107 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1977
Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 30 pesos
Precio internacional: 9 euros
MONSEÑOR DE SEGUR (1820-1881), prelado francés, hijo de la célebre escritora católica. Condesa de Segur y fundador de la obra de San Francisco de Sales, figura junto al Cardenal Pie, Dom Guéranger, Monseñor Gay, Bonald, Le Play, Blanc de Saint-Bonnet y algunos otros, entre los máximos exponentes del pensamiento contrarrevolucionario francés del siglo XIX.
“El 8 de enero de 1847 fui recibido como francmasón en el grado de aprendiz, en la logia de la “Sinceridad, perfecta unión y constante amistad”, Oriente de Besancon.
Como todo neófito, antes de recibir la luz, tuve que responder a las tres preguntas de estilo:
—¿Qué debe el hombre a sus semejantes? Justicia a todos los hombres.
—¿Qué debe a su país? Abnegación para con su país. —¿Qué debe a Dios? Guerra a Dios. Tal fue mi profesión de fe”.
Pierre-Joseph PROUDHON (1809-1865)
(“De la justice dans la Révolution et dans l’Église”, ed. Garnier, 1858, t. II, p. 206)
“Posnidos por el espíritu de examen. NOSOTROS SOMOS LOS SERVIDORES DE SATANÁS. Vosotros, poseedores de la verdad, sois los servidores de Dios”.
H. Albert LANTOINE
(“Lettre au Souverain Pontife”, Ed. du Symbolisme. Paris, 1937, pp. 169-170)
“Yo también, durante un tiempo, creía exagerado lo que se afirmaba acerca de la Masonería; pero después, por la experiencia de mi ministerio, he tenido la ocasión de palpar directamente las llagas que ha abierto.
Luego me convencí de que todo lo que se ha publicado en torno a esta secta infernal no ha revelado aún toda la verdad”.
SAN PÍO X
(cit. por P. CAPRILE, S.I., “La Civiltá Cattolica”, 6 9-58)
raíces de la apostasía moderna: el ateísmo científico, el materialismo dialéctico, el racionalismo, el laicismo y la MASONERÍA. MADRE COMÚN DE TODAS ELLAS”.
PÍO XII
(24-7-58. a la 8a Semana de Formación Pastoral)
ÍNDICE
Presentación 7
Prólogo del traductor 9
Los Francmasones 15
I. El nombre de Francmasón 16
Hay Masones y Masones 18
En qué está el secreto del reclutamiento habitual de la Francmasonería 20
Cuál es el ceremonial para hacerse Masón 23
Primera y terrible prueba del Masón Aprendiz .. 26
VI. Los tres viajes: segunda prueba del Masón Aprendiz 29
VIL Las últimas pruebas 31
VIII. El Juramento 32
IX. Del grado de “Compañero”, que es el segundo de la Masonería 36
X. Del tercer grado, que es el de “Maestre” 37
De los altos grados de la Francmasonería 44
Del alto grado de “Juez Filósofo Gran Comendador desconocido” 46
Del alto grado de “Caballero Kadosch” 47
Del alto grado de “Rosa Cruz” 49
XV. De la verdadera Masonería, que es oculta y muy secreta 52
XVI. Horribles excesos a que se abandonan los Masones de las Logias secretas 56
XVII. Lo que los Hermanos de las Logias secretas piensan, dicen y se proponen respecto de sus carísimos Hermanos de las Logias externas 59
XVIII. Cómo los Masones de las Logias secretas explotan a los Príncipes y a los nobles que entran en la Masonería 61
XIX. De la organización pública de la Francmasonería exterior 65
XX. Si la Masonería ama a los pobres, como pretende hacerlo creer 69
XXI. Que la Francmasonería es un poder temible . . 70
XXII. Que la Francmasonería es, diga ella lo que quiera, esencialmente impía, anticristiana y atea .. 73
XXIII. Que la Masonería se consuela de sus penas en el culto del sol 76
XXIV. De la prensa Masónica 79
XXV. Que la Francmasonería comienza a apoderarse de la infancia por la enseñanza y la educación . 81
XXVI. De qué manera extiende la Francmasonería su acción a las niñas 84
XXVII. De la Francmasonería de adopción o Francmasonería de las señoras 86
XXVIII. Un banquete de Hermanas Masonas 92
XXIX. Si se limita a los banquetes y entretenimientos la Masonería femenina 94
XXX. Que la Iglesia justísimamente ha condenado y anatematizado a toda la Francmasonería sin ninguna restricción 95
XXXI. Condenaciones formales que han hecho los soberanos Pontífices de la Masonería 98
XXXII. Lo que debemos hacer en presencia de la gran conspiración anticristiana 102
PRESENTACIÓN
Monseñor Dé Segur (1820-1881), prelado francés, hijo de la célebre escritora católica Condesa de Ségur y fundador de la obra de San Francisco dé Sales, figura junto al Cardenal Pie, Dom Guéranger, Monseñor Gay, Bonald, Le Play, Blanc de Saint-Borífiet y algunos otros, entre los máximos exponentes del pensamiento contrarrevolucionario francés del siglo XIX.
Sus obras, opúsculos y folletos fueron difundidos en Francia en centenares de miles de ejemplares, y traducidos a diversos idiomas. Bástenos recordar, entre otros títulos, “El infierno. Si lo hay, qué es, modo de evitarlo”; “La fe ante la ciencia moderna”, etc.
Son clásicas, sobre todo, dos de sus obras: “La Revolución”, admirable opúsculo que es sobre este tema lo que Sarda y Salvany respecto al liberalismo, y la obra que nos enorgullecemos en presentar, una de las exposiciones más claras y profundas so bre la simbología atea y anticristiana de los ritos masónicos.
La obra original, datada en 1867, fue objeto de numerosas ediciones y traducciones. Hemos utilizado el texto editado hace más de cien años en nuestro país:
“Traducido de la 9ª edición francesa.
Imprenta del Orden, Moreno 47,
Buenos Aires, 1869”,
y que reproduce la traducción publicada en Santiago de Chile en 1868.
Los Editores
Buenos Aires, 1977
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Santiago, octubre 15 de 1868. — Con lo informado por el revisor nombrado, Presbítero don Francisco Javier Quin-tanilla, se concede licencia para la publicación del opúsculo de Monseñor De Segur, titulado “Los Francmasones”, traducido del francés. Se recomienda a los fieles su lectura. Tómese razón- — Vargas, vicario general — José Ramón Astorga, secretario.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR
Todos los hombres reflexivos y sensatos ven en la Francmasonería el más serio e inminente peligro para la religión y para la sociedad. Mientras ella logró mantener casi del todo ocultos sus inicuos designios bajo el velo de sus misteriosos secretos y bajo la sanción de sus formidables juramentos, pudieron parecer exageradas las alarmas de los que entreveían las proporciones colosales de este peligro. Mas en el día, por confesiones de gran número de sus adeptos, por documentos autógrafos que se le han podido sorprender, y porque ella misma con la conciencia de su pujanza no va teniendo ya tanto reparo en exhibirse como es por el órgano de sus escritores; es cosa puesta en plena evidencia que todos los grandes sacudimientos y trastornos de que han sido teatro las sociedades modernas tanto en el orden político como en el religioso, han recibido su primer impulso, de la Francmasonería desde un siglo a esta parte, y que ella ha trazado siempre el plan de ataque, puesto en juego sus máquinas y baterías, y hecho valer todos sus medios de acción para asegurar el fatal resultado que persigue, el desquiciamiento de la religión y de toda autoridad.
Por desgracia, los gobiernos, a quienes como se ve no va menos que a la Iglesia en conjurar la tempestad, astutamente distraídos hacia otros objetos, adormecidos por el falaz halago de ver robustecido su poder con las influencias de la secta, y demasiado miopes para penetrar con su mirada más allá de las apariencias con que ella se ha esforzado en todo tiempo por encubrir a los ojos de la multitud lo que oculta en su seno; no sólo no han pensado en ahogarla al nacer, no sólo no han estorbado su desarrollo, sino que se han hecho sus cómplices; y han contribuido más que nadie a darle el grado de pujanza que ha alcanzado, tan poderosa ya, que pocos gobiernos estarían ahora en estado de medir sus fuerzas con ella.
No así la Iglesia. Ella no podía disponer de medios tan eficaces como la autoridad política para, exterminarla; pero, atalaya vigilante y perspicaz, advirtió y señaló al punto el peligro, esforzó su voz para hacerse oír de todos, y echando mano de las únicas armas que le es posible esgrimir, estigmatizó la Francmasonería, prohibiendo a sus hijos afiliarse a ella bajo pena de excomunión1.
Si al menos los gobiernos de los pueblos en que todavía la Francmasonería no ha llegado a dominar quisiesen mientras es tiempo abrir los ojos; si mostrándose hijos sumisos de la Iglesia secundasen sus maternales miras, y cortasen con la severidad y energía necesarias esa gangrena mortífera; podría esperarse que algunos rincones del mundo salvarían siquiera del cataclismo a que la dominación masónica conducirá tarde o temprano a las naciones que tiene ya uncidas a su yugo, y allí sería dado buscar un asilo seguro a las tristes víctimas que lograsen escapar de sus iras.
Pero la Francmasonería a más de ser un inmenso peligro para el cuerpo, lo es también no menor para los miembros. El cristiano, el ciudadano puede fácilmente ser atraído a las Logias masónicas; y una vez que haya pisado sus umbrales, debe temerse por cierto que sin un esfuerzo heroico, de que pocos son capaces, es miembro perdido para la Iglesia y para la sociedad.
No será ya cristiano sino a lo más en el nombre, si es que no se avergüenza aun del nombre de cristiano: será un verdadero renegado.
No será ya un ciudadano de quien la patria pueda prometerse útiles servicios, costosos sacrificios: se convertirá para ella en un conspirador permanente, que apellidando fraternidad, libertad, igualdad, para electrizar a la imbécil multitud con el hechizo de estas palabras seductoras, no cesará de acechar el momento favorable para llevar la tea incendiaria a todos los ángulos del edificio social.
Antes que te cases, mira lo que haces, dice un proverbio; porque podría ser en efecto una imprudencia desastrosa aventurar nuestro reposo, nuestro bienestar, nuestra honra, nuestra vida misma, ligándonos indisolublemente con una persona que no conocemos lo bastante, o abrazando un estado cuyas cargas y deberes ignoramos. Jamás la inconsideración para determinarse a una cosa pudiera ser tan trascendental, como cuando a un joven o a otra persona cualquiera se la invita a hacerse Masón.
Con la más refinada astucia, la Masonería hace sus llamamientos, como un esposo convida a sus amigos a celebrar sus bodas, como una empresa lírica invita a concurrir a sus bellas óperas, como la filarmónica ofrece sus salones para cantar y danzar, para crear o estrechar relaciones útiles.
Mas debajo de sus mesas de banquete, detrás de las salas de sus Logias, tiene la Francmasonería escondidos tenebrosos misterios, sobre los cuales por de pronto sólo excita la curiosidad de conocerlos: y en lo restante no hará más que avivar y enardecer esta curiosidad, de suerte que ella empuje a los afiliados hacia los grados superiores; pero sin dejársela satisfacer, hasta que, recorridos todos, estudiado perfectamente el adepto por de dentro y por de fuera, bien preparado, bien educado según el espíritu de la secta, se hace al fin brillar a sus ojos la luz masónica, que rompe todas las vendas, y despeja todos los misterios; y queda hecho miembro de las sociedades secretas, armado de un puñal, abdicada su fe si alguna conservaba, desembarazado de todos los deberes para con Dios, para con sus semejantes, para consigo mismo, despojado de su voluntad y juicios propios, y hecho ciego y dócil instrumento de la voluntad de sus jefes.
Y cuenta, que no es dado, ni evadirse por medio alguno, una vez llegado aquí, de cumplir las órdenes que se tenga a bien intimar al adepto; ni siquiera volver las espaldas a la Masonería a medio camino, si la conciencia o el sentimiento de la propia dignidad llega a hacerse escuchar; porque las venganzas de la secta son implacables, jamás perdona, y ese mismo acero que empuña su mano, arma también las de sus compañeros, y se descargará sobre él.
No: es menester desengañarse, la opción que se ofrece a quien delibera sobre hacerse Masón, es entre el deber y el crimen, entre el honor y la prostitución de su dignidad, entre su salvación y su perdición eterna. Una vez dado el paso, la vuelta atrás lo estrella en dificultades tan arduas, que casi será imposible vencerlas. Cargado con los anatemas de la Iglesia y de la secta y con toda la indignación de Dios, carecerá quizá para siempre de los auxilios de su gracia para reconciliarse con la primera, y no podrá declinar las venganzas de la segunda. El asunto no puede ser más grave.
Este opúsculo nos da a conocer la Francmasonería cual ella es. Escrito por un hombre eminente, no menos ilustre en el mundo literario por sus numerosas y distinguidas producciones, que en la Iglesia por sus esclarecidas virtudes, nada contiene que no sea rigorosamente exacto y verdadero, nada que puedan los mismos adversarios recusar; pues está tomado casi en su totalidad de las publicaciones de la Francmasonería, muchas de las cuales aun tienen carácter oficial. Puede dar idea de su mérito la avidez con que ha sido leído en Europa. Sin contar con las ediciones y traducciones que de él se habrán hecho en otros países, en Francia solamente, en el espacio de un año transcurrido desde su aparición, ha sido reimpreso hasta por la vigésima segunda vez, como lo atestigua un ejemplar que tenemos a la vista.
¡Plegue al cielo que sea de todos leído, y con especialidad de aquéllos que puedan contribuir a sacar de las fauces del lobo a quien hubiese ya caído en ellas, o preservar a otros de venir a ser sus víctimas!
1 Véase el cap. xxxi. Es un error grosero pensar que no se incurre en el anatema de la Iglesia, porque en las Logias no se trata de asuntos de religión. Es fuera de duda que por el mero hecho de dar una persona su nombre a la Francmasonería, queda excomulgada.