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Historia y campañas del Ejército Realista, 1810-1820 – Julio M. Luqui-Lagleyze

272 páginas
Instituto Nacional Sanmartiniano
1997

Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 40 pesos
Precio internacional: 10 euro
s

JULIO MARIO LUQUI-LAGLEYZE, nacido en la ciudad de Buenos Aires el 11 de marzo de 1959, es Profesor en Historia, graduado en la Universidad de Belgrano en 1 982 y se especializa en Historia y Museología Militar Hispanoamericana, en particular del período de las guerras de
Independencia. Es docente superior titular de la Armada Argentina en el Departamento de Estudios Históricos Navales. Ha ejercido además la docencia como Director de la Escuela Nacional de Museología de Buenos Aires, dictando las cátedras de “Historia de la Cultura Hispanoamericana” y “Armas y Uniformología Militar”.
Es Miembro de Número Académico del Instituto Nacional Sanmartiniano, Miembro del Consejo Directivo del Instituto Nacional Browniano, Fundador y Miembro del Comité Argentino de Historia Militar, filial de la Comisión Internacional de Historia Militar y miembro de Número y Correspondiente de varios Institutos y Comisiones de Historia Militar, Naval y Aeronáutica de la Argentina, Chile, Perú y Uruguay. Ha sido asesor del Museo de Armas de la Nación, del Museo Histórico Nacional, del Complejo Museográfico Enrique Udaondo de la ciudad de Luján y del Museo de la Patagonia, en los cuales ha clasificado piezas histórico-militares. Igualmente ha reconstruido uniformes y banderas históricas que se hallan en uso en el Ejército y la Armada de la República Argentina.
Es autor de varios artículos en la especialidad, publicados en el país y el extranjero, de un cuaderno sobre el Ejército Argentino en la Guerra de las Malvinas y de los libros: “El Ejército Realista en la Guerra de Independencia” (1 994) y “Los Cuerpos Militares en la Historia Argentina” (1995), publicados por el Instituto Nacional Sanmartiniano. Es coautor además de “La Fragata Libertad, Embajadora Argentina en los mares del mundo” y “Belgrano los
Ideales de la Patria”. El presente libro constituye la continuación de su investigación inédita iniciada con la publicación de “El Ejército Realista en la Guerra de Independencia” y en él reconstruye año por año y paso a paso las campañas militares de la Emancipación poniendo al lector como un integrante más del Ejército Realista.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN               5
PROLOGO            7
Por Luis Grávalos González y Antonio Manzano Lahoz
PROLOGO DEL AUTOR                 9
AGRADECIMIENTOS        14
INTRODUCCIÓN:
EL EJERCITO VIRREINAL DEL PERÚ SIGLOS XVI AL XIX             15
LIBRO PRIMERO:
EL EJERCITO REALISTA EN EL ALTO PERÚ 1810-1820              35

Primera Parte:
EL ALTO PERÚ SU SITUACIÓN GEOGRÁFICA
Y SU ORGANIZACIÓN MILITAR 1700 – 1810         37
Capítulo I:
Situación Geográfica del Alto Perú           39
Capítulo II:
Organización político-militar del Alto Perú – 1700- 1810     47
Capítulo III:
El preludio del drama, la sublevación de Chuquisaca de 1809    59

Segunda Parte:
GOYENECHE, LOS AÑOS INDECISOS,
DE COTAGAITA A SALTA – 1810 -1813     69
Capítulo IV:
1810        71
Capítulo V:
1811        87
Capítulo VI:
1812     103
Capítulo VII:
1813-1  117

Tercera Parte:
PEZUELA, LOS AÑOS VICTORIOSOS,
DE VILCAPUQUIO A VILUMA. 1813-1816          129
Capítulo VIII:
1813-11            131
Capítulo IX:
1814     147
Capítulo X:
1815     163
Capítulo XI:
1816-1  181

Cuarta Parte:
LA SERNA Y LA GUERRA DE RECURSOS. 1816-1819 191
Capítulo XII:
1816-11            193
Capítulo XIII:
1817     :           201
Capítulo XIV:
1818     217
Capítulo XV:
1819     225

Quinta Parte:
EL FIN DE LA GUERRA POR EL ALTO PERÚ. 1820-1821           231
Capítulo XVI:
1820     233
Capítulo XVII:
1821      239

Apéndices:
Apuntes sobre la Organización de los Ejércitos patriotas en el Alto Perú – 1810-1820    245
Notas   257
índice Bibliográfico       265

PRESENTACIÓN

 

Hace dos años el Instituto Nacional Sanmartiniano, con el invalorable apoyo de la Fundación Mater Dei, publicó el primer libro del Profesor Julio M. Luqui-Lagleyze: “El Ejército Realista en la Guerra de Independencia”. El volumen que ahora presentamos del mismo autor es el complemento necesario de aquel.
En el prólogo de aquel libro, el Académico de Número Dr. Miguel Ángel de Marco, especifi­caba que el mismo iba a cubrir un ostensible vacío en la historiografía militar hispanoamericana: el del estudio de la faz orgánica y de la vida interna del Ejército Realista. En el presente trabajo, si­guiendo con sus investigaciones el autor desarrolla año por año las campañas de ese ejército, tocán­dole a este primer tomo la Guerra en el Alto Perú entre 1810 y 1820.
Las operaciones desarrolladas durante la Guerra de Independencia tanto en el Alto como el Bajo Perú, han sido suficientemente descriptas, tanto en las historias generales (notablemente en las obras de Bartolomé Mitre y la de la Academia Nacional de la Historia), como en los textos de historia militar (Félix Best y Martín Suárez), en las más recientes del coronel Bidondo y aún en las Memorias de los protagonistas (José María Paz, Gregorio Araoz de Lamadrid, Antonio Alvarez de Arenales, Guillermo Miller, Tomás de Iriarte, Gerónimo Espejo) y en las historias nacionales de Bolivia, Chile y Perú.
Pero todas ellas han sido narradas desde el campo patriota y las vistas desde el bando realista son mucho menos, las más notables sin duda la Historia de Mariano Torrente, las Memorias de García Camba y las aún inéditas del Brigadier Francisco J. de Mendizabal, estas últimas, rescatadas del olvido por Luqui-Lagleyze (quien las obtuvo en su viaje de investigación a España en 1995), le han servido de columna vertebral para su reconstrucción de la Historia del Ejército Realista, siendo ésta, creemos, la primera vez que se las da a conocer en profundidad.
Este nuevo libro de Luqui-Lagleyze, trabajo serio y riguroso nos ayudará a comprender mejor el desarrollo de nuestra Guerra de Independencia y, al incorporar la visión de la magnitud del adver­sario realista, valorar más lo que hicieron nuestros ejércitos en la gesta libertadora.
Nuevamente la Fundación Mater Dei ofrece su generosa contribución al Instituto Nacional Sanmartiniano en la edición de este libro, por lo que agradecemos su ya tradicional patriotismo y desinterés.

General Diego Alejandro Soria
Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano

PRÓLOGO

Por el Coronel D. Luis Grávalos González y el Comandante D. Antonio Manzano Lahoz

Desde la otra orilla del Atlántico hace años que tuvimos las primeras noticias sobre la labor del Profesor en Historia Julio M. Luqui-Lagleyze; luego nos adentramos en la didáctica lectura de sus libros, fruto de una paciente e ingente investigación, la adecuada y crítica selección de documen­tos y datos, la valoración e interpretación de los testimonios y de una sencilla y amena redacción final realzada por la selección de las imágenes que acompañan sus precisas y doctas palabras; después tuvimos la suerte de conocerle personalmente, aquí en España, de disfrutar con su extensa erudición y de gozar con la fraternidad de su amistad. Ahora nos ha pedido unas líneas para prologar este libro.
Para nosotros, militares españoles, el uno en la reserva y el otro en activo, que hemos extendi­do nuestra vocación castrense a la investigación histórica militar hasta el extremo de redactar e ilus­trar varios libros sobre vexilología, uniformología y condecorología, el conjunto de los trabajos de Luqui-Lagleyze tiene un valor excepcional pues a sus destacadas condiciones humanas e intelectua­les une la de su ubicación en América. Quienes desde aquí sentimos en algún momento la necesidad de conocer algún dato de la presencia de España en ultramar, difícilmente hemos logrado acceder al testimonio de fuentes directas, debiendo de limitarnos a las secundarias o a recabar algún detalle, por fuerza puntual y concreto, de Archivos y Museos americanos.
La historia de España es amplia en el tiempo, extensa en el espacio y complicada en su estrati­ficación social; si intentamos concéntranos en algún punto determinado de su componente militar podemos encontrarnos con dificultades insospechadas y, en algunos casos, insuperables.
En el caso de la emancipación de la América continental, su resultado desfavorable para la Metrópoli supuso además la pérdida de los ricos archivos locales donde se encontraban (y se encuen­tran ahora) los informes sociológicos, el régimen interior, la organización, la justicia, los premios al valor y el reclutamiento; a los archivos nacionales sólo llegaban los planes generales, la información destacada, las peticiones de medios, hombres, armas y dinero, y los partes de las batallas, todos auténticos pero no siempre sinceros ya que podían optimizarse o pesimizarse de acuerdo con el interés o la necesidad de justificación del remitente.
Por eso es importante para todos, españoles y americanos, americanos y españoles, «tanto monta,monta tanto», que ahora, cuando nos acercamos a los doscientos años de este importante proceso del que surgieron una veintena de naciones independientes, haya quien, desde su más pro­fundo patriotismo, la Patria Nueva sin postergar la Patria Vieja, sea capaz de buscar, ordenar y difun­dir sin el apasionamiento impropio de un científico sino con la seriedad y el rigor que exige la cultura, entendida como el ejercicio de las facultades intelectuales humanas, el universo de la historiografía de el que fue llamado «Ejército Realista Español» donde, como el mismo Profesor nos ilustra, «los menos eran españoles y no todos eran realistas».
Nosotros dentro de nuestra limitada actividad histórica militar española, estamos forzosa­mente agradecidos al Profesor Luqui-Lagleyze por tres importantes razones:
-Sin olvidar su argentinidad, ha investigado, redactado y difundido, con amor a la verdad y pasión por la historia, la de los siglos que nos fue común y la que nos enfrentó menos de una veintena de años.
-Sin olvidar su profesorado, precisamente ejerciéndolo, nos ha inundado de datos con los que nutrir nuestros trabajos y aún deja una amplia base en la que podrán sustentarse otros investigadores.
-Sin olvidar su trabajo, preciso y concreto, ha sido generoso con su tiempo y desprendido con sus adquisiciones, atendiendo a nuestros requerimientos concretos de información.
Este libro que Vd. tiene ahora en sus manos responde cumplidamente a esos planteamientos; es para leerlo despacio, desgranando los capítulos uno a uno para valorar su contenido y contrastarlo con el conocimiento que cada uno tiene sobre la época de que se trata; es para volver, volver y volver sobre los aspectos que despierten más interés pues siempre se podrán apreciar nuevos detalles y peculiares matices y es para conservarlo en la biblioteca, no en lo alto, a la mano, para poder regresar a él cuando se presente la ocasión de recordar un dato, considerar un extremo concreto o estudiar más en profundidad unos hechos o una época.
No podemos entretenerle más con nuestro preludio, pase la página y entre en la Historia.

Madrid, Primavera de 1996.-
Luis Grávalos González y Antonio Manzano Lahoz

PRÓLOGO DEL AUTOR

El 9 de diciembre de 1824, al decir de José Enrique Rodó, «Catorce generales de España entregan al alargar la empuñadura de sus espadas rendidas, los títulos de aquella prodigiosa propiedad que Colón pusiera trescientos años antes en mano de Isabel y Fernando.»
Terminaba así la Guerra de la Emancipación en la America del Sur, terminaba así también la historia de la Epopeya política y militar de España en el continente que había durado esos trescientos años.
Quedaron entonces una decena de naciones independientes de la metrópoli y entre sí, pero unidas por una misma raza, una misma lengua, una misma religión, una misma cultura. Quedaban en el continente, países, ciudades, caminos, iglesias, fortalezas, universidades, palacios y arte. Todo aquello que España había levantado para sí, para su Imperio Ultramarino y para sus súbditos, y que nos legó tras esos trescientos años de historia común.
Por desgracia para la España y para la América la guerra había sido encarnizada y el resultado final de casi dos décadas de luchas, victorias y derrotas, oscureció la herencia cultural que nos legara la Madre Patria y sólo quedó el recuerdo doloroso de la guerra, la muerte y la sangre vertida.
Así la España, que durante tres siglos había sido la «Metrópolis», es decir el centro de todo, así como del amor y la admiración de la América, la meca de todos los americanos, pasó a ser un odiado enemigo, recordado con furia y dolor. Y la América, antes el centro de atención de España, la perla de la corona, el orgullo de todos los españoles, pasó a ser una traidora y desagradecida hija.
Ese odio se trasladó a todo lo español en la América del siglo XIX y a todo lo americano en la España de la misma época. Reflejando ese odio se escribieron las historias nacionales en América y España, escritas apasionadamente, por unos y por otros, y sobre todo en las malas monografías, donde se prescindió casi siempre de la más elemental crítica serena, dejando para los amigos las atenuaciones y la alabanza y para los enemigos la exageración y muchas veces la calumnia. Se crea­ron así las románticas mitologías nacionales tanto americanas como españolas, que como toda mito­logía guardan con la historia una estrecha pero bastante lejana relación.
A tal grado llegó la idealización por ambas partes, como el odio y el deseo de olvidar la una a la otra y los sucesos en que ambas se enfrentaron, que tanto en América como en España se ocultó la historia y verdadero cariz de la guerra y, en especial, la memoria de todos aquellos integrantes del bando finalmente derrotado en la contienda.
Así una pléyade de soldados valientes, de lucidos cuerpos militares, oficiales honorables, jefes capaces y generales victoriosos, se transformaron en los anti-héroes, hombres malditos por la historia y su nombre pasó a ser el peor insulto a la América y un símbolo, por todos aceptado, de la encarnación del mal en cualquiera de sus facetas, de terror, sangre y muerte: Los Realistas, y sobre ellos se tejieron mil historias de salvajismo, horror, represión y muerte; se los pintó adornados de las peores cualidades, corruptos, sangrientos, demoníacos. Hasta su apariencia se tornó diabólica imagi­nándoselos como hijos de satán provistos de rabo.
La mayoría de las historias relatadas sobre ellos, originadas en el calor de la guerra, no resis­ten la más mínima crítica histórica y son probadamente falsas y hasta ridículas en muchos casos. Pero de tanto repetirlas, desde los tiempos en que fueron también un arma necesaria en la guerra de Independencia, se convirtieron en creíbles. Así de las arengas, los bandos y los pasquines, pasaron a las «memorias», de estas a los libros de historia y de allí a los textos escolares nacionales. Así quedó escrita, o mal escrita, la historia.
La historia de la guerra de Independencia de América se transformó pues en una cuestión de Fe, en algo dogmático, se la pintó como una lucha de héroes y anti-héroes, del bien contra el mal y, como pasó con otras guerras de la historia universal, los malos fueron inevitablemente los perdedores y los buenos los santificados por la victoria de sus armas por demás inmaculadas.
Así ni en la propia España quisieron acordarse de ellos, fueron relegados al olvido, sentencia­dos al silencio y signados como «Ayacuchos» en un maldonado honor a la derrota que puso fin al Imperio y en la que muchos de ellos participaron. Por ello las «Memorias» de los pocos que se atrevieron a escribirlas y publicarlas, se transformaron en justificaciones propias, relativizándose así su valor, en tanto que otras no vieron jamás la luz, por el temor o por el odio que despertaba su solo recuerdo, aún en la nación por la que combatieron y murieron.
Pero como dice el refrán castellano, «para verdades el tiempo», y ese tiempo que pasa y restaña las heridas, hace que las mentiras se olviden y que la curiosidad histórica sea más fuerte que los dogmas. Pero al tiempo conviene de vez en cuando echarle una mano, para ayudar a alumbrar la «verdad histórica» separándola de lo que es simple fantasía producida por el ardor de una época guerrera. La Historia que es permanente revisión, pero que sólo expone y no juzga, no ha dicho la última palabra, si es que puede haber una última palabra historiograficamente hablando.
La historia de la Guerra de la Independencia de América es hoy un tema de revisión. Día a día se vuelve a recapitular, hallándose nueva luz sobre procesos que se creían terminados, y ya hoy no se trata simplemente de un relato candoroso de amigos y enemigos, de la «guerra de liberación» de la América contra la España, de los «buenos contra los malos». Hoy pocos mantienen las antiguas posturas con respecto a la guerra de Independencia y nadie, seriamente considerado, sostiene las versiones historiográficas del siglo pasado con respecto a ella, su carácter o el de ambos contendien­tes.
Hoy día se considera a la guerra que enfrentó a América y España como un proceso más complejo y más profundo que el solo hecho bélico. Un proceso de lucha de ideas y de dos formas distintas de pensar a América y a España en su relación mutua, así como en su relación con el Rey y la Corona. Un conflicto que se tradujo «en un largo período de guerras civiles, caracterizado por violentísimos antagonismos políticos y muy fuertes reacciones emocionales».1 Dicha guerra se llevó fundamentalmente entre dos grandes facciones, que lucharon tanto en España como en América: la de los juntistas liberales, conocidos en España como «Constitucionales» y los Absolutistas, monár­quicos a ultranza, conocidos en España como «Serviles».
Esta división de las ideas, no sólo dividió al Imperio en dos: la parte continental contra la parte peninsular; sino que dividió también a la América en dos: hermano de armas contra hermano de armas, hermano de sangre contra hermano de sangre, español contra español, Realistas contra Patriotas y aún más, dividió a ambos bandos internamente y, en el caso especial que nos toca, al bando realista en Absolutistas contra Constitucionales.
Esas divisiones, traducidas en otras tantas guerras, se pelearon simultáneamente, en España y en América y el resultado final en ambos mundos fue distinto. En nuestra América culminó con la total Independencia del continente, seguida de una secuela de guerras intestinas con el mismo carác­ter ideológico; en tanto que en España se prolongó, entre otros sucesos, en las Guerras Carlistas durante todo el Siglo XIX.
Los combatientes de los dos bandos principales de las guerras han recibido varios nombres a lo largo de los últimos dos siglos. En América es común hallarlos como Patriotas (los americanos) y Españoles (los realistas). En España suelen referirse a los americanos como: «Rebeldes», «Insurgen­tes» e infinidad de otros motes generalmente despectivos, en tanto que como «patriotas» son mencio­nados en muchos casos, como en la Historia de Torrente, los propios realistas. Iguales motes despec­tivos se dieron a los «realistas» desde la época de la guerra por parte nuestra, es decir por los america­nos: «Godos», «Sarracenos», «Tablas», «Talaveras», «Maturrangos», «Gachupines» y mil más. El más común y menos despectivo es el sin duda el de «españoles» o «realistas».
En muchos aspectos la guerra de Independencia fue en verdad una guerra civil, en especial si tenemos en cuenta que para que una guerra tenga ese carácter sus adversarios deben ser del mismo origen nacional, social y cultural, y discrepar sólo en lo ideológico-político. De igual manera sus fuerzas militares deben ser del mismo origen y extracción, divididas igualmente en lo faccioso. Este es sin duda el caso en gran medida en la guerra de independencia americana.
Pero lo que diferencia a la Guerra de Independencia y la hace especial y particular es no solo el resultado final obtenido, sino el fin último sostenido por ambas partes, en especial por parte de los patriotas, ésto es el logro de la total independencia política.
En una auténtica guerra civil, ambos bandos buscan imponer sus ideas políticas, pero, por principio, no intentan separar o desmembrar el territorio de la que consideran una Nación indivisible en su forma íntegra. Cualquiera que sea el bando triunfador, impondrá sus ideas o su organización política, aún ahogando en sangre a sus opositores pero, si está en sus manos, jamás desgajará una parte del territorio independizándola de la otra, menos después de haber obtenido el triunfo.
En cambió en el caso de nuestra guerra de independencia si bien por muchas causas presenta indudables rasgos de una guerra civil, es en el fin último buscado por ambos bandos lo que la hace distinta y diferencia su carácter. Por una parte los realistas buscaban el mantenimiento de la soberanía española, es decir los derechos de la Corona a gobernar estas tierras, evitando así la división del Imperio Hispanoamericano; en tanto que el fin de los patriotas fue precisamente separar la porción del territorio colonizado y hacer de él una nueva nación, o grupo de naciones, es decir forjaban una nueva Patria.
De allí los nombres que hemos utilizado en nuestro trabajo para señalar a los dos bandos y que creemos plenamente justificado y bien utilizado de «Patriotas» para referirnos a los que buscaban la independencia y «Realistas» a los que son el objeto de nuestro estudio, es decir los españoles y americanos que buscaron mantener la unidad del Imperio, y los derechos reales de Fernando VII.
Pero, ¿cuál ha sido el propósito que nos ha movido a realizar el presente estudio? ¿Por qué investigar sobre el Ejército Realista, por qué escribir un libro sobre ellos? No abundaremos en detalles de lo que se ha escrito hasta ahora del tema, puesto que lo hemos hecho en un trabajo ante­rior, que puede considerarse el prólogo de la presente historia, pero señalaremos nuestro punto de vista y la intención del presente trabajo.
Nuestra visión de la Guerra se funda o pretende seguir a aquella que ve la independencia americana como el resultado de una forma peculiar de conflicto, con grandes ribetes de Guerra Civil entre las dos facciones ya aludidas, tanto en España como en América; la de los Juntistas liberales o constitucionalistas y los absolutistas-monárquicos.
Teniendo en cuenta las características peculiares de este conflicto nos interesó el estudio de su componente militar o guerrero, motor de toda la guerra, que dividido en los dos bandos aludidos tenía en verdad un mismo origen nacional y social, discrepando en lo ideológico-político. Nuestro estudio orgánico y sociológico previo a la presente historia creemos que lo muestra claramente.2
En él intentamos recomponer el origen y composición de la oficialidad y la tropa, sus necesi­dades de reclutamiento, estamentos y castas para satisfacerlas, carrera militar y graduaciones. El estudio de la oficialidad y la tropa nos llevó al de los cuerpos militares y a la reconstrucción de las distintas unidades que lo compusieron, surgiendo así gran cantidad de unidades militares casi desco­nocidas hasta hoy, de corta o larga existencia, por no haber trascendido en las memorias o el re­cuerdo.
Todos estos temas estudiados a fondo nos abrieron el panorama del verdadero Ejército Realis­ta del Virreinato del Perú. No el fantasma sin rostro de los libros de historia clásicos, sino el auténti­co, el de los milicianos y los veteranos, el de los españoles expedicionarios y los americanos, el de los negros y los indios. La dimensión más humana que así se nos presentó contribuyó no sólo a la admiración o justipreciación de la lucha llevada a cabo, sino que nos dio una acabada visión de la verdadera escencia de la Epopeya de la Independencia.
No podemos negar que, como le pasa a todo historiador que encara un tema, «subjetivamente elegido», terminamos siendo totalmente absorvidos por el mismo y aún nos sentimos atraídos por algunos de sus personajes. Sin duda un pequeño dejo de admiración y cariño hacia su causa puede filtrarse de nuestras páginas. Algunos colegas, sin duda ligados a conceptos historiográficos caducos o dogmáticos, han criticado nuestro anterior libro, expresando que nuestra investigación tiende a «reivindicar al enemigo de la Patria». No merece la pena perder el tiempo contestando tales miopías históriográficas en especial considerando que la Patria ha tenido y tiene aún hoy peores enemigos, externos e internos, mas de temer que los generales y miembros del Ejército Realista, que por último no hacían sino defender los derechos de su Rey y Patria.
No creemos necesario hacer una «profesión de Fé patriota» sobre nuestra posición personal y profesional respecto a la Independencia Americana, pues ello es mas acorde a un Tribunal de Purifi­cación o a un Comité de Salud Pública revolucionario, que a una investigación historiográfica. Por otro lado no vamos a negar que, por una simple cuestión de elección subjetiva del tema, sentimos una no disimulada admiración y cariño por los miembros del Ejército Realista. Pero no porque pensemos que en América debía continuar «in aeternum» la dominación hispana tal como se hallaba a principios del siglo XIX y mucho menos bajo la corona del peor de los reyes que ha tenido la España.
Lo que admiramos y respetamos es simplemente el valor, el honor y aún la resignación de luchar por España en una causa que estaba perdida desde sus inicios ya que luego de la guerra contra el francés España estaba desangrada, empobrecida y cansada de guerrear. Las nuevas ideas políticas y la mediocridad de sus gobernantes habían hecho impopular la guerra americana y como dijo algún historiador español: «el pueblo no creía ya en su responsabilidad histórica». Los realistas y los patriotas comprendieron que al final España abandonaba la partida, pero los crio­llos realistas, aún desantendiendo los ruegos de amigos y parientes del bando patriota, leales hasta el fin lo sacrificaron todo. Con ellos habían empezado España y la Corona defendiendo sus derechos y con ellos ambas perderían la última batalla.
Todo ello nos movió a intentar reconstruir como continuación de nuestro primer trabajo, la historia de ese ejército, rescatándolo del olvido a que lo habían condenado las historias nacionales de ambos lados del mundo hispánico. Hemos tratado de ponernos el uniforme realista y recorrer codo a codo con sus soldados, año tras año de la guerra y paso a paso sus campañas, sus victorias y sus derrotas. Por ello la visión que intentamos dar es acorde a lo que ellos vieron y supieron en cada momento. Para ello utilizamos casi exclusivamente sus propias memorias y sus propios documentos, presciendiendo de interpretaciones y relatos posteriores, así como hemos evitado, en la medida de lo posible los juicios de valor, salvo que fuesen realizados por los actores directos de los acontecimien­tos, y todo aquello que pudiera deformar la visión contemporánea de los hechos.
El lector juzgará en que medida hemos cumplido con nuestro propósito.

Vicente López, Septiembre de 1996.-
Julio Mario Luqui-Lagleyze