manifiesto del nuevo partido, la Unión Republicana, cuya sustancia es la siguiente:
“Los llamados partidos tradicionales y los movi­mientos en formación parecen más inclinados a las dis­quisiciones ideológicas que al examen de los problemas concretos de nuestra realidad. Sin desconocer el valor de los principios, los organizadores de la Unión Republi­cana llaman la atención de la ciudadanía sobre la im­portancia de las soluciones prácticas y de la conducta en la acción.
“Proclamamos nuestra decisión de procurar la recu­peración espiritual del pueblo argentino; de dignificar la ciudadanía, humillada por la corrupción y el despo­tismo; de lograr la verdadera liberación de nuestra eco­nomía; de promover una justa distribución de la riqueza colectiva; de estimular el progreso del país con el fin de afianzar la prosperidad necesaria para que la nación alcance la plenitud de su grandeza, a la que la predispo­nen sus condiciones económicas, su posición estratégica, y las cualidades no aprovechadas de sus habitantes.
“Enunciamos asimismo la necesidad de contener la inflación monetaria, de suprimir la excesiva ingerencia del Estado en la economía, de eliminar el presupuesto clandestino basado en el agio sobre los permisos de cambio, de acabar con la expoliación del agro y de la industria, de que el enjuiciamiento político en trámite resulte justificado por una gran política nacional, de res­tituir progresivamente a las provincias sus medios eco­nómicos y financieros, de propugnar una legislación so­cial adecuada a la libertad de la empresa revisando las actuales leyes de tipo fiscalista que traban la producción y actúan en desmedro de la economía de cada ciuda­dano”.
Al cabo de casi un cuarto de siglo, seguimos aguar­dando.

La condición del extranjero
“No me niego a compartir una mesa con cocina vas­ca, decía una vez que hablamos de la condición de los extranjeros, pero a las colectividades no debe concedér­seles personería. Hay que obligar al extranjero a asimi­larse, romper las trenzas de a ocho que algunas de ellas forman”.
En 1928 advertía: “El poder asimilativo del pueblo argentino, indudablemente el más fuerte que se haya podido constatar en la historia de las migraciones huma­nas, se ha debilitado debido a un género de instituciones que constituye una novedad en nuestro problema inmi­gratorio. El influjo del país podía luchar contra el espí­ritu mutualista de los extranjeros. Ni aun la superioridad social y económica que daba a las colectividades el espí­ritu de asociación sobre la masa de criollos, inermes y dispersos, ha sabido tentar a los hijos de extranjeros. Al acriollarse éstos perdían el espíritu de asociación y preferían renunciar las ventajas que les brindaba la exis­tencia de la colectividad, con tal de poder ostentar orgullosamente la calidad de ciudadanos argentinos.
“Pero de los derechos otorgados a los extranjeros en carácter de tales, que debían y deben ser considerados como derechos individuales, no se sigue necesariamente que esos mismos derechos deban ser otorgados a las colectividades extranjeras. El derecho que tienen los ex­tranjeros de asociarse con fines útiles no debe extender­se al de asociarse con sus connacionales y con exclusión de los demás habitantes del país. El derecho de publicar sus ideas por medio de la prensa no determina expre­samente que puedan hacerlo en sus respectivas lenguas. El derecho de enseñar y aprender, no significa que pue­dan hacerlo en su lengua de origen. El estado puede y debe considerar el problema desde el punto de vista de los supremos intereses de la nación, y en ese caso supri­mir, prohibir por ley expresa, la existencia de escuelas y colegios extranjeros, de periódicos extranjeros, de aso­ciaciones extranjeras. Ello no afectará en nada a las li­bertades de los extranjeros, individualmente considera­dos, y así se preservará el poder asimilativo del país, que es contrarrestado por la existencia de todas esas institu­ciones que responden al espíritu de colectividad”.

El mal gobierno
Ese fue el objeto permanente de su crítica, y, llega­do el caso, del ataque de Irazusta. No personalizo. No le interesaron los hombres sino sus obras, y por eso a la comitiva presidencial que encabezada por Hipólito Yrigoyen se dirigía al solemne Te Deum en la Catedral, el martes 9 de julio de 1929, le gritó: “¡Viva la patria! ¡Abajo el mal gobierno!”, originando el consiguiente desorden, según la calificación policial, que le valió unas horas de detención, no obstante su empeño en ser juz­gado para hacer oír su voz.
Toda su vida mantuvo similar actitud dejando de lado preferencias personales para centrar su observa­ción o su apoyo en la realidad del quehacer político. No le arredraron alianzas siempre que sirvieran para alcan­zar un podio más alto, desde el cual llegar a la ciudada­nía, provocar el debate, invitar a los mejores a participar en el esforzado servicio del interés general.
El episodio quedó para la historia. No obstante su insistencia para que le iniciara sumario, pese a la carta abierta que publicara en “La Fronda”, dirigida al presi­dente, y al comentario editorial aparecido con nombre y apellido en “La Prensa”, el asunto fue sofocado “in ovo’.

La clase dirigente
Sus ideas y aseveraciones, siempre urticantes, polé­micas, originales, correspondía a la clase dirigente apli­carlas. Pero esa clase directiva argentina, “corrompida por una cultura esquemática y deshumanizada, parece no poder dar de sí las fórmulas elementales de la revo­lución nacional que se requiere como primera condición para lograr nuestra ubicación en el mundo.
“Una nube de ideólogos tradicionalistas, imbuidos de nociones extrañas a nuestro medio, de las más ex­travagantes doctrinas de nacionalismo internacional, de fascismo y totalitarismo, solicitan la audiencia de la opi­nión pública, sin encontrar otro eco que las manifesta­ciones de fastidio de un pueblo hastiado de tópicos, de doctrinas, de modelos y de precedentes.
“Los partidos políticos, que representan mal que bien los distintos sectores de la opinión pública y cuyo per­sonal fabricado en serie por la universidad plutocrática hace vanos esfuerzos por diferenciarse siquiera en algu­nos matices han llegado a una tal identificación ideoló­gica que apenas si se percibe ya cuál es el oficial y cuál el opositor.
“El tratamiento de lo propio, en cuanto a idea e in­tereses, se difunde y se acentúa día por día, sin encontrar traducción en la política.
“De nada valen las condiciones extraordinariamente favorables de nuestra economía; de nada la magnífica situación estratégica que nos brinda la naturaleza; de nada el constituir la única comunidad de raza blanca en América; de nada la superior difusión de ciencia aplíca­da, técnica que podemos apuntar como único resultado favorable del régimen liberal.
“El estado argentino no cuenta para nada en los consejos que deciden la marcha del mundo. Lo que ocu­rre en el terreno de lo contingente nos cae encima como la lluvia, nos empuja como el viento, nos resquebraja como la sequía, sin que pensemos como ente colectivo, que nuestra participación relativa en los centros genera­dores puede influir en el desarrollo de los acontecimien­tos, sobre todo de aquellos que nos conciernen más di­rectamente”.

El liberalismo
Rodolfo Irazusta, según recuerda su hermano Julio, se proclamaba en su juventud “el último de los libera­les”. Pero muchos de sus amigos refieren en cambio, que los liberales excitaban su enojo como la capa roja irrita al toro, según la expresión de Juan Emiliano Camila. Pese a la aparente contradicción esta no es tal, y si bien se ve pueden coordinarse ambas actitudes. Irazusta no era ideólogo, y, en consecuencia, no hacía cuestión de regímenes. Nunca negó la obra de los liberales en otros países, pero lo abrumó la incompetencia de quienes lo fueron en nuestro medio, y ensartan a lo largo de la historia un fracaso tras otro, y sucesivos desastres que empequeñecen el recuerdo de los que ya hemos pasado.
En una referencia a las “Influencias extrañas de la política argentina”, recuerda que el auge del liberalismo en Europa “arrastró entre nosotros a los estratos de la burguesía, a las gentes de letras y de intereses, que por entonces coincidían en ideales comunes”, pero “no con­movió el espíritu de las poblaciones, de los pueblos de Hispano América, que sospechaban en ese movimiento un enemigo oculto”.
“La desconfianza de los pueblos, afirma, estaba jus­tificada. Porque si el liberalismo era completamente ene­migo de la dominación española en América, de la men­talidad y modos de vida tradicionales de los criollos, no lo eran en la misma medida de las pretensiones de dominio manifestadas harto claramente por las dos gran­des potencias marítimas de entonces: Inglaterra y Francia.
“Los liberales se hicieron los engañados y se plega­ron cínicamente a las tentativas de dominación de los poderes europeos… Los liberales en Europa eran nacio­nalistas y unificadores; los nuestros resultaron colonia­les y separatistas… Imitando a los liberales de Europa lo hicieron tan mal que llegaron a traicionar sus prin­cipios”.
Y se preguntaba: ¿qué pensarían los liberales italia­nos del Risorgimento, los alemanes que hicieron la unidad de su país en contra de los pequeños principados, o los patriotas que lucharon por la creación y la independen­cia de Polonia, frente a estos colegas que traducían tan mal sus principios?
“A los liberales, afirmó en otra ocasión, no les inte­resa más que sostener el orden al día, sin suprimir las causas que puedan originar su destrucción mañana. De ahí que en la práctica parezcan hombres de orden, sin que lo sean en realidad en la teoría”.

La finanza internacional
A principios de julio de 1930, con motivo de cum­plirse el centenario de Ernesto Tornquist y Cía., Irazusta glosó la prosperidad de la banca. “Ninguna de las catás­trofes políticas, económicas, financieras; ninguna de las crisis ruinosas que la República ha soportado durante ese lapso de tiempo, han podido destruirla. La habilidad de sus directores, la índole misma de su actividad, la han preservado de todos los peligros, de todos los contras­tes, al mismo tiempo que las fortunas territoriales de las familias argentinas daban los mismos tumbos que el país, asociadas forzosamente a las dichas y a las desdi­chas de éste, a su ruina y a su prosperidad. Y es que el carácter egoísta y escurridizo de la finanza, le permite desaparecer en los malos momentos, trasladar su esencia sutil a otros climas, emigrar como las golondrinas, para reaparecer sonriente en la primavera de la prosperidad. A ella no le oprime el peso agobiador de la fiscalidad que agobia a los hacendados; a ella no la perturban las sucesiones que diezman el patrimonio de las familias ape­gadas al suelo nacional por el conducto de códigos mal fraguados; a ella no la alcanzan las confiscaciones, ni le hacen daño las crecientes, ni sequías, ni la langosta. To­dos los desastres le son provechosos, y para postre tiene siempre la sonrisa del gobierno democrático que necesita oro para mantener a sus paniaguados. ¡Y a qué precio!”
Terminaba augurando el auge de “una nueva estrella, la estrella aureolada de la finanza, que constituirá la futura aristocracia argentina. Aristocracia sin amor por el país, sin lástima por el pueblo, sin solidaridad con la nación”.

La influencia inglesa
Al referirse a Inglaterra y el progreso argentino, en 1930, escribía:
“Los ingleses nos ayudaron a libertarnos del mono­polio español para implantar en nuestro país otro mo­nopolio, que, si menos evidente, mucho más perjudicial. El capital inglés se empleó en construir vías de comu­nicación y en fomentar el comercio. Últimamente, en la construcción de la industria frigorífica, con la cual ha progresado indudablemente nuestra producción rural, pero aumentando la dependencia.
“En efecto, mientras los productos principales de la industria agropecuaria fueron el cuero y la lana, sin con­tar el hueso y la grasa, nuestra producción podía en­contrar diversos mercados, pues estos productos son ma­terias primas de la industria en muchos países. Podían, además, industrializarse en el país, y seguramente la pro­pia ganadería se hubiera interesado en fomentar la crea­ción de esa industria. La valoración de la carne, como producto de exportación, absorbió la actividad de la ga­nadería trayéndola al estado actual en que cualquier ame­naza de competencia en el mercado británico la hace temblar.
El comercio, la industria, la producción de la carne, han hecho desatender la producción de lana, materia pri­ma de universal colocación. Así, desde hace mucho tiem­po, en las estancias se disminuían las majadas para aumentar los rodeos. La producción se hizo cada vez más unilateral, y el beneficio que dejaba se empleaba en la importación de reproductores, aumentando así el capital en la producción de carne y haciendo de esta producción la mayor de nuestras entradas.
El beneficio mayor de este comercio tenía que quedar fácilmente en manos del capital británico por interme­dio de los ferrocarriles que transportaban las haciendas hasta los frigoríficos, hábilmente centralizados para aumentar el tráfico y dueño también de los frigoríficos que regulan el precio del producto. Total: monopolio ferroviario, monopolio frigorífico, ¡monopolio!
“Ahora la industria ganadera se empeña en mante­ner tal estado de cosas creyéndolo beneficioso para ella. No lo es porque con tal sistema se la mantiene en cons­tante crisis desde el año veinte. Y de ella no podrá salir si no se decide a gestionar de los poderes públicos, no que éstos le conserven el cliente a costa del interés ge­neral sino que traten de formar la industria que emplee las materias primas, industria del tejido, del cuero, de lubrificantes animales y vegetales, etc.”.
Este artículo, del 30 de agosto de 1930, debe cons­tituir seguramente el prolegómeno de lo que ratificaría el pacto Roca-Runciman y que daría motivo para la pu­blicación de La Argentina y el imperialismo británico, cuyo prólogo está fechado en marzo de 1934. El subtítu­lo: “Los eslabones de una cadena – 1806/1933”.

La jerarquía en las funciones del estado
Bajo este título apareció en el primer número de “La Nueva República” un comentario al que los aconte­cimientos del presente confieren relevante actualidad.
“Entre nosotros, dice, se da a la instrucción pública una importancia capital dentro del estado… criterio erróneo que ha subvertido en nuestro país la jerarquía de las funciones del estado. En realidad, la educación no es función de estado… la instrucción lo es sólo en sus estadios superiores y nada más que como elemento de contralor. En cambio la justicia es uno de sus fines primordiales, el segundo después de la seguridad exte­rior, encomendada al ministerio de Relaciones exterio­res; pero dada la falsa doctrina de la separación de los poderes, ha pasado aquélla a último término en el interés gubernamental… no se atiende a preservar el instru­mento de la justicia, el más delicado en la sociedad, de la influencia de los intereses en juego.”
¿Qué agregar al presente, en que el país está jaquea­do en la Antártida, en la Patagonia, en la Cuenca del Plata, en el mismísimo Río de la Plata, y se plantea en editoriales periodísticos la dramática pregunta de si Ar­gentina sobrevivirá sin ser dividida al año 2000?
Dueños del privilegio del territorio y de nuestra si­tuación geográfica, pero constituidos en “una rueda pa­rada” en el progreso del continente, y en los detentadores de la abundancia que no permitimos usufructuar a nues­tros vecinos americanos, Irazusta expresó más de una vez su preocupación de que las exigencias de la necesi­dad llevara al reparto del país, inerme ante el reiterado desacierto de su clase dirigente.

El peronismo
Cuando todavía se procura discernir el fenómeno del peronismo, sus causas y motivaciones, resulta útil cascar el huevo de Colón en las predicciones formuladas por Irazusta respecto de lo que se preparaba.
A raíz de las resoluciones adoptadas por el doctor Castillo y su ministro del interior, Culaciatti, que so pre­texto de lo que entonces se llamó las actividades anti­argentinas reprimían la libertad de prensa, ideaban me­canismos que impedían la formación de nuevos partidos políticos, etc., todo en nombre de la guerra o de la neu­tralidad, según conviniera, para ser más exactos, en agos­to de 1941, Irazusta prevenía:
“Estamos acostumbrados a servir a la patria sin nin­gún género de consideraciones de interés personal, pro­pio o ajeno. Las medidas de Culaciatti contra el derecho de reunión, los abusos de ese mismo funcionario con­tra la libertad de prensa, los atropellos de la comisión investigadora contra los derechos de los extranjeros y contra la libertad de comercio, están preparando la cama del dictador cortado a la medida de este régimen que les ofrece el destino. Ese incógnito, militar ambi­cioso o aventurero político, sin normas morales, no ten­drá necesidad para nada de violentar la Constitución y las leyes. Le bastará con acudir a los decretos y edictos de que se vale el régimen de septiembre para crear y preservar un privilegio político electoral perfectamente ilegítimo en el sistema que pretende amparar y que su­prime totalmente los fundamentos del gobierno republi­cano.”
Y apenas quince días después insiste en su comen­tario semanal:
“Ya hemos señalado reiteradas veces en estas mis­mas columnas que lo que hacen los dictatoriales gober­nantes de la hora presente es preparar la cama del futu­ro dictador que, esta vez, no tendrá que chocar contra los prejuicios populares en lo que respecta a la libertad de prensa, a la libertad de reunión, a los fueros de la ciudadanía allanados todos en nombre de la democracia, y, aunque no lo sepan los miembros de la comisión (in­vestigadora), ni los directores de los diarios anglofilos, es cosa tan vieja como el mundo que los dictadores siem­pre excusan sus atropellos a la libertad en nombre de la democracia; que las más de las veces, los verdaderos dictadores son los tribunos del pueblo, que arremeten en nombre de éste contra los privilegios constituidos al amparo de la libertad”.
La idea del origen legítimo del poder que se decía ostentar, hacía olvidar el principio mucho más impor­tante del uso legítimo del poder, y los resultados del fatal equívoco no tardaron en aparecer.

La política exterior
En una conferencia sobre “La reforma constitucio­nal”, pronunciada en 1957, resume Irazusta nuestro des­membramiento y desacertada política internacional en estos términos:
“La notable política exterior de la Confederación era difícil de contrarrestar y difícilmente se hubiera pres­tado el Brasil a desafiarla, si no hubiera encontrado agentes argentinos dispuestos a secundar sus designios. Desgraciadamente, éstos sobraban. En primer lugar los sitiados en Montevideo; a continuación, todos aquellos que se sentían fatigados por una lucha de veinte años. El general Urquiza personalizaba la fuerza mejor organizada de la época y tenía ambición. Habiendo vencido a Rivera en India Muerta y a Paz en el potrero de Vences, que­daba consagrado como el mejor guerrero de su tiempo. Conocía como nadie el terreno de una posible contienda con el enemigo tradicional. Esa era su guerra si se ofrecía pero no la quiso hacer. En vez de esa guerra nacional que muchos creían inevitable, prefirió el planteo con­trario. En vez de orientar sus caballerías hacia Río de Janeiro decidió dirigirlas contra Buenos Aires, ayudado inclusive por las tropas del Brasil. ¡Abismos del corazón humano! Quien pudo quedar en la historia argentina como un capitán más grande que San Martín, prefirió defraudar a sus hermanos de armas, empañar su pres­tigio al extremo de buscarse una muerte siniestra.
La enseñanza de Caseros es la más gráfica de la his­toria constitucional argentina. El general Urquiza quería sinceramente la constitución. Para lograr su propósito se complotó con el extranjero en circunstancias particular­mente onerosas. No teniendo genio político alguno, se comprometió sin medida ofreciendo al aliado extranjero la satisfacción de todas sus ambiciones en desmedro de nuestra nación. Prometió el reconocimiento de la sobe­ranía del Brasil sobre las Misiones Orientales que esta­ban al alcance de un caballazo de sus huestes y cuya propiedad involucraba la definitiva independencia de la Banda Oriental. Prometió y cumplió el reconocimiento de la independencia del Paraguay que Rosas había dife­rido esperando que el tiempo y la reflexión convencieran a los paraguayos de lo absurdo de tal independencia. Tomó en préstamo el dinero necesario para la moviliza­ción y prometió pagarlo y pagó después, otorgando ven­tajas que valían mil veces más.”

El nacionalismo
El concepto del nacionalismo lo aclaró en forma ter­minante Irazusta en 1967, durante el gobierno de Onganía, al ser entrevistado respecto del asunto.
“Algunos creen, dijo entonces, que el telurismo, el hispanismo, la derecha o el tradicionalismo son necesa­riamente nacionalismo. Otros consideran al nacionalismo como una expresión política del catolicismo, lo que tam­bién es un error (aunque naturalmente no sean incom­patibles). El nacionalismo ni siquiera es el patriotismo natural, sino algo distinto: es una necesidad, cuando la gestión de los intereses públicos resulta equivocada, in­suficiente o nociva, como en nuestro país. Los países que están en alza o en progreso, no necesitan del naciona­lismo. No lo necesitan porque con el patriotismo elemen­tales ven cumplidos todos los objetivos de la ciudadanía. Aquí, en cambio, es imprescindible.
“El nacionalismo es la defensa de los intereses de la patria. Recalco eso: la defensa de los intereses, de todos los intereses. Políticos, económicos, sociales y espiritua­les. Cuando hay defensa quiere decir que es necesaria, que hay ataque, que esos intereses peligran.
“Hoy vivimos una etapa de nuestra historia que se caracteriza por el casi total olvido de esta defensa. Esta­mos asistiendo a la virtual disolución del estado. Se ha llegado a proponer a potencias extranjeras la copartici­pación en los impuestos que se cobran en el país, como en el caso del acuerdo pactado por este gobierno con Alemania Federal. Este es un caso evidente de abdica­ción de soberanía.
“Otro caso evidente es el de la exención a la Iglesia de todas las reglas fijadas por el régimen del patronato. No es que yo sostenga que el patronato es una cosa con­veniente, buena ni sagrada, sino más bien lo contrario. Pero el patronato es un principio por el cual se luchó desde el momento de la Independencia, mucho antes de la Constitución. Y al tratarse de una vieja prerrogativa histórica del estado, no puede ser renunciada así, por decreto, sin sustituirla por un concordato. Tal cual se gestó, la eliminación del patronato no es más que una abdicación de soberanía. Porque en el curso normal de las relaciones entre la Iglesia y el Estado suele haber fricciones por razones muy diversas, a veces por cuestión de temperamento de los gobernantes o de los obispos y hasta por motivos protocolares. Por eso todos los países católicos tienen concordatos establecidos; hasta Austria, la última defensora de la fe, se avino a firmar uno.
“Un síntoma de la decadencia del espíritu nacional en la Argentina es que estos hechos que menciono hayan pasado prácticamente desapercibidos. Nuestro país abun­da en buenos católicos y en buenos patriotas, pero carece de una opinión mayoritaria dotada de espíritu público. Si no formamos esa opinión, nunca llegaremos a ser na­ción. Porque el nacionalismo es, específicamente, una actitud de la ciudadanía. No es una actitud de grupos tradicionales, derechistas o católicos, sino de la ciuda­danía como tal.
“En la Argentina el nacionalismo es indispensable ante el abandono total de los intereses del pueblo por el estado argentino, que fue normalmente un agente de los intereses extranjeros”.

Colofón
En una desordenada exposición quedan retazos de la personalidad más singular de nuestro tiempo, exhibi­dos a través de la anécdota, no sé si aleccionadora o gráfica de una manera de sentir, y, en especial, a través de sus palabras e ideas, extraídas según el gusto del com­pilador.
Siempre he creído que Irazusta escapa al análisis. La razón es que muchas de sus admoniciones, dadas a conocer sin sentido dramático, lo adquieren en el mo­mento menos pensado del devenir nacional, como resul­tado de la intuición, instinto, sentido político, o como quiera llamársele, del cual estaba dotado, y que escapa al comentarista o antólogo.
De ahí que no queda sino el abrevar en sus obras completas, en procura de la enseñanza adecuada al pre­sente, de la reflexión aleccionadora, del estímulo para perseverar, y, quizás para los más dotados, de la orien­tación del rumbo. Pero el esfuerzo debe ser personal. El pensamiento de Irazusta no puede darse a la manera de receta, ni transmitirse en dosis medicinales. Hay un ser vivo, que es el país y su gente. Necesita en forma perma­nente de una inteligencia que diagnostique y de una voluntad que realice. Cuando se abreva en Irazusta es para aproximarse a ese país y a esas gentes, no para encontrar una idea que luzca original y se deshaga en mero lucimiento. Es una obra para ciudadanos, no para lectores.
Y en donde todo está por hacerse en política, como es entre nostros, donde la practican los profesionales en organizar partidos, en ganar elecciones, o los apresura­dos siempre prestos a la crítica y nunca dispuestos a profundizar un análisis y a sacrificar tiempo y esfuerzo para conocer qué es lo que se tiene entre manos cuando se habla de la república, y ocupan el ámbito de resonan­cia de la opinión que sin embargo, oscuramente, los re­chaza una y otra vez, cabe preguntarse hasta cuándo podrá seguir indemne a ese ataque, a veces directo, otras deletéreo, de la insensatez, el organismo nacional. Siem­pre fue ya tarde. No obstante, seguimos viviendo el mi­lagro de nuestra integridad. ¿Puede pecarse tan impune­mente contra el espíritu, sin plazo histórico? Irazusta constituye una vibrante negativa al sometimiento, que trasciende a través del tiempo, y justifica el homenaje de esta publicación, como una invitación a la buena gente, que constituye la mayoría en el país, según sus reitera­das palabras, a salvarlo de la necedad y la inoperancia de tantos malos gobiernos. Que así sea.
Buenos Aires, octubre de 1978.
Félix S. Fares