Skip to content

ORIENTE Y OCCIDENTE – JULIUS EVOLA

177 páginas
Heracles, Argentina,

tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 40 pesos
Precio internacional: 16 euros

El tema del Oriente y el Occidente, comprendidos como civilizaciones rivales, ha alcanzado un lugar muy preponderante en nuestros días en especial luego de los atentados de las Torres Gemelas y de la consecuente popularidad alcanzada por la teoría de la «guerra de civilizaciones» hecha famosa últimamente por el politólogo norteamericano Samuel Huntington. En contraposición a la misma Julius Evola, a similitud de lo que afirman corrientes como el fundamentalismo islámico, considera que no existen civilizaciones occidentales y orientales antagónicas que en algún momento, en razón de la agudización de sus pretendidas diferencias, puedan entrar en «guerra», sino que aquello por lo que hoy se combate y lo que justifica una verdadera contienda es por concepciones del mundo diferentes, las cuales por igual pueden manifestarse en los universos culturales aquí aludidos. Las mismas han dado cabida a dos tipos de hombre diferenciados. Por un lado el moderno que ha hecho de la simple vida, el consumo y el confort el eje principal de toda su existencia y por otro el hombre de la tradición para el cual esta vida adquiere sentido en función de otra superior que debe ser conquistada. Estas humanidades distintas nunca podrán entenderse entre sí pues sus categorías son diametralmente opuestas.

ÍNDICE

Introducción: Julius Evola y el fundamentalismo islámico    7
I-    ¿QUE ES LO QUE REPRESENTA ELTANTRISMO PARA LA
CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL?——————– 17
II-    LAS INFLUENCIAS LIBERADORAS
DEL ORIENTE TRADICIONAL——————— 26
III- LA DOCTRINA DEL SVÁDHARMA Y EL EXISTENCIALISMO      35
IV- RENE GUÉNON, ORIENTE Y OCCIDENTE 43
V- ORIENTE Y OCCIDENTE. EL NUDO GORDIANO      51
VI- EL DERECHO A LA PROPIA VID A EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE… 59
VII- EL ZEN Y EL OCCIDENTE——————— 69
VIII-YOGA, INMORTALIDAD Y LIBERTAD— 78
IX- EL ANTIGUO SIMBOLISMO ERÓTICO MEDITERRÁNEO Y ORIENTAL  90
X- LA VIRILIDAD ESPIRITUAL EN EL BUDDHISMO      99
XI- SOL INVICTUS. ENCUENTROS ENTRE EL ORIENTE Y EL OCCIDENTE EN EL MUNDO ANTIGUO                  111
XII- LA TEORÍA JAPONESA DEL HARA Y SUS CORRESPONDENCIAS EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE——————————————— 118
XIII- LOS «MISTERIOS DE LA MUJER» EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE                                       135
XIV- RESPECTO DEL PROBLEMA DEL ENCUENTRO DE LAS RELIGIONES EN ORIENTE Y EN OCCIDENTE……………………………………….. 150
XV- VEDÁNTA, MEISTER ECKHART, SCHELLING 165

INTRODUCCIÓN

JULIUS EVOLA Y EL FUNDAMENTALÍSIMO ISLÁMICO

El tema del Oriente y el Occidente, comprendidos como civilizaciones rivales, ha alcanzado un lugar muy preponderante en nuestros días en especial luego de los atentados de las Torres Gemelas y de la consecuente popularidad alcanzada por la teoría de la «guerra de civilizaciones» hecha famosa últimamente por el politólogo norteamericano Samuel Huntington, pero que no es otra cosa sino una repetición contemporánea de las distintas vertientes geopolíticas tan en boga en los ambientes de la denominada «derecha conservadora». Para las mismas Oriente y Occidente son asimilables a dos organismos vivientes y diferenciados sustentados en expresiones geográficas, étnicas y culturales que han dado lugar a civilizaciones distintas a lo largo de la historia y que han utilizado las ideologías o las religiones como instrumentos o medios para justificar su accionar determinado por tales factores antes aludidos. De este modo no han sido el comunismo, el liberalismo o el cristianismo los elementos determinantes de las civilizaciones, sino que todos ellos no han hecho sino expresar las maneras como las mismas a lo largo del tiempo han tratado de justificarse ante los otros y de dar un fundamento a su afán de dominio y de expansión. Así pues el ataque que el fundamentalismo islámico hoy realiza en contra del «Occidente», en sus distintos atentados y en sus guerras de Irak, Afganistán, Palestina, Somalia, etc., de acuerdo a tal teoría, no debe ser para nada concebido como un hecho inédito o novedoso, sino como la manifestación de una misma constante histórica que encuentra sus antecedentes remotos en las distintas luchas por las que el Oriente y el Occidente se habrían enfrentado entre sí: desde la época de los griegos en su antagonismo con los Persas, luego de los Romanos contra los Púnicos, los Partos y los Egipcios; más tarde en las Cruzadas a través de la lucha entre el Cristianismo y el Islam; habiendo sido todo ello diferentes formas por las que se han manifestado históricamente y de manera variada dos constantes permanentes, dos impulsos expansivos de dominio y de supervivencia.
Hubo en verdad un vasto intervalo de tiempo en el que tales antagonismos irreversibles estuvieron como hibernados y ello se habría debido a que el Occidente resultó victorioso a partir del siglo XVI tras la conquista de los Océanos, así como con la invención de la imprenta y de otros logros tecnológicos sucesivos. Impactado por los mismos y por sus diferentes fascinaciones, el Oriente quedó como paralizado y sometido por el Occidente en modo tal que todas sus reacciones espontáneas en contrario, sea a través de la civilización china, como de la japonesa por ejemplo, fueron rápidamente derrotadas en la medida que se logró vencerlas no tanto militarmente, como en el caso del Japón en la última gran contienda bélica (y que diera como resultado el actual régimen impuesto en tal país de corte “occidental” y consumista), sino a través de la gran capacidad de sugestión ocasionada por los poderosos impactos tecnológicos y de «conocimiento» que habría producido el «Occidente». Tal lo sucedido más específicamente con China a la cual se le logró imponer, pacíficamente y sin necesidad de una guerra como en el caso anterior, la economía de mercado, tal como aparece en nuestros días en donde ésta, del mismo modo que el Japón, se nos muestra asumiéndola con un entusiasmo y un vigor incluso superior al de los mismos «occidentales».
Es cierto que en tal análisis ha habido zonas oscuras o controvertibles. Por ejemplo no todos los autores han coincidido en calificar a Rusia como un país occidental u oriental dado que el mismo, a pesar de ser por extensión de territorio e influjos culturales tanto asiático como europeo, ha asumido el cristianismo, fenómeno que ha sido propio del Occidente. Aunque sin embargo se ha convenido también en que la religión cristiano ortodoxa, que Toynbee calificaba como «cristianismo oriental», y del cual tal país se ha convertido en la principal expresión política y cultural, es algo diferente de su similar occidental, sea católico como protestante debido a ciertas características propias de dicha etnia que sería largo reseñar aquí y que cuando asumiera el marxismo, su vertiente leninista terminaría confabulando con los principios últimos impuestos por su fundador, un hombre del «Occidente» . De cualquier forma, aun aceptando las reservas y diferencias, ha sucedido que, del mismo modo que los restantes países «orientales», también Rusia en los últimos tiempos ha sucumbido a la sugestión del Occidente en la medida que, lo mismo que China y Japón, ha asumido los dogmas del capitalismo occidental y de su mercado.
En el contexto de esta vasta unanimidad con que se ha operado el triunfo hasta ahora irreversible del «Occidente» ha quedado en la actualidad tan sólo una forma cultural desde la que se habría producido una resistencia en su contra: el Islam, el cual ya durante varios siglos pasados le llevara a cabo incesantes guerras, sea en la Antigüedad, como en la Edad Media o aun en los albores mismos de la Edad Moderna, pero que, en razón de tales impactos antes aludidos con la nueva era de triunfos tecnológicos, había quedado como aletargado y sometido y es recién ahora que pareciera estar despertando. Sin embargo debe convenirse también en que esta respuesta de rechazo desde el seno de tal religión producida hoy a través del fundamentalismo, no ha sido unánime, sino que también la misma ha padecido en lo interno de un proceso de modernización “occidental” como en los otros casos, especialmente con movimientos tales como el de Kemal Ataturk en Turquía, Nasser en Egipto, el Cha Palevi en Irán, etc. Estas distintas expresiones se caracterizaron por sostener, a diferencia del fundamentalismo, actitudes de franca apertura a la modernización y al Occidente, similares a las acontecidas con las anteriores experiencias aludidas sea en Rusia, China y Japón, entendidas como naciones paradigmáticas. Pero aquí ha habido un fenómeno sumamente diferente. Si en los demás contextos culturales del «Oriente» ha existido una casi unanimidad en la asunción de los valores del «Occidente actual», tan sólo en el seno de esta religión se ha operado un movimiento de verdadera reacción en contra del mismo. El fundamentalismo islámico, tal como ha dado en llamarse aquella expresión religiosa y cultural que se ha desarrollado en el seno de tal civilización de retorno a sus raíces medievales, se ha constituido hoy en día en el único centro de reacción ante esta entidad universalmente vencedora.
Pero, a diferencia de lo manifestado por Huntington y sus secuaces 1 el mismo no debe ser reducido a un fenómeno propio de un determinado espacio cultural, no debe ser comprendido meramente como la expresión actualizada de la lucha inveterada de un «Oriente» que hoy vuelve a despertarse en contra del «Occidente» omnicomprensivo, sino como la formulación de una concepción del mundo contrastante con la que se ha impuesto en la modernidad, la cual puede ser compartida también por diferentes manifestaciones culturales o religiosas, tanto orientales como occidentales. Los postulados de tal movimiento, que lo tuviera como su fundador al egipcio Sayyid Qtub 2, consisten en el rechazo más pleno y absoluto por aquellos valores que se han impuesto primero en el Occidente y que luego por extensión se han proyectado al mundo entero, incluso a la propia religión y sociedad islámica, componiendo aquello que de manera universal podría definirse como la modernidad. De acuerdo a tal formulación es que en verdad se considera que los valores que hoy proclama lo que ha dado en llamarse como el Occidente, y del cual los EEUU representan su más plena consumación, si bien han tenido en éste su origen y promoción, no son actualmente exclusivos del mismo, sino que se han expandido ya por todas partes en el contexto de espacios geográficos tanto occidentales como orientales. Por lo cual sería sumamente errado considerar aquí que el conflicto principal que divide al planeta sea aquel que se manifiesta en la obra de Huntington, entre estos dos contextos aludidos, y que no lo sea en cambio entre modalidades diferentes de concebir la realidad, por lo que las ideologías y las religiones no son comprendidas aquí como «superestructuras», o «grandes relatos», o discursos justificatorios de determinados intereses, sino por el contrario maneras precisas y diferentes que asumen los hombres ante la realidad que los rodea.
En tal sentido -y ya introduciéndonos al autor que aquí tratamos- ha sido un mérito fundamental de la obra de Julius Evola, especialmente en los textos que aquí presentamos, el de haber resaltado desde hace ya varias décadas, a similitud de lo que hoy realiza el fundamentalismo islámico, que la gran antítesis en que se divide el mundo y la historia universal no es entre espacios geográficos y culturales, no es entre razas o etnias, religiones, o nacionalidades diferentes, sino entre concepciones del mundo antagónicas. Por un lado la postura moderna, cuyo eje está centrado en el tiempo y en lo que cambia, y por el otro su civilización rival, la tradicional, cuyo centro está puesto en el ser y en lo sagrado. Éste es el sentido que nuestro autor le otorga al término civilización, totalmente opuesto al que le diera Samuel Huntington, heredero en tal aspecto de otras concepciones similares que se remontan a Spengler y a Toynbee. No existen para Evola propiamente civilizaciones occidentales y orientales antagónicas y que en algún momento en razón de la agudización de sus pretendidas diferencias puedan entrar en «guerra», sino que aquello por lo que hoy se combate y lo que justifica una verdadera contienda es por concepciones del mundo diferentes. Las mismas han dado cabida a dos tipos de hombre diferenciados. Por un lado el moderno que ha hecho de la simple vida, el consumo y el confort el eje principal de toda su existencia y por otro el hombre de la tradición para el cual esta vida adquiere sentido en función de otra superior que debe ser conquistada. Estas humanidades distintas nunca podrán entenderse entre sí pues sus categorías son diametralmente opuestas. Por ejemplo un fenómeno concreto como el representado por el heroísmo del kamikaze que se inmola para conquistar la vida eterna luchando contra las fuerzas oscuras que lo circundan, en la medida que se ignore la existencia de tal dimensión superior, tal como sucede en nuestro universo actual, será reputado siempre como algo propio de un «suicida» o de un «asesino».
Es verdad que simultáneamente a estas grandes diferenciaciones tipológicas existen formas culturales diferentes que pueden asumir el contexto genérico de lo que ha dado en llamarse sea el Occidente como el Oriente, de la misma manera que también existen religiones, lenguas, etnias distintas entre los pueblos y personas. Pero éstas no son de ninguna manera factores determinantes en las clasificaciones que quieran realizarse, sino simplemente modos como es posible vivir un mismo fenómeno. Tanto en el Oriente como en el Occidente se han manifestado por igual estas dos civilizaciones antitéticas. Se puede por lo tanto ser del Oriente y ser al mismo tiempo moderno, como el caso de Ataturk, Bhutto, Karzai, Mubarak, etc., es decir personas pertenecientes al aludido contexto cultural y geográfico, pero adherentes por igual a un mismo ideario que es aquello que las determina como tales, así como también se puede ser occidental y tradicional al mismo tiempo, hallando quienes así lo hacen mayores cercanías con orientales como Bin Laden, Al Zawahiri, Falzullah, el Mullah Ornar, etc., que con «occidentales» como Bush, Sarkozy, Kirchner, etc. Aunque en este caso puntual, es dable reconocer que el espacio occidental, en tanto ha sido aquel que ha producido la civilización moderna extendiéndola universalmente, no ha generado líderes tradicionales como lo que en cambio acontece en el ámbito islámico oriental, aunque sí pensadores y figuras significativas con un peso mayor que en otras culturas, tales como el mismo Evola o Rene Guénon.
Por lo dicho el tipo de antagonismo que hoy en día se quiere recrear de manera capciosa entre Oriente y Occidente, no es el que a Evola le interesa. Es un falso antagonismo, una falsa oposición. Cuando Huntington y otros autores similares hablan de guerra de civilizaciones, más bien se están refiriendo a guerra de culturas o de naciones o de conglomerados de éstas y el uso capcioso que hacen de aquel término es realizado con la finalidad de sembrar la confusión a fin de diluir lo que son las verdaderas diferencias. Las personas deben contraponerse entre sí no por la raza, la nacionalidad o la religión, sino por la concepción del mundo que sostengan. Desde tal óptica por ejemplo la lucha que puedan llevar a cabo China o Rusia y los EEUU o Europa entre sí por el control de los mercados y por intereses nacionales o regionales no es propiamente una lucha de civilizaciones rivales, sino simplemente de naciones o conjunto de éstas que participan de puntos de vista similares. Por lo tanto éste es un combate que se desenvuelve en el seno de una misma civilización, la moderna. En cambio la verdadera guerra de civilizaciones es hoy en día la que se está desarrollando entre el fundamentalismo, en la actualidad tan sólo islámico, y el orden moderno representado principalmente por los EEUU, Europa, Rusia y China, en tanto partícipes por igual de un mismo principio. Y en este combate hay orientales y occidentales en los dos campos, en la medida que ésta es una guerra por concepciones del mundo antagónicas. Es decir que la guerra principal, el verdadero «motor de la historia» no es una lucha por intereses, sea de clase sociales, razas, o simplemente naciones, sino entre principios contrapuestos.3
En el caso de nuestra América debe hacerse el mismo razonamiento respecto de quienes han estereotipado organismos regionales tales como el Mercosur, al concebirlos como una manera de defenderse de los EEUU o de otro similar poder «globalizador», considerando que al mismo hay que contraponerle un pluralismo de espacios regionales. Sin embargo tales personas soslayan que, en este caso, al haberse hecho del mercado el eje de la unión, se han terminado aceptando las pautas principales de la civilización moderna motorizada por los mismos EEUU y por lo tanto ha sido ésta la manera como han sucumbido a tal poder que se dice combatir. Es decir que se lo ha hecho al aceptarse la sugestión principal de la modernidad para la cual es la economía lo que diferencia y divide a las personas, por lo que este mismo principio puede vivirse sea en forma global como plural.
Es a partir del contexto de este antagonismo ficticio que ha querido oponerse entre el Oriente y el Occidente que adquiere sentido esta obra que presentamos por primera vez en nuestro idioma, la que está compuesta por los artículos que en lengua inglesa Julius Evola publicara en la revista East and West entre 1950 y 1960. Dicha publicación era el órgano de prensa del Instituto di Studi per il Medio e l’Estremo Oriente (ISMEO), dirigido por el especialista en Estudios Orientales, Giovanni Tucci. La misma tuvo en su tiempo un muy elevado relieve pues allí escribieron autores de sumo prestigio, tales como Mircea Eliade, Franz Altheim y Luigi Lanciotti entre otros. Su finalidad principal era la de formular una reflexión relativa al encuentro entre dos civilizaciones tales como el Oriente y el Occidente, intentando en el caso específico de Julius Evola establecer con claridad aquello que debía entenderse por ambas cosas. En primer término en tales escritos se ha tratado de diferenciar lo que es el Occidente tradicional, representado principalmente por Grecia, Roma y el catolicismo gibelino medieval, de lo que en cambio representa su actual deformación cuyo principal exponente se encuentra en los EEUU y la Europa actual, es decir la modernidad. Desde tal perspectiva puede comprobarse que es mucho más lo que acerca aquella civilización originaria con la del Oriente que con el Occidente que tenemos hoy en día. Desde tal óptica Platón o Aristóteles, los grandes pensadores occidentales, en función de sus intereses están mucho más cerca de Buddha o de Lao Tse que de Freud, de Marx o de los distintos filósofos «postmodernos» de nuestros días. Y en segundo lugar, en función de tal precisa caracterización respecto de aquello que es una civilización tradicional, se ha tratado de rescatar el Oriente originario de sus deformaciones actuales efectuadas por la intromisión en su seno de la cultura moderna traída por el occidente actual. En este caso se ha tratado aquí de distinguir la doctrina oriental tradicional de sus actuales vulgarizaciones deformadoras tales como el teosofismo, o ciertas variantes sea de yoga como de budismo occidentalizados y reencarnacionistas tan en boga en nuestra sociedad angustiada y terminal.
Por otra parte desde dicha óptica ha estado totalmente alejado del punto de vista de nuestro autor hablar de una cierta superioridad del «Occidente» respecto del Oriente, tal como hacen hoy en día ciertos «nacionalistas europeos», con la adicional desfachatez de querer reputarse al mismo tiempo como «evolianos»4. Ni el Oriente es superior al Occidente ni tampoco lo contrario es cierto, sino que una vez más lo decimos, la verdadera antítesis de superioridad está dada por la contraposición entre modernidad tradición, las cuales han existido en grados diferentes en cuanto al tiempo y a la intensidad, en los dos espacios aquí aludidos.
Lo único que nuestro autor puede aceptar es que ambos han vivido una misma problemática de manera distinta. Así pues una significativa diferencia que puede haber tenido en vida con otro pensador afín a sus ideas como Rene Guénon ha sido justamente en relación al reconocimiento de la manera como estas especificidades propias de los dos espacios culturales experimentaron un mismo fenómeno tradicional el modo como era posible alcanzar una rectificación. Sea el Oriente como el Occidente son el producto de una civilización originaria, la hiperbórea polar, equivalente a lo que las distintas sagas de ambas civilizaciones califican como la edad del oro, la que ha sido a su vez aquella de la cual han derivado estos dos grandes universos culturales. En tal humanidad primigenia de carácter inmortal y divino las dos formalidades espirituales propias del hombre relativas a la acción y a la contemplación estaban intrínsecamente unidas entre sí y se hallaban personificadas en la figura emblemática del rey sacerdote. La primera de todas las decadencias, que dará origen a caídas posteriores hasta llegar a la era actual, ha consistido en la separación de ambas en un antagonismo entre castas rivales, la guerrera y la sacerdotal, por el que esas dos funciones no estuvieron más unidas en una sola entidad, sino separadas entre sí entre dos castas no siempre en armonía, una guerrera representando el mundo de la acción otra sacerdotal que despliega la función contemplativa. Evola afirma al respecto que, tomadas en sí y en relación a un mismo origen, ninguna de las dos tiene superioridad ontológica respecto de la otra, pero que sin embargo en el Oriente y en el Occidente se han dado prioridades diferentes por lo que en el caso de este último la acción ha tenido primacía sobre la contemplación (de allí el gran despliegue tecnológico de nuestros días que no es sino una acción distorsionada) y viceversa en el caso del primero. Sería errado entonces -y aquí se encuentra la diferencia con Guénon- si en aras de una restauración tradicional que intentase rectificar el rumbo decadente se quisiese imitar lo que acontece en el seno del espacio del Oriente en donde la idiosincrasia es distinta. Por lo cual él considera que la vía hacia una restauración tradicional en el Occidente debe darse a través de la vía guerrera y no de la sacerdotal. En este aspecto podría decirse que la revolución islamista de nuestros días consistente en la reivindicación del la doctrina de la jihad, o guerra santa, se encuentra en una concordancia notoria con el concepto evoliano de la primacía del guerrero sobre el sacerdote. Teniendo en cuenta además que el islamismo sunita no conoció una casta sacerdotal güelfa como aconteciera en cambio en nuestra civilización católica, la que estuvo encargada siempre de coartar todo intento de rectificación antimoderna 5.

Por último -y ya refiriéndonos a nuestra labor de traducción- queremos resaltar que ésta es la obra número veintinueve que publicamos de nuestro autor, respecto del cual nos jactamos de haber prácticamente cubierto todo lo que ha escrito, teniendo en cuenta además lo que han editado otros sellos editoriales en nuestra lengua, por lo que consideramos que Hispanoamérica es actualmente el espacio cultural en el que más obras de Julius Evola se han publicado. Quizás ello pueda indicar también que sea el lugar en donde pueda también iniciarse la estructuración de un movimiento tradicional y alternativo, que implique un fundamentalismo que exprese las formas propias de nuestra cultura occidental.
Queremos agradecer una vez más a todas aquellas personas que nos han ayudado en tal labor. Ya lo hemos hecho en otras oportunidades con algunas de ellas, pero esta vez queremos hacerlo particularmente con Raúl Canicoba a quien le debemos el habernos facilitado varias fotocopias de obras de nuestro autor totalmente agotadas como ésta que es del año 1984, editada en Milán por única vez.

Marcos Ghio Buenos Aires, 5-03-08

NOTAS:

1 Las posturas afines con el pensamiento de Samuel Huntington no solamente pueden hallarse entre la derecha conservadora norteamericana a la que éste pertenece, sino también entre sectores de la actual Iglesia afín al papa Ratzinger, quien atacara recientemente al Islam como una religión violenta y agresiva, y en autores católicos integristas del estilo del Padre Sáenz de quien habláramos en otra oportunidad en un artículo que fuera editado por Ediciones Marea, de Buenos Aires en una recopilación que hiciera Leandro Pinkler, titulada La religión en la época de la muerte de Dios. El titulo de nuestro texto era Tradición y Geopolítica, al cual nos remitimos.

2 Sayyid Qutb es considerado como el verdadero fundador del fundamentalismo islámico. Lamentablemente ninguna de sus obras ha sido traducida a nuestra lengua y la mayoría de ellas es inhallable aun en lenguas extranjeras. Una síntesis reducida de su pensamiento ha sido efectuada por nosotros en nuestra página web. Véase, El filósofo del fundamentalismo islámico (www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Qutub.htm).

3 Si bien se ha acusado al fundamentalismo islámico de ser exclusivista respecto de su religión, solicitando una conversión a la misma de carácter universal, ha habido varios líderes que han evolucionado hacia una postura ecuménica desde un punto de vista tradicional. Al efecto recordamos el reportaje que el Mulana Falzullah otorgara a los periodistas extranjeros en donde hizo un llamado a todas las religiones por igual, sea occidentales como orientales, a luchar todas juntas en contra de un enemigo común, el Estado laico. Ver: www.goecities.com/Athens/Troy/1856/Falzulla.htm .

4 Nuestras críticas puntuales al denominado «nacionalismo europeo», que pretende inopinadamente remitirse al pensamiento de Evola, pueden encontrarse en nuestra obra, En la era del paria, (Buenos Aires. 2007), en el capítulo Evola y los nacionalistas europeos (cap. VI).

5 Nuestro país ha tenido un ejemplo palpable de lo que significa el güelfismo católico, un aliado indispensable de la civilización moderna, cuando en plena guerra de las Malvinas, en un momento en que se proclamaban consignas contrarias a la misma , expresadas en sus manifestaciones inglesa y norteamericana, concurrió el papa Wojtyla (Juan Pablo II) a socavar las conciencias de los feligreses católicos, inmensa mayoría en la Argentina, «a fin de que hicieran la paz con los hermanos ingleses». Varios nacionalistas güelfos vernáculos suelen soslayar este hecho o aun justificarlo diciéndonos que el Papa vino a ayudarnos «a poner paños fríos a la guerra» o a preservarnos del «holocausto nuclear». Si lo vivido después por nuestro país ha sido el resultado de tal «paz», lamentamos no haber padecido ese holocausto y esos paños calientes que hubieran sido una guerra que al menos nos hubiera permitido la posibilidad de liberarnos de la esclavitud que hoy padecemos.