335 páginas
CEA (Centro Editor Argentino)
Argentina, 2008
Tapa blanda
Precio para Argentina: 39 pesos
Precio internacional: 16 euros
La violencia política en la Argentina no nació con Tacuara ni con las guerrillas de los años 70. Empezó mucho antes. En 1955 la fuerza, La VIOLENCIA; suplantó al estado de derecho y miles de jóvenes iniciaron su vida política militando en medio de las frustraciones de una Argentina que abdicaba de su autodeterminación política y económica para ser manejada por el revanchismo y la represión de las mayorías populares. El pueblo, vuelto a la miseria, silenciado y proscripto en nombre de una democracia deslegitimlzada por la ausencia del peronismo fue empujado a la radicalización mientras se esperanzaba con un futuro alzamiento. En estos tiempos trágicos posteriores al derrocamiento de Perón nace el MOVIMIENTO NACIONALISTA TACUARA dispuesto ya a tomar las armas dando forma al primer grupo revolucionario nacionalista que identifica el ámbito de lucha en el medio urbano. Esta investigación, exhumando una historia que todavía no esta cerrada que llevó a cabo el Licenciado Juan Esteban Orlandini, comienza develando, por primera vez en forma rigurosa, la masacre del Salón del Sindicato de Cerveceros de Rosario el 24 de febrero de 1964 mientras se ponía en marcha el Plan de Lucha de la CGT para analizar luego la evolución del MNT entre los años 1957 y 1972, las circunstancias nacionales e internacionales que la enmarcaron y el lugar que ocupó en el escenario político de la época. La utilización de fuentes propias de la organización que permanecían desconocidas y no utilizadas hasta la fecha para el periodo 1966 a 1972 permiten al autor intentar que TACUARA hable con voz propia mediante sus documentos poniendo, de esta manera, en cuestión el simplismo de la adjetivación que la ha distorsionado históricamente limitando el lugar que se ganó en la política argentina
ÍNDICE
Agradecimientos
Prólogo
Nota Preliminar
PRIMERA PARTE
1964. Sangre en Rosario. La noche del 24 de febrero
Batalla campal
Grito de guerra en Avellaneda
Se desata la luna
Crónica del por que
Telegrama de Rosario
CGT “desligue” y camino a la tregua
Otra vez sangre en Rocino
El “exótico” artículo 215 bis
La sangre olvidada
Algunas reflexiones
Anexo I. El cambio de las Estructuras Económicas. Plan de lucha de la CGT.
– Anexo II. Declaración del MUCS
SEGUNDA Parte
-“¿Qué está ocurriendo?”. La Fragua
¿Por qué Tacuara?
Un Camino sin Perón
La Revolución y su aristocracia
Un Estado nuevo para la Patria antigua, velado por las armas y bajo el signo de la fe 209
Fuerzas Armadas: ¿Cuáles y para que
Tacuara “socialista por su concepción económico social, anticapitalista, revolucionaria y comunitaria”
-Velando los Fierros
“La Poesía es una forma de Ideología”
Anexo III. Programa Básico Revolucionario
INTRODUCCIÓN
La lucha por el capital constituye siempre un capitulo especial en la historia de los movimientos revolucionarios. La capital es un concepto en sí. Representa el centro de todas las fuerzas políticas, espirituales, económicas y culturales del país. Desde ella parten sus irradiaciones a las provincias, y ninguna ciudad, ningún pueblo deja de ser tocado por ellas.
Berlín es, dentro de Alemania, algo único. La población de esta ciudad no se compone, como la de cualquier otra, de una masa homogénea, cerrada en sí. El berlinés es el resultado de una mezcla de “viejo berlínismo” y de influencias de todas las provincias, de todos los paisajes, gremios, profesiones y confesiones. Si bien es cierto que Berlín no es, como París para Francia, decisivo y rector en todo para Alemania entera, sin embargo, el país no puede ser concebido sin Berlín.
El movimiento nacionalsocialista no ha partido de Berlín. Tiene su origen en Munich. Pasó de ahí primero a Baviera, a Alemania del sur, y recién más tarde, cuando hubo, dejado tras sí los comienzos de su desarrollo, tendió el puente a Alemania del norte y con ella a Berlín. Recién después de su desmoronamiento en el año 1923, comienza la historia del partido al norte del Main. Pero desde entonces, el Nacionalsocialismo también es asumido en Alemania del norte con toda la vehemencia, la tenacidad y la disciplina prusianas.
Este libro tiene como objetivo describir la historia del movimiento en la ciudad capital del Reich. No persigue al respecto, sin embargo, ninguna clase de fines históricos. La cronología objetiva del transcurso de la evolución berlinesa, quedara para futuros historiadores. A nosotros nos falta el necesario desapasionamiento para repartir al respecto, en forma justa, luces y sombras.
El que escribió estas hojas ha participado de manera decisiva y es principalmente responsable del desarrollo de los hechos. Es por ello, parte en todos los sentidos de la palabra. Solamente abriga la esperanza de desembarazar su alma con esta descripción de lo que fue puesto sobre ella como pesada responsabilidad en cinco años de lucha. Ha de ser para aquellos que participaron y con su lucha hicieron posible la luminosa ascensión del movimiento Berlinés, orgullo y acicate. Para aquellos que permanecieron al margen dudando y rechazando, exhortación y coacción moral, y para aquellos, que se enfrentaron a nuestra marcha triunfal, amenaza y reto.
Prólogo
Al amigo Carlos “Cuqui” de la Garma
In memorian
La Argentina es una nación multígena. Esta infrecuente locución fue acuñada por Raúl Scalabrini Ortiz, a mediados de la década de 1940 , para dar cuenta de una composición humana como la nuestra, asentada primordialmente en el mestizaje. En esa mixtura de origen que según José Vasconcelos ha engendrado un alma americana “un poco desbaratada, pero libre de espíritu”, pero cuya potencia puede llevar a convertirla en una “cultura verdaderamente universal, verdaderamente cósmica”, el lúcido correntino veía cifradas sus esperanzas, ya que “el ser de orígenes plurales tiene brechas abiertas hacia todos los orígenes de la composición tolerante. “, y ese capital cognitivo orientado convenientemente puede resultar sumamente fructífero para nuestro desarrollo como nación. La multigenidad scalabriniana no presupone ambigüedad ni indeterminación, sino por el contrario, la existencia de una identidad nacional profundamente arraigada, pero a la vez, dotada de una considerable capacidad integradora.
El mestizaje fue uno de los acontecimientos más significativos del encuentro entre dos realidades coexistentes: la que habitó durante milenios esta geografía y la que se lanzó desde Europa hacia su oriente en empresa de aventura y conquista. Nuestro continente, antes de la llegada de los íberos, estaba integrado por un componente humano dotado de un invalorable caudal cultural, patrimonio que fue ensanchándose en el transcurso de más de diez siglos de convivencia con el entorno. En esta región en particular, pampas, tobas, mocovíes, kollas, guaraníes, diaguitas, onas y demás comunidades, interactuaron con una naturaleza que a la vez de proveerles de instrumentos de subsistencia, les permitió desplegar, a partir de la propia experiencia, una forma específica y atractiva de ciencia. Los ibéricos, por su parte, llegaron a estas tierras animados por los efluvios triunfales de su victoria sobre los moros, y además provistos de un quijotesco espíritu de proeza.
Ese encuentro producido a fines del siglo xv de la era cristiana combinó experiencias nítidamente traumáticas con otras ciertamente dichosas. Unas, presentes en toda experiencia imperial y visiblemente vinculadas al interés y a la ambición de progreso material, determinaron numerosas prácticas e instituciones que condujeron hacia la disgregación racial y cultural de los pueblos aquí residentes. Otras, emparentadas con una idiosincrasia caracterizada por la ausencia de ciertos tabúes que entrelazaba a los peninsulares con los oriundos, a través de instituciones como el cuñadazgo, facilitaron cuantiosas uniones consensúales y su consecuente prole. Esta circunstancia, estructural y estructurante en nuestro proceso de conformación nacional, desgraciadamente aún no es lo suficientemente analizada y bien ponderada por nuestra intelligentzia.
Numerosas han sido las consecuencias de ese encuentro, entre otras, la adopción de un idioma unificado (no único), cierta comunión y conformación de valores, experiencias trascendentes en materia de sincretismo espiritual, y otros cuantiosos fenómenos que, si bien convivieron a los tumbos, determinaron con el transcurso de los siglos caracteres específicos de alto valor identitario. Mientras el dominio hispano-católico se consolidó en las instituciones formales y en las estructuras ideológicas del Estado, el emergente mestizo e indio se mantuvo vital a partir del desarrollo de apreciabas patrones culturales y de instituciones metapolíticas y.paraformales.
A principios del siglo xix, el deterioro del poderío español era irreversible y, como contraparte, el imperio sajón con su impronta de progreso indefinido comenzó a cobrar cada vez mayor protagonismo en estas regiones. No tardó entonces en llegar, de la mano de cierta diplomacia sagaz y persuasiva, de algunos coterráneos deslumbrados por el iluminismo y, por qué no, de ciertos convecinos aceitados por alguna que otra vitualla, la idea de promover un repoblamiento integral de esta geografía. De la mixtura entre lo ibero (decadente) y lo originario (salvaje) nada bueno podía emerger para ellos: ¡la barbarie y la decadencia debían dejar paso a la civilización!
Una victoria militar se constituyó en la oportunidad de hierro para iniciar el proyecto de recolonizar una geografía cuya principal contrariedad, para cierta élite, era su inapreciable extensión. Y así, entre fines del siglo xix y principios del xx, carnadas de inmigrantes llegaron al país, algunos de ellos provenientes de la Iberia que comenzaba a desangrarse y cuyos hijos se habían aventurado hacia estos lares hacía cuatro siglos, y otros, procedentes del viejo continente y de otras heredades, quienes aspiraban encontrar en la Argentina un lugar donde afincar sus raíces.
Este proceso inmigratorio de características sumamente particulares, y que como sostuve, no se fundó estrictamente en una convicción contributiva sino más bien despectiva, fue impulsado por una oligarquía que carecía de la grandeza y el espíritu estratégico necesario y suficiente para procesar eficazmente una tarea como la que se proponía. Su obnubilación por las “razas aptas” de la Europa nórdica, y la ausencia de la magnificencia suficiente para contribuir a saciar la “sed de tierra” con la que llegaron los desplazados, determinaron una inmediata insatisfacción inicial en el emergente social, que posteriormente se vio plasmada en acontecimientos históricos de altísima relevancia. Mas allá de la superchería que presupone la concepción misma de sustitución, y del carácter racista del modelo “gobernar es poblar”, lo cierto es que aquellos descendientes iberos, e inclusive numerosos criollos y oriundos, profesaron un ostensible temor respecto a los contingentes que llegaron a estas tierras con su propio idioma, su cultura, su idiosincrasia y sobre todo, sus propias ideas.
El nacionalismo de principios del siglo xx emerge, entre otras cuestiones, por seis razones de peso. La primera: el predominio de una élite portuaria obliterada por una ceguera llamativa que -como enseñaba Jauretche- no aspiraba a construir una nación sobre la base del sustrato ya existente, sino que muy por el contrario, fantaseaba con hacer “la Europa en América” desterrando en lo posible todo vestigio de la estirpe india, hispánica y criolla;”inhábiles” a su criterio para el desarrollo capitalista. La segunda: el temor natural generado por una inmigración de tipo aluvional y masiva como la que se promovió desde el poder. La tercera: la tendencia de toda comunidad a preservar sus rasgos identitarios más destacados. La cuarta: el descomunal protagonismo británico en la vida política, económica y cultural del país. La quinta: la profunda reacción antipositivista que se operó en América a fines del siglo xix y principios del siglo xx. La sexta: el resurgimiento en Europa continental de doctrinas de orientación nacionalista.
A principios del siglo xx, ante la actitud de una oligarquía cada vez más enlazada con los intereses británicos y despectiva respecto a lo propio, y ante la conmoción producida por el alud inmigratorio, un cúmulo de pensadores e intelectuales concibieron y difundieron diferentes versiones de un ideario nacionalista de orientación hispanista (algunas de ella bastante distantes entre sí) pero con componentes criollos, sustentado en la revalorización de las tradiciones, de los valores, de aquella historia que había sido marginada por el mitrismo, y de aquellos auténticos emergentes culturales y sociológicos que las élites oligárquicas habían negado. Surgió así un nacionalismo de cuño nativista, acompañado lealmente por una corriente revisionista que, apelando a la defensa de la propia identidad, propugnó comprensiblemente una autojustificación frente a la muchedumbre que se incorporaba a la vida nacional, pero no desde aquella identidad leguleya y formal bajo la cual la oligarquía liberal intentaba unificar el país, sino a partir del identidad cultural, en el más amplio sentido de la palabra. Una de las versiones de este nacionalismo, inclusive, llegó a representar intereses de esa misma élite negadora y despectiva y fue tal vez el origen de lo que posteriormente se conoció como la “Liga Patriótica”.
Las primeras décadas del siglo xx se desarrollaron en el marco de una profusa actividad intelectual, política y cultural, donde la acción de los partidos que constituían el “antiguo régimen”, de un radicalismo medio nacional, medio liberal y medio popular que aspiraba a capitalizar las expectativas de la masa inmigratoria, de los nuevos emergentes socialistas, anarquistas, comunistas, se entremezcló con la de este primer nacionalismo que fue evolucionando durante décadas hasta que -a mediados del siglo- se topó con un movimiento de profunda raigambre nacional y popular. La actividad de los integrantes de la Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina (FORJA) de cuño yrigoyenista y nacionalista, y de pensadores del campo nacional de la talla de los hermanos Irazusta, José Luis Torres, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez y Leonardo Castellani, entre otros, fue crucial para encauzar este proceso, aunque los itinerarios de algunos de ellos no hayan convergido específicamente. Cabe señalar además que importantes componentes nacionalistas participaron activamente del golpe institucional de septiembre de 1930 y, otros, del pronunciamiento de junio de 1943-
La llegada del peronismo al poder se constituyó en un hecho determinante y perturbador para ese primer nacionalismo, y la vertiginosidad de la época opacó por cierto la actividad de muchos de sus activistas e ideólogos. Algunos se incorporaron a ese subsuelo que se sublevó del 17 de octubre de 1945- Otros repudiaron aquel movimiento concibiéndolo como un exponente más de la chusma en emergencia, y los últimos quedaron simplemente a la expectativa. Tan solo diez años después, el luctuoso bombardeo sobre la población civil, protagonizado o apañado por algún que otro nacionalista, el posterior derrocamiento del gobierno justicialista y el comienzo de las persecuciones, no solamente determinarán el inicio del período que se conoce como de la “resistencia peronista”, sino además de un reagrupamiento de los sectores de esta orientación -y entre otros acontecimientos- el surgimiento de organizaciones como el Movimiento Nacionalista Tacuara.
El texto, que Juan Orlandini me ha honrado prologar, refiere a una de las experiencias políticas que acontecieron en nuestro país durante el siglo pasado, y posee respecto a otros que he examinado recientemente una indudable peculiaridad: no responde a la simple inquietud intelectual de su autor, ni encubre el encubierto objetivo de una justificación a libro cerrado de su accionar. El autor, comprometido con la agrupación, persigue un claro y categórico objetivo que hace expreso cuando declara que aspira a una “nueva aproximación a la problemática que implicó la irrupción política del Movimiento Nacionalista Tacuara, considerado por muchos como el resultado de un desarrollo patológico, entre los años 1957 y 1972, otorgándole voz a un actor que fue interpretado siguiendo las certezas de los códigos y modelos institucionalizados”. Esa prejuiciosa valla tan presente en los producción “teórica” de nuestra intelligenttia, que redujo a Tacuara a un acontecimiento pernicioso; para Orlandini “impidió un conocimiento cercano de este grupo, al no poner en consideración ideales, valores y códigos de militantes que se entregaron a la lucha guiados por una mística que podía mas que la razón, un coraje que sobrepasaba lo consciente, y donde la muerte, propia o ajena, era sólo un componente más de la entrega política”.
Orlandini, conocedor del decurso de Tacuara ya que estuvo ligado a ella, traza en este estudio con suma claridad una línea que despierta interés histórico y que se concentra en cuatro apartados. El primero, nutrido por el relato de una sucesión de acontecimientos enmarcados en el contexto de violencia política de la época, pone de manifiesto -a partir de sugestivas y documentadas aportaciones- los fundamentos y las razones primarias de ciertos episodios que, para la historia oficial, han quedado expuestos como simples emergentes de un fanatismo patológico. El segundo nos remite a los fundamentos ideológicos de la organización. Aquí es donde el lector podrá encontrar los elementos más sorprendentes y a la vez más significativos, sobre todo, aquellos que desconocen la historia del movimiento. Debo confesar que la lectura de los aportes conceptuales, en especial, los referentes al rol de las élites en un proceso revolucionario, al concepto de patria, raza y nación, a la cuestión de las Fuerzas Armadas y a su posición respecto a la propiedad de la tierra, todas ellas obrantes en la segunda parte del libro, me han llevado a reflexionar profundamente, sobre todo en razón de que quien les escribe, vio la luz por primera en el mes de agosto de 1964, es decir, un año después de la famosa operación realizada en el Policlínico Bancario por miembros de la organización. El tercero nos vincula a la obra poética de algunos de los integrantes de la agrupación, que dan cuenta no solamente de una particular composición artística, sino de la expresión, a partir del recurso poético, del ideario y de las aspiraciones de quienes se comprometieron en aquella época con tal particular forma de lucha política. El cuarto nos presenta un acervo documental que acompaña los diferentes relatos y que provee apreciables indicios para la comprensión integral del fenómeno en análisis.
Durante mis primeras incursiones en la militancia política, obtuve vagas y, por qué no, confusas referencias respecto a la organización que condujera Alberto Ezcurra. Mi primer contacto tangible con Tacuara tuvo lugar a partir de la relación personal y el relato de ciertos compatriotas que integraron la organización, algunos de los cuales me enaltecen actualmente con una entrañable amistad. Así, a partir de interminables tertulias con Eduardo Rosa, Oscar Denovi, Carlos “Cuqui” de la Garma y Carlos Falchi -entre otros- pude ir inmiscuyéndome en el derrotero de una organización que, para la narración oficial, constituyó meramente uno de los tantos emergentes de la Argentina violenta de las décadas de 1960 y 1970, pero que para otros significa mucho más que ello. Dichas pláticas y alguna que otra lectura complementaria fueron proporcionándome así pautas concretas de que Tacuara había caído en la trampa de un reduccionismo que suele “desconectar” los fenómenos políticos de sus antecedentes y de las condiciones reinantes en la época. Ese reduccionismo simplista y en tanto acientífico, ha pretendido restringir esta organización a la formulación de una mente pérfida, a la expresión de una irreflexiva violencia juvenil, a una manifestación del antisemitismo, o tal vez, a la tentativa de reproducir localmente un fenómeno exógeno.
Pero quienes pretendemos asumir un sensato y cabal compromiso con las cuestiones del país somos perfectamente conscientes que, para adquirir íntegra comprensión de fenómenos tales como el que nos ocupa, conforme lo hemos acreditado respecto al surgimiento del primer nacionalismo, no podemos obviar en nuestro análisis todos y cada uno de los acontecimientos que determinaron el surgimiento de los fenómenos políticos y su contexto. En tal sentido, para entender el fenómeno Tacuara no deberían obviarse, entre otros tópicos, el proceso de mixtura acontecido en nuestra Iberoamérica y las consecuencias de índole identitaria que dicha mixtura ha generado, el rol del pensamiento católico y la acción de la Iglesia en la conformación de valores durante las centurias anteriores, en especial la revalorización del pensamiento católico operado a principios del siglo xx, el fenómeno del modernismo y la reacción antipositivista, el rol y las defecciones de las oligarquías locales, la anglo y francofilia de cierta intelligetzia, el desarrollo del comunismo, las modalidades, aportes y expectativas del emergente inmigratorio de fines del siglo xix y principios del siglo xx, la acción británica en el Río de la Plata, el imperialismo de mediados de siglo pasado y la consecuente lucha antimperialista, la rebeldía estética de los ’60, el marxismo, la configuración del primer peronismo, y las formas y caracteres en el que se operó su desalojo del poder y por ultimo, la resistencia peronista. ,
La responsabilidad histórica, más aún en momentos como el que nos toca vivir, nos obliga a abordar los fenómenos de nuestro pretérito integralmente, concibiéndolos como el producto de una relación causal que, si bien no imprime un determinismo absoluto, da cuenta de una dinámica histórica donde determinadas acciones presuponen posibles, potenciales o esperadas consecuencias. Reducir a Tacuara a la simple expresión de un fascismo con rasgos xenófobos en versión vernácula presupone -como afirman nuestros paisanos- “errarle al vizcachazo”, y este texto sin lugar a dudas contribuye a poner luz allí donde reinan las sombras.
Tacuara surge a fines de la década de 1950 como una organización ciertamente homogénea “integrada por hijos de familias muy tradicionales de la Argentina, que vienen de la línea del nacionalismo de la época de (José Félix) Uriburu. Pero con la incorporación de cientos de miles de jóvenes, ya no de familias patricias, Tacuara se convierte en una expresión de rebeldía contra el sistema”. La organización fue conducida por Alberto Ezcurra. Si bien el conductor era descendiente de familias de “linaje”, su entorno vivía modestamente con los ingresos docentes de su padre. Ezcurra mismo obtenía sus estipendios efectuando labores de pintura en motocicletas.
Hombre de una prodigiosa inteligencia, de una particular humildad y de una especial afición por los estudios, luego de haber militado en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) se internó en un seminario que abandonó a los veintiún años. Su identificación profunda con el ideario católico, sobre todo a partir del proceso de revalorización de la cultura católica que se operó en las primeras décadas del siglo en respuesta a la expansión positivista, y además el legado de su progenitor, Alberto Ezcu-rra Medrano, autor de alrededor de veinte libros inscriptos en la tradición antiliberal, católica, rosista e hispanista, determinaron la conformación ideológica de Ezcurra que, en el texto de Orlandini, se encuentra plasmada cabalmente en la segunda parte del texto y cuya lectura detenida recomiendo.
Mucho se ha declamado respecto de la obra de Alberto Ezcurra y muy poco se conoce, pero más allá de las críticas que puedan orientarse hacia ella no puede negarse que sus formulaciones poseen notable seriedad teórica y nítido sustento tradicional. La trascendencia de su pensamiento y su capacidad llegó al límite al recibir una oferta del general Perón desde el exilio para conducir a la juventud Peronista.
La capacidad de convocatoria de Tacuara fue notable y, a medida que se acrecentaba la organización, se fue tornando cada vez más heterogénea. En el marco de una fase histórica dominada por la proscripción, la represión y la violencia, a los primeros integrantes, jóvenes provenientes de instituciones católicas tradicionales, algunos de los cuales profesaban admiración respecto a las experiencias dictatoriales y xenófobas europeas, rechazaban de plano al comunismo, y admiraban la obra de Antonio Primo de Rivera, se les incorporaron otras carnadas, no comprometidas con tal ideario, algunas de las cuales simpatizaban con el peronismo.
Ezcurra intentará conducir ese conglomerado cada mes más complejo, a fin de evitar que muchos de ellos emigren hacia las otras fuerzas consideradas antinacionales. Respecto a la llamativa capacidad de cooptación de la organización liderada por Ezcurra, bien vale recordar aquí las palabras de alguien a quien no puede asignarse simpatía respecto a Tacuara., el escritor Eduardo Galeano: “Vienen en busca del mito del poder, los atrae la emoción de los campamentos, en los que las maniobras militares suelen hacerse con verdadera munición de guerra y con verdaderos heridos, la magia de los juramentos en las galerías subterráneas del cementerio, el estampido de los primeros balazos, el culto del peligro elaborado en torno a las fogatas, lejos de la familia y el hogar -y de la blanda vida burguesa de la que pretenden liberarse- reivindicándolos a sangre y fuego, como ‘un pelotón de soldados que salva a la civilización’, como dijera Oswald Sprengler” .
La heterogeneidad cada vez más manifiesta de Tacuara hará eclosión a fines de 1959- Una declaración de apoyo a Cuba pero que específicamente se opone tanto al capitalismo como al comunismo, y ciertas simpatías respecto al peronismo, dispararán el posterior alejamiento del sacerdote Julio Meinvielle. El grupo que emigró junto al prelado formará luego la Guardia Restauradora Nacionalista cuyo lema cardinal será: “Dios, Patria y Hogar”. Los integrantes de la Guardia Restauradora acusarán a la conducción del MNT de haber sido copados por “el fidelismo, el trotskismo y el ateísmo”. La respuesta de Ezcurra y José Baxter no se hará esperar, y tacharán a los integrantes de la Guardia como “reaccionarios conservadores que responden a tendencias que caducaron en 1930”. Meses después de la creación de la Guardia Restauradora Nacionalista, Tacuara sufrirá un nuevo desprendimiento: Edmundo Calabró y Dardo Cabo se incorporan al Movimiento Nueva Argentina (MNA) de orientación nítidamente peronista. Baxter posteriormente constituirá el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, que se disolverá poco después de su autoría en el asalto al Policlínico Bancario, migrando sus integrantes a las Fuerzas Armadas Peronistas.
Debo confesar la profunda satisfacción que he experimentado al tomar conocimiento de esta obra de Orlandini, ya que considero extremadamente vital que en estos tiempos que nos toca vivir, se opere una profunda revisión de la historia reciente, y que en dicho marco aquellos protagonistas silenciados, puedan relatar convenientemente sus vivencias, sus enseñanzas y sus expectativas concretas. Perversos y banales mecanismos como la traslación, el reduccionismo, el ocultamiento y la victimización. tiñen hoy los productos académicos y mediáticos que alimentan a. las nuevas generaciones, negándoles de esta forma una visión contextuada, realista y vernácula de numerosos acontecimientos del pasado, para impedirles adquirir cabal noción de las circunstancias que llevaron al presente.
Para finalizar apelo a la conciencia de muchos compatriotas anhelando que, como el autor de este libro, se aventuren valientemente a romper las barreras del silencio y a volcar en páginas o conferencias el alimento necesario para que quienes nos continúen en el sendero nacional, construyan su derrotero sobre una nutriente sustentada lo más precisamente posible en nuestra verdad histórica.
Francisco José Pestanha
Notas:
Raúl Scalabrini Ortiz: “Principios básicos para un orden revolucionario”. Extractado del libro “Los ferrocarriles deben ser del pueblo argentino”: Editorial Reconquista, Buenos Aires. 1946.
José Vasconcelos: “La raza cósmica. Misión de la Raza Americana”, Obras Completas, t. II, Libreros Mexicanos, México, 1958, págs. 903-942
Raúl Scalabrini Ortiz, ibídem.
Daniel Gutman: reportaje en el diario “La Capital”, edición del 21 de setiembre de 2003.
Eduardo Galeano, “Los jóvenes fascistas descubren su país”, Nosotros decimos no, Siglo XXI, México, 1989.
Nota preliminar
“El olvido no es ausencia o vacío. Es la presencia de ausencia, la representación de algo que estaba, y ya no está; borrada, silenciada, o negada…”
Elizabeth Jelín. “Los Trabajos de la Memoria”
Intentar una aproximación a la comprensión del fenómeno político que propuso la existencia y accionar del Movimiento Nacionalista Tacuara a partir de fines de la década del ’50 implica aceptar el desafío de sumergirse en el espacio de lucha de fuerzas que controlan la memoria, cuestionando las ya existentes, en un intento de reconstruir en su totalidad la representaciones del pasado que dieron forma a una historia silenciada que ofrece narrativas y sentidos diferentes que confrontan con la interpretación institucionalizada. En esta lucha de fuerzas en pugna por ejercer el control de la memoria, el tratar de bloquear la aparición de los “olvidos” cobra dimensión y sentido al intentar resguardar la “versión oficial” escrita por los “vencedores” de la potencial amenaza que planteo la existencia de otro camino de construcción política, social y económica.
El pasado ya pasó y no puede ser modificado. Un pasado que aun enfrenta y lastima volviendo con fuerza como memorias de un conflicto que aun está en entredicho. Lo que sí es posible es reinterpretar el sentido que puede, otorgarse a ese pasado como lugar privilegiado para reconstruir identidades en una búsqueda que implica indagar desde otro lugar de aproximación. Este indagar lleva implícito el riesgo que, lejos de dar voz a la memoria olvidada, el rescate y exposición de nuevas memorias consolide la dominante en lo que le es sustancial circunscribiéndose a mostrar sólo una parte de la historia en disputa, clausurando así, todos aquellos aspectos que implicaron un desafío al orden impuesto.
Si entendemos la historia como administradora de recuerdos y olvidos en un campo de fuerzas en lucha que intentan dominar el presente y controlar el futuro, el desafiar la construcción institucionalizada que otorgó entidad y presencia con una nueva aproximación revalorizando hechos y procesos significantes que fueron silenciados o manipulados produciendo en la memoria huecos y fracturas, lleva implícito el intento de restablecer el orden alterado poniendo en consideración una nueva dimensión de análisis para comprender el fenómeno. Así, siguiendo el pensamiento de Paúl Ricoeur
La memoria se define como una lucha contra el olvido (…) sin embargo, el olvido coincide totalmente con la memoria (…) El olvido puede estar tan estrechamente unido a la memoria que puede considerarse como una de sus condiciones.
De esta manera, al eliminar un elemento constitutivo de la memoria silenciándolo, la consecuencia implícita es el rompimiento del equilibrio que convierte al “olvido” en una fuerza que pugna por su aparición pública y su reconocimiento histórico.
Ahora, ¿cómo se presenta el proceso de olvido en el plano histérico-político? Si partimos de la aceptación de que las memorias se construyen en escenarios de confrontación y luchas entre actores de diversas narrativas, los olvidos son también consecuencia de esa misma lucha que provoca, como resultante, la existencia de múltiples memorias como también, producto de borraduras de hechos y procesos, muchos olvidos. Sin embargo, a consecuencia de las fracturas y silencios del pasado, el relato institucionalizado no logra explicar satisfactoriamente el devenir histórico y acontecimientos que parecían olvidados definitivamente reaparecen en coyunturas que permiten e impulsan a revisar y dar nuevos sentidos a las huellas. De esta manera, memorias y olvidos se resignifican, participando de un nuevo ciclo de surgimiento de memorias alternativas que relatan luchas que se mantuvieron silenciadas.
La instrumentación de estos olvidos intencionales, interesados y manipuladores imponiendo una visión simplista cumplió así, durante una etapa, la función de operar como dispositivo de seguridad del sistema institucionalizado para que determinado pasado histórico que lo desafió no sea revisado.
El objetivo de este trabajo es intentar una nueva aproximación a la problemática que implicó la irrupción política del Movimiento Nacionalista Tacuara, considerado por muchos como el resultado de un desarrollo patológico, entre los años 1957 y 1972, otorgándole voz a un actor que fue “interpretado” siguiendo las certezas de códigos y modelos institucionalizados. Esta valla obró impidiendo un conocimiento cercano de este grupo político al no poner en consideración los ideales, valores y códigos de militantes que se entregaron a la lucha guiados por una mística que podía más que la razón y el coraje sobrepasando lo conciente, en que la muerte, propia o ajena, era solo un componente más de la entrega política.
Es por esto que, mis allá de las distintas valoraciones políticas de las que puede ser objeto Tacuara, la utilización en la reconstrucción de la memoria histórica de los documentos del MNT que permanecen silenciados implica subsanar omisiones que distorsionaron el análisis restituyendo de esta manera la palabra a protagonistas de esa experiencia revolucionaria que cuestionó y atacó al sistema, poniendo en juego un modelo alternativo de construcción en lo político, social y económico que contenía las experiencias teóricas y prácticas propias de jóvenes militantes en un momento de entrecruzamiento y rupturas de las tradiciones políticas y sociales al amparo de fenómenos que dominaban el panorama nacional e internacional.
Este trabajo no es una historia integral, ni pretende ser la última, de Tacuara. El tratamiento empleado para abordar el tema fue selectivo omitiendo el desarrollo del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, sectores Baxter y Ossorio, como también los primeros desprendimientos, Guardia Restauradora Nacionalista y Movimiento Nueva Argentina. Algunos temas relevantes que ya han sido abordados por otros autores fueron omitidos o tratados en forma marginal. El objetivo que guió esta investigación histórica ha sido que Tacuara, fuera del discurso “oficial,” hable por sí misma.
Este trabajo ha sido dividido en cuatro partes.
En la primera, se reconstruirán una serie de acciones políticas caracterizadas por un alto grado de violencia en que la muerte de militantes políticos enfrentados fue una constante, episodios acontecidos entre la noche del 24 de febrero y el 1o de julio de 1964 que tuvieron como escenario las ciudades de Rosario y la Capital Federal. Esta secuencia de hechos pone en evidencia la existencia de mecanismos de manipulación y “olvidos” en que incurre la memoria institucionalizada que, descontextualizando los episodios y ocultando elementos constitutivos que operaron como disparadores de las fuerzas en pugna, los reduce, haciéndolos funcionales a su propia construcción.
La segunda parte intenta una aproximación al conocimiento de los fundamentos ideológicos en los cuales enraizó la acción de los militantes del Movimiento Nacionalista Tacuara verificando su permanencia o evolución en los distintos momentos político-sociales que vivió la Argentina en el mismo período.
En la tercera parte se abordará la producción poética de Tacuara como elemento valorativo que expresa la visión del mundo que los rodea y sus límites, lugar desde el cual elaboran su proyecto político y desarrollan su acción.
La cuarta parte comprende el anexo documental.
Notas:
Agradecimientos
Este, mi primer libro, nace cuando todavía la historia de Tacuara no había sido exhumada del olvido por los trabajos de Roberto Bardini y Daniel Gutman y sólo constituía en otros trabajos una referencia marginal cargada de adjetivos que servían para acomodar o justificar de cualquier forma algún proceso político. Así. con el formato de tesina para la licenciatura en Historia (C. D.) en la Universidad Nacional de Tres de Febrero atravesó los tres seminario;, de investigación encontrando su tema y primer título: Tacuara. 1964. Violencia y Sangre en Rosario. Hoy, como Tacuara … hasta que la muerte nos separe de la lucha comprende un período más extenso en la que se profundizó la investigación y multiplicaron las fuentes empleadas con el objetivo de servir como una nueva puerta abierta al conocimiento de la problemática que implicó la presencia del Movimiento Nacionalista Tacuara entre 1957 y 1972. El carácter controversial de su caractarización como organización en lo que respecta a su propio imaginario socio político es descripto con el mayor detenimiento como así también el conjunto de representaciones que provocó y sigue provocando, inspiraron este trabajo construido sobre la base de documentos inéditos, testimonios y análisis de causas judiciales. Este libro no es el producto de un esfuerzo individual sino fruto del conjunto de aportes de aquellos que con generosidad me permitieron reconstruir desde fondo de la memoria la época de mi ingreso a la militancia política trayendo al presente el MNT y los principios en los cuales se sustentaba la acción. A todos ellos mi agradecimiento. A: Eduardo Rosa, Carlos de la Garma. Carlos Falchi, Oscar Denovi. Carlos María Benitos Moreno. Raúl Copello. José Luis Nuñez. Wenceslao Benítez Araujo. Amérieo Rial. Rodolfo Pfaffendorf. Jorge Orús. Osear Salegas, Roberto Forte, Martin Bilotta, Fermín Chavez Roberto Baschetti y Raúl González por las fuentes que me proporcionaron, sus lecturas, observaciones y críticas, pero también por su apoyo en el largo proceso de investigación. Investigación y escritura que no hubiera sido posible sin la colaboración y mucha paciencia de Vanina Tasislro, Susana Gatti y Silvia Bidegarain y el entusiasmo y aporte de los Licenciados Leticia Turrer y Luis Valsecchi. A todos ellos, gracias.
Juan Esteban Orlandini