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CRISTO NO ES JUDÍO – HOUSTON STEWART CHAMBERLAIN, JOAQUÍN BOCHACA, MARTIN LUTERO

108 páginas
Ediciones Sieghels
2013
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 40 pesos
Precio internacional: 12 euros

“… Si queremos adquirir claridad sobre nosotros mismos, debemos ante todo ver claro en los pensamientos e ideas fundamentales que hemos heredado de nuestos ancestros…
“No es de ninguna manera indiferente si mediante un agudo análisis adquirimos conceptos precisos acerca de lo que en esta figura (Cristo) es judío y lo que no lo es. En cuanto a esto impera desde los comienzos de la Era cristiana y hasta el día de hoy, y desde los bajos niveles del mundo intelectual hasta sus cimas más altas, una desesperante confusión…
“… ¿Cómo, sobre todo, serremos capaces de separar y clasificar lo especificamente judío tan amenazadoramente peligroso para nuestro espiritu, si la imagen de Cristo en sus lineamientos generales no está claramente ante nuestros ojos, y si no somos capaces de distinguir netamente en esta figura lo puramente personal de su condicionamiento historico?
Con estos conceptos justificaba plenamente el gran Houston Stewart Chamberlain, el filosofo por antonomasia del racismo, en su obra cumbre -Fundamentos del Siglo XIX – su proposito de investigar exhaustivamente el origen racial de Jesucristo, que le habría de permitir arribar a una irrebatible conclusion: Cristo no es Judío.
A esta nueva edición se agregan los trabajos de Joaquín Bochaca, “El mito del judaísmo de Cristo”, y la controvertida obra de Martin Lutero, “Sobre los judíos y sus mentiras”.

ÍNDICE

EL MITO DEL JUDAÍSMO DE CRISTO 7
por Joaquín Bochaca

CRISTO NO ES JUDÍO 21
por Houston Stewart Chamberlain
Introducción 22
I. Los galileos 25
II. Religión 37
III. Cristo no es judío 45
IV. Religión histórica 52
V. La voluntad en los semitas 62
VI. Profetismo 68
VII. Cristo no es judío 70
VIII. El siglo XIX 72

SOBRE LOS JUDÍOS Y SUS MENTIRAS 75
por Martin Lutero
Introducción 75
Prólogo del autor 75
Una forma de lucha 77
Víctimas de la ira de Dios 77
Su propia presunción 78
Hijos del demonio 79
Su propia exaltación 80
Mentirosos y sabuesos 80
Peor que los no creyentes 81
Se burlan de los diez mandamientos y hacen de Dios un loco 82
Sus escuelas, un nido del demonio 83
Poseídos por el diablo 84
Deshonestos con la escritura 85
Su mesías es el oro y la plata 86
Un cruel y venenoso enemigo 87
Nos maldicen en secreto 88
El Talmud aun peor que la filosofía general 89
Profanan el nombre de Jesús 90
Ellos llaman prostituta a la Virgen María 91
Nos esclavizan con nuestra propia prosperidad 92
Siempre traicionaron a Moisés 95
Caritativos con nuestra propia riqueza 97
Aviso a los gobernantes 98
Desean la muerte de los cristianos 99
Aviso a los predicadores 100
Insultan al Nuevo Testamento 102
Su mesías es falso 104
Tener cuidado con su usura y blasfemia 105
SERMONES DE LUTERO
Una apreciación sobre el genero humano 106
El peligro judío 106
El legado de Lutero 107
El último sermón de Lutero 107

INTRODUCCIÓN

Por la virtud de Uno, todos llegaron
a la verdadera salvación.
Mahabharata

Ante nuestros ojos se halla una imagen incomparable; esta imagen es la herencia que hemos recibido de nuestros padres. La importancia histórica del Cristianismo no se puede apreciar y juzgar exactamente, sin el conocimiento preciso de esta imagen; en cambio no es válido lo contrario, y la figura de Jesucristo hoy está más bien oscurecida y lejana, a raíz de la evolución histórica de las iglesias, que descubierta a nuestro ojo perspicaz. Observar esta figura solamente a través de un dogma limitado por tiempo y lugar, significa ponerse voluntariamente anteojeras y restringir la visión sobre lo divinamente eterno a una pequeña medida. De todos modos, precisamente la imagen de Cristo apenas es tocada por los dogmas eclesiásticos; todos ellos son tan abstractos que no proporcionan punto de sostén ni a la razón ni al sentimiento; es válido para ellos en general lo que un testigo no capcioso, san Agustín, dice del dogma de la Trinidad: “Hablamos por consiguiente de tres personas, no porque nos hagamos la ilusión de haber dicho algo con esto, sino simplemente porque no podemos callar.” Seguramente no es una falta al respeto debido cuando decimos: no las iglesias forman el poder del Cristianismo, sino que éste lo constituye sola y exclusivamente aquella fuente de la cual las iglesias mismas toman su fuerza: la vista del Hijo del Hombre crucificado.
Separemos, pues, la imagen de Cristo sobre la tierra de todo cristianismo histórico.
¿Qué son, pues, téngase en cuenta, nuestros 19 siglos para la incorporación de semejante vivencia, para la transformación que penetra las capas de la humanidad mediante una cosmovisión nueva desde la base? ¡Piénsese que se tardó más de dos milenios antes de que la estructura matemáticamente probable del cosmos, que puede ser imaginada por los sentidos, llegara a ser una propiedad firme y general del saber humano! ¿No es verdad que el intelecto con sus ojos y su infalible breviario de 2 x 2 = 4, es más fácil de modelar que el corazón ciego, eternamente seducido por el egoísmo? Ahora nace un hombre y vive una vida por la cual el criterio de la importancia ética del ser humano, la “cosmovisión moral” en su totalidad, sufren una completa modificación con lo cual, al mismo tiempo, la relación del individuo consigo mismo, su relación hacia la naturaleza circundante debe recibir un enfoque anteriormente insospechado, de tal modo que todos los motivos de acciones e ideales, todas las ansias del corazón y toda esperanza deben ahora ser transformados y construidos de nuevo desde el fundamento! ¿Y se piensa que esto puede ser la obra de algunos siglos? Se piensa que esto puede ser producido por malentendidos y mentiras, por intrigas políticas y concilios ecuménicos, por el mandato de reyes locamente ambiciosos y frailes codiciosos, por tres mil tomos del demostración escolástica, por el fanatismo religioso de almas campesinas obtusas y el noble celo de algunos pocos más “excelentes”, por guerra, asesinato y hoguera, por códigos burgueses e intolerancia social? Yo por mi parte no lo creo. Creo más bien que estamos aun lejos, muy lejos del momento en que el poder reformador de la imagen de Cristo se hará valer en su plena dimensión sobre la humanidad civilizada. Aunque nuestras iglesias en su forma actual quedasen aniquiladas, la idea cristiana resaltaría sólo tanto más potentemente. En el 9º capítulo mostraré como nuestra visión germana del mundo va impulsada en esta dirección. El Cristianismo camina aún sobre pies de niño, apenas nuestra torpe mirada vislumbra su adultez. ¿Quién sabe si no llegará el día en que la sangrienta historia eclesiástica de los primeros 18 siglos cristianos sea considerada como la historia de las aciagas enfermedades de la infancia del Cristianismo?
No nos dejemos, pues, enturbiar el juicio al considerar la imagen de Cristo por ninguna clase de simulacros históricos ni tampoco por las opiniones transitorias del siglo 19. Estamos convencidos de que precisamente de esta única herencia sólo nos hemos incautado de la mínima parte; y, si queremos saber lo que ha significado para todos nosotros tanto da si cristianos o judíos, creyentes o no creyentes, indistinto si somos conscientes de ello o no- entonces tapémonos por ahora los oídos contra el caos de los dogmas religiosos y las blasfemias infamantes de la humanidad, y alcemos por lo pronto la mirada hacia la imagen más incomparable de todos los tiempos.
En este capítulo no podré menos que observar con examen crítico mucho de lo que forma la “base racional”’ de distintas religiones. Pero como dejo intacto lo que yo mismo guardo como santuario en el corazón. Así espero también no llegar a herir a ninguna otra persona sensata. La imagen histórica de Jesucristo puede ser separada de toda significación sobrenatural que le es inherente como se puede y debe practicar física sobre base puramente material, sin por eso haber derribado a la metafísica de su trono. De Cristo por cierto difícilmente se puede hablar sin rozar de tanto en tanto el terreno del más allí; pero la fe, como tal, no necesita ser tocada, y cuando procedo como historiador lógicamente y convincentemente, entonces acepto gustoso las distintas refutaciones que el lector saca no de su intelecto, sino de su alma. Consciente de ello, hablaré con la misma franqueza en el siguiente capítulo que en los precedentes.