318 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1978
Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 35 pesos
Precio internacional: 10 euros
“UNA INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA”
“Por fin un libro de filosofía, en el cual el lector, por la historia misma de la filosofía, comprenderá que las grandes cuestiones metafísicas no están “superadas” y son poco numerosas; se refieren obligadamente al ser y a la naturaleza, el acto y la potencia, la posibilidad para el espíritu de alcanzar la verdad, la realidad de la libertad, pero también a los límites insuperables de la inteligencia sola ante el misterio del mal… Pequeño número de cuestiones, y número restringido de las soluciones típicas: y si se rechazan las respuestas ya indicadas por Aristóteles, llevadas a su perfección por Santo Tomás de Aquino, uno se condena a girar indefinidamente en un círculo de error estrechamente circunscrito.
Por fin un libro de filosofía en el cual los ídolos del día-, marxismo y freudismo, los ídolos putrefactos de una “intelligentsia” católica instalada y extraviada, son desenmascarados, desinflados, vaciados, reventados, enterrados.
(…)
El gran filósofo cristiano Marcel De Corte ha presentado la obra póstuma de su amigo con un espléndido prólogo que se debe leer y releer.
(…)
Louis Jugnet murió súbitamente en la noche del 11 al 12 de febrero de 1973, con el rosario en la mano. Este gran ejemplo de un verdadero filósofo cristiano no se perderá. Porque si el estudio y la docilidad a la tradición son absolutamente indispensables, sin embargo, sin la oración, giran en el vacío; y es por la simple plegaria a Nuestra Señora que nos serán acordados la humildad de espíritu y el valor, sin los cuales no habría ni filosofía ni teología que puedan durar”.
Roger-Thomas CALMEL, O.P.
(“Itinéraires” N* 182; abril 1974; pp. 178-179)
ÍNDICE
Marcel De Corte: Prólogo 7
Prefacio del autor 13
Bibliografía 15
I. Urgencia de los problemas filosóficos …. 17
II. Filosofía y ciencia 22
Filosofía y arte 28
Filosofía y política 34
V. Filosofía y religión 43
VI. La idea de verdad 52
VII. La filosofía griega 61
VIII. La filosofía medieval 69
IX. Descartes o el nacimiento del racionalismo moderno 75
X. Las ideologías del progreso 81
XI. Hegel y el hegelianismo 87
XII. KlERKEGAARD y el nacimiento DEL existencialismo 101
NlETZSCHE 120
Bergson 131
XV. Freud y el psicoanálisis 143
XVI. La fenomenología: Husserl 171
XVII La fenomenología: SCHEEER Y Heidegger .. 178
XVIII. SARTRE Y el existencialismo ateo 188
XIX. Camus 197
XX. El Marxismo 214
XXI. Teilhard de Chardin 260
XXII. El estructuralismo 273
XXIII. Conclusión 290
índice de temas 299
índice de nombres 309
índice general 317
EL AUTOR
LOUIS JUGNET, gran filósofo tomista, “uno de los más nobles representantes del pensamiento contrarrevolucionario en nuestro absurdo siglo XX” (De Corte), y maestro de numerosas generaciones de estudiantes, sobre las cuales ejerció una gran influencia por su persona, enseñanza y escritos, nació el 28 de setiembre —víspera de San Miguel Arcángel— de 1913 en Villefranche-sur-Saóne, hijo de un universitario protestante.
Inteligencia precoz, conoció la filosofía escolástica a la edad de 16 años, durante unas vacaciones escolares que determinaron definitivamente su vocación filosófica. En adelante se consagraría a profundizar sin descanso esa doctrina que satisfacía tan bien su intelecto, hambriento de claridad, belleza, orden y armonía.
En 1933, con una tesis sobre Suárez y Leibnitz, obtuvo su diploma de Estudios Superiores en la Facultad de Lille. Después de pasar su examen de licenciatura en París, inició su labor docente en el Liceo Jean Giraudoux, de Cháteauroux.
Pero la mayor parte de su actividad pedagógica tuvo lugar en Toulouse, donde, de 1945 a 1973, enseñó en la Preparación para Saint-Cyr, en el Curso Superior de Letras, en el último año del Liceo Pierre-de-Fermat y en el Instituto de Estudios Políticos, del cual fue profesor durante más de veinte años.
En la ciudad de Toulouse, donde enseñara durante 28 años, en la noche del 11 —festividad de Nuestra Señora de Lourdes— al 12 de febrero de 1973, mientras rezaba el rosario a su Madre y Reina de Cielos y tierra, Dios lo llamó súbitamente a la Casa del Padre.
Poco después de su muerte, el 29 de octubre de 1973, se constituyó en París la ASOCIACIÓN DE LOS AMIGOS DE LOUIS JUGNET (31, rue Bucourt, 92210 Saint-Cloud, Francia). El presidente de la Asociación es Jean De Viguerie; secretario, Gabriel Jugnet; tesorero, Louis A. Croux. En el Comité de Honor figuran Mons. Marcel Lefebvre, el P. Georges Delbos, M. S. O, Marcel De Corte, Louis Salieron, Gustave Thibon, Juan Vallet de Goytisolo, etcétera.
La Asociación se propone publicar su ingente obra inédita (cursos, notas de trabajo, conferencias, etc.), considerable por su extensión y profundidad; dar cabida a artículos y comentarios sobre su personalidad e influencia, y reeditar sus libros agotados. Edita los “Cahiers Louis Jugnet” (tres números ya aparecidos, que suman más de 350 páginas).
La rica y polifacética personalidad de Louis Jugnet, como hombre, intelectual, maestro, filósofo, apologista, profeta, escritor y cristiano, puede vislumbrarse a través de la semblanza introductoria: “Un auténtico maestro y gran filósofo tomista: Louis Jugnet”, publicada en otra de nuestras colecciones: Louis Jugnet, “Psicoanálisis y marxismo” (Colección Clásicos Católicos Contrarrevolucionarios, Nº 3, pp. 7-65).
Jugnet era un “heleno” que se había formado en la escuela de Aristóteles, “el Maestro de los que saben”, y de Santo Tomás. En sus obras —Pour connaitre la pensée de Saint Thomas d’Aquin; Un psiquiatra filósofo: Rudolf Allers o el anti-Freud; Catholicisme, foi et probléme religieux; Doctrines philosophiques et systémes politiques; en esta hermosísima obra póstuma, cuya primera traducción española hoy presentamos; en sus cursos, y en sus innumerables notas para la enseñanza, resplandece el rigor de su armazón lógica, la seriedad de la documentación de primera agua y la claridad y llaneza de su agudo estilo “oral”, un estilo comunicativo y contagioso, que constituye para el lector una saludable fuente de satisfacción intelectual y una permanente inyección de inagotable vitalidad.
Todos Ios testimonios de sus colegas, amigos y ex discípulos son coincidentes en afirmar que Jugnet murió víctima del sufrimiento ante el espectáculo de la auto-demolición de la Iglesia, “mártir de los demoledores del bien común natural y del bien común sobrenatural, en la almena del fuerte donde luchara hasta su último suspiro”.
Toda su vida se sintetiza en la frase evangélica, casi su divisa; “Ventas liberabit vos”. Louis Jugnet, magister Veritatis, quemó su vida al servicio de la Única Verdad que es Cristo. Su sacrificio no fue en vano.
¡Que la luz de su obra y de su ejemplo nos guíen e iluminen durante nuestra peregrinación hacia la Casa del Padre!
PRÓLOGO
Los “Problemas y grandes corrientes de la Filosofía” de Louis Jugnet, al cual tengo el honor y la triste alegría de prologar después del fallecimiento de su autor, procede del mismo filón que sus otras obras, cuyos títulos me complace recordar al lector: “Un psiquiatra filósofo: Rudolf Allers o el anti-Freud”; “Catolicismo, fe y problema religioso” y, sobre todo, el admirable “Para conocer el pensamiento de santo Tomás de Aquino”, cuya lectura y meditación recomiendo a mis alumnos todos los años. Los numerosos artículos publicados por Louis Jugnet en diversas revistas, los stencils de sus conferencias y de sus cursos en el Liceo Fermat de Toulouse y en el Instituto de Estudios Políticos de la misma ciudad, donde formó generaciones de estudiantes, todos tienen el mismo origen: la metafísica natural de la inteligencia humana o, con mayor precisión aún, pues se podría pensar que esta metafísica natural procede más de la inteligencia humana que de las cosas, la acogida confiada que realiza la inteligencia del hombre al ser, cuando lo interroga sobre lo que él tiene de más profundo y más esencial en sí mismo. Correlativamente a esta receptividad de la inteligencia a lo real, se halla, inseparablemente, el rechazo de la apariencia, de lo que no es, de lo que no tiene ser sino en cuanto construido en el interior de su espíritu por el hombre o en cuanto expresado por él en palabras.
De allí la extraordinaria probidad del pensamiento de Louis Jugnet. En una época en la cual demasiado número de filósofos sacan de sus sueños y de sus acrobacias verbales unos fuegos de artificio cuyas llamas y humaredas conjugadas no tienen otro fin que seducir y encandilar al vulgo, Louis Jugnet sólo procura conducir la inteligencia del lector a reconocer la verdad de sus palabras. Con él, nada de ese hermetismo en el que se complacen los indigentes de la filosofía, ricos en reputación y en gloria, sino esa viva y clara correspondencia a lo real en lo que consiste la verdad de las cosas que se dicen. Nada tampoco de esos razonamientos torcidos donde lo irracional desliza sus venenos: ningún sofisma. Nada tampoco de esa “literatura” en la que la “novela” y la “poesía”, vaciadas por otra parte de su substancia, se incorporan a la pobreza del pensamiento: aquí los globos son globos, que Louis Jugnet desinfla limpiamente, los gatos gatos y las liebres liebres. Louis Jugnet nos ilumina muy simplemente, con fuerza, claridad y precisión. No tiene nada del charlatán que deslumbra para engañar.
El libro que presentamos al lector manifiesta las cualidades del educador nato. Decimos bien del educador, del que ayuda la inteligencia a despojarse de la fascinación de lo imaginario que se substituye, con inaudita frecuencia, a su objeto propio: la realidad inteligible, – y no del enseñante, que ejecuta mecánicamente un programa venido “de arriba”, de un Estado cuya pretensión pedagógica es igual a su “omninesciencia”. Estas cualidades son la convicción, que no es solamente la seguridad de estar en la verdad, sino la conformidad del espíritu con las certezas comunicativas a los demás por sí mismas; la firmeza, que no se deja conmover por ninguna argumentación especiosa, porque se apoya en la solidez inquebrantable de lo real; y finalmente ese respeto a la inteligencia del discípulo, a la cual uno no puede animarse a dar otro alimento que el ser mismo para el cual está hecha. Miren a los profesores de filosofía hoy en día, tambaleando entre el escepticismo pretendidamente liberal y el fanatismo marxista, haciendo equilibrios de una aberración blanda a una aberración dura, tironeados entre la complacencia cobarde con la anarquía y la nostalgia de un dogmatismo totalitario apoyado en un aparato policíaco a su servicio… Hay que haber conocido a Louis Jugnet para saber que había sacrificado deliberadamente la brillante carrera de filósofo-escritor a la que estaba convocado, a cambio de enseñar la verdad y de preservar las inteligencias de los jóvenes de las corrupciones del siglo.
Estas cualidades que acabamos de citar no son únicamente propias de la filosofía tradicional, de la cual Louis Jugnet se proclama discípulo, sino que son también las de un carácter. A este respecto, no estoy lejos de creer, según la expresión de Fichte a la cual le cambiaría el sentido, que “la filosofía que se tiene depende del filósofo que se es”. Es inútil presentarse como un parangón de la filosofía tradicional, sin el carácter, el temperamento, la personalidad que encarne sus exigencias.
Belleza, razón, virtud, todos los honores del [hombre,
Los rostros divinos que surgen de la noche, todo esto no es sino una fachada que disimula un templo derruido, especialmente en nuestra época, en la cual la complacencia con las ideas de moda —¡de las cuales la llamada ‘tradición” sería capaz de asimilar “lo que contienen de verdad”!— es de rigor entre los intelectuales cristianos ávidos de un perpeuo “aggiornamento”. Entusiasma ver a Louis Jugnet unir su firme sí a la verdad con un enérgico e inquebrantable no a los errores de las modas del día.
Es que, para Louis Jugnet, la historia de la filosofía no se separa de la filosofía. No es juez, es juzgada según el único criterio que existe: la verdad. Por eso, Louis Jugnet hace preceder con razón su exposición de las “grandes corrientes” que la atraviesan, por el enunciado de los problemas que presenta y de las soluciones que importa darles. Recomiendo, especialmente a los jóvenes y al público culto, esas páginas de una claridad adamantina que los inmunizarán para siempre contra la afirmación, hoy día corriente e incorporada a los hábitos de la intelligentzia laica y eclesiástica, que “la verdad evoluciona”, que “asistimos a una mutación del hombre sin ejemplo en la historia” y que no se debe juzgar el presente según normas pretendidamente eternas y perimidas, sino según yo no sé qué radiante porvenir fabricado a golpes de saliva y de tinta por todos aquéllos que aspiran a convertir en poder temporal el poder espiritual que detentan indebidamente. Esas páginas les darán el vigor intelectual necesario para resistir al atractivo de las cuentas de color que hacen brillar los manipuladores de la opinión pública antes de transformarse en grandes inquisidores ante los ojos de sus víctimas desarmadas y consintientes. En las mismas se respira la presencia de una virtud cardinal: la fortaleza.
Louis Jugnet bebió esta fortaleza en las enseñanzas del “Maestro de los que saben”: Aristóteles, y en las de Santo Tomás de Aquino que lo clarifica, y lo prolonga subrayando sin cesar su armonía con la Revelación cristiana. Jugnet no teme presentarse tal como es: un filósofo católico, un tomista de estricta observancia que afirma, con serena y sólida seguridad, pronta a hacer frente a cualquier “contestatario”, que “si una doctrina, como el tomismo, es substancialmente verdadera, puede contener muy bien la respuesta a problemas históricamente variables en su formulación, tanto más cuanto el pensamiento humano, lejos de estar afectado por el coeficiente de variabilidad que algunos quisieran atribuirle oscila entre un bastante pequeño número de problemas fundamentales, provistos de un número casi tan restringido de soluciones-tipo”. Para Louis Jugnet, como para nosotros, “el valor del tomismo es algo presente —y eterno— porque eterno”1. Louis Jugnet no es de aquéllos que sacrifican el aristote-lismo del tomismo sobre el altar de una pretendida metafísica bíblica, ni tampoco de quienes inmolan a ambos a los pies del trono donde reinan, divinidad de mil caras, “las exigencias de la mentalidad contemporánea”. No es un concordista de la causa. No pretende mostrar la compatibilidad de los incompatibles, al modo de demasiados “pensadores” católicos de ayer y de hoy. Como él mismo escribía hace un cuarto de siglo, y no ha cambiado desde entonces, “quienes merecen el calificativo de concordistas son esencialmente aquéllos que retocan y recortan a su manera las enseñanzas católicas en función de las doctrinas de moda (Evolucionismo integral, Existencialismo, Hegelianismo, Marxismo, Cientificismo, Freudismo) y no quienes intentan honradamente efectuar una síntesis católica de buena ley”2.
Esta “síntesis católica”, posible y apenas comenzada o abortada, por falta de una filosofía verdadera, al nivel de las ciencias, es rigurosamente imposible a nivel de la filosofía llamada moderna, carcomida por un subjetivismo con frecuencia cercano a la esquizofrenia. Después de haber estudiado con atención, penetración y rigor sus principales corrientes, Louis Jugnet lo dictamina sin apelación. Se sale de la lectura de su libro purificado de las ilusiones que aún se podía tener, con la satisfacción de ver destruidos los ídolos del teatro de este mundo. Esta obra es una de aquéllas que restituyen al espíritu humano lo que más le falta hoy día: la SALUD. Permanecerá como una humilde y sólida piedra basal de ese monumento que algunos raros signos o intersignos anuncian y que será consagrado por el siglo a la filosofía realista que lo habrá salvado del desastre.
Marcel De Corte
Profesor de la Universidad de Lieja
1 L. Jugnet, “La Pensée de Saint Thomas d’Aquin”, París, Bordas, 1964, pp. 8-9.
2 L. Jugnet, “Rudolf Allers ou fAnti-Freud”, París, Editions du Cédre, 1950, p. 170, nota 55. (Edición española: Madrid, Speiro, 1975, p. 104, nota 55. N. del T.).
PREFACIO DEL AUTOR
Esta obra no es conforme “al gusto de la época”. Ciertamente, no porque combata por principio las ideas de moda, sino porque el autor está persuadido que la moda carece de valor cuando se trata de la verdad, y porque abomina lo que Jacques Maritain ha denominado tan bien la “cronolatría epistemológica”, es decir, “la fijación obsesional sobre el tiempo que pasa”, el temor de verse “superado”.
Nietzsche, aquí bien inspirado, decía que no quería ni siquiera saber cómo se hace para estar en el sentido de la corriente. Nuestra única regla de pensamiento y de acción es estar en concordancia con lo real, que no depende de los caprichos de la “tendencia dominante” en una época dada.
No es un curso, ni tampoco un tratado sistemático, aunque deba la mayor parte de su contenido a la enseñanza. La mayor parte únicamente: hay también, originariamente, conferencias o artículos anteriores. Por consiguiente, puede —y hasta debe-servir a un público más amplio que el mundo estudiantil y profesoral, aunque el autor haya entregado lo esencial de su vida y de sus esfuerzos a la enseñanza oral, razón por la cual no ha publicado más. Se ha agregado a la primera edición —rápidamente agotada— no sólo uno u otro pasaje complementario en los capítulos ya publicados, sino más aún, capítulos concernientes a autores y corrientes de pensamiento no estudiados en la primera versión.
Los desarrollos son de longitud y de tipo variables. Casi siempre se expone primeramente la doctrina en discusión. En algunos casos con muy poca extensión, en cuanto la estimamos de conocimiento común. Solicitamos que nadie se asombre ni se escandalice por ello, pues hemos procedido conscientemente de ese modo.
Una palabra aún, sobre el estilo: es directo, espontáneo, “hablado”. Sabemos que algunos nos lo echan en cara. Preferimos sin embargo esta manera de obrar pues si el academismo pierde con él, gana el contacto vital con el lector y, en nuestra opinión, esto compensa ampliamente aquello.
No vemos ninguna otra cosa esencial que agregar, por cuanto el amistoso y tan denso prólogo de Mar-cel De Corte —a quien agradecemos habernos comprendido tan bien— expone exactamente nuestro proyecto y nuestra orientación fundamental. A lo sumo podemos invitar al lector a releer “El molinero, su hijo y el asno” del excelente La Fontaine (“Fábulas”, III, 1):
“Pardiez, dijo el molinero, está bien loco de la cabeza
Quien pretende contentar a todo el mundo y a su padre…
Pero que en adelante me censuren, o me alaben, Que digan algo o que no digan nada, Quiero obrar a mi gusto. Lo hizo e hizo bien”.
BIBLIOGRAFÍA
Muchos solicitan títulos de obras sólidas y maneja-bles. He aquí algunas indicaciones básicas:
1º Para un estudio de conjunto de los problemas filosóficos:
Se tendrá una excelente obra fundamental (muy al día) con el “Traite de Philosophie” de Jolivet (4 volúmenes, ed. Vitte: ver sobre todo el tomo dedicado a la Metafísica, y el que trata sobre la Moral) (ed. argentina: Lohlé, Bs. As. N. del T.). Ver igualmente J. Maritain: “Introduction genérale a la Philosophie” (Téqui) (ed. argentina, Club de Lectores, Bs. As. N. del T.). El vocabulario filosófico confunde a algunos estudiantes. Podrán remitirse a un “Vocabulai-re” corriente (el de Jolivet, por ejemplo, anexo a su “Traite”).
Si desean profundizar uno u otro punto, consultarán a Lalande: “Vocabulaire technique et critique de la Philosophie”.
2º Para la Historia de la Filosofía:
Se puede consultar la “Histoire de la Philosophie”, de Brehier, pero para el uso corriente y habitual, Thonnard: “Précis d’Histoire de la Philosophie”, Desclée et Cie, es muy preferible (numerosos cuadros sinópticos, párrafos nume-rados, etc.)..
Agregar para la filosofía reciente: Bochenski: “La philosophie contemporaine en Europe” (Payot, en una colección “libros de bolsillo”) y J. Wahl: “Tableau de la philosophie française” (Gallimard).
N. B.: Otras obras se indican respectivamente, a proposita de cada cuestión