177 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1982
Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 40 pesos
Precio internacional: 12 euros
La realidad operante de la subversión comunista constituye, sin lugar a dudas, el aspecto más negativo y disolvente de la crisis intelectual y moral del siglo veinte. Muchos han sido los esfuerzos desplegados por multitud de filósofos, teólogos, economistas, políticos, sociólogos, etc., para desentrañar el meollo de la teoría y la praxis marxista-leninista y señalar sus consecuencias negativas tanto para la persona humana como para el orden social. Dentro de la vastísima bibliografía existente, se destaca, sin embargo, esta obra de R. P. Julio Meinvielle.
Este libro del Padre Julio tiene la virtud de situar la Revolución Comunista en una doble perspectiva complementaria. En primer lugar, dicho movimiento es analizado a la luz de la antropología filosófico-teológica, la cual nos brinda la auténtica imagen del hombre y del orden social, sobre la base del realismo filosófico de Aristóteles y Santo Tomás. En segundo lugar, el fenómeno marxista es enfocado a la luz de la teología católica de la historia y de la cultura. Esta doble perspectiva, no sólo confiere a la obra una singularidad excepcional, sino que le permite alcanzar la máxima hondura al juzgar los efectos devastadores de la empresa comunista a la luz de la crisis histórica de las naciones cristianas.
El libro reafirma la gran perspectiva teológica de la civilización cristiana o ciudad católica, esto es, de la Cristiandad. Al respecto cabe señalar que Julio Meinvielle es el máximo teólogo de la Cristiandad en lo que va del siglo veinte. Esta constante que jalona toda su labor intelectual alcanza su perfil definitivo en la presente obra, al insertarse en una teología de la Historia centrada en la obra redentora de Cristo Rey, Señor de los tiempos y de las naciones.
ÍNDICE
Prólogo 7
Prólogo a la primera edición 11
Prólogo a la segunda edición 17
Capítulo primero. De la realeza de Cristo, en la historia, a la civilización cristiana 21
La historia de los hombres 22
La diversidad de historias 23
La historia tiene un sentido a los ojos de Dios 25
Cristo, primer Predestinado, en función del cual se mueve toda la historia 28
Principaba de Cristo sobre toda la historia 29
La realeza de Cristo sobre la historia 30
El diablo, Príncipe de este mundo, tiene algún señorío sobre la historia 32
Significación de la “Sinagoga de Satanás” en la historia . . 33
La historia consiste en una disputa entre Cristo y el diablo por apoderarse de los hombres 35
La disputa entre Cristo y el demonio se libra en el dominio de la civilización temporal 36
La tarea necesaria, hoy, en pro de la civilización cristiana . 38
Capítulo segundo. De la Ciudad Católica a la ciudad comunista 41
El Cristianismo y la Ciudad Católica
La Revolución anticristiana contra la Ciudad Católica …. Aunque la civilización medieval fue católica, no agota el contenido de una civilización católica
La Ciudad Calólica y las cuatro dimensiones del hombre .
Las tres revoluciones posibles .
La primera revolución
La segunda revolución
La tercera revolución
La Ciudad Católica ajustada a la medida sin medida del hombre .
Capítulo tercero. El comunismo, última etapa de la revolución anticristiana
De este modo, con su ateísmo militante, la revolución comunista apura las consecuencia finales de la revolución religiosa cumplida per la Reforma
En el comunismo, el hombre. reducido a un puro instrumento de producción de bienes, es menos que un hombre y aún que un animal
Las predicciones de Marx sobre el inevitable desenlace de la sociedad burguesa en la sociedad comunista se están cumpliendo, aunque no por las razones que invoca Marx
Un mundo que ha apostatad” oficialmente de la Verdad y de la Gracia corre por pendiente propia a su disolución final y. por lo tanto, al comunismo
En Occidente, y de modo especial en nuestro país, el comunismo avanza por la incomprensión y desacertada actuación de sus clases dirigentes
¿Qué es la dialéctica de la acción?
El gran juego dialéctico determina el avance del comunismo
El gran juego dialéctico cornunista es la última culpa destructiva de la Revolución Anticristiana
El regreso humano y el progreso técnico
Capítulo cuarto. La Ciudad Católica, única solución contra el comunismo y contra el actual desgarramiento de las sociedades humanas 101
“Mater et Magistra” y “Pacem in Terris” de Juan XXIII, versión acomodada a nuestro tiempo de la restauración pública cristiana 108
Una aplicación al orden nacional 111
Carácter condicionado del poder comunista 115
De la aceptación del comunismo, en virtud del sentido de la historia 117
Sobre la aceptación del mundo laico-proletario 119
La razón de ser de la historia profana 126
Carácter efímero del comunismo en el desarrollo de la historia cristiana 131
El momento actual, primavera de la Iglesia 133
La realeza de Cristo y la hora actual 134
Apéndice I. Civilización cristiana versus comunismo 141
Apéndice II. ubicación exacta de la década del 70 en la revolución anticristiana 163
PRÓLOGO
La realidad operante de la subversión comunista constituye, sin lugar a dudas, el aspecto más negativo y disolvente de la crisis intelectual y moral del siglo veinte. Muchos han sido los esfuerzos desplegados por multitud de filósofos, teólogos, economistas, políticos, sociólogos, etc., para desentrañar el meollo de la teoría y la praxis marxista-leninista y señalar sus consecuencias negativas tanto para la persona humana como para el orden social. Dentro de la vastísima bibliografía existente, se destaca, sin embargo, esta obra de R. P. Julio Meinvielle, que conoce ahora su tercera edición, publicándose sin incluir el apéndice titulado “La Mater et Magistra y la propiedad colectiva privada”, por haber sido éste agregado en la reedición de “Conceptos fundamentales de la Economía” (segunda edición, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1973).
La reflexión sobre el fenómeno comunista ha sido una de las constantes preocupaciones del P. Meinvielle a lo largo de su amplia trayectoria intelectual. En tal sentido, resultaría largo historiar la larga serie de libros, artículos, conferencias y editoriales por él consagrados a los más diversos aspectos teóricos y prácticos del marxismo, a partir de su primera obra “Concepción católica de la política” (editada por los Cursos de Cultura Católica, 1932, y ahora reeditada por la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, vol. III, Ediciones Dictio, 1974), hasta su última conferencia pronunciada en México, D.F., en el VI Congreso de la Liga Mundial Anticomunista (WACL), durante el 25 de agosto de 1972, bajo el título de “Civilización cristiana versus Comunismo” (publicada en “Verbo”, nº 126/127, diciembre, 1972, que se incluye como Apéndice en la presente edición).
Este libro del Padre Julio es complementario de “El poder destructivo de la dialéctica comunista” (2ª edición, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1973) y tiene la virtud de situar la Revolución Comunista en una doble perspectiva complementaria. En primer lugar, dicho movimiento es analizado a la luz de la antropología filosófico-teológica, la cual nos brinda la auténtica imagen del hombre y del orden social, sobre la base del realismo filosófico de Aristóteles y Santo Tomás. En segundo lugar, el fenómeno marxista es enfocado a la luz de la teología católica de la historia y de la cultura. Esta doble perspectiva, no sólo confiere a la obra una singularidad excepcional, sino que le permite alcanzar la máxima hondura al juzgar los efectos devastadores de la empresa comunista a la luz de la crisis histórica de las naciones cristianas.
El punto de partida antropológico está dado substancialmente por la formulación de la doctrina de las cuatro formalidades, la cual configura uno de los mayores aportes intelectuales del autor. Al distinguir los cuatro aspectos esenciales del ser humano (ser-sensible-racional-divino), Meinvielle detecta su íntimo paralelismo con las funciones sociales básicas en toda cultura (economía de ejecución – economía de dirección – política – sapiencial). Dicho ordenamiento es umversalmente válido, pues se inspira en la propia naturaleza del hombre, razón por la cual trasciende las contingencias y variaciones propias de cada época y de cada sociedad. Pero, a partir del nominalismo del siglo catorce, Occidente fue involucionando a través de tres momentos sucesivos: el Renacimiento y la Reforma, la Revolución Francesa y, por último, la Revolución Comunista, cuya exaltación del homo faber instaura la dominación del proletariado o economía de ejecución por encima de todos los otros valores.
Ubicada en tal perspectiva, surge con nitidez la perversidad intrínseca de la empresa comunista, como lo señalara magistral-mente Pío XI en la Divini Redemptoris (n° 58). Al invertir la jerarquía natural de valores, la sociedad colectivista nos ofrece un hombre amputado, reducido a la condición de engranaje anónimo del sistema. Privado de derechos esenciales, carente de iniciativa y de responsabilidades concretas, el homo faber del marxismo termina siendo una tristísima caricatura de la imagen del hombre según el orden natural y cristiano. Meinvielle pone a la vez de manifiesto cómo el marxismo penetra en todos los ambientes a través de su instrumento clave, la lucha de clases o praxis revolucionaria, mediante la cual disuelve todas las estructuras, instituciones y grupos dirigentes, reemplazándolos por sus propias “correas de trasmisión”.
El libro reafirma la gran perspectiva teológica, característica de todo el pensamiento del autor, de la civilización cristiana o ciudad católica, esto es, de la Cristiandad. Al respecto cabe señalar que Julio Meinvielle es el máximo teólogo de la Cristiandad en lo que va del siglo veinte. Esta constante que jalona toda su labor intelectual alcanza su perfil definitivo en la presente obra, al insertarse en una teología de la Historia centrada en la obra redentora de Cristo Rey, Señor de los tiempos y de las naciones. Con su lucidez habitual, su rigor conceptual y su apertura constante a los problemas que signan estos tiempos cruciales para el destino del mundo, el Padre Meinvielle ha realizado una labor señera que ilumina a los espíritus sedientos de verdades trascendentes y los alienta para la recuperación de nuestra iglesia y de nuestra Patria, frente a la ofensiva arrolladura del aparato comunista internacional.
Carlos Alberto Sacheri
Buenos Aires, marzo 7 de 1974, en
la festividad de Santo Tomás de Aquino,
Doctor Universal de la Iglesia.
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
El gran hecho, que se ofrece a las generaciones que habitan en este siglo nuestro planeta, es el avance sostenido e incontenible del comunismo ateo. La teoría comunista comenzó a elaborarse después del año 40 del siglo pasado. Pero esta teoría, hecha acción, comenzó a operar con fuerza a principio de siglo. Lenin y los revolucionarios rusos, financiados ya entonces por la banca judía norteamericana, realizaron una obra titánica de envenenamiento y adiestramiento de las clases laboriosas de aquel país que había de lograr completo éxito con la Revolución de octubre de 1917. Es claro que el comunismo no se implantó, en virtud de motivaciones primeramente económicas. Fue específicamente una revolución política, a base del poder político, que contó con el apoyo de la banca judía Kuhn Loeb and Co. (de los Estados Unidos) y con la ayuda del ejército alemán. El poder político removió y movilizó todos los resentimientos del pueblo ruso desquiciado y entregó esa noble nación a la camarilla revolucionaria que encabezaban Lenin y Trotsky. Desde entonces, el comunismo dispuso de una poderosa plataforma para expandirse por el globo terráqueo. Mientras se consolidaba fuertemente en Rusia, apelando a métodos gigantescos de organización y usando sin escrúpulos y en escala nunca vista los medios más expeditivos de eficacia policial, montaba una poderosa maquinaría de acción revolucionaria encargada de propagar por todos los países del mundo el comunismo ateo.
Con la segunda guerra mundial, y siempre a base del poder político, el comunismo logra insospechados beneficios y triunfos en la Europa oriental y en el Asia. Con la complicidad manifiesta de potencias que se exhiben como anticomunistas, el comunismo conquista, prácticamente sin lucha, y como si recibiera un regalo, vastas regiones y pueblos de Europa y de Asia y en especial, China. Ya hoy es dueño de la mitad de la tierra y amenaza extenderse rápidamente por el África e Hispanoamérica y se encuentra a las puertas mismas de los Estados Unidos y de Europa continental.
Aquí surge una pregunta: ¿Qué encanto y qué singular atractivo ofrece el comunismo para que los pueblos se echen en sus brazos? Porqué está suficientemente documentado que es un inmenso y terrible régimen carcelero que somete a la gente a un trabajo despiadado, sin proporcionarle las legítimas satisfacciones y goces que ha encontrado siempre el hombre en las más diversas civilizaciones. ¿Qué razón puede explicar que los pueblos abracen, en forma rápida y en gran escala, un sistema de vida que contraría las aspiraciones más legítimas y elementales del bienestar humano?
A esta pregunta, que debe formularse todo hombre responsable que desee conocer la razón de un fenómeno social como el comunismo, no cabe sino una respuesta que sólo puede dar la teología de la historia. Decimos: “teología de la historia”, vale decir, la historia, y la historia de nuestros días, vista a la luz de las enseñanzas de la Revelación cristiana. Cristo nos ha traído un mensaje que debe iluminar a todo hombre que viene a’ este mundo. Este mensaje es propagado, en forma autorizada y en su integridad, por la Cátedra romana en la que se prolonga el magisterio de Cristo. La vida del hombre y por lo mismo su historia —historia de los individuos y sobre todo, historia de los pueblos— se ha de ajusfar a la enseñanza del Señor, que se puede resumir en aquella palabra del Evangelio: “Buscad pues primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”.
Y añade el Señor: “No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán”. (San Mateo, 6/33).
Aquí el Señor, único Maestro autorizado de la humanidad, le dice al hombre, sea individuo, sea pueblo: ¿quieres ser feliz? Pues bien, lo serás si buscas como fin primero de tu vida el reino de Dios. Si diriges tus esfuerzos en servir a Dios, lograrás y sólo entonces lo lograrás, lo que te es indispensable para la felicidad en este mundo. Si en cambio vives preocupado primeramente por tu felicidad en este mundo y andas inquieto pensando en el mañana de tu vida, ni serás feliz en este mundo ni lo serás en el otro.
Esta palabra de Cristo —palabra como todas las suyas de Vida Eterna— tiene valor y vigencia para la historia de los pueblos cristianos, que son por otra parte los pueblos rectores del mundo. ¿Qué ha de pasar con los pueblos cristianos sí llega un momento en su historia que, lejos de tomar en serio la palabra de su Señor y de dedicarse a la propagación de su reino por el mundo, se entregan a la erección de la Ciudad del Hombre, y ponen todas sus energías para edificar la ciudad del mañana en la que le sean solucionados todos sus problemas? Si la palabra de Cristo tiene valor y debe ser tomada en serio, habrá de acaecer necesariamente que esa ciudad, lejos de proporcionarle al hombre su felicidad, traerá su ruina y desgracia, ruina y desgracia, por otra parte, er. la medida en que el hombre posponga la búsqueda del reino de Dios y se concentre en su propio bienestar.
Ahora bien; el comunismo no es más que la etapa, que estamos al presente viviendo, de un proceso en el cual los pueblos que han conocido y practicado el Mensaje cristiano han promovido una Revolución contra este Mensaje. Esta es la Revolución Anticristiana. Cristo dijo: “Buscad primero el reino de Dios”. Y los pueblos cristianos le contestan: “De ninguna manera. Buscaremos primero nuestro bienestar. Edificaremos la ciudad del Hombre”. Y he aquí que, desde hace casi cinco siglos, la Europa cristiana ha comenzado a volver sus espaldas al Evangelio, a su propagación, y se ha dedicado a empresas puramente materiales. Primero se ocupó del Humanismo, después del Capitalismo y hoy del Comunismo.
Y se da la paradoja que, a pesar que el hombre dispone día a día de mayores medios técnicos que podrían contribuir a su felicidad, se encuentra en una situación de incertidumbre. angustia y terror. La técnica lejos de serle útil, le resulta perjudicial. Porque al bajar el hombre en calidad moral y al perder por lo mismo su señorío, baja también en su capacidad de dominador de las fuerzas que le rodean y se hace esclavo de sus propias pasiones y utiliza en servicio de éstas los adelantos que produce. Cuanto mayor progreso realiza la técnica en todos sus aspectos, más desgraciada y ruinosa es la condición del hombre que la utiliza al servicio de su degradación moral.
El presente ensayo al explicar el comunismo a la luz de la teología de la historia, explica también de dónde procede su carácter “inevitable”. “Inevitable” si se tiene en cuenta que el hombre, llamado a una vocación de vida cristiana, se empeña en torcer radicalmente el mensaje evangélico que le requiere. El hombre está llamado primeramente a la contemplación de Dios. El hombre puede y debe dedicarse a tareas materiales que le aseguren un bienestar aquí abajo. Pero no primeramente. El hombre es homo sapiens y no precisamente homo faber. Y hombre sabio de la Sabiduría más alta, que es la divina.
Al explicar el comunismo a la luz de la teología tratamos de elevarnos sobre la economía, la sociología, la política y aun la filosofía, que no pueden aclararnos sino aspectos fragmentarios del mismo. El comunismo, al pretender crear un “hombre total”, nuevo, pretende infundir un nuevo espíritu a la humanidad. Ese espíritu, al no venir de Dios, viene del enemigo de Dios, del Príncipe de este mundo’ Por ello, en la implantación del comunismo, se traba una lucha entre el Espíritu de Dios y los espíritus malos que tratan de perder al hombre. Del sentido, origen y término de esa lucha, sólo puede dar razón la teología de la historia.
Nuestro ensayo quiere explicar asimismo porqué el comunismo viene ahora, en este preciso momento histórico. Y ello se explica si entendernos que la historia no es sino el despliegue a través del tiempo del hombre mismo. Hay que comprender entonces cuáles son las virtualidades y valores esenciales que encierra el hombre y qué ha de acaecer si en un momento dado el hombre cristiano, como conjunto social y civilizador, renuncia a la plenitud de su manifestación. Cuando al final de la Edad Media renuncio a su condición de “cristiano” para expresarse únicamente como “hombre” —de aquí el “humanismo” de la época renacentista—, no podía advertir con experiencia histórica que le era completamente imposible mantenerse en ese “humanismo”. Y el hombre fue descendiendo al “animalismo” que caracteriza al hombre del liberalismo que llena el siglo diez y nueve, al hombre precisamente burgués y capitalista, sumergido en las preocupaciones y goces de la vida económica. Pero ni aquí, ni en este plano de la economía dirigente, puede mantenerse el hombre. Ha de ir descendiendo más abajo, hacia un plano más inferior y de menor densidad cultural, hacia el plano del comunismo, en que el hombre, renunciando a su dignidad de cristiano, a su dignidad de hombre, a su dignidad animal, se contenta con ser un engranaje de la gran maquinaria en que se convierte la ciudad comunista.
Este ensayo quiere explicar igualmente cuál es la única y adecuada solución que ponga remedio a la caída del hombre y de los pueblos en el comunismo ateo. Sin desatender la utilidad que puede proporcionar la economía, ¡a sociología, la política y la filosofía, quiere sobre todo destacar que el remedio pleno y adecuado contra el comunismo es la vida cristiana en plenitud, en el orden privado y público. El “buscad primero el reino de Dios”, no es una palabra vacía del Señor. Dios no dice, como decimos nosotros, palabras vacías. Es una ley para los pueblos. Es una ley de la Historia. Es una solución también para los pueblos y para la Historia que, cuando por infidelidad han caído en los abismos de la degradación, encuentran su remedio en la Palabra del Señor. Logos quiere decir Palabra. Y el mundo hoy, sobre todo el mundo que fue cristiano y ya no lo es, necesita el soplo del Logos, de la Palabra, que lo levante y le dé nueva vida.
En medio de la tragedia que aqueja profundamente a los pueblos y a la Historia en esta hora sombría de la humanidad, Dios parece haber reducido a silencio a su Iglesia, en vastas regiones del planeta —la Iglesia del silencio comprende a Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Albania, Bulgaria, China, Corea, parte de Alemania, Hungría, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Vietnam, Yugoslavia y Cuba y amenaza extenderse a otros países—, para que el hombre, después de haber callado, esté en condiciones de oír la Palabra de la Esposa del Verbo. Sólo esta Palabra puede salvarle.
Julio Meinvielle
En la festividad de San fosé Obrero, de 1961.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Este ensayo ha tenido más acogida en el público de lo que su autor hubiera podido presumir. Se dicen en él algunas verdades, sino nuevas, substanciales que me ha parecido conveniente subrayar en esta nueva edición. Por ello, se ha suprimido lo que podía haber de circunstancial para dar énfasis, en cambio, a conceptos, hoy aunque olvidados, no menos necesarios y urgentes de la problemática religiosa. Son éstos los conceptos de la Realeza de Cristo y el de civilización cristiana. Si hemos de creer, en efecto, a ciertos autores no se sabe hoy qué es la civilización cristiana ni lo saben “todos los Papas de nuestro siglo”
Sin embargo, es el concepto de Realeza de Cristo el que nos puede aclarar suficientemente el de la civilización cristiana y es éste, o el de su equivalente de Ciudad Católica, el que, como punto de referencia, puede darnos razón cumplida de lo que en realidad se propone destruir totalmente el comunismo, para luego en esta forma reducir a la Iglesia al silencio más absoluto. Al suprimir conceptos tan substanciales, se suprime por lo mismo la recta inteligencia del comunismo y de su propagación y se quitan las bases para una lucha eficaz contra este mal, el primero de nuestro tiempo.
La Carta Magna de la Iglesia sobre el comunismo ateo, la Divini Redemptoris de Pío XI, en cambio centra sobre el punto de la civilización cristiana y de su exclusión por el comunismo toda la médula de error, de malicia y de peligro de que éste está lleno. Por esto, en la primera página de dicho documento, después de destacar que la promesa y venida del Redentor colmó la expectación de la humanidad e “inauguró una nueva civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que hasta entonces trabajosamente había alcanzado el hombre en algunos pueblos más privilegiados”, añade este párrafo sugestivo: “Este peligro tan amenazador, ya lo habéis comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que tiende a derrumbar el orden social y a socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana”.
Porque entre muchos católicos se suprime o se debilita el recto sentido de la civilización cristiana o el de la Ciudad Católica, se suprime también o se debilita paralelamente el combate que se ha de librar contra este mal y peligro del comunismo y se da lugar a una como aceptación del mismo, cuando no a un verdadero reconocimiento y aprobación. Tal el error del progresismo que en formas más o menos francas o atenuadas invade hoy y envenena la mentalidad y la acción de muchos católicos. Aunque esperamos en breve dedicar a este tema un pequeño ensayo, no hemos querido dejar de señalar aquí su error y peligro2.
Al alterar el concepto de civilización cristiana y en consecuencia el de comunismo, muchos católicos se ven obligados a alterar el significado de la teología de la historia, desvinculando a ésta del dogma fundamental en la materia que es el de la Realeza de Cristo. Porque la historia, la historia de la realidad temporal de los pueblos, de su realidad pública y también política, debe significar el alto y supremo dominio que Dios ha puesto en manos de Cristo. Es cierto que los pueblos podrán rebelarse contra la pacífica dominación de Cristo. Pero aún entonces, para su ruina, los pueblos no podrán dejar de significar a Cristo. Porque la historia tiene una directa dependencia de Cristo, ya que toda ella debe significar como un sacramento el reino de Dios. Y lo significa sólo positivamente cuando se convierte en historia cristiana, en civilización cristiana, en Ciudad Católica. Por olvidar esto, la teología de la historia se ha convertido hoy en una teología nominalista que niega la substancia misma con que ha de estar constituida; es, a saber, de esta significación positiva que ha de brindar a la realidad pública de los pueblos.
Por ello, alteración del concepto de civilización cristiana, disminución del combate contra el comunismo, progresismo y una mala teología de la historia andan hoy juntos en muchos católicos y aun en teólogos que se consideran expertos en teología de la historia. Todo esto nos ha inducido a añadir un nuevo capítulo a este primitivo ensayo que lleva precisamente por título “De la Realeza de Cristo en la historia a la civilización cristiana”. De esta suerte ha de aparecer más fuerte la coherencia de temas que no pueden ser desglosados.
Julio Meinvielle
Epifanía del Señor 1964.
1 El sacerdote dominico Avril y el jesuíta de Soras, por la referencia Itinéraires, junio de 1963, página 153.
2 “En torno al Progresismo Cristiano”, Librería Huemul, Buenos Aires, 1964, y reeditado como “Un Progresismo vergonzante”, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1967.