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Conceptos fundamentales de la economía – Julio Meinvielle

262 páginas
Editorial Cruz y Fierro
1982

Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 35 pesos
Precio internacional: 9 euros

La economía se ha vuelto hoy —y esto es notorio en la Argentina— una realidad predominante. Acosa, persigue, ocupa y preocupa no sólo al especia­lista o al técnico, sino al hombre común, al ciudadano corriente.
Y bien; este libro del Padre JULIO MEINVIELLE le devuelve el orden a la economía y la economía al Orden.
Le reintegra su rango de ciencia práctica, pero precisamen­te por ello, obligada a la virtud de la prudencia, subordinada a la ética —sin menoscabo de su necesaria autonomía— y destinada al Bien Común. Pone luz aún en los asuntos más oscuros. Responde interrogantes, formula otros; pre­cisa y concreta pautas regeneradoras; critica viejos y nuevos errores; encara todos los tópicos fundamentales relacionados con el ser y con el quehacer de la economía, y reivindica en todo momento la olvidada premisa de que ella está al servicio del hombre y no a la inversa Pero de un hombre que no sólo vive sino que convive, que pertenece a un hogar, a una polis, y en su filiación ascendente, a Dios. De ahí que, en el fondo nada podrá solucionarse hasta que no se reconozca y acate la condición creatural del hombre -y respeto debido al Orden de las Jerarquías instituido por el Creador.
No es esta la obra de un ideólogo ni la de un profe­sional de la economía. No hay aquí apriorismos que desfiguran o condicionan los enfoques, ni interesados proselitismos o panaceas presuntamente mágicas. Es sí, el esfuerzo sistemático de un pensador a quien “nada humano le era ajeno”. Las reflexiones de un estudioso y los estudios de un reflexivo que jamás abandonó el sentido común y la fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Fue ese cultivado sentido común el que le permitió “ir directo a las cosas” —a la res de los latinos— en un ámbito tan propicio para los esquematismos idealistas. Y fue ese ejercicio de la lealtad a la Palabra de Cristo el que le posibilitó resolver todas las circunstancias a la luz de las instancias más altas, esto es de los Primeros Principios.
En seis capítulos y dos apéndices que encaran desde la definición de la actividad económica hasta el discutido tema de la propiedad comunitaria frente a la Doctrina Católica, pasando por las leyes fundamentales de la economía política, los problemas de la propiedad privada y de la empresa, el orden económico-social y la urgencia de una economía humana de servicio, el lector se sorprenderá por la claridad conceptual, por la profundidad de las argumentaciones y por la vigencia de estos ensayos que fueron publicados por primera vez hace treinta años, pero que llevan el sello de la permanencia pues, como la paradigmática casa evangélica han sido “edificados sobre piedra”. (Mt. 7,24).

ÍNDICE

ÍNDICE

Prólogo a la presente edición                 I
Prólogo a la primera edición                 13

Capítulo I
CONCEPTO DE ECONOMÍA
I.     La actividad económica                             19
II. Actividad económica individual, familiar y política                  24
III. Actividad económica, técnica y moral           29
IV. La actividad económica y las ciencias humanas    32
V. Economía política y política              37
VI. La opinión de Aristóteles sobre la autonomía de la economía                      43
VII La economía política subalternada a la política y, a través de ésta, a la psicología                49
VIII. La economía política y las ciencias naturales y matemáticas                       52
IX. La economía en la totalidad de la vida         57

Capítulo II
LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
I. El hecho inicial de la economía política          63
II.     La ley de la oferta y de la demanda determina el precio de las riquezas                           67
III. La ley de reciprocidad en los cambios         71
IV. Consecuencias de la violación de esta segunda ley de la economía por parte del liberalismo 74
V. Consecuencias de la violación de la ley de la oferta y de la demanda por parte del estatismo 79
VI. El orden económico procede del funcionamiento de las fuerzas económicas movidas por su interés particular dentro de cambios recíprocos                 83
VII Los cuatro puntos fundamentales y el principio de toda economía política                85
Primer punto fundamental          87
Segundo punto fundamental                88
Tercer punto fundamental          89
Cuarto punto fundamental         91

Capítulo III
PROBLEMA DE LA PROPIEDAD PRIVADA
I.     El antagonismo de la propiedad privada y el destino común de los bienes           95
II.     Superioridad y responsabilidad de la propiedad privada             103
III.    La propiedad privada, encarnación económica de la liberad        109
IV.   Capital y capitalismo al servicio del hombre . .   112

Capítulo IV
PROBLEMA DE LA EMPRESA
I. Problema del empresario, capital y beneficio ..   124
II.     El empresario y la necesidad de moneda, crédito y ahorro         128
III. La contratación del personal a sueldo y a jornal   137
IV. Problema del aumento de la producción y de su redistribución en la masa asalariada        140
V. Aumento de la producción por una mayor productividad, pero evitando la formación de empresas gigantescas    143
VI. Aumento progresivo de sueldos y salarios que eleve el nivel de vida, permita el ahorro y con ello el acceso a la propiedad, incluso productiva   146
VII. El problema de la reforma de la empresa, la em­presa comunitaria y el pensamiento pontificio .   150

Capítulo V
ORDEN ECONÓMICO-SOCIAL
I.     El paro forzoso como problema cuya solución exige el reordenamiento de toda la economía . .   159
II.     El rédito nacional como principio de medida del valor de las cosas        163
III.    La organización profesional e interprofesional como condición necesaria para fijar y procurar el rédito de cada sujeto económico          171
IV.   Necesidad y funciones del Estado          178
V. La fórmula de la organización económica: libre empresa, en el cuadro de la profesión libremente organizada, bajo la autoridad del Estado para un reparto equitativo de la producción nacional   185

Capitulo VI
HACIA UNA ECONOMÍA AL SERVICIO DEL HOMBRE
I. El desnivel de vida de los diversos pueblos . .   193
II.     La ayuda técnica a las economías arrasadas . .   196
III. El peligro del resentimiento antiimperialista . .   204
IV. La técnica al servicio de los grandes fines hu­manos          210
V. Necesidad de minorías responsables, dotadas del instrumental técnico moderno, al servicio de una economía humana                213

Apéndice I
LA MATER ET MAGISTRA Y LA PROPIEDAD COLECTIVA PRIVADA
Una opinión de Jean Madiran en “Itinéraires”              221
Homogeneidad de las enseñanzas económico-sociales desde León XIII hasta Juan XXIII         222
El “orden corporativo profesional de toda la economía” constituye en la Mater et Magistra la pieza maes­tra del programa económico-social de la Iglesia   223
La pretendida oposición entre Pío XII y Juan XXIII sobre el alcance y urgencia de la cogestión y de
la copropiedad de los trabajadores en las empresas       231
Aun el régimen de salariado puro exige para su justicia la presencia activa de los trabajadores en
la empresa          237
La “comunidad de personas”, que, de suyo, no implica contrato de sociedad jurídica, medio de templar
el régimen de salariado puro       238
Conclusión                 241

Apéndice II
LA PROPIEDAD COMUNITARIA FRENTE A LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La propiedad comunitaria frente a la Doctrina Social de la Iglesia
Índice General

EL AUTOR

El Reverendo Padre Dr. JULIO R. MEINVIELLE ocupa un lugar relevante en el pensamiento católico contemporáneo, no sólo como teólogo, apologista y filósofo de nota, sino como estudioso de aquellos temas centrales que atañen al panorama político —en el sentido más amplio del tér­mino— tanto nacional como internacional.
Su vida y su obra son el reflejo de una dedicación sistemática a la Verdad, de un ministerio inagotable al servicio de la Patria y de la Iglesia. Son el testimonio de un maestro de doctrina cuyo orden y rigurosidad inte­lectual no han pasado desapercibidos aún entre sus ad­versarios.
La fidelidad a la Cátedra de Pedro fue una constante en sus escritos e investigaciones, porque sabía que si bien la teología necesita de la filosofía —aunque no de cualquiera— ambas deben estar tuteladas por el Magisteríum Ecclesiae conforme lo establecido en la Aeterní Patris y en la Humani Generis.
No fue un intelectual de la “intelligentzia”, sino de Cristo Rey. A Cristo y a la Cristiandad dedicó sus fuer­zas con pasión renovada, con sentido jerárquico y dis­ciplinado de la realidad, con la sencillez y la profundidad del sabio. “En este mundo tan confuso e incoherente —afirmó de él, el Padre Buela— dio ejemplo de respeto por las esencias.. . tanto en lo temporal como en lo pastoral y doctrinal”.
MEINVIELLE encaró todos aquellos aspectos que hacen a la auténtica educación de un cristiano, sin descuidar nin­gún problema por riesgoso, árido o difícil que fuera. Desde la tensión judeo-cristiana en el transcurso de los tiempos, hasta la gnosis panteísta de Teilhard o las heterodoxias de Maritain y Rahner; pasando por polémicos análisis de actualidad sociopolítica, por sólidos manuales de forma­ción cultural católica, por esclaracedores ensayos meta-históricos o, como en este caso, por explicaciones de temas tan técnico-específicos como el de la economía.
Unió siempre a lo especulativo una notable capacidad organizativa, aunque en rigor, sería más apropiado decir que esta sana disposición por lo práctico era la conse­cuencia lógica de su riqueza contemplativa. En tal sen­tido, su desempeño como párroco ha sido objeto de reco­nocidos elogios pudiéndose constatar hasta el día de hoy, la cantidad y calidad de sus iniciativas, la enorme caridad en sus realizaciones.
Pero, por sobre todas las cosas, el Padre JULIO MEIN­VIELLE fue un sacerdote militante. Sabía que el Bien no se impone sin lucha, que es preciso estar siempre alertas y dispuestos a librar el Buen Combate, que es imperioso defender y preservar la Verdad, pelear por ella. Sabía en suma, con Gracián que “contra malicia, milicia”, y aceptó el desafío de esta empresa por cuya entera con­sagración padeció y aún padece incomprensiones y per­secuciones.
Nos ha dejado una importante cantidad de libros exi­mios, algunos de los cuales ha publicado ya este sello editorial, tales como: El judío en el misterio de la His­toria, El poder destructivo de la dialéctica comunista, El Comunismo en la Revolución anticristiana, Un progresismo vergonzante, Presencia en la hora actual, y ahora esta reedición de Conceptos fundamentales de la Economía.

PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

Aún cuando es innecesario prologar un libro con­sagrado y resulta muy difícil poder agregar algún comentario de trascendencia sobre su contenido, debo reconocer que es el empeño del editor el que inspira en definitiva la realización de este prólogo.
Nada de lo que sugiere Meinvielle en Conceptos Fundamentales de la Economía puede ser esclare­cido o mejorado. Antes bien, una obra admirable­mente equilibrada, conceptualmente independiente y lo más destacado, tan cargada de saberes tradi­cionales, corre el riesgo inmerecido de ver pertur­bada su armonía a partir de los comentarios con­vencionales de terceros.
Sin embargo, guardando la fidelidad indispensable que recomienda esa preocupación, acometo la honroza tarea de formular algunas consideraciones so­bre el pensamiento de nuestro ilustre autor, escla­recido patriota y religioso consagrado. Me parece interesante puntualizar aquellos aspectos de la eco­nomía que Meinvielle concibió con más originali­dad y que se separan del tratamiento convencional de los mismos temas. El criterio escogido para ello no es arbitrario, sino que descansa, básicamente, en el orden de los conceptos según enseña el saber tradicional.
Es común conocer la economía como una disci­plina que se ocupa de los bienes sin mayores refe­rencias respecto del hombre como sujeto central de los procesos de cambio. En general, da la im­presión de que la economía está constituida por realidades que están fuera del hombre. En efecto, la relación causal se sitúa sobremanera en el cam­po de los bienes, de las cosas, con independencia de los protagonistas, lo cual es absurdo porque la disciplina es por su naturaleza una ciencia práctica y de realizaciones concretas inspiradas con criterio de eficiencia. La más célebre definición de la eco­nomía en cuanto la identifica con la asignación de recursos escasos y de uso alternativo, lo confirma.
A partir de este criterio del Profesor Robbins, la asignación de recursos es el núcleo de la economía. Da la impresión de que los recursos se asignaran por sí mismos, esto es, sin responder a otro criterio rector, y esto constituye una irregularidad lógica, porque el destino de los factores productivos, nece­sariamente derivado, debe responder a los resulta­dos que se espera de ellos a partir de la definición concreta de recursos disponibles, necesidades a sa­tisfacer y de escaseces. En un orden conceptual más razonable por no decir lógico, no debería definirse una ciencia por sus instrumentos o medios sino por su objeto, que en el caso de las disciplinas prácticas, se identifica formalmente con sus propósitos o fines últimos.
A partir de esta pretensión irrumpe la necesidad de humanización de la economía en reemplazo de su “cosificación” como fenómeno reciente. Digo re­ciente, porque el proceso de cosificación de la eco­nomía aparece como inevitable consecuencia de las nuevas concepciones que aparecen durante el si­glo XVIII, aunque como siempre ocurre en el mun­do de las ideas, con un buen catálogo de antece­dentes previos a su formulación ordenada. Hasta los pródromos de la revolución francesa, la econo­mía no constituía una disciplina en el sentido for­mal del término. El hombre —la persona— ocupaba el núcleo de la acción política y era el soberano quién resolvía, generalmente con criterio político, las necesidades individuales y sociales a satisfacer y la consiguiente asignación de los recursos econó­micos, a partir de la premisa de que los medios deben ordenarse a los fines. En rigor de verdad, la política comercial, la técnica fiscal, y la admi­nistración monetaria constituyen antecedentes para la elaboración de la economía como ciencia, preci­samente, por su carácter instrumental.
Como ha señalado Eduard Heiman, las tres re­voluciones que conmocionan al mundo intelectual en los últimos siglos facilitan la comprensión de por qué la economía irrumpe tardíamente en el mundo de la cultura y con una fuerza casi sin pre­cedentes. Es la abolición del antiguo orden a través de la revuelta protestante encabezada por Martín Lutero; de la reforma política que supone la revo­lución francesa y del movimiento romántico del siglo XVIII, lo que deja expedito el camino para que sea el mercado en lo sucesivo y en el príncipe quien resuelva qué hacer, cómo, cuando y dónde. El gobierno de la ciudad y la preservación del or­den natural económico a través del poder político es reemplazado por el gobierno impersonal del mer­cado, del mismo modo que se pretende imponer el orden social a través del gobierno impersonal de las leyes identificado con la voluntad general de Rousseau. El resultado ha sido un progreso técnico de incalculables proyecciones, acompañado de irri­tantes desigualdades sociales, de la masificación de los seres humanos y de la mecanización de la acti­vidad económica a extremos incompatibles con la dignidad y armonía que debe presidir las relacio­nes sociales. En el nuevo sistema, la riqueza de medio pasa a constituir un fin. Es el desenlace que fractura al hombre por dentro y al orden social en muchas de sus manifestaciones cotidianas.
Meinvielle llamó la atención sobre este desenlace resultante de la nueva disciplina, a partir de dos observaciones que no pueden dejar de mencionarse como un mérito indiscutible de nuestro autor. Se trata de la ubicación de la economía en el cuadro general del saber científico y de su vinculación con la moral. En esta inteligencia puntualiza que la economía es actividad humana y que sin acción ra­cional no habría economía. Por cierto, actividad so­bre cosas exteriores que son escasas. Ahora bien, a partir de ello, la economía constituye un saber práctico, no teórico, en tanto las operaciones eco­nómicas son el resultado de la acción del hombre libre y no realizaciones que se encuentran en la naturaleza y que por definición son independien­tes de la acción del hombre. Ello no supone negar que se trate de una ciencia sujeta a sus propias reglas, pero es muy importante la distinción, precisamente cuando la influencia de las ciencias natu­rales y de la matemática han invadido el territorio propio de la economía, quizá desnaturalizándola, a propósito de la técnica de modelos y matrices que procuran reducir todo a sistemas, exagerando las posibilidades de sus alcances como herramientas auxiliares que son en nuestra disciplina. La econo­mía, reitera el autor, pertenece al orden de la razón, en tanto ésta se manifiesta como actividad racional dirigida a procurar resultados eficientes. Las cien­cias naturales, en cambio, se ocupan de un orden que es en sí, independiente de la razón humana. Esta simplemente lo considera más no lo produce.
De esta apreciación resulta la necesidad de vincu­lar economía con la moral y si se quiere con la política. Vínculo que sin embargo permite distin­guir aunque sin separar. Si el ser humano, prota­gonista de los procesos económicos, constituye una unidad psíquica sujeta a principios rectores, enton­ces de ninguna manera puede independizar sus actos económicos de sus obligaciones morales, des­de que en términos de esa unidad, los comporta­mientos, en cuanto acciones concretas relacionadas con los semejantes, no admiten desdoblamientos, porque en este caso las reglas de la moralidad re­sultarían ajenas al deber ser. La relación entre economía y política se ha planteado como subalternación de la primera con respecto a la segunda. Meinvielle sostiene “que la economía es una ciencia práctica que se diferencia de la política, aunque debe por su índole colocarse a su servicio”. Con esta afirmación fractura interpretaciones extremas que pierden rigor lógico e introducen factores de perturbación, como cuando la relación se formula a partir de una hipótesis de dependencia. Para Lenin la política era expresión concentrada de la economía. Para cierto sector de la doctrina, el más abstractista, son esferas independientes. Para algún sector quizá menos gravitante, la economía es inse­parable de la política
La opinión de Meinvielle es la que ubica la cues­tión en su justa dimensión. El orden social del cual participa el orden económico es inescindible. Ahora bien, la economía tiene su propio ámbito dirigido a satisfacer necesidades en los planos individual, fa­miliar y colectivo o social, pero de ello no se sigue subordinación. Quizá sea oportuno hablar de inte­gración en el sentido de complementar los fines de una sociedad que se nuclean en la política como síntesis de acciones dirigidas a conseguir el bien común del consorcio político. La economía opera bajo las reglas de la eficiencia y en este sentido llene carácter normativo, precisamente para conse­guir mejores resultados de los recursos escasos. Ello no impide que en algunas ocasiones la eficiencia económica ceda a la conveniencia política por razo­nes de superlativo interés público actual o futuro. Fabricar armas nucleares puede no ser eficiente en un momento dado, pero puede ser conveniente co­mo acto de previsión, propio del adecuado ejercicio de la política. En este caso no hay subordinación. Prevalece la prudencia como virtud rectora.
La metafísica es en cierto modo ciencia de cien­cias en tanto incluye en su objeto, por su universa­lidad, el de las demás disciplinas. Pero de ello no puede válidamente deducirse que aquélla defina el contenido u objeto del resto de los otros saberes. Su cometido, en verdad, se limita a establecer con alguna precisión los límites o alcances de las demás categorías del saber. Por ello vano resulta deducir la economía de la filosofía o confundir política y economía. La política participa del ancho mundo de la moral, pero tiene su objeto circunscripto al bien común a través de la observancia de reglas prácticas. No existe confusión o subordinación. Cada orden tiene su propio campo de acción, eso sí dentro de la unidad que supone la conducta hu­mana como respuesta a su condición de creatura superior, sujeta a ese orden total que en definitiva es de naturaleza moral.
La economía, diferente de la moral y de la po­lítica, no puede ser neutral frente a los fines supe­riores del hombre en sociedad, y en este orden, debe, con sentido de finalidad, ponerse al servicio de aquéllos. En esta inteligencia, nuestro autor plantea como “enteramente inaceptable la preten­sión de los economistas que quieren hacer de la economía una ciencia neutra frente a lo que ellos denominan las doctrinas”. La respuesta es sencilla, aunque cobija dificultades en la vida de relación entre intereses. En efecto, pues en definitiva, aun­que el economista o el operador económico crea en la neutralidad, en última instancia actúa condi­cionado por los valores incorporados que ha regis­trado su modo pensar, seguramente influenciado por alguna doctrina de vigencia más o menos formal. El drama, desde la óptica de la cultura, es que quien así actúa, desconoce la lógica y los orígenes de su modo ¿le actuar, que es el resultado de su modo de pensar. Tenía razón Keynes cuando afirmaba que los hombres de negocios que se creen exentos de influencias intelectuales tal vez sean víctimas de las ideas de algún economista difunto.
Con esa misma claridad con que Meinvielle ha encarado el tema de la economía en el cuadro ge­neral del saber científico, acometió profundizar el tema de la oferta y la demanda, tan caro al -pensa­miento liberal y a la suerte del sistema económico que encuentra precisamente en el mercado una de sus manifestaciones o fundamentos definitorios. Para nuestro autor, la ley de la oferta y de la de­manda tiene carácter inexorable, porque está ínti­mamente ligada “con la realidad más primaria de la economía”. Pero a renglón seguido puntualiza que, sin embargo, la tentación de hacer operar sus mecanismos en provecho propio, impide que los su­jetos económicos puedan quedar automáticamente a expensas de su funcionamiento. No se trata de suprimir o regular el cambio que constituye “ex definitione” el núcleo del proceso económico sino de moderar sus consecuencias para evitar rupturas en el equilibrio natural que debe presidir las presta­ciones económicas, como parte de una madeja mu­cho más compleja de relaciones sociales.
Es la ley de la reciprocidad en los cambios la que debe regir, inseparablemente, las transacciones, para evitar que una vez celebradas éstas, alguna de las partes quede más rica que antes a expensas de un tercero. Algún autor liberal ha sugerido la inope-rancia o inconsistencia de este principio, porque nadie participa del intercambio sino es para ganar. Esta afirmación supone una equivocación básica. El principio no impide acrecentar el enriquecimiento, pero lo condiciona para que no se realice en pro­porción al empobrecimiento de otros. Cuando la renta nacional no registra modificaciones, la mejo­ría de unos inevitablemente se explica por el per­juicio de otros. Aquí la irrupción de plusvalías es un resultado que no puede conducir sino a la frac­tura de la concordia política, a la acumulación des­proporcionada de riquezas y a la lucha de clases. El ciclo económico tiene parte de sus orígenes, pre­cisamente, en desproporciones como las que resul­tan de la inobservancia ética de la ley de recipro­cidad en los cambios, una de cuyas manifestaciones más ostensibles es la vigencia de relaciones internas y externas de dominio o sujeción entre personas o naciones.
La relación de dominio entre personas se pone de manifiesto cuando a partir de una posición ventajo­sa se aprovecha de ésta y no se entrega lo que es de­bido en cantidad y calidad como contraprestación. El hecho de que no siempre se pueda precisar el alcance exacto de lo debido, no le niega virtualidad al principio, como tampoco lo niega la dificultad de medir con exactitud la utilidad del consumidor frente a diferentes dosis de un mismo bien. Aquí la idea de razonabilidad de las pretenciones yace en el centro de la cuestión, como sucede con los alcances de la razón jurídica, no siempre sujeto a la medida de la expresión numérica. La vigencia del mono­polio operando alejado del punto de Cournot, maximiza beneficios sin quizá difundir bienestar en la sociedad, o “bien ser” como expresión más ambicio­sa y acertada de Fanfani. Es Meinvielle uno de los de la razón jurídica, no siempre sujeta a la medida periferia”, hoy tan difundida, sobre todo por Prebisch, para poner de manifiesto relaciones de do­minación entre los países. En efecto, en la primera edición de esta obra, denuncia el fenómeno como una concreta manifestación de ruptura de la ley de reciprocidad en los cambios, en tanto suscita acu­mulación de riquezas en unos países correlativas con el empobrecimiento de otros. Luego, la discor­dia entre las naciones tiene sus puntos de referen­cia también, o entre otras cosas, en la ruptura del principio que comentamos, en tanto las inversiones directas antes, financieras hoy, y aún el intercambio de bienes y servicios, no guardan un adecuado “do ut des” que los legitime.
Sería abusar de la paciencia del lector extender los alcance de este prólogo. Sin embargo, a propó­sito de su actualidad, parece oportuno detenerse brevemente en el tema de la intervención del estado en la vida económica. Meinvielle, siguiendo como en toda su vida intelectual el pensamiento tradi­cional de Aristóteles y de los Padres de la Iglesia, culmina sus razonamientos sobre el particular, sig­nificando que el estado no puede dejar de interve­nir en la vida económica de la comunidad, aunque no lo quiera la intransigencia liberal, porque en ese caso serán inevitablemente los grupos de intereses prevalencientes quienes orientarán en su provecho los destinos de la organización productiva. Con esta línea de razonamiento se aparta del tratamiento ideológico del tema para incorporarlo en el plano del realismo político y de la filosofía práctica.
No se trata de un tema para debate, sino de la recta interpretación del mismo con la finalidad de tratarlo según los postulados del bien común como fin último del buen gobierno. De esta apreciación resulta que la cuestión tampoco debe ser examinada según criterios cuantitativos. En rigor de verdad, la intervención debe merituarse en función de lo que el estado hace para afirmar la felicidad del pueblo como sostenía Platón pensando en el gobierno de las leyes. Sería temerario suponer que la estabili­dad o el desarrollo económico pudieran concretarse sin el concurso de la acción estatal, que no tiene porque inscribirse en la acción económica directa, sino mas bien en crear las condiciones propicias para lograrlo, siempre con arreglo a las circunstan­cias espacio-temporales predominantes, donde en ocasiones, el solo hecho de remover los escombros que dificultan el desenvolvimiento de los negocios, puede, por sí mismo, contribuir a mejorar el nivel de vida de los pueblos, que constituye también una manera de promover en definitiva la práctica vo­luntaria de la virtud, por lo menos como fenómeno colectivo, ya que la indigencia según “communis consensus” sino la obstaculiza, ai menos la debilita.
La irrupción del neoclasicismo con Marshall, Menger, Walras, Jevons, alrededor de 1870, pre­cisamente como propósito de adecuación de la teo­ría económica a la realidad de su tiempo, está inspirada en los desafustes resultantes del modelo clásico donde el estado virtualmente no tenía cabi­da. Ni la economía cosmopolita de Adam Smith, ni la ley de mercados de Say-Ricardo, habían conse­guido el equilibrio general del sistema o dominar las denominadas fluctuaciones cíclicas. Como sub­producto, en el mejor de los casos, de la esponta­neidad del sistema económico. El socialismo utópico a principios del siglo XIX y la refutación del socia­lismo científico de Marx y Engels a mediados de la misma centuria, son precisamente respuestas al caos recurrente que experimentaban las economías nacionales sin otra consigna que esperar hasta que la recuperación sobrevenga, también espontánea­mente. El triunfo del keynesianismo durante la vir­tual agonía del capitalismo, allá por los años treinta, significó en ese particular contexto, reflotar al sistema a partir de la acción estatal, a la sazón única alter­nativa viable para conseguirlo sin peligrosas demo­ras. Las desviaciones que la política intervencionista suponga en términos de otras valoraciones, de nin­guna manera legitima proclamar una neutralidad que no es sincera y que conciente o inconcientemente se traduce en la supremacía, cuando no en la omnipotencia, de quienes proclaman una libertad irrestricta que no concluye sino subalternizando todo el orden político, económico y social. Ventas filia temporis.
Máscelo Ramón Lascano.

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

En número reciente de una importante revista norteamericana se contaba el caso de un afortunado hombre de negocios que hacía una visita a su anti­gua Universidad. Deseando rememorar sus años de estudiante, pidió al profesor de Economía le mos­trara las preguntas que se hacían en los exámenes. Al verlas, notó con gran sorpresa que eran las mis­mas que se hacían en su época. Preguntó entonces si el profesor no había previsto el caso que siendo conocidas las preguntas como permanentes, los alumnos no pudieran transmitirlas de un curso al si­guiente. El profesor contestó sonriendo: en nuestra materia no cambiamos las preguntas, cambiamos las respuestas.
En términos más técnicos dice algo similar John H. Williams en su magnífica conferencia titulada An Economist’s Confessions publicada en The Ame­rican Economic Review en marzo de 1952. Dice allí: “Una fuerte impresión de esos días (de estudiante) que me ha quedado siempre, es la relatividad de los principios y políticas económicas al cambiar las con­diciones”. “Keynes ha señalado que la victoria ricardiana fue debida a un complejo de adecuación al medio. No es esto menos cierto en la victoria keynesiana y desde entonces los tiempos han cam­biado otra vez, y hasta los keynesianos se muestran cambiados. Una pregunta justa que cabe hacer es en qué medida nuestro pensamiento (económico) conduce los cambios en el mundo y en qué medida se limita a seguirlos. Es manifiesto para mí que gran parte de la literatura económica no es sino la expli­cación racional de lo ya ocurrido”.
Si añadimos la desconfianza que existe en las últimas décadas en muchos ambientes y en especial entre los estadistas acerca de las enseñanzas de la teoría económica, los graves errores cometidos en la conducción económica durante la gran depresión, el hecho de que, en casi todos los países, se deban aplicar, con mayor o menor éxito, medidas conde­nadas en los tratados corrientes de Economía y, en fin, la más sumaria lectura de lo que se escribe ac­tualmente en esta materia, llegamos a la conclusión de que estamos en presencia de una verdadera “cri­sis de la economía como disciplina científica”, como señalara el mas destacado economista argentino, doctor Raúl Prebisch.
“El desarrollo científico de la economía es aún incipiente e indeciso. Resulta por lo tanto enorme el campo de exploración y de investigación que tie­nen delante de sí los economistas”… Y la crisis no es solamente como disciplina científica “porque también desde el punto de vista moral, la Economía está sufriendo una crisis no menos grave por su desmedida exaltación del interés personal como su­premo regulador de la actividad económica”.
“¿Por qué está en crisis la Economía Política? cabe preguntarse. No llamo, por supuesto, crisis a ese constante progreso de renovación a que está so­metida toda actividad científica; llamo crisis a ese mal agudo que de tiempo en tiempo se plantea en una ciencia y que obliga a hacer un esfuerzo com­pleto para innovarla desde sus mismas bases”.
“¿Cuál es el mal agudo en donde se origina la crisis presente de la Economía Política? Sencilla­mente en su ineptitud para explicarnos racionalmen­te, desde el punto de vista lógico y experimental, la forma en que se realiza el movimiento económico, el modo en que se producen los fenómenos de la economía, la razón de ser, el porqué”.
Cuando después de tantos, tan intensos y reitera­dos esfuerzos llega a ser tan visible y manifiesta la crisis de una ciencia sólo existen, en general, dos posibilidades. O bien es insuficiente la información que se tiene o son equivocados los principios fun­damentales sobre los que dicha ciencia reposa.
Hoy no caben dudas de que la información sobre los hechos de que se dispone, con amplias y pre­cisas estadísticas, es muy vasta y satisfactoria, y que está muy por encima de las conclusiones que de ella se pretende obtener. Precisamente en este cam­po, los excelentes estudios que sobre renta nacional han realizado y mantienen lo más al día posible los principales países del mundo, han permitido abrir mías promisorias para superar al anquilosado e in­adecuado pensamiento económico.
Excelente uso hace de esta nueva arma, que tan­tas perspectivas ofrece, el Padre Meinvielle en su trabajo. La utilización amplia y precisa del concep­to de renta nacional le permite llegar a conclusiones por demás interesantes y constructivas sobre las que nos permitimos llamar especialmente la atención del lector.
No existiendo deficiencia de información, re hace necesario e imperioso ir a la revisión honda, pro­funda, de los fundamentos sobre los que se basa o debe basarse la ciencia económica. Queremos refe­rimos a los principios de esta disciplina en si, y no a los grandes fundamentos morales o políticos per­fectamente definidos, y a los cuales deberá subordi­narse en última instancia la acción económica.
Es increíblemente reducida la bibliografía que puede obtenerse sobre los primeros principios o postulados que rigen la ciencia económica. No du­damos que es éste uno de los campos en que se harán nuevos e importantes aportes. Entre ellos es­timamos que resultará el presente trabajo del Padre Meinvielle, enjundioso y profundo.
Consideramos que uno de sus grandes aciertos es el comenzar por el análisis con precisión de las re­laciones entre economía y política y la clara sepa­ración de las dos ciencias.
Con ello vuelve, y vuelve bien, a la sabia y pro­funda ciencia de los antiguos, fundada sobre sólidos y eternos principios, que en lo decisivo e importan­te permanecen incólumes a través de los siglos, aun­que desde luego debe adecuarse a las realidades concretas de cada época, corrigiendo, superando y mejorando lo accidental y contingente de ese pen­samiento.
Precisamente, a esa confusión entre los campos de la Economía y los de la Política atribuimos gran parte de los errores que minan la teoría económica.
Ya el nombre original de Economía Política es malo, y peor el sentido en que lo adaptara por primera vez Montchrétien en 1615, al publicar su Traite de l’économie polítique. Pretendió Montchré­tien corregir errores, y cayó él en uno más profundo al afirmar: “se puede, muy a propósito, mantener contra la opinión de Aristóteles y de Jenofonte, que no se podría dividir la economía de la política, sin separar la parte principal del todo”… “Por mi par­te no puedo sino asombrarme de que en sus trata­dos políticos tan cuidadosamente escritos, hayan olvidado esta parte de la administración pública, a la cual obligan a conceder gran importancia las ne­cesidades y cargas del Estado”.
Y no se diga que la economía clásica resolvió pos­teriormente el problema hasta llegar a la Economía Pura. Es cierto que pretendía obtener leyes estric­tamente económicas, pero, pecando en sentido con­trario, no tuvo en cuenta las necesarias y lógicas conexiones con las enseñanzas de la ciencia política.
Para ello olvidó que el hombre no actúa aislado e independiente de los cuadros sociales y políticos, en que necesariamente, por naturaleza, debe mover­se. Por eso debió adoptar hipótesis simplificadoras, irreales o irrealizables en muchos casos. Y como dice John H. Williams en la conferencia ya citada, el moderno teorizar económico “al irse preocupan­do cada vez más de la consistencia de su lógica interna, se encierra en sí mismo, y se aleja más y más de la realidad”.
Y naturalmente cuando se pretenden aplicar las conclusiones, internamente lógicas pero irreales de la teoría clásica, al mundo concreto dividido en Estados, en los cuales viven hombres con preocu­paciones y vinculaciones no solamente económicas, sino también sociales y políticas, sus resultados son a menudo contraproducentes y a veces catastróficos.
En sentido opuesto, en grave error han caído nu­merosos autores católicos al pretender arrinconar y encerrar la ciencia económica dentro del marco es­tricto de la ciencia política y de la Ética, negándo­le toda autonomía y campo propio. Esta irreductibilidad la trata el Padre Meinvielle con toda la exten­sión necesaria y consideramos que sus conclusiones al respecto son bien meditadas y profundas.
No consideramos necesario extendemos mas so­bre el presente trabajo, del cual, estamos seguros, todo lector obtendrá muy provechosos frutos. No queremos, sin embargo, dejar de Mamar la atención respecto de los importantes capítulos sobre Propie­dad y Empresa, donde se lleva una radiante luz a temas hoy tan confusos y oscurecidos.
Características fundamentales de la obra del Pa­dre Meinvielle son su espíritu de superación y su intención de aportar soluciones constructivas.
Quien lea Concepción Católica de la Economía, libro anterior del mismo autor, las apreciará clara­mente. De este primer trabajo suyo de crítica deci­dida al sistema económico vigente, con visible in­tención de sacudir a los egoístamente satisfechos, conserva lo fundamental, y corrige, con honestidad intelectual, aquéllos puntos en que un estudio pro­fundo lo lleva a nuevas conclusiones.
En esta nueva obra, serena, profunda y esencial­mente constructiva, pasa el autor del campo más fácil de la critica al más difícil de señalar solucio­nes concretas, que de aplicarse, estamos seguros, contribuirían a acercarnos a la paz social, que, en esencia, es el orden basado en la justicia.
Cualquier lector podrá discrepar, en mayor o me­nor extensión, con las ideas del autor, todos, sin embargo, deberán reconocer la importancia de las mismas, la palpitante actualidad de los temas trata­dos y que el presente trabajo es un serio aporte para la necesaria recuperación de la actual crisis de la ciencia económica.
Francisco García Olano.