92 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2016, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
Precio para Argentina: 130 pesos
Precio internacional: 13 euros
En este breve ensayo publicado en 1924, el famoso orientalista Giuseppe Tucci realiza un lúcido análisis del taoísmo, y especialmente de su texto seminal: el Tao Te King. Sus reflexiones sobre los conceptos básicos del taoísmo resultan aun hoy imprescindibles para poder comprenderlo cabalmente, a salvo de las confusiones corrientes.
Tucci tiene como objetivo proporcionar una correcta interpretación del taoísmo, evitando las trampas de identificarlo tanto con la religión popular china, sumida en la superstición y la magia rituales, como con un sistema especulativo abstraído de cualquier requisito ético, así como la más corriente en sectores esotéricos, que dan una interpretación tergiversada de Lao-Tze, asimilándolo a una mística cristiana occidental con respecto a la cual el taoísmo es totalmente extraño.
Según el autor, para entender a Lao-tze es necesario, como primera medida, una cierta afinidad espiritual con el gran pensador chino, que haga posible aquella perfecta fusión con su pensamiento en un modo que ningún medio extrínseco y puramente filológico podrá nunca provocar; pero también es necesario no sólo dominar la lengua en que el Tao-te-king fue escrito, sino, además, no ignorar las interpretaciones que los nativos le han dado, tener cierta familiaridad con la gran cantidad de comentadores y, cuando menos, una idea de las formas asumidas por el pensamiento de Lao-tze y de las influencias ejercidas por éste a través de los siglos sobre la literatura, el arte y, en suma, sobre el alma china.
Giuseppe Tucci fue el más importante estudioso del oriente en Italia, sus intereses fueron tan amplios que abarcaron desde la antigua religión iraní hasta la filosofía china.
Hablaba fluidamente una gran cantidad de idiomas, incluido el sánscrito, bengalí, pali, prácrito y tibetano. Comenzó sus estudios académicos a los 18 años conociendo ya los idiomas hebreo, chino y sánscrito. De joven publicó una colección epigráfica latina en el prestigioso Instituto Arqueológico Alemán. Luego de graduarse, viajó a la India y se estableció en la Universidad de Viswa-Bharat, fundada por el premio nobel Rabindranath Tagore. Ahí estudió budismo, tibetano y bengalí, mientras enseñaba italiano y chino. En 1933, junto al filósofo Giovanni Gentile, fundó el Istituto italiano per il Medio ed Estremo Oriente y organizó varias excavaciones arqueológicas pioneras a lo largo de Asia como parte de la política fascista de la época, a la que apoyó firmando el “Manifesto della Razza” aunque sin entrar en política o desviarse del carácter científico de su trabajo. Escribió cerca de 360 libros y artículos y fue profesor de la Universidad de La Sapienza en Roma hasta su muerte en 1984.
ÍNDICE
sin índice
Apología del Taoísmo
Erraría quien quisiera encontrar la expresión genuina del Taoísmo en los ritos demasiado groseros, en las vulgares supersticiones, en los usos mágicos que absorben y constituyen gran parte de la vida religiosa del pueblo chino. Este Taoísmo no tiene mayores relaciones con el Taoísmo primitivo que las que pueden existir entre las creencias lamaísticas y el Budismo de Cakyamuny. Y por lo demás, este hecho se explica. Taoísmo y Budismo, en su esencia originaria, fueron formulaciones de pensamientos filosóficos que, por el contacto cada vez más intimo con la vida, se modificaron a la vez en sistemas religiosos, los cuales tanto más se bastardearon cuanto mayor fue la fortuna que tuvieron.
Y esto debía ocurrir mucho mejor en el Taoísmo, en donde el elemento especulativo tiene tanta preponderancia, que ha hecho creer a algunos críticos que se trata de un sistema metafísico puro y simple, que excluye completamente toda exigencia ética. Equivocadamente, como veremos; porque la indagación metafísica sólo sirve de propedéutica a aquellos preceptos de carácter y valor puramente prácticos que constituyen, en realidad, el objetivo esencial del Taoísmo antiguo; para el cual el conocer sólo es un necesario instrumento para obrar bien.
El Taoísmo debe su más completa y alta formulación a algunos sistematizadores, entre los que se distinguen Lao-tze y Chuang-tze; el primero está considerado erróneamente, como el fundador del sistema; el segundo vivió algunos siglos después que el maestro, y, sin temor de exageración, es el más profundo, sutil y ardiente apóstol de la fe taoísta, que en sus páginas, admirables por la expresividad artística y la originalidad del pensamiento, ha encontrado la más alta y completa sistematización. De uno y otro conocemos muy poco, como si el hado mismo no hubiera querido oponerse a aquel vivo deseo de olvido y a aquella modestia que animan la obra de los dos misteriosos filósofos. Cuando el nombre de ambos se hizo célebre, la leyenda se apoderó de ellos, sobre todo de Lao-tze, y se ingenió, en múltiples obras, para narrar eventos milagrosos y extrañas aventuras, queriendo de tal modo suplir la escasez de los datos históricos.
Por eso, cuando, introducido en China el Budismo, las dos fes intentan una alianza en la lucha contra la ortodoxia confuciana, se tiende a hacer de Lao-tze una encarnación de Buda, con grave escándalo de los budistas más intransigentes, quienes, consolidada la nueva doctrina en el suelo chino, no dejaron de responder a los secuaces de Lao-tze con vivas y no siempre serenas obras polémicas. Sea lo que fuere, podemos, sin embargo, afirmar que de la biografía más antigua debida a Sse-ma Ts’ien, resulta que Lao-tze nació en la China meridional y fue contemporáneo, si bien un poco más viejo, de Confucio.
Vivió, pues, en el siglo VI a. C., y parece que fue bibliotecario de la corte de los Chou, hasta que, cansado de la vida al lado de los poderosos, se retiró a una soledad especulativa, durante la cual escribe el Tao-te-king, colección de sentencias y pensamientos que encierran en forma concisa y alegórica su sistema filosófico. Parece también que emprendió largos viajes por el Occidente, que tanta materia ofrecieron a la ulterior literatura legendaria; así, cuando comenzaron a establecerse frecuentes y constantes relaciones con el Asia Central, se quiere encontrar en Kotan, en el templo de P’i-mo, un recuerdo de la conversión de los Hu-o-Trani, debida a Lao-tze, devenido Buda en aquel lugar. Episodio éste que se encuentra en un apócrifo famoso y que tiene una historia por demás afortunada. Me refiero al Hoa Hu King de Wang-fu.
De Chuang-tze se sabe todavía menos. Del mismo Sse-ma Ts’ien se desprende que fue hombre de singular sabiduría y de no común inteligencia. Su fama crece pronto, a tal punto, que muchos príncipes lo invitaron repetidamente a que tomase parte activa en la cosa pública; pero, fiel a sus convicciones, responde con desdeñosa negativa a todas las ofertas, y prefiere vivir oscuro y pobre y seguir filosofando. Vivió en el siglo IV a. C. Por cuanto la corriente taoísta tuvo en China viejísimas tradiciones, suele considerarse el Tao-te-king como el punto de partida de la escuela, y a Lao-tze, como fundador de ésta. Entre los sinólogos, no faltaron ni faltan quienes propenden a negar la existencia de Lao-tze y la autenticidad del Tao-te-king; aparte de que sus argumentos no resisten una critica severa, la cuestión, de cualquier modo que se resuelva, tiene una importancia harto secundaria. No puede negarse, en efecto, que el Tao-te-king es el primer documento literario en que encontramos la expresión exacta de un pensamiento filosófico que toca alturas hasta ahora no alcanzadas por la especulación china.
Esto no hubiera podido ocurrir si a las varias corrientes que vagamente lo preanunciaron no hubiese dado forma orgánica una mente selecta y una poderosa individualidad, que logró formar un sistema de aquellos simples esbozos y tentativas misticorreligiosos que le precedieron. Solamente así, pueden explicarse las citas que del Tao-te-king se encuentran en el seudo Lieh-tze, en Chuang-tze y en Han Fei-tze y el mismo estilo de la obra. El Tao-te-king refleja un pensamiento lógicamente coherente, pero que, expresado como está por medio de metáforas, alusiones, símbolos y elipsis, se deja más bien intuir que demostrar racionalmente, por cuanto suscita en quien lee una serie de conceptos, cuyo sentido nos corresponde a nosotros reconstruir con aproximación, que será mayor o menor, según la mayor o menor afinidad espiritual que tengamos con el orden de ideas que se expone en el libro. Éste requiere, además, ser leído como los libros de todos los místicos. Es decir, que es necesario superar la forma para intuir y revivir en una inmediatez espontánea su real contenido. Punto de partida es, sin duda, la hermenéutica filológica; mas quien quiera entender el Tao-te-king con sólo la ayuda de ésta, correrá el riesgo de equivocar el sentido, como ha ocurrido tantas veces a los intérpretes filólogos. Otros, por el contrario, imaginando que poseen una luz interior capaz de alumbrar el arcano sentido del más oscuro texto místico, creen poder aferrar el significado oculto del Tao-te-king tomando, basados en sus propias especulaciones, las traducciones preexistentes incapaces, sin embargo, de juzgar el mérito intrínseco de las mismas; o, más audaces aún, con un escaso e insuficiente conocimiento del chino, proponiendo nuevas interpretaciones. Y ocurre lo que inevitablemente tenía que suceder: una equivocación del pensamiento de Lao-tze; es decir, un Lao-tze disfrazado de occidental, una proyección de toda nuestra experiencia filosófica, una creación de nuestra fantasía y de nuestros preconceptos de escuela. Porque si hay razón para decir que todos los místicos se asemejan, no es menos verdad que existen entre unos y otros místicos, según tiempos y lugares, diferencias irreductibles. Chuang-tze es, sin duda, un místico; mas para Chuang-tze hubiera sido absolutamente incomprensible el pensamiento de un Tomás de Kempis o de un Ruysbroech. Así, para entender a Lao-tze es necesario, sin duda, como primera providencia, una cierta afinidad espiritual con el gran pensador chino, que haga posible aquella perfecta fusión con el autor que ningún medio extrínseco y puramente filológico podrá nunca provocar; pero también es necesario no sólo dominar la lengua en que el Tao-te-king fue escrito, sino, además, no ignorar las interpretaciones que los indígenas le han dado, tener cierta familiaridad con la muchedumbre de comentadores y, cuando menos, una idea de las formas asumidas por el pensamiento de Lao-tze y de las influencias ejercidas por éste a través de los siglos sobre la literatura, sobre el arte, sobre el alma china, en suma.