240 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2016, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 270 pesos
Precio internacional: 24 euros
En 1943 el Ejército alemán se encontró con un horrible descubrimiento: unas fosas comunes repletas de cadáveres de unos 15.000 oficiales y suboficiales polacos, todos ellos ejecutados por el sistema del tiro en la nuca, clásico de la policía soviética, en 1940. Como acostumbraba, para evitar las campañas difamatorias a las que constantemente se encontraba expuesto, convocó a la Cruz Roja y a una comisión internacional para que actuen de veedores y puedan comprobar la autoría soviética de la matanza. A pesar de que tanto polacos como ingleses y soviéticos conocían a sus autores, todos prefirieron culpar a los alemanes por razones políticas. Incluso terminada la contienda, en el Tribunal de Nuremberg, se siguió escuchando esta acusación a pesar de lo evidente de las pruebas. Recuerdese que las potencias aliadas habían declarado la guerra supuestamente para defender a Polonia de Alemania, a pesar de que tambien Rusia atacó a Polonia dos semanas después y no sólo no le declararon de la misma manera la guerra, sino que se aliaron a Rusia, prometiéndole -y concediéndole- infinitamente más territorios y prebendas que los que Stalin pidió a Hitler y éste le negó. Aceptar púbicamente que la Unión Soviética había actuado peor que Alemania les era imposible.
Józef Mackiewicz, reconocido escritor polaco, con el consentimiento del gobierno polaco en exilio, participó de la Comisión Internacional que estuvo presente en las primeras excavaciones de las fosas comúnes en Katyn y pudo comprobar fehacientemente lo que allí realmente había sucedido. Tras seguir investigando el hecho por 5 años, recopilando documentación, se decide en 1948 a escribir el libro que aquí presentamos, con un relato pormenorizado de la matanza de los oficiales polacos por la policía secreta soviética. Su primera edición fue destruida por el editor en Londres pero pronto el trabajo conocería numerosas ediciones en diversos idiomas. Aun así, de 1945 a 1990, mientras duró la República comunista polaca, su trabajo permaneció censurado en su propio país, ninguna publicación le fue permitida ni siquiera en ámbitos académicos o periodísticos, debido a este intento por exponer los crímenes del comunismo.
Hoy sabemos que las víctimas polacas de aquel crimen soviético fueron cerca de 22.000 ejecutados tanto en el bosque de Katyn como en las prisiones de las ciudades próximas, e incluían militares, policías y civiles integrantes de la intelectualidad polaca —profesores, artistas, investigadores e historiadores— en un solo intento de “purgar” Polonia para instaurar el comunismo tras su invasión. De todas formas, e increiblemente, aun no se pone en duda que la guerra se debió desatar contra Alemania por su reclamación de los territorios propios que le fueron quitados tras la Primer Guerra Mundial y no a Rusia por este atropello contra el pueblo polaco.
ÍNDICE
I.- El traidor ataque de la Unión Soviética7
II.- Falsas promesas15
III.- Quince mil prisioneros desaparecidos25
IV.- Inquietud en Polonia43
V.- Confirmación de una horrible sospecha49
VI.- Junio de 194159
VII.- Vanas investigaciones71
VIII.- Terrible emisión radiofónica alemana93
IX.- Se rechazan las investigaciones de la Cruz Roja101
X.- La voz de los muertos113
XI.- Una comisión internacional de expertos117
XII.- La tercera pregunta127
XIII.- Mi descubrimiento en Katyn141
XIV.- ¿Un nuevo delito?169
XV.- La historia que el tribunal no ha oído177
XVI.- ¿Dónde fueron asesinados los restantes prisioneros?199
XVII.- Los embustes del comunicado soviético205
El traidor ataque de la Unión Soviética
El primero de septiembre de 1939, Hitler desencadenó la segunda guerra mundial con un ataque concentrado de sus ejércitos contra Polonia. Dos semanas después, este país aún se batía intentando detener las tropas de Alemania, cuya potencia bélica todavía no había sido exactamente valorada. En el ínterin, los aliados occidentales, fortificados tras la «Línea Maginot», se limitaban a formular una declaración de guerra y a arrojar octavillas sobre Alemania. La experiencia demostró que Polonia jamás habría tenido la posibilidad de hacer frente al tremendo ímpetu de las fuerzas germanas. Sin embargo, Polonia lo afrontó heroicamente, a pesar de que sus medios iban escaseando cada vez más.
Era la noche del 16 de septiembre.. Moscú, aún siendo una de las mayores capitales europeas, no tiene la vida nocturna de las otras grandes ciudades: sus noches son tristes y monótonas. Aquella noche Moscú dormía; pero desde que los bolcheviques habían alcanzado el poder, su sueño era intranquilo. Incluso en el más profundo sueño, los oídos se mantenían alerta al menor ruido, a los pasos de los agentes de la seguridad pública, que solían merodear a aquellas intempestivas horas. Como de costumbre, continuaban encendidas las luces de las oficinas de la NKVD y de numerosas prisiones, mientras el resto de la ciudad se hallaba sumida en la obscuridad más profunda. Pero no todo era quietud: una actividad inusitada se estaba llevando a cabo en las dependencias y oficinas de la NKVD (Comisaría del Pueblo para Asuntos Exteriores). En su domicilio, el embajador polaco Grzybowski, inclinado sobre la radio, intentaba captar las noticias del frente. De repente sonó el timbre del teléfono.
¿Diga?
La Comisaría del Pueblo para Asuntos Exteriores requiere la presencia de Vuecencia a las tres de la madrugada.
Grzybowski consultó su reloj. Eran las dos y cuarto. Cuando llegó a la NKVD, fue recibido por el sustituto del Comisario de Asuntos Exteriores, Potemkin, el cual, de pie y sin invitarle a tomar asiento, le leyó una nota. Las primeras palabras impresionaron profundamente al Embajador. La estancia entera, con sus enormes arañas, giraba ante los ojos de Grzybowski. Pero supo sobreponerse a su debilidad y, rígido, aunque pálido, escuchó hasta el final el texto que le era leído. Era demasiado intensa su excitación para seguirlo palabra por palabra; pero entendió perfectamente su significado: se había pronunciado la sentencia de muerte contra su patria. Minutos más tarde, Radio Moscú transmitía la noticia de que, de acuerdo con Hitler, la Unión Soviética había decidido desmembrar Polonia y destruir su soberanía y su independencia. Molotov, en la nota que él mismo había firmado, declaraba:
« …. El Estado Polaco ha dejado de existir. El ejército rojo ha recibido la orden de cruzar la frontera para extender fraternalmente la mano a las gentes de la Rusia Blanca occidental y de la Ucrania occidental”
Se refería con estas palabras a la zona oriental de Polonia.
En realidad, la mano fraternal se extendía a… Hitler. Todo esto había sido planeado con von Ribbentrop en agosto. Esta es la razón por la cual la línea que divide el territorio polaco entre Moscú y Berlín ha pasado a la historia con el nombre de «Línea Ribbentrop Molotov».
Pero en aquella noche fatal, cuando las manecillas del reloj señalaban las tres y media, todas estas cosas eran aún desconocidas en el mundo. Y también lo eran para el Embajador polaco. Tras la lectura de aquel texto en la Comisaría del Pueblo para Asuntos Exteriores, y en el breve silencio que siguió un silencio turbado tan sólo por la fatigosa respiración de aquellos hombres , lo único que Grzybowski comprendió claramente fue que la Unión Soviética apuñalaba traidoramente a su patria, cuando ésta se encontraba extenuada por la lucha contra Hitler. Una extraña sequedad de boca le impedía hablar. Finalmente logró decir:
¡Protesto y me niego a recibir esta nota!
Sólo cuando se halló de vuelta en su gabinete recuperó la calma. Sentóse y redactó inmediatamente una enérgica nota de protesta.
Pero antes de que los primeros resplandores del alba hicieran visible la silueta del Kremlin, a las 4. 20 de la madrugada (a la misma hora en que el ejército de Hitler había atravesado la frontera occidental de Polonia, diecisiete días antes) las tropas rojas cruzaban la frontera oriental. De este modo, las orugas de numerosas divisiones de carros de combate, los cascos de las caballerías, las ruedas de las columnas motorizadas y las botas de la infantería pasaron por encima de todos los tratados, violando todas las obligaciones de la Unión Soviética para con el Estado Polaco.
En su avance, las tropas soviéticas hacían circular el rumor de que acudían en socorro de Polonia en su lucha contra Alemania. En varios lugares donde quedó interrumpido el contacto con las autoridades centrales, las guarniciones polacas fueron engañadas y desorientadas por completo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, las unidades polacas opusieron una obstinada resistencia ante la opresiva preponderancia de las tropas soviéticas. Pero fuera cual fuera la actitud de las tropas polacas ante el avance del ejército rojo, una misma suerte esperaba a todos los oficiales y graduados que no habían caído en acto de servicio: el cautiverio.
Los primeros hombres que cayeron prisioneros fueron los miembros del Cuerpo Polaco de Defensa de la Frontera (K. O. P.). Soldados y oficiales, al ser apresados eran deportados inmediatamente a Rusia o fusilados. Algunos de los que lograron sobrevivir, y que después consiguieron escapar de las prisiones y reincorporarse al ejército polaco en el extranjero, hicieron detalladas declaraciones, que, reunidas y catalogadas más tarde, forman hoy voluminosos archivos que se conservan en lugar seguro fuera de la Polonia dominada por los rusos. Merecen ser trasladados aquí algunos extractos de este importante archivo.
Un miembro del Cuerpo de la Defensa de la Frontera (núm. de catálogo 5.573) declara:
«Tras haber sido hechos prisioneros, nos obligaron a correr unas dos millas con las manos levantadas sobre la cabeza. Luego fuimos desnudados completamente y cacheados, confiscándosenos cuanto de algún valor se halló en nuestro poder.
»Después del registro nos hicieron formar una columna de a cuatro, y cuando hubieron tomado nota de nuestros nombres, tuvimos que recorrer veinte millas sin descansar un instante y sin beber una gota de agua. El trato era brutal, el lenguaje empleado al hablar con nosotros, grosero, y si alguno, extenuado, se rezagaba, era golpeado con las culatas de los fusiles o atravesado con las bayonetas cuando caía. Yo presencié cuatro casos de éstos. Recuerdo perfectamente al capitán Krzemienski, de Varsovia, que fue repetidamente herido con los machetes, y luego, mientras yacía en tierra, un soldado le alojó dos balas de su pistola en la cabeza».
La menor resistencia, ya proviniera de la unidad armada como de la población civil, era castigada del modo más despiadado. En Grodno, 130 cadetes y aspirantes, que opusieron resistencia, fueron vilmente asesinados. Uno de ellos fue atado a un carro blindado y arrastrada su cabeza por las calles. Cerca de Grodno, en Sopockinie, los rusos asesinaron al comandante del Tercer Distrito, general Wilczynski, con todos sus oficiales.
En las proximidades de Augustow los rojos dieron muerte a veinte agentes de policía.
Especialmente fueron numerosos los actos de terrorismo y destrucciones llevados a cabo en los alrededores de las ciudades de Wolkowysk, Swislocz, Oszmiana y Molocecno.
Se desarrollaron sangrientos combates en la comarca de Orany y en el distrito de Polesie; durante uno de ellos, murieron 150 oficiales y algunos de los 120 que cayeron prisioneros fueron ejecutados acto seguido, mientras otros eran deportados a Rusia, a pesar de las promesas de libertad que se les había hecho.
En los alrededores de Kovel la lucha fue encarnizada. Había caído Brzesc Litewski en poder de los alemanes, a excepción de la ciudadela, que fue bombardeada simultáneamente por las artillerías nazi y soviética.
Durante el desarme de los oficiales polacos en Chodorow, Tarnopol, Nowogrodek, Sarny, Kosow, Zloczow y Rohatyn, desarrolláronse horribles episodios. En Rohatyn sucedió lo siguiente:
«Alrededor de las cuatro de la tarde entraron las tropas soviéticas en la ciudad causando estragos e infligiendo las más crueles torturas a sus habitantes. No sólo fueron torturados los miembros de las fuerzas polacas y de la policía, sino también numerosos burgueses, incluidos mujeres y niños. Los soldados, desarmados, fueron concentrados en un prado con la orden de tenderse en el suelo. Cuando se hubieron reunido unos 800 hombres, los rusos asentaron sus ametralladoras de modo que sus líneas de tiro cubrieran por completo la concentración de prisioneros, y cada vez que una cabeza sobresalía, era dirigida sobre los infelices una mortífera ráfaga. Durante toda la noche permanecieron los prisioneros en aquella situación y al día siguiente fueron conducidos a Stanislawow y desde allí deportados a Rusia».
El comandante soviético del llamado «Frente Ucraniano» que se extendía hacia el sureste de Polonia, era el mariscal Timoshenko, cuyo nombre hízose más tarde famoso como una de las principales figuras de la campaña ruso germana. El fue quien hizo una llamada a los oficiales polacos en 1939 después que el ejército rojo cruzase la frontera de Polonia. He aquí el texto:
«¡Soldados! En los últimos días el ejército polaco ha sido definitivamente aniquilado. Más de seis mil soldados de las ciudades de Tanopol, Halioz, Rowno y Dubno se han pasado voluntariamente a nuestras filas. ¿Qué os resta hacer, soldados? ¿Por qué arriesgar vuestras vidas? Toda resistencia es ya inútil. Vuestros oficiales os conducen a una muerte absurda. ¡Son vuestros enemigos y sólo desean vuestra muerte! Ellos fueron quienes fusilaron a los delegados que nos enviásteis para tratar de la rendición. No les obedezcáis.
»¡Soldados, acabad con vuestros oficiales y con vuestros generales! ¡Expulsadles de vuestro país! Si os unís a nosotros, al ejército rojo, nada habréis de temer y hallaréis buen trato y estima.
»Recordad que tarde o temprano el ejército rojo liberará a la nación polaca de esta guerra desgraciada, y todos vosotros tendréis oportunidad de empezar una nueva vida. ¡Creednos, el ejército rojo es vuestro único amigo!»
Firmado:
S. Timoshenko
Comandante en Jefe del Frente Ucraniano.
Este manifiesto, que además de ser completamente falso contenía la gran mentira del pretendido asesinato de la imaginaria delegación polaca por parte de los oficiales polacos, no tuvo la menor repercusión entre las tropas, que se mantuvieron fielmente subordinadas hasta el último momento. Pero el ejército polaco, acosado por dos fuegos, pronto dejaría de existir.
¿Cuál es el número de oficiales y soldados polacos que cayeron en manos de los bolcheviques?
Para responder a esta pregunta debemos considerar la mentalidad soviética y sus métodos. El bolchevismo tiene su propio código de moral y su particular concepción de la justicia. Sus principios no son los aceptados en el resto del mundo, y su justicia no nace de la objetiva valoración de las acciones del individuo, sino del estudio subjetivo de las mismas en relación con las finalidades del partido, representado por el estado de la Unión Soviética, el cual justifica cualquier medio empleado para conseguirlas. La elección del método se basa por consiguiente en la mayor o menor utilidad que dicho método pueda reportar a la consecución de determinados objetivos: los métodos empleados por el bolchevismo son despiadados en toda la extensión de la palabra.
Nos hemos permitido esta divagación para facilitar la comprensión de las causas que motivaron la actitud soviética durante aquel trágico mes de combate. A excepción de las violencias y ultrajes cometidos por los rusos, el resto de la traidora conducta seguida por ellos, es, a nuestro juicio, absolutamente inexplicable.
Prescindiendo de la excusa inicial que pretendía que el ejército rojo había llegado para socorrer a Polonia en su lucha contra la invasión alemana, la traición consistía en falsas promesas proclamadas a los cuatro vientos y difundidas entre el ejército polaco, mientras los rusos llevaban a cabo actos de vandalismo en las localidades empeñadas aún en una desesperada defensa. Dichas promesas llegaron a garantizar a los soldados y oficiales que, una vez entregadas las armas, serían libres de elegir entre regresar tranquilamente a sus hogares o atravesar la frontera rumana o la húngara para ir a engrosar las filas del ejército polaco, que se estaba reorganizando en el extranjero con el objeto de proseguir la lucha contra los alemanes.
Los motivos de aquella oscura maniobra son hoy bastante evidentes. Fue una medida tomada para evitar que los elementos considerados por los bolcheviques como «enemigos de categoría» se dispersaran libremente por el país y pudieran llegar a constituir en el futuro el alma de un movimiento clandestino de resistencia. En otras palabras, el objetivo era descubrir a los «enemigos de categoría», agruparlos y eliminarlos según los principios y métodos de la doctrina bolchevique.
Esta maniobra, que alcanzó generalmente felices resultados, fue iniciada simultáneamente en diferentes puntos del territorio ocupado. En el distrito de Lwow esta medida fue llevada a cabo en gran escala.
Ante aquellas atrocidades e injusticias, hasta la Naturaleza trataba de ocultar su faz. El tiempo sufrió un brusco cambio: nublóse el cielo y ráfagas de viento empezaron a desnudar las ramas de los árboles, del mismo modo que la guerra arrebataba a los hombres del seno de sus familias y de la vida misma. La lluvia comenzó a importunar a vencedores y vencidos. El 12 de septiembre los alemanes llegaron a Lwow. A pesar de estar tenazmente sitiada, la ciudad resistía. Resistía con los soldados hundidos en el barro hasta la rodilla; la lluvia persistente se mezclaba con la sangre de aquellos que habían caído defendiendo a la patria.
La defensa de Lwow fue dirigida por el general Langner.