184 páginas
14,5 x 21 cm.
Ediciones Sieghels
2012, Argentina
tapa: color, plastificada,
Precio para Argentina: 50 pesos
Precio internacional: 16 euros
Ponemos a disposición del público de habla hispana uno de los numeros textos oficiales de propaganda del Tercer Reich sobre Hitler, con la particularidad de estar escrito por uno de sus hombres más cercanos que debió acompañar siempre al Führer durante la lucha por el poder justamente por su importante cargo: Jefe Supremo de Prensa.
En él se dice que:
“Si hubiera milagros en la vida de los pueblos, el alemán podría con razón considerar como suceso sobrenatural el feliz viraje de su destino. Tanto el hondo cambio fundamental interior espiritual, como el nuevo ser exterior de nuestro pueblo, conseguidos por la revolución nacionalsocialista con su audaz combate, constituyen, incluso para los que la han visto y ayudado a nacer desde las avanzadas de esta lucha gigantesca, cosa inaudita e imposible casi de penetrar. La impresionante y asombrosa convulsión renovadora del carácter y de la manera de ser interior y exterior del pueblo es algo que el observador imparcial no puede llegar a concebir ni aún hoy en día como fenómeno natural. Los hechos, sin embargo, se imponen al débil poder de comprensión de los hombres, y la marcha del tiempo no puede ser detenida por quienes se aferran en un eterno ayer.”
Se anexan otros importantes escritos de Dietrich como: “Los fundamentos espirituales de la nueva Europa”, “La victoria alemana, senda hacia el futuro” y “La prensa y la política mundial”. Además de dos breves textos esenciales de política nacionalsocialista: “Los 25 puntos del Programa del Partido Nacionalsocialista” y “Plan Cuatrienal: Dirección responsable de la economía alemana”.
Con todos ellos se espera poder brindar una fuente de primera mano sobre la política y la propaganda de la época que ayuden a comprender sus convulsionados sucesos.
ÍNDICE
CON HITLER EN EL PODER
Visión nocturna ……………………7
El poder de las personalidad …………………..9
La lucha del nuevo sentido heroíco …………………..13
Hacia el momento decisivo …………………..19
Maestro en el campo de la diplomacia …………………..22
Los capitanes de la industria ante el dilema …………………..25
Entre Munich y Berlín …………………..29
La hora solemne de Adolf Hitler …………………..32
Cruzando Alemania en avión …………………..36
Vida nueva y nuevo estilo …………………..40
Un audaz vuelo tormentoso …………………..44
El primer vuelo nocturno …………………..47
La gran Revelación de la Mansuria …………………..50
Cómo conquistamos a Mecklenburgo …………………..53
La caída de Brünning …………………..55
Noche inolvidable …………………..58
Táctica de tira y afloja …………………..61
El 13 de Agosto …………………..64
La casa en el monte …………………..68
La prueba de fuego del movimiento …………………..72
La juventud bajo el signo de la cruz gamada …………………..75
Intermezzo …………………..80
En el hotel Kaiserhof …………………..82
Como dicta el Führer …………………..86
¿Dónde está Hitler? …………………..89
El último “personaje” …………………..93
Prolegómenos en Colonia …………………..95
Intermedio en Lippe …………………..97
La conquista del Estado …………………..100
Estado y Partido …………………..104
Adolf Hitler, artista …………………..108
Pueblo y nación, nueva síntesis …………………..112
ANEXOS
Plan Cuatrienal: Dirección responsable de la economía alemana …………………..117
Programa del Partido Nacionalsocialista …………………..121
Los fundamentos espirituales de la nueva Europa …………………..125
La victoria alemana, senda hacia el futuro …………………..147
La prensa y la política mundial …………………..177
INTRODUCCIÓN
VISIÓN NOCTURNA
La noche del 23 de Febrero, el avión, suave y seguro, cruza los aires hacia su destino. Voy arrellanado en un sillón de cuero de alto respaldo. La cabina está oscura; tan solo, sobre los cristales de las ventanillas se reflejan intermitentemente, cual, roja sangre, los destellos fulgurantes que lanzan los tubos de escape. Apenas, cual sombras, se reconocen las siluetas de las quince cabezas de los pasajeros del “Richthofen”. El trepidar de los motores anula los sonidos todos.
Ante mí, al lado derecho de la ventanilla, pensativo, la cabeza recostada, está sentado un pasajero que mira, por encima de las brillantes alas plateadas, la clara noche, estrellada. Es Adolfo Hitler. Desde hace tres semanas, Canciller del Imperio Alemán. Media hora antes, caldeado con ardorosos aplausos hablaba en Frankfurt del Main ante decenas de miles de alemanes, mientras las ondas del éter transmitían sus palabras, mazazos de persuasión a todas las ciudades y aldeas, a las mismas sobre las que cruzábamos por el aire a la velocidad de 280 kilómetros por hora.
En nuestros oídos resonaba, vibrante aún, el júbilo de las masas en el gran salón de Fiestas de Frankfurt; oímos aún la sinfonía libertadora del Himno Alemán; aun nos iluminan los miles de antorchas de esa conmovedora hora solemne de la nación, mientras nosotros, aquí en lo alto, vivimos ya otros momentos casi cósmicos. No hay palabras para describirlo.
¡Qué pensamientos e inquietudes no serán las del Führer (en esta hora tranquila de una noche de fantasía y ensueño! Busco en mis pensamientos una perspectiva, lo bastante amplia y comprensiva para que pueda abarcar este mundo de visiones casi trascendentales, en el que vibra y cunde la obra de Adolfo Hitler, día tras día, hora tras hora para Alemania y así poder trazar la imagen de nuestro tiempo. Pero me falla todo concepto. Se ha hecho realidad, verdadera sustancia, una nueva forma creadora, insospechada, un nuevo y fundamental estilo del concepto de la vida alemana que ha impreso ya, indestructiblemente, el sello de su destino.
No queda, empero, largo tiempo para la meditación. La radio de a bordo anuncia ya la estación de Nordlingen, sobre el Danubio. Se encienden de nuevo las luces de la cabina. Adolfo Hitler estudia el mapa. Dentro de breves minutos, antes de media noche alcanzaremos Munich, donde esperan al Canciller para importantes conferencias con Berlín. Y mientras nuestro aparato, con el glorioso nombre de “Richthofen”, meciéndonos en la suave cadencia de amplias espirales va descendiendo sobre el mar de luces de la metrópoli bávara y las brillantes antorchas de magnesio colocadas en nuestras alas iluminan bajo nosotros la superficie de la tierra con claridad de día, en aquel mismo momento, tomé la resolución de escribir estas páginas.
No van a ser ninguna biografía de Adolfo Hitler, ni una descripción de su acción política durante los últimos años, sino un resumen fragmentario episódico, pero sintético, vivo, de recuerdos personales, de reflejos de los días de lucha decisiva, para dar a conocer a grandes rasgos lo vívido por el autor con su Führer, durante los últimos años, hasta la conquista del Poder.
Voy a mostrar el desarrollo histórico de los acontecimientos tal como personalmente los vi y tal como los sentí.
El lector, a través de las etapas de esta empeñada lucha, podrá formarse por sí mismo idea clara y precisa de una moderna, fantástica, manera de obrar; lucha realmente heroica para el advenimiento glorioso y triunfal de la Revolución Nacional y con ello, el perfil exacto de la personalidad de Adolfo Hitler. Quizás para más de uno, descubran no sólo al hombre, a Adolfo Hitler, sino que también el secreto de su éxito.
EL PODER DE LA PERSONALIDAD
Si hubiera milagros en la vida de los pueblos, el alemán podría con razón considerar como suceso sobrenatural el feliz viraje de su destino. Tanto el hondo cambio fundamental interior espiritual, como el nuevo ser exterior de nuestro pueblo, conseguidos por la revolución nacionalsocialista con su audaz combate, constituyen, incluso para los que la han visto y ayudado a nacer desde las avanzadas de esta lucha gigantesca, cosa inaudita e imposible casi de Penetrar. La impresionante y asombrosa convulsión renovadora del carácter y de la manera de ser interior y exterior del pueblo, es algo que el observador imparcial no puede llegar a concebir ni aún hoy en día como fenómeno natural. Los hechos, sin embargo, se imponen al débil poder de comprensión de los hombres, y la marcha del tiempo no puede ser detenida por quienes se aferran en un eterno ayer.
El tercer Reich, es una realidad. Existe en sus cimientos. Se apoya en los valores imperecederos de la raza norteña y en las profundidades del alma alemana. Dócil sobre las raíces naturales del sentido y del ser germanos. Delimitado y contenido en las fuerzas vitales de la Personalidad, que nacieron y acompañaron a nuestro pueblo como encarnación de su voluntad y espíritu. La generación que emprendió tamaña empresa tiene por obra trazar sus líneas y directrices fundamentales y las generaciones venideras son las llamadas a tener por misión, proseguirla y llevarla a su fin.
Hoy, nosotros, los que nos hallamos en esta labor constructiva, en medio de la enorme labor creadora emprendida por una nación, lanzamos una mirada sobre el camino ya andado y delimitamos las etapas de nuestra lucha; pero con ello no sólo buscamos una corta complacencia en lo conocido, sino que hallaremos, al revivir los momentos heroicos de nuestra lucha, nueva fuerza y nueva potencia creadora para la labor venidera.
Las ideas determinan la historia y el destino de los pueblos. Pero en la Personalidad es donde reside la creación y contenido. Idea y Personalidad, son también las dos directrices que determinan la creación de la nueva Alemania, y que cooperan desde un principio a su nuevo ser. Jamás, hasta el presente, estos elementos formativos y la expresión del ser de un pueblo se han encontrado con esa nitidez y pureza como ha sucedido para el movimiento nacionalsocialista en su gigantesca cruzada para la reconstrucción de la Nación alemana.
Así como toda gran verdad se encierra en una gran sencillez, así también el pensamiento del Estado nacionalsocialista es una de aquellas verdades, de aquellas magnitudes, ideas llenas de realidad y de estupenda sencillez, que forman la historia mundial, porque reintroducen las leyes de la vida en la conciencia de los pueblos y con ello dan el máximo impulso creador a través de los caminos naturales. Pero en la política existen ideas, que quedarían en el reino del pensamiento, sólo como deseos, como anhelos idealistas, si no se hallasen acompañadas por la fuerza viva de la personalidad y si no se hicieran útiles de contenido para la nación y su vida.
El fenómeno estuvo presente desde principio. Junto a la cuna del tercer Reich, se halló la potencia de la Personalidad incorporada en Adolfo Hitler. Su importancia para la grandiosa obra y su trascendencia es extraordinaria. Es única e incomparable. Cierto, en verdad, que estamos hoy a tan corta distancia de los acontecimientos de sus primeros días que no podemos verla en perspectiva universal de historia. A ésta debemos dejar su juicio. Pero, lo que todos sabemos hoy, es que para el renacimiento de la nación alemana, Adolfo Hitler lo significa todo.
El movimiento nacionalsocialista penetró en nosotros por ley, por imperio de la Voluntad año tras año, de los trece heroicos. Desde los siete primeros que junto a él batallaron para conquistar al pueblo, hasta los ejércitos que hoy le defienden. Su espíritu es el único que ha fijado y ha responsabilizado esta lucha gigantesca y quien lo ha conducido, en cada fase de la contienda, hacia el éxito final. Llamamos a Adolfo Hitler, el Führer, el Conductor, el Caudillo, porque lo es. Estado y pueblo, gracias a él, han sido uno en Alemania.
Este Estado popular alemán lleno de realidad no descansa sobre apariencias ni sobre puntas de bayonetas, sino que radica en lo más profundo del corazón del pueblo alemán. La personalidad de su creador es para el pueblo esencia y contenido del nuevo Imperio. Hitler es Alemania, y Alemania es Hitler. En Adolfo Hitler está hoy incorporado el pueblo alemán, porque el pueblo se reconoce a sí mismo en su Personalidad.
Hay que haber sentido y vivido, día tras día, al lado del Führer las olas de amor y de aplauso que hoy fluyen y refluyen de entre todos los ámbitos del pueblo a través de Adolfo Hitler, para reconocer, que él, en su vida de hombre de Estado, de realidad tan rara, no es una elucubración, ausente de la realidad, sino que es la muestra exacta de un fenómeno real.
Los viajes de Hitler –aunque insistentemente exprese su deseo de no dejarlos trascender al público– constituyen una espontánea vía triunfal. Por doquier, en las ciudades y en el campo, donde quiera que se dirija, se extiende el conocimiento de su presencia y se transmite y comunica como la pólvora. Telegráficamente o de boca en boca. A cientos y millares le forman escolta por calles y sendas, y corren y saltan hacia su coche. Niños, adultos, hombres y mujeres, llenos de pasión y gozo, las caras radiantes, contemplan todos a su Führer, le tienden y estrechan la mano, de él quieren oír consejos, y luego de tocarle, verle, oírle… su nombre, sus actos, invaden todas sus conversaciones. ¡Dónde ha existido jamás un señor, una cabeza coronada, que haya obtenido una adhesión tan fuerte y sincera, unas explosiones de júbilo como Adolfo Hitler!.
Sin haberlo presenciado, nadie puede formarse ni la más remota idea. No hay en ello nada aparente, nada provocado, nada preparado o incitado. Es un impulso que surge espontáneo del corazón, de un movimiento poderoso, interior e irresistible. Las escenas que todos los días vivimos y revivimos son conmovedoras, verdaderamente emocionantes. No se trata de casos aislados, hechos sueltos; por doquier brotan inesperadamente. La forma puede variar lo accesorio, la mayor o menor viveza de expansión; pero el hecho tiene siempre la misma esencia, igual carácter y dirección.
El pueblo pende del Führer. Le ama y confía en él, sin reserva alguna y sin límites. Y esta relación extraordinaria y viva con el pueblo es para Adolfo Hitler, según él mismo confesaba, el goce mayor y lo más bello de su destino. Me lo repite siempre y en todas formas. De ello se nutre el espíritu del Führer, allí es donde reside una fuente inagotable de su poder, de su fuerza.
A menudo he meditado por dónde ha de buscarse el mayor y más hondo fundamento de su efecto personal sobre el pueblo, sobre las masas. Observado incluso como hecho simplemente exterior, y también como fenómeno psicológico me interesa este problema, que hoy, ocupa la atención de millones de alemanes, porque bien puede afirmarse que nunca se nos había presentado en esa su fuerza y especial manera.
Difícil sería hallar una explicación fundamental que lo sintetice, para quienes sólo recuerden los risibles argumentos de nuestros enemigos durante la lucha por el poder, que pretendían embaucar a su público, presentando a Adolfo Hitler como simple orador, como demagogo, que actuaba sobre las masas y las fascinaba. Pero todos esos se habrán convencido ahora que Adolfo Hitler no discurseaba, sito que convencía. En Adolfo Hitler no es el orador el que actúa, sino el hombre el que produce esa acción insospechada con los que tan solo se pongan en contacto con su persona.
A muy numerosas personalidades que circundan o tienen trato con Adolfo Hitler he inquirido su opinión para saber dónde se halla para ellos, lo más característico y la razón de la acción de su Personalidad; y no he obtenido aún respuesta categórica alguna. Quizás, la explicación de esa característica que más se acerca a la verdad sea el reciente juicio que me dio el Presidente de la Reichsbank, Schacht:
«Hitler se manifiesta a sí mismo en cada una de sus palabras. Hitler cree en sí y en todo cuanto dice. Hitler es esto que hoy en día es tan raro de encontrar: Es autenticidad. El pueblo conoce enseguida lo que es auténtico y por esto, lo ase fuertemente y queda aferrado a ello».
El verdadero porqué de la Personalidad de Adolfo Hitler, incluso para nosotros los que diariamente admiramos su real ser genial, quedará para siempre en el misterio. Quien pudiera creer que un milagro, en un suceso de lo alto, que guía y dirige estas rutas del pueblo alemán, en la posibilidad de fuerzas sobrenaturales, sólo ese podría conocer la acción secreta de la personalidad de Adolfo Hitler, Dios ha bendecido a este hombre y sigue su camino porque por él debe ir. Aquí sí que podemos decir, que la Fe transporta los montes. La fe de Adolfo Hitler y la fe en Adolfo Hitler.
Explíquese como se quiera este misterio de la Personalidad de Adolfo Hitler, la fe en él, su hasta inconcebible popularidad, es hoy en Alemania un poder de fuerza irresistible. Potencia desconocida y sin ejemplo, en el dominio de los pueblos.
Sobre esta nueva Alemania de la disciplina y de la autoridad, no reina Emperador o Rey alguno, tampoco déspota o tirano: el tercer Reich, está dominado por la Potencia de la Personalidad.
LA LUCHA DEL NUEVO SENTIDO HEROICO
La historia del movimiento nacionalsocialista pasará a la posteridad como la epopeya heroica del resurgimiento de la nación alemana. El sentido heroico del pueblo alemán, desarraigado del espíritu del liberalismo y del intelectualismo carcomido por la ponzoña del pacifismo y hollado de la locura marxista, suicida de pueblos, ha revivido, en la lucha heroica y por la lucha heroica del N.S.D.A.P. (partido alemán nacionalsocialista de obreros) un resurgimiento tal, que leyenda alguna por impetuosa y denodada que fuera, y llena de aventuras y fantasías pudiera describir.
El 9 de Noviembre de 1918 se desplomó el viejo Reich. En medio de las más duras luchas por la existencia de la Nación después de cuatro años de inconcebible heroísmo y de esfuerzo gigantesco, erguido de nuevo el pueblo alemán y en aquel momento culminante de la embestida –no precisamente movido por una fuerza interior, racial, sino confiado en su fuerza externa, material– aparecieron algunos ciudadanos que, seducidos por ideas y sentidos extranjerizados y por la canallada marxista le hicieron traición y le asestaron un golpe de muerte, una puñalada trasera. Estos verdugos del pueblo, se llamaron “Revolución”.
En lugar de un movimiento popular lleno de indignación, que refundiera una vez más todas las fuerzas del pueblo en un levantamiento nacional, plenamente decisivo, de un país de 70 millones, Alemania vivió una época de algaradas y motines de los miserables desertores. No hubo un solo acto de heroísmo; todo fue vileza, en esos actos ciegos y suicidas. Ese día de la ignominia que llevará para siempre el estigma de la traición a la nación, produjo, sin embargo, por reacción natural, y como revulsivo instantáneo, el despertar de las fuerzas contrarias y facilitó el levantamiento de una nueva generación germana, vengadora y fundadora de la nueva Alemania.
¡En cuántos corazones de soldados alemanes de las trincheras, fieles guardadores del honor, que durante los cuatro años y medio de fe en otra Alemania, se habían mantenido erguidos contra todas las potencias infernales, no alentaron en ese 9 de Noviembre de 1918, los mismos sentimientos de dolor y de indignación que los surgidos en Adolfo Hitler, aquel soldado de vanguardia, dos veces gravemente herido, al desencadenarse la revuelta, hallándole allí, en el Lazareto de Pasewalle! En aquella misma hora de profundísima humillación, en la que miles y miles de soldados del frente como Adolfo Hitler habrán prestado el secreto juramento de vengar algún día la ignominia –con odio irreconciliable contra los traidores marxistas– y en ese mismo instante, nació la revolución alemana y quedó sembrado el espíritu del nuevo Estado, del cual, con potencia incontenible, surgió el Tercer Reich, el de la libertad y el de la justicia social.
Quizás muchos le imprecaron. Pero uno hubo que laboraba. En Adolfo Hitler, residió vivo el heroísmo indestructible de la nación de Nibelungos y él alumbró el nuevo fuego de las proezas En medio del caos del desmoronamiento alemán, con visión enfervorizada en su tarea y misión, y animado sólo en amor ardiente a la nación, empezó la lucha por el alma del pueblo alemán.
Un año de lucha, cada uno en su lugar, y con la confianza ciega en sí mismos. Año de tanteos y de propios contrastes, hasta hallarse plenamente. Seis hombres, animados, como Adolfo Hitler, del mismo espíritu y con igual e incomparable voluntad fueron los que a fines de 1919 se lanzaron, con su caudillaje y dirección, a la conquista del pueblo alemán. ¡Qué ideas más atrevidas! se decía entonces… ¿Es milagro que haya sido realidad tamaña empresa? nos preguntamos hoy. Adolfo Hitler no preguntó jamás, sino que siguió siempre la voz de su conciencia, de su fuego interior.
Con voluntad inflexible y perseverancia jamás conocida, que fracaso alguno pudo descorazonar, velaba ese hombre del pueblo hasta entonces desconocido, velaba con pocos fieles y acechaba la contienda del terror marxista. Creó, sobre la fuerza sugestiva que se encierra en su propio conocimiento. Prefería siempre un hombre sano, de carácter entero al más ingenioso de los enfermizos. Sabía con certeza que al terror no se le vence con las habilidades del espíritu, sino con terror. Logró ganarse la confianza social de las masas y dar a sus anhelos nacionales, de nuevo, un contenido, un fin.
En la “Baviera nacionalista” encuentra el joven movimiento campo de expansión apoyando las quiméricas esperanzas de los blanquiazules reaccionarios y separatistas. La liberación del Coburgo rojo en Octubre de 1922, la consagración de los primeros estandartes de las S.A (Secciones de Asalto) en el campo de Marte en el primer Congreso del Partido en Enero de 1923, la marcha armada sobre el Oberwiesenfeld del 1º de Mayo de 1923, y los acuerdos para la formación de la “Liga alemana de combate” el 2 de Septiembre de 1923, con ocasión del primer Congreso alemán en Nuremberg, constituyen los hitos de esa expansión.
1923: Año decisivo: Con viveza y decisión, Hitler confía poder atraerse a la Baviera de Kahr en favor del resurgimiento alemán. Pero, de nuevo, la traición frustró esa lucha heroica. El 9 de Noviembre de 1923. fue un joven héroe quien, por primera vez, selló con la sangre el juramento del 9 de Noviembre de 1918. El Partido alemán nacionalsocialista de obreros (N.S.D.A.P.) fue exterminado. Todo pareció perdido. Pero no sólo lo parecía. Estaba escrito. Adolfo Hitler vivía y con él, el Movimiento.
Pero los disparos en la Feldherrnhalle de Munich, sonaron a diana para millones de alemanes. Los muertos en la plaza del Odeón, fueron los primeros mártires de la revolución alemana. Por primera vez, a los cinco años de perdida toda esperanza y de derrotismo, la nación empezaba a sentir atónita y apercibía ya, en su pulso, la mano de un nuevo alemán de creciente personalidad, el resurgimiento de una nueva voluntad nacional, los principios de un proceso interior de la nación.
El espíritu del sentido heroico de la Nación sepultada entre los escombros del desastre, despertó a una nueva vida y se incorporó majestuoso como de un sueño. ¡Quién duda que existieron caminos equivocados que, a espaldas del querer del Führer, tomaron falsos “mesías populares”, mientras él permanecía cautivo en la fortaleza de Landsberg! Sabía que el nacionalsocialismo sin su creador y sin el aglutinante de su Personalidad, no podía mantener puras ni las ideas y voluntades, ni la dirección de su organización, y que sin ella tampoco podía ser conducido a su fin.
Recién se habían cerrado las puertas del cautiverio tras de Adolfo Hitler, creaba él de nuevo y de la nada el Partido, pocos días antes de las Navidades de 1924. Después de años de glorioso crecimiento y luego del brutal derrumbamiento, volvió a empezar de nuevo. ¡Tan grande era su valor heroico, tanta su incomparable fe en su misión! «Aunque todos nos sean infieles, nosotros persistiremos en nuestra fe», así se expresaba Hitler, con estas mismas palabras, cuando en la cervecería “Bürgerbraukeller” desde el mismo lugar donde en Enero de 1923 había lanzado el levantamiento, proclamaba su nueva fundación a 27 de Febrero de 1925. En su voluntad inflexible de lucha, templaba de nuevo los anhelos de sus viejos camaradas. La perseverancia heroica, la voluntad de hierro y la fe ciega en el porvenir, constituyeron las fuentes de fuerza interior que alimentaron al naciente Movimiento de las que, precisamente, debía de nutrirse la nueva lucha.
Con la nueva fundación, el partido entraba en otra época de su lucha. Adolfo Hitler se reveló como un táctico de visión amplísima. De la suerte deparada al levantamiento de 1923, y de su experiencia, sacó imperturbable las consecuencias. La situación política interior, aunque precaria, no aconsejaba la acción por medios ilegales y los caminos legales se presentaban como único medio para conseguir asegurar el éxito.
El Führer vio clarísimo que sólo, mediante una labor constante de propaganda se podía impregnar al Estado del nuevo sentido y así, hacerlo comprender al pueblo y hacerlo surgir de sí mismo. Era evidente que este cambio hacia la táctica parlamentaria no tenía que ver lo más mínimo con una adhesión fundamental al parlamentarismo. Los fundamentos de su Movimiento, tantas veces despreciados, que después del triunfo se mantuvieron de manera tan clara y consecuente, constituían ya entonces, para Adolfo Hitler, principios inconmovibles. Consciente de su misión aportó de nuevo sus firmes propósitos en la lucha por el nuevo sentido, lucha sin tregua y dura, durante varios años que, si bien se planteaba desde otro plano, no desmerecía ni un ápice en heroísmo de la anterior. Era el combate a la democracia en su propio campo y con sus mismas armas. Comenzaba la lucha heroica de los caracteres y confesores.
Se prohibieron los discursos del Führer. El partido no disponía de los más imprescindibles medios. Su destino, durante aquellos sucesivos años –quizás los más difíciles del Movimiento– fue una larga cadena de persecuciones, aprisionamientos y de añagazas.
Quien se confesaba nacionalsocialista o se comportaba como tal, era aniquilado y expulsado de la vida social del Estado, de aquella sociedad burguesa corrompida, de la vida de la clase trabajadora, de aquélla que, ¡oh sarcasmo!, se llamaba “consciente”. A quien era sospechoso de nacionalsocialista, se le imposibilitaba de todo oficio y de su pan; era boicoteado y exterminado en sus negocios, expulsado de todo taller y abandonado a la miseria.
Cientos, miles fueron lanzados a las cárceles de aquel Estado novembrino. Por las calles cundía el sanguinario terror marxista. Contra el joven y tempestuoso Movimiento vanguardista se alzaron todos los poderes del infierno. La lucha era cada día más dura y cruel. A cientos de los mejores alcanzó el acero asesino de los marxistas, pero al mismo tiempo, eran a miles los nuevos adalides de la libertad que asían las banderas y las enarbolaban y clavaban hasta el último rincón de la tierra alemana. El cuadro de honor de sus muertos es lo más grandioso del Movimiento nacionalsocialista; era, lo que atraía, lo que más llamaba a sus filas a la juventud alemana y a millones de patriotas, con fuerza magnética. Es, que sentían vivísimamente lo siguiente: Un Movimiento, por cuya idea se puede morir, como morían nuestros héroes y en el cual, todos están dispuestos a despreciar la muerte, un Movimiento que encierra el más firme derecho moral, el derecho a la existencia de Alemania.
Sangre y lágrimas, pero también orgullo en la lucha, indomable valor de heroísmo y el más magnífico espíritu de unión y solidaridad, son los signos que señalan el camino por el que anduvo el movimiento durante esos años épicos. En ciudades y pueblos, en las casas de vecindad de las grandes ciudades, en palacios y chozas, en asambleas y en la calle, en las relaciones familiares entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos se discutía y misionaba por el nuevo sentido; y la Idea del nacionalsocialismo invadía y hacía luchar las almas todas. Se movilizaron las iglesias en su contra, y los combatientes por la nueva Alemania eran perseguidos hasta en la sepultura para rehusarles hasta la paz de las almas. Nada, empero, consiguió abatir a los luchadores ni impedir el progreso del Movimiento. Los entusiastas Congresos del Partido, en Weimar en 1926, en Nuremberg en 1927 y 1929, constituyeron los toques de llamada general, las grandes conjuras de ese camino.
El mundo no sabe aún hoy lo que fueron realmente esos años en luchas espirituales entre el pueblo, de otra parte, imposibles, ni tan solo de percibir por los que no las vivieron. Hay que haber convivido y sentido al unísono con esa lucha llena de heroísmo, con ese cambio radical lleno de sorpresas insospechadas, desde la más grande podredumbre al más alto sentimiento de la fuerza interior, para poderlo comprender en toda su magnífica profundidad. Será el gran secreto y la gloria interior de aquellos que lucharon en medio de ese infierno. Sólo a quien le es dado medir el tiempo de nuestros días con la medida de su propia aventura puede conocer plenamente la grandiosidad de las conquistas de hoy. El sentido poderoso y la voluntad dinámica del nacionalsocialismo nos dieron el triunfo, surgido de esa lucha titánica de los caracteres.
Aunque nunca se hubiera cumplido la sentencia de que el carácter es quien conduce y crea las realidades, ahora sería verdad. En la lucha por este Movimiento, el pueblo alemán resucitó por su carácter. En esos años difíciles de su lucha, el movimiento nacionalsocialista ha provocado la más esplendorosa solidaridad de la nación. El idealismo de su voluntad de ser y el latir unísono de sus corazones le soldaron íntimamente en una única gran familia, en una comunidad de destino en la necesidad y en la muerte.
Uno para todos, todos para uno. Cierto que no faltaron los traidores en esa lucha heroica; pero no consiguieron conmover lo más mínimo la unidad del Partido. El cantar de los cantares de la fidelidad y del espíritu de sacrificio producían entre el pueblo su propio resurgimiento.
En los infiernos de esos años de luchas el partido alemán nacionalsocialista de obreros (N.S.D.A.P.) se fortaleció para la lucha final y se endureció con el temple de acero. El Führer había conducido al Movimiento, contra infinidad de enemigos, a la situación en que se hallaba a fines de 1931.