192 páginas.
41 imágenes b/n
Tamaño: 13,5 x 20,5 cm.
Ediciones Camzo
España, 2012
Colección: Ullman
Encuadernación rústica cosida c/solapas
Precio para Argentina: 102 pesos
Precio internacional: 17 euros
América, se ha dicho, es tierra del mito. Desde la llegada de Colón, navegantes y conquistadores europeos -y específicamente españoles- han visto resurgir en estas tierras el mundo del mito que en la Europa del Renacimiento quedaba cada vez más atrás. Colón mismo creía encontrar en América del Sur la sede del bíblico Paraíso Terrenal; otros descubridores creían avistar gigantes y amazonas expatriados del Viejo Mundo, mientras dioses y héroes de los pueblos indígenas recordaban necesariamente a sus homólogos de la Antigüedad, o a los apóstoles cristianos. Ponce de León esperaba hallar la Fuente de Juvencia y más de un conquistador empeñó su hacienda y su vida en la demanda de las Siete Ciudades de Cíbola o de la Ciudad de los Césares.
Asimismo el origen de los habitantes de América puede ser entendido míticamente, es decir, con referencia a las tradiciones del Viejo Mundo, sin que importe la verosimilitud histórica: allí están los Atlantes y las Tribus Perdidas de Israel, el Ulises que fundó Lisboa y el Hércules en demanda de las Hespéridos héroes “occidentales” por excelencia- como asimismo hispanos, fenicios, cartagineses, romanos, mientras esperan su turno Caballeros del Graal y los Templarios.
En esta obra, el revisionismo radical de nuestro autor se va a ocupar del misterio del Descubrimiento de América Noticias de la época helenística -fecunda en viajes, pero también en relatos fantásticos-, que el autor va a deducir viajes realizados entonces a América desde Asia sudoriental, cruzando el Pacífico; y de confusos datos a través de la Edad Media, desprenderá que los mejores navegantes europeos ya cruzaban el Atlántico en demanda del continente desconocido -pero no desconocido para ellos. No se trata de mera especulación; De Mahieu analiza toda la cartografía pertinente, de la Antigüedad al Renacimiento; y ciertamente un argumento fuerte para su tesis radica en las obras de Behaim y de Waldseemüller (1506-1507), que parecen denotar el conocimiento del estrecho de Magallanes -¡descubierto en 1520!- y de la costa sudamericana de un modo que era imposible en años tan tempranos. La conclusión general es que Colón -con quien De Mahieu se encarniza: embustero, ladrón, quizás asesino- proyectó y ejecutó su viaje perfectamente a sabiendas, contando con mapas y con noticias concretas acerca de las tierras al otro lado del Atlántico.
Erwin Robertson Director de la revista Ciudad de los Cesares
ÍNDICE
Prólogo de Erwin Robertson
Cap. I – La América de los Romanos
Cap. II – Más Allá del Mar Tenebroso
Cap. III – Colón, el Embustero
Cap. IV – El “Mapa Imposible” de Martín Waldseemüller
Cap. V – Las Tierras Nuevas
Cap. VI – La Tierra de los Papagayos
Cap. VII – El Secreto Diappense
EL AUTOR
Jacques Marie de Mahieu nació en París en 1915 y murió en Buenos Aires en 1990. Fue filósofo, sociólogo y antropólogo. De Mahieu había militado en el movimiento monarquista francés de Action Française y colaborado con el régimen de Vichy. Formó parte de la 33.ª División de Granaderos SS Voluntarios Charlemagne en las Waffen-SS durante la Segunda Guerra Mundial, una de las que combatió contra los soviéticos frente a la Cancillería de Berlín, hasta la última gota de sangre y hasta no quedarle más municiones.
Una vez naturalizado argentino, se convirtió durante los años ’60 uno de los ideólogos del movimiento peronista –justicialista– (participó en la investigación y redacción de la reforma de la Constitución argentina de 1949). Mentor de muchos de los jóvenes militantes de la organización Tacuara.
En sus estudios antropológicos, políticos, económicos y sociológicos mezcló ideas aristocráticas, racistas y nacionalistas en lo político-antropológico, con un anticapitalismo de tendencia socializante en lo económico. Ejerció la docencia en la Universidad Nacional de Cuyo.
De Mahieu desarrolló un proyecto de economía comunitaria (sobre el cual luego teorizara en su obra “La economía comunitaria” de 1964) en la región de Cuyo (oeste de Argentina), durante el gobierno de Juan Domingo Perón. El advenimiento del gobierno golpista que derrocara al peronismo en septiembre de 1955, hizo que el mismo fuera desarticulado por ser considerado «una práctica comunista».
PRÓLOGO
AMÉRICA, se ha dicho, es tierra del mito. Desde la llegada de Colón, navegantes y conquistadores europeos -y específicamente españoles- han visto resurgir en estas tierras el mundo del mito que en la Europa del Renacimiento quedaba cada vez más atrás. Colón mismo creía encontrar en América del Sur la sede del bíblico Paraíso Terrenal; otros descubridores creían avistar gigantes y amazonas expatriados del Viejo Mundo, mientras dioses y héroes de los pueblos indígenas recordaban necesariamente a sus homólogos de la Antigüedad, o a los apóstoles cristianos. Ponce de León esperaba hallar la Fuente de Juvencia y más de un conquistador empeñó su hacienda y su vida en la demanda de las Siete Ciudades de Cíbola o de la Ciudad de los Césares. Las que, por lo demás, inaccesibles en el tiempo y en el espacio, resisten los fracasos y los desengaños: ¿no fue tan solo ayer que un explorador inglés, Percy H. Fawcett, desapareció en la búsqueda de una misteriosa ciudad, sobrevivencia de altas civilizaciones primordiales en medio de las selvas del Brasil?
Asimismo el origen de los habitantes de América puede ser entendido míticamente, es decir, con referencia a las tradiciones del Viejo Mundo, sin que importe la verosimilitud histórica: allí están los Atlantes y las Tribus Perdidas de Israel; el Ulises que fundó Lisboa y el Hércules en demanda de las Hespérides -héroes “occidentales” por excelencia-, como asimismo hispanos, fenicios, cartagineses, romanos, mientras esperan su turno Caballeros del Graal y los Templarios. ¿Cómo no, si los hombres de Europa han querido explicarse en términos de conceptos familiares y de imágenes recibidas el “fenómeno” de América? Y si, por otro lado, formas y figuras míticas cobraban nueva vida en América, también parecía posible realizar acá, ex novo, lo que ya no era posible en el Viejo Mundo: construir racionalmente la sociedad que escapara de las tensiones e imperfecciones de siglos de historia. Así las reducciones jesuítas del Paraguay, y así todavía en la percepción favorable de parte del europeo de hoy a muy modernas utopías, hechas realidad -esta vez sí, se creyó- en las tierras de este lado del Atlántico.
Empero, si bien se mira, esta predisposición mental no es nueva. Ya la gesta de Alejandro Magno, con la ampliación efectiva de los conocimientos geográficos que acarreó, trajo también en el mundo antiguo una renovada atención por las situaciones míticas -o utópicas- que pervivían en esas tierras de los confines de la Ecumene; de confines que retrocedían cada vez más, sin dejar de atraer tras sí al navegante… o al novelista. Descubrimientos auténticos y relatos para sorprender al lector ávido de maravillas se confundían. En este cuadro comparecen Etiopía y la India, desde luego; pero también Thule y la Isla de los Hiperbóreos, lugar predilecto de Apolo, y tantos lugares connotados por su clima paradisíaco, por la naturaleza generosa o por instituciones políticas sabiamente racionales. En su momento, una Europa que no se resigna a ser prosaica y sin misterio, trasladará ese cuadro a América.
Mas no estamos hablando sólo del pasado. No, porque las nociones y las imágenes míticas son perennes como el hombre, aunque busquen para expresarse el lenguaje del frío pensamiento racional del día. Ayer tan solo, un hijo de Israel recurrió a la ciencia de su tiempo -la más característica de la Modernidad, la economía- buscando traducir la profecía escatológica de su pueblo -y la llamó socialismo científico. No ha sido ni será el último.
La América de los muchos misterios, que ha tenido sus poetas, necesitaba también quien tradujera al lenguaje de la ciencia de hoy sus intuiciones fundacionales. He aquí a Jacques de Mahieu -Jaime María de Mahieu- llamado a esta misión. Trasplantado a estas tierras para difundir las ciencias del hombre y poner los fundamentos doctrinales de un formidable movimiento nacional y social americano, De Mahieu supo asimismo de los vikingos, que no sólo de Groenlandia al mar Caspio y de Bizancio a Inglaterra habían dejado testimonio de sus andanzas y conquistas, sino también -así De Mahieu defendía- de Vinland a la cuenca del Plata. No sólo eso, sino que Tiahuanaco y la casta solar de los Incas en ellos debían reconocer origen. Los últimos restos de los audaces navegantes nórdicos creyó De Mahieu encontrarlos, en nuestros días, en la selva paraguaya. Toda la visión aceptada de la antropología americana y de las altas culturas precolombinas fue desafiada de este modo por De Mahieu.
En esta obra, el revisionismo radical de nuestro autor se va a ocupar de otro problema específico de América: el misterio de su Descubrimiento. Pues de las noticias de la época, helenística -fecunda en viajes, pero también en relatos fantásticos, corno hemos visto-, De Mahieu va a deducir que entonces se viajaba a América desde Asia sudoriental, cruzando el Pacífico; y de confusos datos a través de la Edad Media, desprenderá que los mejores navegantes europeos ya cruzaban el Atlántico en demanda del continente desconocido -pero no desconocido para ellos. No se trata de mera especulación; De Mahieu analiza toda la cartografía pertinente, de la Antigüedad al Renacimiento; y ciertamente un argumento fuerte para su tesis radica en las obras de Behaim y de Waldseemüller (1506- 1507), que parecen denotar el conocimiento del estrecho de Magallanes -¡descubierto en 1520!- y de la costa sudamericana de un modo que era imposible en años tan tempranos. La conclusión general es que Colón -con quien De Mahieu se encarniza: embustero, ladrón, quizás asesino- proyectó y ejecutó su viaje perfectamente a sabiendas, contando con mapas y con noticias concretas acerca de las tierras al otro lado del Atlántico.
Por cierto, la idea de Descubrimiento está en discusión a lo menos desde los años del Quinto Centenario; pero no por las razones gratas a De Mahieu, sino -al contrario- por la connotación “etnocéntrica” que tal término conlleva. Se prefirió entonces la más anodina expresión de “Encuentro de Culturas”. El punto es otro: qué se va a llamar “descubrimiento”. No necesariamente tiene que ser el primer avistamiento o el primer desembarco en una tierra no conocida hasta entonces en los países de origen de los navegantes que así hicieron; aunque tales avistamientos o desembarcos no hayan sido accidentales, y aunque se pueda probar que ha habido relaciones sostenidas con esa tierra presuntamente desconocida. La cuestión, para nosotros, es el momento de la incorporación a la historia universa] de ese mundo -no tan nuevo, por lo que se ve. En este sentido, es difícil desconocer las consecuencias histórico-universales del viaje de 1492; otra cosa es que ello sea hoy políticamente incorrecto. Por lo demás, todo el despliegue de la imaginación mítica y utópica europea -de lo que hemos partido en este prólogo- arranca ciertamente de la expedición colombina; no de los misteriosos viajes de anónimos navegantes normandos.
Como sea, aunque la tesis de Jacques de Mahieu pueda -como toda tesis histórica- ser discutida y discutible, y aunque pueda a algunos parecer aventurada, no puede dejar de reconocerse que es sugerente. Historias “no oficiales”, leyendas, mitos, vienen siempre a refrescar’ lo que sería tal vez de otro modo el repertorio tedioso de lo ya sabido. Para América, esta Geografía Secreta se enlaza en una discusión que no termina sobro su origen y -lo que importa más- sobre su destino.
Erwin Robertson
Director de la revista Ciudad de los Césares Santiago, Chile, septiembre de 2011