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Carta a un soldado de la quinta del sesenta – Robert Brasillach

180 páginas
20 x 13 cm.
Ediciones Nueva República
Colección «Europa Rebelde» / 13

Barcelona, 2009

Cubierta a todo color, con solapas y plastifica
da brillo
Págs. interiores con fotografías
Precio para Argentina: 95 pesos
Precio internacional: 16 euros

«Robert Brasillach nació en Perpignan, cerca de la frontera española, el 31 de marzo de 1909. Hijo de catalanes franceses, su padre era un oficial destacado en el Marruecos francés, particularidad ésta que marcaría toda la vida del escritor. Interesado desde joven por la política, Brasillach llegaría al fascismo atraído por el dinamismo, la mística y la poesía de un movimiento que avanzaba en muchas naciones europeas. Tras la “liberación” de Francia sería apresado por “colaboracionista”. En la cárcel, poco antes de ser ejecutado, escribió dos de sus obras más conocidas; “Carta a un soldado de la quinta del sesenta” y “Poemas de Fresnes”. Cuando le llegó la hora, antes de que sus verdugos abriesen fuego, apeló al coraje y gritó ¡Viva Francia!: fueron las últimas palabras de un hombre cuyo único delito fue pensar diferente en tiempos convulsos.»

ÍNDICE

● Robert Brasillach: El fascismo como poesía y movimiento romántico [Erik Norling ]
● Notas
● Bibliografía de Robert Brasillach
● Carta a un soldado de la quinta del sesenta [Robert Brasillach]
● Poemas de Fresnes [Robert Brasillach]
—— Primera parte
—— Segunda parte
● Brasillach y España [Erik Norling]
● El mito de España en la intelectualidad francesa de entreguerras
● La España romántica,”el país de nuestro corazón”
● La España heroica
● El sueño occitano
● Notas
● Anexos:
— Léon Degrelle: mis encuentros con Brasillach [Léon Degrelle y Erik Norling]
— El proceso de Brasillach [Joaquim Bochaca]
— Recurso de Gracia
— Agradecimiento a los intelectuales
— José Antonio Primo de Rivera [Robert Brasillach]
— El Ausente [Robert Brasillach]

Robert Brasillacn: El Fascismo como poesía y movimiento romántico
por Erik Norling

“Tampoco podemos negar que su extraordinaria poesía está muy cerca de nosotros, y que continúa siendo la verdad más exaltante del siglo XX, la que le habrá dado color.” (Écrit a Fresnes, noviembre de 1944)

El fascismo, como movimiento nacional-revolucionario na­cido tras la crisis de la Primera Guerra Mundial, movilizó no sólo a las masas populares de europeos que aspiraban a un Nuevo Orden sino también a una gran mayoría de intelectua­les, que vieron en el sueño de la revolución fascista la única vía de escape para salir del callejón sin salida al que habían lle­gado la civilización y culturas europeas al quebrar el sistema impuesto por las democracias tras el Tratado de Versailles.
Y, aunque el fascismo triunfó plenamente en países como Italia o Alemania, sería, por el contrario y lejos de lo que pu­diera pensarse, en la democrática Francia de pre-guerras de la III República donde la generación intelectual fascista encon­tró sus mejores exponentes en las figuras de los escritores Pierre Drieu La Rochelle y Robert Brasillach, Rebatet, Marc Augier, Céline, y un largo etcétera. Los dos primeros, que re­presentan el culmen de esta generación, tal alejados el un del otro, comprometidos política y públicamente con la causa del fascismo y el ideal de una Europa fascista que constituyera el baluarte de la defensa de la juventud. Es más, ambos suponen el ejemplo más ilustrativo de aquel vasto grupo de intelectua­les europeos que abrazaron el Ideal, en mayúscula, europeísta durante los años que mediaron entre el final de la Primera Gue­rra Mundial, para ellos la “Gran Guerra”, y 1945, momento en el que su sueño se derrumbó simultáneamente con la entrada de los tanques rusos en Berlín, arrasando a su paso incluso hasta la misma cancillería de Hitler y su milenario Tercer Reich.(1) Se trata de las principales cabezas visibles de lo que el profesor francés Paul Sérant denominó como “romanticismo fascista”, en su ya clásica obra Le Romantisme fasciste.(2) Si al fascismo siempre se le ha considerado más desde su vertiente político-militar, el estudio de los dos autores mencionados su­pone la vía más idónea para comprender esa otra vertiente ro­mántica de esta misma ideología que, a fin de cuentas, marcó y marcará inexorablemente, entre otros muchos aspectos, el pensamiento intelectual de nuestro continente, que no tiene otro nombre que el de Europa.(3)
Si bien estos dos escritores franceses son clasificados nor­malmente en un mismo grupo, el de los “colaboracionistas” —con el que despectivamente se designa a aquellos que apo­yaron entre 1940-45 abiertamente la causa de la política de co­laboración con el Nuevo Orden que pretendía imponer el nacional-socialismo en Europa—, es necesario puntualizar que entre ambos escritores median grandes diferencias, tanto lite­rarias como políticas. Representan, a sus respectivos modos, dos concepciones muy distintas de entender el fascismo y el futuro de Europa, tal y como hay que interpretar esta ideolo­gía, tan distante en cierto modo dependiendo de las versiones que produjera. No es comparable el fascismo latino con el nór­dico, ni el germánico idéntico al británico.
Si Drieu La Rochelle es el fascismo pesimista, el del ex­combatiente, con un tono virulentamente anticapitalista y so­cializante; el fascismo idealizado por Brasillach es el fascismo optimista, el del joven soñador y romántico, mucho más con­servador y nacionalista. Dos visiones de Europa y del fascismo como revolución regeneradora que ilustran, cada una a su ma­nera y con todas las matizaciones posibles, dos formas distin­tas de entender la política. El fascismo en modo alguno era una ideología cerrada, o perfectamente delineada, aún cuando los historiadores oficialistas de la postguerra se empeñan machaconamente en mostrarnos a un fascismo que se reduce ide­ológicamente al Mein Kampf (Mi lucha) de Adolf Hitler y a los discursos de Benito Mussolini.

Brasillach, una juventud al servicio de Francia
Robert Brasillach nació en Perpignan, cerca de la frontera es­pañola, el 31 de Marzo de 1909. Hijo de catalanes franceses, su padre es un oficial destacado en el Marruecos francés. Par­ticularidad ésta que marcará toda la vida del escritor. Estos años se desarrollan entre los viajes junto a su madre al país magrebí para visitar a su padre y su infancia en la Cataluña francesa. (4)
En 1914, al frente de sus hombres, su padre cae en combate en Marruecos. De esta forma trágica, el joven Brasillach queda huérfano de padre a la temprana edad de cinco años. Su pos­terior obra literaria no podrá sustraerse de la fascinación por los viajes, lo exótico y la vida militar que encarnaba la figura del padre desaparecido.(5)
Siendo muy joven se traslada a París para proseguir sus es­tudios e ingresar en la Escuela Normal Superior, una de las más prestigiosas de toda Francia, lo que le unirá definitiva­mente al grupo de intelectuales “normalianos” que saldrían de las aulas de este instituto y que constituirán el tronco de los altos funcionarios de la República francesa. Desde entonces, también se convertirá en un parisino, hasta el extremo que ya nunca abandonará la ciudad-luz. En un París de la inmediata postguerra, el joven futuro escritor se adentra en su verdadera vocación, la literatura, y se dedica de lleno a ella; siendo pronto descubierto por los intelectuales de la época, que ven en él a un joven prodigio.
Brasillach no se define políticamente todavía, aunque des­precia el régimen republicano que gobierna Francia, al que considera falto de honestidad y corrupto, por lo que es tentado por todas y cuantas alternativas surgen a modo de oposición a una III República decadente. Colabora en diversas revistas como L’Intransigeant (El Intransigente) o La Nouvelle Revue Française [La Nueva Revista Francesa (N.R.F.)], verdaderos centros intelectuales de la derecha gala en la Francia de entre-guerras, al tiempo que descubre el teatro y el cine como mo­vimientos artísticos, de los que se convertirá en un auténtico experto de reconocida fama como crítico. De hecho, su His­toire du Cinéma (Historia del Cine) de 1935, escrita en cola­boración con su cuñado Maurice Bardèche, es aún hoy todo un clásico.
En 1931, cuando cuenta tan solo con 22 años de edad, se le propone colaborar en el periódico L’Action française (La Ac­ción francesa), órgano de expresión del movimiento antirre­publicano más influyente de Francia. Cuenta con centenares de miles de seguidores en todo el país y una larga trayectoria de activismo social. Brasillach no es miembro del grupo político liderado por Charles Maurras, aunque simpatiza con el anciano político. Al principio se limita a realizar críticas literarias que se publican en las páginas del periódico, pero pronto su capa­cidad con la pluma le convierte en un miembro imprescindible de la redacción. Ironías del destino harán que su primera co­laboración será una crítica literaria de la novela de Drieu La Rochelle, Le Feu Follet (El Fuego Fatuo).(6)
Al año siguiente, Brasillach es nombrado encargado de la sección literaria, con lo cual se codeará con toda la “flor y nata” de la intelectualidad francesa del momento. La mayoría de los historiadores se empeñan constantemente en recordar­nos de esta época a muchos de los autores franceses que muy posteriormente encabezarían las jornadas de Mayo del 68: Sartre, Camus, Malraux, entre otros muchos. Todos ellos de iz­quierdas. Pero, es necesario tener en cuenta, tal y como se atrevió a reconocer el investigador norteamericano Herbert R. Lottman, que, “la historia intelectual de la Francia anterior a la guerra era también hecha por esta derecha joven y menos joven”. (7) Un hecho que, muy convenientemente, se ha ido si­lenciando expresamente, siendo declarados como apestados y marginados por los editores franceses los llamados intelectua­les malditos. (8)
Políticamente, el joven Brasillach se siente cada vez más se­ducido por las noticias que llegan desde Italia y, consecuente­mente, de los éxitos del régimen fascista (pues, todavía no conoce Alemania y a Hitler, si bien esto tampoco tardará en llegar). Sin embargo, es un acontecimiento decisivo el que le hará decidirse a tomar parte activa en la política y decantarse definitivamente por el fascismo: las revueltas de París el 6 al 9 de febrero de 1934.
Ese día, el 6 de Febrero de 1934, el pueblo de París, has­tiado por los continuos escándalos que envuelven al régimen republicano, se lanza a la calle en una multitudinaria manifes­tación convocada por las diversas organizaciones y ligas de excombatientes y antirrepublicanos. La manifestación es re­primida brutalmente por las fuerzas del orden. Esa fecha se convertirá en mítica en la historia del fascismo francés, pues representa el hito en que el pueblo francés descubre la verda­dera cara del régimen democrático. Pero, serán sobre todo los intelectuales los que se sientan impresionados por lo aconte­cido en la Rué Royale, frente a la Asamblea Nacional, esa misma noche. Pierre Drieu La Rochelle, Lucien Rebatet, así como Brasillach se declaran públicamente fascistas a partir de ese mismo momento. Drieu La Rochelle afirmará: “sé perfec­tamente que desde el 6 de Febrero soy fascista”, (9)
En su Exordio, que escribiera poco antes de suicidarse en 1945, asegura que “a partir de 1934, encontré el fin de las dudas y las vacilaciones. En Febrero de 1934 rompí definiti­vamente con la vieja democracia y el viejo capitalismo… Yo hubiese deseado mezclar a los manifestantes del 6 de Febrero y aquellos del 9, a los fascistas y a los comunistas” .(10) Por ello no podemos sino compartir la interpretación que subrayase el profesor Peter D. Tame en su magnífica tesis doctoral cuando afirmó que “es este instinto y esta espontaneidad del fascismo lo que sedujo a Brasillach”. (11)
La conversión al fascismo de Brasillach se evidencia a par­tir de esa fecha, no sólo en sus artículos y manifestaciones pú­blicas reconociendo que había sido contagiado por “este mal del siglo, el fascismo… (12) También se refleja claramente en su obra novelística. En la novela inacabada, que comenzó en julio de 1940 tras el golpe que supuso la derrota frente al eterno enemigo alemán y que titula expresivamente Les Captifs (Los cautivos), narrada en el más puro estilo autobiográ­fico, describe perfectamente esta conversión al “esprit fasciste” (espíritu fascista). Para Brasillach, el fascismo no es una mera ideología sino más bien una forma de vivir. La fecha del 6 de febrero se convierte en un mito para el poeta, quien la consideraba como el primer día del año I de la Revolución Na­cional.(13) Sin duda, había sido una revolución frustrada para todos los franceses, y sobre todo para los intelectuales, que creyeron ver en ese preciso momento la posibilidad de rege­nerar la corrupta vida política francesa; pero también fue, en palabras de Brasillach:
“… Una instintiva y magnífica rebelión… Una noche de sa­crificio, que queda en nuestra memoria con su olor, su frío viento, sus pálidas siluetas corriendo, sus grupos humanos al borde de las aceras, su esperanza invencible en una Revolu­ción Nacional, el nacimiento exacto del Nacionalismo Social de nuestro país, “(14)
Durante años, Brasillach será el organizador de actos en me­moria de los caídos de la Rue Royale y, fiel a su romanticismo, la suerte y las paradojas del destino le permitirán ser fusilado precisamente esa misma fecha que él consideraba casi como mágica, un 6 de Febrero (de 1945), siguiendo la misma suerte de sus camaradas que cayeron asesinados por las balas del ré­gimen democrático once años antes.
Desde este momento, Brasillach se va apartando progresi­vamente de la Acción francesa de Maurras, al que considera no supo, o no quiso, aprovechar el momento para abanderar la causa fascista en Francia. Aun cuando no se afilia a partido al­guno, por contra de Drieu La Rochelle, que es un miembro ac­tivo dentro del Parti Populaire Français (Partido Popular Francés – P.P.F.) de Jacques Doriot. Brasillach es un abierto simpatizante del fascismo italiano y, en 1935, firma junto a otros muchos intelectuales franceses un manifiesto apoyando la intervención italiana en Etiopía, más bien como una defensa del destino imperial de los pueblos de Europa y de la defensa de la Civilización que encamaba Italia frente al salvajismo se-mi esclavista del Negus abisinio. En Francia, únicamente cree que puede tener éxito el partido del ex-comunista Jacques Do­riot, del cual dirá en 1941 que: “todos teníamos muchas sim­patías por el Movimiento… Jacques Doriot, ese gigante tran­quilo y firme, paciente, enérgico…”.(15) Aunque nunca se afiliará al Partido, sí que sería activo participante en muchas reuniones organizadas por aquél en la que era habitual hallar presentes a los más destacados intelectuales del fascismo galo.
De todos modos, Brasillach casi logró organizar su propio movimiento político-social, pero siempre netamente intelec­tual, alrededor de lo que será su obra maestra: el semanario Je suis partout (‘Me hallo en todas partes’), que se convertirá en el exponente aglutinador de las diversas tendencias fascistas, entiéndase nacional-revolucionarias, que se desarrollaron en Francia antes y durante la Guerra. Como vemos, el término nacional-revolucionario ya es utilizado por el joven Brasillach, lo cual demuestra otra vez más su permanente actualidad y, cómo no, su anticipación.(16)
El año 1936 es el de su consagración en la política activa. Estalla la Guerra Civil española al tiempo que en Francia triunfa en las elecciones el “Frente Popular” francés, com­puesto por un cartel de izquierdas. Brasillach cree que ha lle­gado el momento de intervenir activamente en política. Al fin y al cabo se trata de un romántico, y como tal un activista y no un teorizador alejado de la realidad. De ahí que suscribimos plenamente la afirmación de aquel que mejor lo conoció, su camarada y cuñado Maurice Bardéche, al afirmar que “su fas­cismo no era teórico: era una actitud ante la vida.”(17)
No puede dejar de aventurarse a ver de cerca los aconteci­mientos, pese al riesgo que comporta esta actitud. Brasillach viaja varias veces a la España nacionalista, en la que ve la re­encarnación de los ideales románticos del caballero medieval que lucha por una causa justa. Es el impulsor de una campaña en Je suis partout a favor del régimen de Burgos, que tiene gran eco entre los círculos derechistas franceses que apoyan plenamente la causa nacionalista y escribe varias obras sobre la guerra fratricida española, que considera el primer paso hacia la necesaria confrontación con el comunismo.
Así encontramos Les Cadets de l’Alcázar (Los Cadetes del Alcázar), en 1936 y en colaboración con el anciano ideólogo de la Acción Francesa, Henry Massis; Les Sept Couleurs (Los Siete Colores), en 1937; Historia de la Guerra de España, en 1939. Esta última, escrita en colaboración con su cuñado Bar-déche, es una historia completa de la contienda, la primera que se conoce, descrita desde la óptica de un intelectual pseudo-fascista, pues aún no está definida plenamente su línea nacio­nal-revolucionaria. Es en esta época cuando Brasillach comienza a utilizar ese característico tono provocador y des-enmascarador que utilizará en sus crónicas periodísticas, para atacar a los intelectuales y políticos que no comparten sus opi­niones políticas. Entre los más atacados por Brasillach, sobre todo por sus respectivos posicionamientos entorno a la cues­tión de la Guerra de España, destacan los intelectuales mar-xistas. Pero, sobre todo, gozan de una situación “privilegiada” en estos ataques los intelectuales que, aún siendo católicos y adscritos a la derecha francesa, deciden apoyar a la II Repú­blica española. Francois Mauriac, Georges Bernanos, Jacques Maritain son algunos de estos intelectuales que apoyan a los comunistas, pese a su consideración de conservadores o inte­lectuales católicos y, por ello, son especialmente despreciados por Brasillach.
Pero serán otras dos novelas, y un ensayo de amplia difusión en Francia, los que describirán el universo fascista que conoce el joven Brasillach, que recordemos no tiene más que 25 años de edad. Entre 1936 y 1937 escribe Come le temps passe… (Cómo pasa el tiempo…), que es la primera novela en la que trata la cuestión alemana, algo que ni siquiera los más radica­les fascistas franceses aceptaban. Este espíritu antigermano es­taba muy presente incluso entre las filas de los fascistas, sobre todo condicionado por la gran adhesión de excombatientes de la Primera Guerra Mundial a estos movimientos. (18) Fobia que realmente tampoco podrá ser del todo superado por el propio Brasillach.
Al año siguiente, escribe Corneille, un ensayo sobre el autor de Le Cid, ambientada en la España medieval. Se trata de una biografía de Pierre Corneille, el conocido autor teatral francés del Siglo XVII al que Brasillach define como “el precursor genial, osado, antiburgués, anticapitalista y antiparlamenta­rio, del Fascismo moderno”.(19) No olvidemos que por estas fe­chas Brasillach sigue siendo más proitaliano que germanófilo, y en esta obra no duda en comparar a Corneille y su relación con Luís XIV, el artista y el mecenas, como D’Annunzio y Mussolini.(20)
Asimismo, este ensayo representa otra manifestación más de uno de los puntos más controvertidos del mundo ideoló­gico de Brasillach, concretamente en cuanto a su postura frente a la monarquía. Recordemos que se ha formado en las filas de la Action française, donde Maurras propagaba las bondades del régimen realista frente a la decadencia de las repúblicas parlamentarias. Nunca se declaró Brasillach abiertamente con­trario a la república, aún cuando la atacase con toda la feroci­dad que le caracterizaba en sus escritos, así como tampoco tomó una postura abiertamente monárquica. Curiosamente, es en Corneille, donde se manifiesta una de los pocos acerca­mientos a su concepción monárquica del Estado, que conside­raba idónea para Francia. La figura del monarca es alabada por Brasillach a lo largo del ensayo, sobre todo por la relación entre Corneille y Luis XIV de Francia. La monarquía debe en­carnar “la dictadura real, en la cual se encama la Patria, las tradiciones, el pasado y el futuro, y que acepta su tarea, que no se ruboriza, y que nunca tendrá el pensamiento de afinar que la autoridad desenorgullece al que la ejerce”.(21)
Brasillach está de acuerdo con Corneille en afirmar su con­formidad con “la importancia de la majestad real, con la dic­tadura real, con el absolutismo real, con la exaltación del nacionalismo francés contra las empresas del Imperio”. Ahora bien, ¿Cuáles son las monarquías que admiraba Brasi­llach en la Europa de entreguerras? Confiesa que siente una especial atracción por las monarquías en las que el rey go­bierna de un modo muy cercano a los regímenes fascis­tas: “Habría que saludar con respeto, algo en lo cual no hay duda, a Hitler o Mussolini, al rey muerto, Alejandro de Yu­goslavia, además del Rey Carol de Rumania, el rey Boris de Bulgaria, pudiera ser que al rey Leopoldo de Bélgica, los reyes que gobiernan “(23) Resulta más que evidente que existe en esta época una ignorancia muy acentuada por parte de Brasillach de las situaciones reales en muchos países de Europa, pues, al igual que apoya a Franco en España, en estos países balcáni­cos admira a reyes que precisamente se destacaron por des­truir los fascismos locales.
Es en esta época cuando Brasillach descubre a Léon Degrelle, que encarna para el romántico poeta al Uomo fascista.(24) El autor, individualista y rebelde (pues, recuérdese que no se afi­lió a partido fascista alguno pese a ser tentado) no logró en­contrar ningún líder que le mereciera confianza, con las honrosas excepciones hechas de José Antonio Primo de Ri­vera y Degrelle. Sobre este último, escribirá una serie de artí­culos recopilados y editados en forma de libro en 1936 e innumerables artículos en Je suis partout. (25) Pero debido al descenso de popularidad de Degrelle en Bélgica antes de la guerra y los problemas en Francia, Brasillach no volverá a tra­tar más este tema. Visitará personalmente en varias ocasiones al líder belga y creyó ver en él la posibilidad de un líder fas­cista para el área francófona, a la altura de Hitler para Alema­nia o Mussolini para Italia. En Notre avant-guerre (Nuestra pre-guerra) Brasillach confiesa que fue una sorpresa descubrir a Léon Degrelle y su Rexismo, en el que pudo encontrar “por primera vez algunos poseídos del espíritu nuevo”, que no había logrado hallar en su Francia natal.(26) Despierta rápida­mente la empatia en el joven escritor, que ve en aquél, es decir en Degrelle, a uno de los “jefes de Europa que conseguirán ganar a sus pueblos hablando con el lenguaje que entienden”, siendo las principales características que le hacen merecedor de su confianza “la juventud…, su incontestable dinamismo (que) forman una leyenda atractiva”(27)
Entre 1938 y 1939 escribe su inmortal novela Les Sept Couleurs, en la que, por primera vez, aparece claramente plasmada su admiración por la Alemania hitleriana. Ya había visitado los congresos del Partido nacional-socialista en Nürenberg con sus compañeros del semanario así como la nueva Alemania, que se le antojaba magnífica. En esta novela utiliza un estilo innovador al recurrir por separado a las diversas formas lite­rarias (prosa, epístola, diario, reflexiones, diálogo, documen­tos periodísticos y monólogo) en cada uno de los siete capítulos en que se desarrolla esta historia de amor entre una joven de la burguesía acomodada, un joven fascista y el tercero en discordia, el marido de ella, que acabará combatiendo por la causa nacionalista en España. (28)
En esta novela, Brasillach muestra a los lectores franceses el universo fascista y la realidad de los países que lo magnifican: Alemania, Italia y, como campo de batalla, España. Pero no se trata tan solo de una novela de viajes sino también de una des­cripción sociológica e ideológica de la figura ideal del ser fas­cista, juvenil y hombre de acción, que encarna el adolescente Patrice. Este es viajero, activo, comprometido socialmente y consciente de la necesidad de distinguirse de los burgueses. Escribe Brasillach poniendo sus inquietudes en boca de su pro­tagonista:
“Tengo razón para pensar que es usted una pequeña bur­guesa -refiriéndose el protagonista a Catherine escribe Bra­sillach-. La seguridad. Y después también una cosa curiosa: La juventud. Amo la juventud, pienso que es un regalo mila­groso que nos hace gozar, respirarla, beber su perfume y he­rirse con sus espinas. Pero usted tiene miedo de la juventud. A los veinte años, tener miedo de su juventud, no puedo con­cebir vicio más terrible… En el fondo, este es todo el se­creto”. (29)
Alemania supone para Brasillach un gran descubrimiento. Ya en 1937 la descubrió cuando viajó a la sede de los congre­sos del partido para asistir a uno de ellos. Le resulta como algo misterioso, ciertamente insondable para la mentalidad de un francés: “un país enorme, rojo y negro con sus fiestas y arán­danos, los proyectores, los aviones y flores azules en macetas en todas las ventanas”(30) Pero aun así, Brasillach nunca lle­gará a comprender del todo al país vecino, pues, -después de lodo-, es un mediterráneo, de mentalidad y sensibilidad meri­dional, algo de lo jamás renegará. Curiosamente, será ejecu­tado por sus afinidades políticas con el ocupante cuando era lo más alejado de un germanófilo hasta el extremo que pudieran llegar a serlo otros intelectuales franceses como, por ejemplo, Alphonse de Chateaubriand.
Poco antes de la guerra, y dentro del clima prebélico anti­germano que envuelve a Francia y las democracias occidenta­les, Brasillach se siente tentado por volver a sus principios cuando estaba muy cerca de la Acción francesa:
“No he sido toda mi vida un amigo de Alemania, maurrasiano, es decir, tradicionalmente inclinado a la desconfianza hacia ese Pueblo, ignorando su lengua y casi su literatura, conociendo mal su Historia y sus artes, y conociendo muy poco su suelo, y además no aficionado a la música, en princi­pio Alemania no tenía nada que debiera atraerme”. (31)
Ataca constantemente a Alemania desde Je suis partout, lle­gando incluso a calificar a Hitler de loco y desear su muerte.(32) Es más, no será hasta el final de la guerra cuando Brasillach se rinda ante el valor y coraje demostrado por el pueblo alemán: “Alemania puede habernos hecho mucho daño en su defensa de este último año… pero es cierto que su endurecimiento, tal vez loco, tiene algo de heroico y de sobrehumano, y la Histo­ria, suceda lo que suceda, deberá inclinarse ante ella… En todo caso, y más que nunca, me parece que el futuro dará la razón a los que piensan que es preciso tener consigo a ese Pueblo sorprendente”.(33)
Estas palabras, escritas en prisión y cuando no existía razón alguna para rendir pleitesía al ocupante, son la prueba más pal­pable de su sinceridad. En 1939 estalla la guerra entre los an­glosajones, Francia y el Tercer Reich por la cuestión polaca.
Brasillach es movilizado con la graduación de teniente, y pese a su condición de autor consagrado en la órbita intelectual francesa. Sus enemigos aprovechan para considerarle como un posible “traidor” por sus simpatías más que reconocidas por el fascismo, que al fin y al cabo era el enemigo de Francia en esa “Dróle-de-Guerre” (guerra en broma), como fue bautizada. Su reconocimiento público es evidente y en el otoño de ese mismo año es propuesto para el Premio Goncourt, uno de los galar­dones más prestigiosos de las letras francesas. (34)
Al iniciarse la ofensiva alemana en la primavera de 1940, es hecho prisionero tras la derrota francesa e internado en un campo de prisioneros como otros centenares de miles de com­patriotas. Época que aprovecha para escribir y definirse cada vez su condición de intelectual fascista. Escribe Bérénice, Notre avant-guerre, en el que busca las causas ideológicas de la derrota de Francia ante el Nuevo Orden que se impone en toda Europa; así como, Les Captifs. Este último libro inédito y publicado postumamente, constituye una pseudobiografía que no concluirá, donde narra el recurrente tema de las des­venturas de un joven en la Francia de entreguerras que descu­bre el fascismo. En Notre avant-guerre, el tema es muy similar pero escrito con un estilo netamente periodístico. Su libera­ción del campo de prisioneros estará ligada a la figura de Otto Abetz, embajador alemán en París y ferviente devoto de la cul­tura gala, que a su vez actuaba intercedido por Léon Degrelle, que le había planteado la necesidad de su liberación.
Al retomar a la ciudad de las luces descubre que el mundo que conocía se ha derrumbado estrepitosamente y que ha lle­gado el momento de apoyar la revolución nacional-socialista, y acepta el cargo de Comisario para el Cine en el Gobierno de Vichy. Incapaz de acomodarse a la rutina del funcionario, abandona pronto dicho cargo por chocar constantemente con las exigencias de la censura alemana, para volver a sus ocu­paciones al frente de Je suis partout, de la cual era accionista y redactor jefe, que había reaparecido tras el caos de la derrota de Mayo-Junio de 1940.
El joven Brasillach busca afanosamente encontrarse con el nacional-socialismo alemán pero le es difícil. Viaja a Alema­nia y participa en el congreso internacional de escritores celebrado en Weimar en Octubre de 1941, junto a famosos autores europeos procedentes tanto de países ocupados por las potencias del Eje como de países neutrales, y es un activo militante del colaboracionismo con el Nuevo Orden, actitud que él con­sidera plenamente patriótica, pues “la reconciliación de Fran­cia y Alemania era una necesidad imperiosa del porvenir”, recordará su cuñado Maurice Bardéche. (35) Actitud razonada por el propio Brasillach para lograr la concordia y la paz entre los pueblos europeos: “Y me puse a observar a Alemania. Era un espectáculo apasionante […] Luego he sido un colabora­cionista de razón, diciéndome que esta querella debía cesar de una vez, pues había mandado ya a la muerte, después de tan­tos siglos, a demasiados jóvenes”. (36)
Otro aspecto controvertido es el de su antisemitismo. Acu­sación que sirve de pilar básico a aquellos que se esfuerzan constantemente en denigrar a aquella generación de prodigio­sos literatos a la que perteneciera el joven Brasillach. Incluso Lottman llega a afirmar gratuitamente que “su único pesar -el de Brasillach, entiéndase-, había sido saber que los Alemanes hubieran respetado a los niños judíos, ” (37) Lo cual quedaría posteriormente demostrado por su falsedad ya que Brasillach jamás albergó un antisemitismo en el sentido genocida. En el caso del poeta, el sentimiento contra los judíos es una reali­dad, aunque no más exacerbado que en el resto de la pobla­ción francesa de la época, la de una Francia que había visto nacer a uno de los más grandes teóricos y agitadores del anti­semitismo social moderno, Édouard Drumont, o a Movimien­tos populares antijudíos como el del affaire Dreyffus o Stavinsky.
El investigador francés Pierre Pellissier, en su biografía sobre Brasillach, nos recordará acertadamente, ubicando el an­tisemitismo del joven intelectual francés en su entorno social, que “las raíces del antisemitismo, profundamente ancladas en tierra cristiana, encontraron un nuevo terreno fértil con los acontecimientos que se agitaban en la Europa de principios de los años 30…”. (38)
De todas formas, el sentimiento antijudío en Brasillach no está muy desarrollado, no más que el mismo que tenía la gran mayoría de la derecha francesa católica de la época. Incluso, en su crítica literaria a la obra Bagatelles pour un massacre (Pequeñeces para una masacre), quizá la obra más dura y vio­lenta jamás escrita por un intelectual francés contra los he­breos, llega a denunciar Brasillach ese “antisemitismo animal, un antisemitismo de violencia ” de Céline. (39)
El sentimiento antijudío de Brasillach es esencialmente ide­ológico, no aprueba la cultura judía ni su evidente infiltración en las finanzas europeas pero se separa violentamente de las soluciones drásticas al problema judío. Desde Je suis partout, bastante antes de la guerra, en 1938, exige que “es necesario considerar a los judíos como un pueblo extranjero… Para los judíos establecidos en Francia desde hace mucho tiempo se les creará un estatuto de minoría, para protegerlos y prote­gernos… “.(40) En sus últimos escritos en la prisión de Fresnes, en el invierno de 1944-45, pendiente del juicio que lo conde­nará a muerte, Brasillach se confiesa:
“Soy antisemita, conozco por la Historia el horror de la dic­tadura judía, pero que se haya a menudo separado a las fa­milias, expulsado a los niños, organizado deportaciones que no podían ser legítimas porque su objetivo -que se nos escon­día- era la muerte pura y simple, me parece y me ha parecido siempre inadmisible. No es así como se resolverá el problema judio. Y afirmo que si esos métodos han aumentado el descré­dito pasional de Alemania en Francia, el antisemitismo que­dará, no obstante, de ahora en adelante, anclado en el pueblo francés, y el regreso de los judíos no será ciertamente con­templado con agrado… Y las verdades del antisemitismo no se borrarán en modo alguno”. (41)
Sus palabras no podían ser más proféticas aún cuando de­notan que está influenciado por la intencionada propaganda de guerra aliada que ya circula en la Francia “liberada” en cuanto al trato dado a los judíos. Brasillach no hace mención alguna de las noticias sobre los asesinatos masivos que según los me­dios de comunicación se produjeron durante la guerra, ya que incluso se lamenta que vuelvan a Francia los judíos deporta­dos. En el memorándum redactado por el propio escritor en enero de 1945 para contestar a las acusaciones de los fiscales, es consciente que la cuestión judía va a jugar un papel rele­vante entre las acusaciones contra su persona y explica su po­sición antijudía en los siguientes términos:
“Yo no he sido siempre antisemita. He tenido, siempre, cu­riosidad por el pueblo judío, por su resistencia, su originali­dad. Pero en 1936 en que se pudo ver un gabinete compuesto por treinta y siete ministros, agregados de gabinete, directo­res, que eran judíos. Uno puede estimar que esto era dema­siado… ¿no era excesivo?”.(42)
De todos modos, es difícil sostener la acusación de antise­mitismo contra Brasillach desde esa base, tal como lo hace el tribunal que le va a acusar de colaboracionismo y asesinar en 1945. “¿Y acaso la barbarie de unos excusa la barbarie de los otros?”, contestaba Brasillach a sus fiscales cuando se le im­putó el no haber criticado crímenes de guerra de los alema­nes. (43)
Colaboracionista convencido, descubre que de todas formas el equipo de Je suis partout no es el más adecuado, evidente­mente por divergencias ideológicas, y decide abandonar la re­dacción del semanario en 1943. Se repliega a una intensa labor literaria y de investigación, publicando varias obras durante esta etapa: La Conquérante (La Conquistadora), Les quatres Jeudis (Los cuatro Jueves), Six heures á perdre (Seis horas para perder), Anthologie de la poésie grecque (Antología de la poesía griega).
De esta época tan solo Six heures á perdre tiene un conte­nido político, lo cual es una prueba del giro hacia el pesimismo que ha efectuado Brasillach y que le alejará de todo activismo partidista.
Las noticias de las derrotas del Eje, las divisiones partidis­tas y el fracaso de la Revolución Nacional del Mariscal Pétain le marcan profundamente y él mismo afirmará que son “tiem­pos de desilusiones”.(44) La Francia de 1943 es una nación di­vidida y cercada por el miedo y los oportunismos, algo que desprecia profundamente el poeta, que ve cómo se derrumba el universo de Ideales que tan laboriosamente había construido en la década anterior.
El desencanto que padece Brasillach en esta época es fruto de la falta de libertad que descubre en los regímenes fascistas, algo que no puede comprender un individualista nato y amante de la libertad: “porque es evidente que, sin creer en los cuen­tos que nos quieren hacer tragar sobre la libertad de opinión en Alemania e Italia, la libertad individual era, allí, a menudo limitada”, y para él, al igual que para sus compañeros de la “Rive gauche”, el fascismo fue desde sus comienzos precisa­mente una búsqueda incesante de libertad total, “nostalgia de la libertad que el contacto con él nos había dado”, en pala­bras del propio Brasillach. (45)
En junio de 1944 los aliados desembarcan en Francia y en el mes de agosto alcanzan París. El régimen de Pétain se de­rrumba, en parte por la propia voluntad del viejo mariscal, y todos los colaboracionistas comienzan a comprender cual será su suerte en caso de quedarse a esperar la llamada “liberación”.
Ya desde meses atrás las bandas irregulares de comunistas asesinan a cualesquiera que puedan entorpecer su futura “re­volución proletaria” para cuando se retiren los alemanes. No sólo caen políticos sino que se ensañan particularmente con los intelectuales.(46) De la capital, todos los miembros del equipo de Je suis partout así como los demás colaboracionis­tas se retiran con los alemanes, pero Brasillach se niega a mar­charse pues considera que sería antipatriótico huir en esos momentos en que Francia necesita más de su juventud: “Soy más francés que nacional-socialista” le escribe a su buen amigo y camarada Lucien Rebatet (47)
Se esconde a la espera de que la situación se tranquilice mientras los rumores sobre asesinatos y persecuciones se han convertido en realidad. Sin embargo, su familia es detenida, incluso su anciana madre, viuda de un caído por Francia y ajena a cualquier actividad política. Brasillach, por dignidad, se siente obligado a entregarse antes de tener que ver a su fa­milia sufrir las consecuencias de su compromiso político. De esta forma se transforma en el primer intelectual de relieve en ser detenido y juzgado. Por lo cual las nuevas autoridades fran­cesas deciden ser ejemplarizantes con el “traidor Brasillach”.
El 19 de Enero de 1945 se inicia una parodia de proceso ju­dicial que concluirá con su condena a la pena capital. (48) Las actas de dicho procedimiento judicial y sobre todo las poste­riores declaraciones del abogado defensor, Jacques Isorni, de­mostrarán la completa nulidad jurídica del mismo. Sin embargo, aún la guerra seguía con virulencia contra Alemania y los tribunales no tenían demasiadas consideraciones legales. Brasillach, otra vez con su espíritu romántico-idealista sale a flote, no se tambalea al escuchar la sentencia y alguien del pú­blico grita: “Es una vergüenza”. Pero él se vuelve y responde altivo: “Es un honor”.(49) Una conclusión final para un drama que al joven poeta le parece incluso épica y acorde con su constelación de ideales, sin duda recordando las palabras de aliento de su madre: “Te encontraron insolente, pues llega un momento en que, si uno no es un cobarde, parece insolente”. Palabras vertidas en una de sus últimas misivas, fechada el 21 de enero de 1945.
Inmediatamente se alzan voces en contra de esta sentencia, voces procedentes del campo de la Resistencia misma, que consideran que, al fin y al cabo, Brasillach es un brillante lite­rato, miembro del club de la “Rive gauche”, “normaliano”, aunque se haya “extraviado”, pero que en realidad físicamente no ha hecho daño a nadie. El conocido escritor, y enfrentado al poeta, François Mauriac y su hijo encabezan la lista de los intelectuales de “bien” o resistentes que solicitan el indulto al general De Gaulle. Gran parte de los miembros de la Acade­mia Francesa de las Letras firman la solicitud así como mu­chos miembros de grupos de la izquierda como Albert Camus o el escritor, militante comunista, Claude Roy, que se gana así la enemistad de sus camaradas de partido.
Entre los que prefieren ver muerto a Brasillach se halla el fa­moso intelectual existencialista Jean-Paul Sartre, que por aque­lla época coqueteaba con el Partido Comunista, y se niega a firmar la solicitud aun cuando Brasillach le protegiera durante la ocupación; la misma reacción tiene André Gide.
La mayoría suscribe la petición sin considerar la posición ideológica del joven condenado. Aún así, la petición fue de­negada por el general De Gaulle personalmente tras haber re­cibido la visita personal de François Mauriac, en un acto incomprensible, alegando que Brasillach había vestido el uni­forme alemán, lo cual era erróneo y posteriormente se com­probaría que había sido fruto de una confusión por parte del general, al observar una fotografía de propaganda de Doriot en uniforme alemán [pues era teniente de la Legión de Voluntarios (antibolcheviques) Franceses en Rusia], donde aparecía a su lado el joven escritor, pero con atuendo civil. Según el abogado de Brasillach, Jacques Isorni, Mauriac le había co­municado que De Gaulle había concedido el indulto a Brasillach. (50) Otros rumores afirman que el entonces gobernante de Francia afirmó todo lo contrario y sentenció al joven escri­tor con la frase lapidaria de: “¿No querían un mártir? Pues lo van a tener en la persona de Robert Brasillach “.
“No me hago muchas ilusiones”, escribía Brasillach el 20 de Enero a su cuñado Maurice Bardéche, y el 6 de Febrero de 1945, Robert Brasillach era conducido en Montrouge ante el pelotón de fusilamiento y ejecutado. El mismo día que él se hiciera fascista once años antes, sin haber cumplido los treinta y seis años de edad. Antes de morir grita: “¡Coraje…! ¡Viva Francia!”, dando la cara a aquellos que le iban a asesinaran
Su abogado, Jacques Isorni, defensor de causas perdidas y enemigo acérrimo del general De Gaulle, estuvo presente en la ejecución y recogió la última gota de sangre que corría por su frente, para guardarla como una reliquia de aquel hombre que fue asesinado injustamente, tal como nos relata en su magní­fica recomposición del proceso que condenó a Brasillach, Le procés de Robert Brasillach, teniendo la valentía de publicarla en 1947, cuando todavía no se habían acallado los ecos de las salvas de los pelotones de fusilamiento que ejecutaban a los que habían osado oponerse a la democracia.
Seguramente, el proceso de Brasillach no habría acabado con su asesinato de no haber sido el primer intelectual cola­boracionista de relieve en ser detenido. Y recordemos que en febrero de 1945 la guerra proseguía con toda su crudeza en Europa, quedando poco espacio libre para los ánimos serenos. Estando en la prisión de Fresnes, cerca de París, Brasillach es­cribe sus últimas obras literarias, que serían publicadas postu­mamente por la editorial francesa Plon bajo el título de Ecrit a Fresnes en 1967, de forma recopilada aún cuando ya habían aparecido en diversas editoriales por separado. Brasillach aprovecha para plasmar sus últimas impresiones así como re­pasar sus actuaciones políticas de los últimos años. (52) Tal como hiciera el poeta falangista Rafael Sánchez Mazas, Brasillach tampoco ni se olvida ni se arrepiente de su pasado:
“El fascismo, hace mucho tiempo que hemos pensado que era una poesía e incluso la poesía del siglo XX (con el comu­nismo, sin duda). Me digo a mí mismo que esto no puede morir… […] Y yo, que estos últimos meses me he desenga­ñado tan acusadamente de tantos errores del fascismo italiano, del nacionalismo alemán, del falangismo español, puedo decir que nunca podré olvidar la irradiación maravillosa del fas­cismo universal de mi juventud, el fascismo, nuestra fiebre del
Siglo.”(53)
Realmente, Brasillach se nos presenta como un precursor del auténtico espíritu fascista, casi “naif’, despojado de todas las taras que obstaculizaron el triunfo definitivo del fascismo italiano o del nacional-socialismo alemán, y hemos de coinci­dir con Michel Schneider que para lograr el éxito se debe beber de todas las mentes y no suscribirse a una sola, es decir “en la medida en que cada uno puede aportar su contribución al edi­ficio de nuestras propuestas para la liberación del (hombre) europeo”(51), tal y como hiciera Brasillach. Entre los autores modernos que han tratado este tema, las alternativas de estos autores franceses, destacan sin lugar a dudas a Schneider.(54) Igualmente el estudio del finlandés Tarmo Kunnas con su Drieu La Rochelle, Céline, Brasillach et la tentation fasciste. (55)
Tampoco podemos olvidar, aunque comenzamos esta refle­xión sobre el poeta calificándolo de romántico, que en la lite­ratura y vida de Robert Brasillach, el romanticismo no es fruto del pesimismo, como pudiera entenderse en Drieu La Rochelle, sino más bien es consecuencia de ese poder de fascinación que tuvo el fascismo en la juventud europea que no había sido desengañada por los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, ajena a los nacionalismos, que tampoco estaba has­tiada por el parlamentarismo corrupto. Aunque tiene sus dudas sobre el triunfo del fascismo: El fascismo, Francia y Alemania, ¿Serán todavía elementos de un hipotético universo?, no llega al Fascismo pesimista de Drieu La Rochelle, que acabará sui­cidándose.(56) Como acertadamente analizara Michel Grey, Brasillach estaba “perdido en la contemplación de un mito”, lo que le da ese valor inmenso que tiene para los que hoy, en el siglo XXI, nos acercamos a este fenómeno.(57)
El fascismo, para Brasillach no era otra cosa más que poe­sía, y descubre el fascismo desde esta óptica cultural y litera­ria, sensible al alma, y no desde la desesperación o de la miseria como ocurre en otros intelectuales fascistas. Así asen­timos plenamente con Lucien Rebatet cuando afirmaba, en una fecha tan temprana como 1941, que “Brasillach vino al fas­cismo a través de la poesía “(58)
En sus últimos meses de vida, Brasillach sigue siendo una mente lúcida y consciente de la caída, por segunda vez, de lo que él consideraba como su universo ideológico y real al mismo tiempo, pero no se arrepiente y predice:
“Los niños que serán muchachos de veinte años, más tarde, conocerán con sombría sorpresa la existencia de esta exalta­ción de billones de hombres, los campamentos de la juventud, la gloria del pasado, los desfiles, las catedrales de la luz, los héroes caídos en el combate, la amistad entre la juventud de todas las naciones que despertaron, José Antonio, el Fascismo inmenso y rojo. “(59)
En esto reside el poder de maravillar que encontramos en la obra de Brasillach. Sigue estando tan vivo y actual como nos­otros mismos y es la prueba innegable de que el fascismo como espíritu sigue vivo. Lo realmente vital y transcendental es ser conscientes de ello, “El saber lo que somos, la juventud de nuestro corazón… Nuestra espera de tanto tiempo, nuestra fe que nada ha alterado… Vosotros lo sabéis mejor que nadie”, nos recuerda el poeta en su inmortal poesía, “Testamento de un condenado”, compuesta unos días antes de su asesinato.(60)
Con todo, esperemos todos que se cumpla y se haga realidad la premonición que, justo antes de morir, lanzara Drieu la Rochelle, pues, era consciente que iba a ser condenado al ostra­cismo por su compromiso político “antisistema”:
“Me enorgullezco de haber sido de aquellos intelectuales. Más adelante, la gente se inclinará hacia nosotros para oír un sonido diferente del sonido común. Y ese sonido débil se amplificará”.(61)

(notas en el libro)