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Símbolos rúnicos en América – Rafael Videla Eissmann

224 páginas
fotografías b/n
medidas: 14,5 x 21 cm.
Ediciones Sieghels

tapa: blanda, color, plastificado

Las crónicas de autores como fray Gregorio García, Hugo van Groot, Sufrido Pedro, Johann Philipp Cassel y Marcus Zuerius Boxhornio, entre otros, atestiguaron la presencia de una población precolombina distinta a los indígenas. Estos observadores, basándose tanto en las características fisonómicas como culturales de este grupo, concluyeron que se trataba de población nórdica arribada a América con antelación a la empresa de Cristóbal Colón. De allí por ejemplo que Hugo van Groot en De origine gentium americanarum dissertatio (1642), aseverara que los indígenas emplazados al norte de Panamá, a excepción de aquellos del Yucatán, eran descendientes de los noruegos. Basaba sus ideas en observaciones lingüísticas: La mayoría de los topónimos terminaban en el sufijo germano land, “tierra”, como en Mazatlán, Tochtlán y Tenochtitlán. En tanto, Sufrido Pedro en De Frisi antiquit et origine (1698), sostenía la misma idea de fray Gregorio García al determinar que supuesto la destreza en la navegación y del deseo de ver cosas nuevas, no es difícil deducir que los indios de Chile y aún los del Perú descesndían de los frisios.
En los tiempos del Descubrimiento, la Conquista y la Colonia, estas poblaciones fueron denominadas indios blancos y se caracterizaban por el color claro de la piel, la barba y el tipo de cráneo dolicocéfalo, factores étnicos ajenos a los indígenas. El origen de este grupo primigenio se remonta a la tierra polar, el gran centro de la humanidad blanca y clara como dilucidara el profesor Roberto Rengifo, quienes se vieron obligados a emprender extensas migraciones tras la búsqueda de mejores condiciones de hábitat a raíz del último Gran Diluvio que tuvo lugar en torno a 13.000 años, tal como lo estableció Hans Hörbiger en la Cosmogonía Glacial (1913), magno evento comprobado luego por los estudios geológicos de la Unión Geofísica Americana en el año 2007. Sin embargo, la migración hacia otras latitudes no fue total, pues los remanentes de este tronco prediluvial sentaron las bases para las civilizaciones americanas. Ellos fueron los Viracochas o Dioses Blancos de los mitos prehispánicos.
Por estas razones, el arribo de grupos nórdicos a partir del siglo X a América, o como ellos denominaron al continente, Huitramannaland, es decir, la tierra de los hombres blancos, fue en realidad, el retorno a la tierra ancestral.
Los símbolos rúnicos encontrados en América corresponden, de esta forma, a expresiones tanto de los aborígenes del continente -los primitivos indios blancos- como a las huellas de los grupos nórdico-vikingos que arribaron posteriormente en diversas oleadas.

ÍNDICE

Prólogo. Por Vicente Pistilli S. 9

La historia ignorada de América
América pre-indígena11
¿Se “descubrió” América? 15
Los indios blancos, aborígenes de América22
¿Provino la humanidad de África?32
El origen antártico del hombre41
La “región antártica famosa”47
Los viracochas provinieron de Chile52
Un descubrimiento reciente54

Regreso a la tierra de los ancestros
Registros de pueblos nórdicos en las crónicas americanas59
Los vikingos en América 67
El Diluvio o la Gran Catástrofe72
Algunos registros de la Gran Catástrofe76
Registros del Diluvio en Chile82
El Ragnarök88
De Ur a Ru (del “comienzo al final”)94
Ginnungagap97

Huitramannaland
El nombre del continente103
Gran Irlanda (Irland it Mikla)105
Estudios e investigaciones sobre los nórdicos y vikingos en América 109
Las runas115
Las runas en los símbolos americanos118

Símbolos rúnicos
América del Sur121
El Árbol de la Vida123
Los símbolos sagrados de los Incas, de acuerdo a las ilustraciones de Felipe Guamán Poma de Ayala en “El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno” (1583-1615)145
América del Norte154
Cuadro comparativo simple de símbolos rúnicos en Europa y América168
Futhark sudamericano elaborado por Jacques de Mahieu169

Anexos
I. Huitramannaland170
II. Noticias sobre el descubrimiento una momia wari de ojos azules172
III. La República Independiente de Tule179
IV. Una mujer indígena en Europa, cinco siglos antes que Colón189
V. Extraña pieza encontrada en el sur de Chile189

Bibliografía
I. Fuentes195
II. Obras200
III. Artículos216

PRÓLOGO

Las runas portadoras de secretos, tienen diversos valores culturales. Como signos que representan los sonidos del habla, conforman un sistema fonético de 16 a 33 sonidos, capaces de expresar las palabras de diversos idiomas. A su vez, cada signo tiene un significado simbólico muy entrañable en la cultura nórdica.
Los monogramas son representaciones de dos o más signos, con un segmento común. Es un invento griego, el cual alcanzó su máximo esplendor en el Imperio Bizantino. Existen monogramas sencillos como el de Pipino el Breve, pero la mayoría son de difícil interpretación, conformando verdaderos criptogramas.
Fueron utilizados como firma de los maestros canteros, de las diversas cofradías. Pueden representar elementos astrológicos y astronómicos.
Los signos domésticos, inicialmente personales y por extensión familiares, fueron utilizados en los escudos heráldicos.
No faltan signos esotéricos de gran dinamismo, que denotan el esfuerzo humano para integrarse al universo del cual provienen, y otros signos para liberarse de las malignas influencias o protegerse de ellas, como infalibles talismanes para controlar las conjuras  o usarlas como saetas contra los enemigos.
En el uso y el modo de alterarlos, las runas se convierten en elementos mágicos aún en boga en varios horóscopos, divulgados por los diarios, pues las letras son signos de la suerte.
Estos  modos de expresión a través de los signos, los encontrará el lector de este libro del investigador chileno Rafael Videla Eissmann, quien ama a su Patria y la enriquece, declarando sus remotos orígenes, entre las que destacan indoeuropeos, quienes llegaron a América antes de conocer la herencia griega, desde Pericles hasta Arquímedes, atesorados en la Biblioteca de Alejandría y difundida por mercaderes árabes, a través de los manuscritos en papiros.
Rafael nos trae a la memoria las diversas teorías formuladas por científicos, sobre el poblamiento del “Nuevo Mundo”, nuestra América como dijo Martí, prócer de la libertad de la nación cubana, a principio del siglo XX.
Con los adelantos obtenidos sobre la navegación mundial, se ha determinado su antigüedad en 40.000 años, lo cual explicaría la llegada de los nórdicos al hoy llamado “Estrecho de Magallanes”, el cual ya figuraba en un mapa que consiguió el gran marino en la Tesorería de Portugal, planificando el primer viaje de circunvalación del globo terráqueo.
No debo seguir,  pues el prólogo exige brevedad, perdiendo de lo contrario su objetividad, en cuestiones paralelas.
Poniéndole un final a estas líneas, debe recordarle al autor de este libro, que en pleno centro de Asunción del Paraguay, frente al emblemático Panteón de los Héroes, en el frente del edificio  del Ministerio de Hacienda, existe un letrero indicador del nombre de la calle, con la inscripción: “Chile, un país amigo”.

Vicente Pistilli S.
Asunción,
Enero de 2011

La historia ignorada de América

Estamos ciertos que se han de encontrar vestigios,
con el tiempo y una diligente investigación,
en muchos otros lugares de Chile, y que, siendo
ellos por sí solos un testimonio irrecusable,
vendrán a confirmar más y más la creencia
tan unánimemente aceptada de que hubo
en Chile, antes del establecimiento o llegada
de los araucanos al país, una raza más adelantada
que la que los españoles encontraron en él.
José Toribio Medina
Los aborígenes de Chile

 

América pre-indígena
A pesar de la estructuración formulada por la arqueología, la antropología y la historiografía sobre el mundo precolombino, sus diversas manifestaciones culturales, su cronología ocupacional y la estereotipación de sus habitantes, que en su conjunto se ha transformado en una suerte de dogma desarrollado a partir de una visión difusionista de la historia que ha limitado tanto la antigüedad como las expresiones culturales nativas de América, irrumpen las huellas que quiebran el frágil esquema de la ortodoxia, realizada por teóricos y sobre supuestos que aún no logran resolver los antiquísimos y enigmáticos vestigios culturales del continente.
En ese sentido, tanto por el eurocentrismo como por el cristianismo, ha sido un factor común el menospreciar las culturas aborígenes, intentando con ello aumentar el desconocimiento y la destrucción de toda la grandiosa concepción de la vida y del cosmos de las culturas del llamado Nuevo Mundo. Y ello, porque muchos de los vestigios de las culturas americanas siguen siendo fabulosas obras de arquitectura y de ingeniería, aún más sorprendentes que las encontradas en el Viejo Mundo y en Asia. No obstante, a pesar de la visión impositiva del cristianismo y del eurocentrismo propio de la antropología e historiografía de la segunda mitad del siglo XIX y de todo el siglo XX, aún perduran los monumentos de la América Aborigen, tan inquietantes y misteriosos que vanamente se intentan clasificar en una limitada conceptualización del mundo que ha presentado a los habitantes de América muchas veces como sencillas agrupaciones tribales. Esto, en parte fue así, pero correspondiente a los indígenas, a los habitantes que irrumpieron en el contiene por varias rutas de inmigración desde distintos puntos de Asia. Sin embargo, ellos se encontraron con una población americana nativa, los aborígenes, quienes habían erguido las monumentales edificaciones que tanto sorprendieron a los conquistadores y cronistas europeos.
De manera acertada, el historiador Diego Barros Arana estableció que las tradiciones de los pueblos americanos a la época de la conquista europea, no podían dar una luz medianamente segura sobre los orígenes de esa civilización, y sobre la época de su nacimiento y de su desarrollo. Los mounds, o construcciones piramidales que se hallan en abundancia en Estados Unidos, los majestuosos palacios de Copán y de Palenque en la América Central y los de Tiahuanacu, entre muchos otros que no tenemos para qué recordar, contemporáneos a los menos a las pirámides de Egipto, desiertos y arruinados ya a la época de la conquista europea, no eran la obra de la civilización que ésta encontró en pie. Las poblaciones indígenas que en el siglo XVI habitaban los campos vecinos de aquellas venerables y misteriosas ruinas, ignoraban la historia de éstas o sólo tenían tradiciones fabulosas e inconexas sobre la civilización anterior que había levantado esas construcciones. Las inscripciones que se encuentran en ellas no han podido ser interpretadas de una manera satisfactoria. Las poderosas monarquías de los aztecas y de los Incas, a las cuales no se puede dar una gran antigüedad, ya que los diversos ensayos de cronología les asignan sólo una duración de unos pocos siglos, habían sido formadas con los restos salvados de una civilización mucho más lejana, y lo que es más notable, mucho más adelantada. Aquella antigua civilización había atravesado una o varias crisis, de que comenzaba a salir cuando la conquista europea vino a destruirla.
El propio Barros Arana ha definido la antiquísima civilización de algunos pueblos de América, estableciendo a su vez que la existencia del hombre en América en una época muy remota, está comprobada por los vestigios de una antiquísima civilización, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Se hallan en diferentes partes del suelo americano ruinas monumentales de construcciones gigantescas, a las cuales no se puede asignar razonablemente una edad probable sino fijándola en algunos millares de años. He llegado a sostener con razones cuyo peso no es posible desconocer, que cuando los otros continentes estaban habitados por salvajes nómadas de la Edad de Piedra, América se hallaba poblada por hombres que construían ciudades y monumentos grandiosos, manifestaciones de un estado social muy avanzado.
Esa remotísima civilización, que ha debido ser la obra de una incalculable serie de siglos, es de origen exclusivamente americano. De cualquiera parte que provenga el hombre que habitaba nuestro continente, parece fuera de toda duda que su cultura nació y se desarrolló aquí, sin influencias extrañas, que aquí formó sus diversas lenguas, creó y perfeccionó en varios puntos instituciones sociales que suponen una elaboración secular, y que levantó las construcciones cuyos restos no pueden verse sin una respetuosa admiración.
Algunos de aquellos vestigios de las culturas aborígenes en América del Sur son los geoglifos de Perú y Chile; construcciones megalíticas como El Enladrillado y la Piedra del Sol de Santo Domingo (Chile); Sacsaihuaman, Q’enqo y Machu Pichu (Perú) y la enigmática ciudad de Tiahuanaco y Puma Punku en el altiplano andino.
Ejemplos en Centroamérica son Tula, Monte Albán, Palenke, Chichén Itzá -la grandiosa pirámide a Kukulkán- y Teotihuacán, la Ciudad de los Dioses; y en Norteamérica, los misteriosos túmulos con formas geométricas y de animales, esparcidos especialmente en la zona centro y este del continente y las construcción piramidal de Aztalan en Wisconsin (Estados Unidos).
Todos estos ejemplos -de los muchos existentes y aún desconocidos- como manifestaciones de la raza primigenia americana. Por ello, refiriéndose a los habitantes de América, Edward Poepping ha señalado que las tribus cobrizas que aparecen como los poseedores actuales de un territorio que ha experimentado en tiempos relativamente modernos los mayores trastornos, no son evidentemente las mismas que han hollado este suelo.
En su conjunto, la evidencia arqueológica indica que la presencia del hombre en el continente americano es de una vasta antigüedad y donde se han producido dos fenómenos: Por una parte, la coexistencia de diversos grupos étnicos y por otra, la superposición, con el transcurso del tiempo, de culturas en un mismo espacio. De esta manera, Eugène Pittard, en su trabajo titulado Les Races et l’Histoire, ha exclamado: ¿De dónde salieron esos hombres que desde Bolivia hasta Méjico, crearon esos imperios florecientes, formaron esas numerosas tribus cuyos nombres diversos nos hicieron pensar que representaban varias razas? Por encima de la variedad de nombres y a pesar de que esas tribus hablaban idiomas distintos, es preciso reconocer en ellas un solo grupo étnico cuyas características son las siguientes: Estatura pequeña, braquicefalia, pelo negro y liso, pómulos salientes, nariz prominente. La única conclusión que un antropólogo se puede permitir es afirmar que en la época en la cual Colón descubrió América, se hallaba en los pueblos de ese inmenso continente un grupo dominante de raza relativamente pura, que extendía su gente desde el extremo norte de la meseta mejicana hasta el centro de Chile actual. ¿Pero, cuál fue el origen primario de esta raza, tan diferente de los patagones, sus vecinos por el lado sur; diferente también de las tribus dolicocéfalas brasileñas que descienden de los hombres de Lagoa Santa; diferentes asimismo, en el norte de Méjico actual, de la mayoría de los indios de Estados Unidos de estatura alta con cráneo bastante alargado? No sabemos absolutamente nada.