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ORILLAS DEL VOLJOV (II) La gran Crónica de la División Azul I – Fernando Vadillo

García Hispán Editor
1992
406 págs.,
15×21 cms.
Tapa: blanda,
encuadernación rústica
Precio para Argentina: 126 pesos
Precio internacional: 18 euros

El inolvidable Rafael Garda Serrano dejó escritos varios y largos artículos de elogio a la obra histórica mis prestigiosa, de las muchas dedicadas en España y el extranjero a la epopeya de la División Azul. Rafael dijo, entre otras cosas: «Fernando Vadillo nos relata una historia trágica, porque entre los numerosos divisionarios que se quedaron para siempre entre el Voljov, el limen, los arrabales de Leningrado, en los fangales, los ríos, los lagos, los bosques, la infinita nieve y el atroz deshielo, la verdad es que se sepultó buena parte del porvenir de España. Estos ganaron la neutralidad a precio duro, pero su falta -su futuro desbaratado- le recordará siempre quien conoció su temple, o quien habiendo llegado al mundo después, se asome a esta obra luminosa de Fernando Vadillo. Esto sería ya digno de una alabanza a la que hay que sumar otras muchas. Y ahora me refiero solamente a las literarias e históricas». Este primer tomo se inicia con la salida de los voluntarios hacia el frente, y narra su adiestramiento en Grafenwöhr, su entrada en fuego a orillas del Voljov, el cruce del río y la toma al enemigo de una docena de poblados y posiciones a golpe de granada de mano y a punta de bayoneta.

ÍNDICE

sin índice

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

Después de veinticuatro años del nacimiento de “Orillas del Voljov”, primero de los libros que yo llamo “mi saga divisio­naria”, nada tengo que quitar y poco que añadir a la introduc­ción que le hice en 1967. Porque la historia reciente es inamovi­ble, vivimos millares de los que protagonizamos la gesta de la División azul y no podrán difamarla, por mucho que se lo pro­ponen algunos historiadores de pacotilla que escriben al dicta­do del rencor personal, al dictado de sus dueños y señores polí­ticos y que, en fin, debieran tomar ejemplo de la honradez, el conocimiento y la cultura que prestigian justamente a Ricardo de la Cierva en toda la longitud y profundidad de su obra, in­cluida sus alabanzas al comportamiento heroico de la Divi­sión Azul.
Tengo el orgullo de haber formado en sus filas a los diecisiete años. Vi morir a muchos de mis camaradas, participé en com­bates y regresé a España con un cuaderno de apuntes que, revi­sado más tarde, lo eché al cesto de los papeles. Aquello no me servía de nada. En cambio, me sirvió de mucho la experiencia directa del frente para trasladar a mis libros el “clima” de las trincheras, y las sensaciones experimentadas por los volunta­rios en un campo de batalla tan alejado de su geografía física como de su formación intelectual.
A esta experiencia añadí, en el curso de cinco años, una copio­sa recopilación de datos oficiales (diarios de operaciones, partes de guerra, órdenes del Estado Mayor, planos, mapas, cla­ves, gráficos de situación de tropas, armas, depósitos propios y enemigos, estadillos de altas y bajas, informes, organigramas, declaraciones de prisioneros y evadidos soviéticos…), proce­dentes de legajos del Servicio Histórico Militar Español, y de todo un montón de documentos militares que van de Moscú a Washington, pasando por Londres y varias ciudades alema­nas.
Este material, frío y despersonalizado en ocasiones, quise amenizarlo con la historia menuda y la peripecia individual de jefes, oficiales y soldados, hasta formar un enorme fichero que agrupaba a un millar de personajes auténticos. La historia de estos hombres, enhebrada en la columna vertebral de los do­cumentos oficiales, no resta ni un ápice de autenticidad al con­junto de la narración, realizada objetivamente, despreocupado de las reacciones, adversas o favorables, que pudiera suscitar su lectura. No sé si habré logrado cuanto me propuse, pero de una cosa estoy seguro: de haber sido veraz.
No creo que haya nadie que niegue que la División Azul fue una unidad de combate animada por la fuerza ideológica que gravitó sobre una buena parte de la juventud española de aquel tiempo. José Antonio, por medio de sus leales a la Falange ori­ginal, fue quien convocó a la lucha contra el comunismo soviéti­co a los jóvenes escuadristas. Y el “Cara al so!” fue el canto de guerra y la plegaria que recitábamos a nuestros caídos en las’ nieves del atroz invierno y en el barro de la apestosa “raputitsa” o época del deshielo. Hay quien dice que la División Azul se creó para apoyar a Alemania, ocultando la verdad de la participación en la contienda a favor del entonces presente y futuro de España. También hay quien afirma que abundaron los pícaros en sus filas. Pero nadie podrá negar que fue una empre­sa de valientes, en lo que coinciden los muchos historiadores extranjeros que han recreado las batallas de la división más elogiada y admirada por el Führer.
Gracias a su bravura en el ataque, y a su temeridad en la de­fensa, la División Azul tomó más de seis mil prisioneros, a costa, claro, de un censo de bajas impresionante: cinco mil caí­dos, cinco mil voluntarios enterrados, en la flor de sus vidas, bajo una cruz de abedul y un casco de acero. Muchos cayeron sin tiempo a sepultarles, sin tiempo a rezarles el “Cara al sol”, pero sus camaradas los llevamos a todos por igual en nuestro corazón y nuestra nostalgia y, sobre todo, en el dolor que nos produce observar el olvido de que han sido víctimas, y en el menosprecio o la indiferencia con que los tratan algunos desme­moriados. Por contraste, está creciendo una juventud que canta los cantares que cantábamos en el Voljov, en e! limen, en el Novgorod, en los arrabales de Leningrado. Cantares falangis­tas brotados de unos pechos ceñidos por la camisa azul bajo la guerrera de la Wehrmacht. En esta espléndida juventud está depositada la memoria y la esperanza de la perpetuidad de la División Azul en la historia formal de nuestro siglo.
La División Azul no fue una unidad aislada. No podíamos, por tanto, separarla de su entorno. De ahí que hayamos engar­zado en la panorámica de los acontecimientos simultáneos la actividad desplegada en el sector central del frente del Este por la Escuadrilla Azul de Caza, cuyas alas sobrevolaron Moscú y sus combatientes se batieron, en el aire, con la misma bravura admirativa con que lo hicieran, en tierra, los “guri­pas” de la División Azul. Como expresión de la ideología que animaba a una gran parte de los españoles de aquel tiempo, la División Azul no se extinguió totalmente al ser repatriada en el otoño de 1.943. De entre sus filas surgió la Legión Azul, que guerreó hasta la primavera de 1.944, y muchos de cuyos miem­bros, con gesto tan generoso como heroico, se alistaron espontá­neamente en diversas unidades de la Wehrmacht y las Waffen-SS, y lucharon en distintos frentes y países, llegando incluso -algunos de los voluntarios- a defender el barrio minis­terial y la Cancillería del Reich ya en ruinas.
Debo y deseo manifestar mi gratitud a cuantos organismos militares y civiles posibilitaron la redacción de mis libros. A los Ministerios del Ejército y del Aire, a la Secretaría General del Movimiento, y a los jefes, oficiales y soldados divisiona­rios sin cuya inapreciable aportación de recuerdos, libretas de apuntes, documentos, fotos y cartografía, no hubiese podido humanizar -y amenizar- como dije al principio, “mi saga divi­sionaria”. Tampoco echo en olvido la colaboración de alema­nes, franceses, ingleses, italianos, estadounidenses y hasta so­viéticos, aunque la de éstos fuera a través de terceras personas, como Gerald R. Kleinfeld y Lewis A. Tambs. Gracias a todos.
Han transcurrido cincuenta años desde aquel Julio de 1.941 en que los vagones de voluntarios falangistas dejaban una rumoro­sa estela de canciones camino de la guerra. En este medio siglo han ocurrido muchos hechos históricos. En España gobierna el socialismo. En Berlín se derribó el “muro de la vergüenza”. En el Kremlin se ha instalado la “perestroika”. La Falange, de­capitada con el fusilamiento de José Antonio, el Decreto de Unificación, la escalada de Franco a la jefatura falangista y la disolución de las Milicias, se ha reducido casi a una añoran­za de los ya viejos escuadristas, aquellos que encaman -que en­carnamos- el verso inmortal: “Dar el alma y la vida a un des­engaño”.

F.V.

EL AUTOR

Del Ebro hispánico al Valjov soviético, de la falangista bandera Móvil a la División Azul, Fernando Vadillo dedicó su adolescencia a un prematuro guerrear por su irreductible fe joseantoniana. Al regreso del frente soviético —dieciocho años de edad— prosigue sus estudios, y los entremezcla con las exposiciones de pintura y actividades aparentemente tan contradictorias como la poesía, la novela, los artículos periodísticos, la crítica del arte, la dirección de revistas v el boxeo. Su práctica en este deporte le lleva al diario «Marca» primero, y al «AS» después. Sus crónicas y críticas son auténticas piezas literarias y, en consecuencia, es el único periodista que obtiene, entre otros muchos galardones, el título de «el mejor escritor de boxeo en idioma castellano» que le otorga el WBC o Consejo Mundial de Boxeo. En 1967 comienza a aparecer su saga divisionaria, en cuya preparación documental ha empleado más de un lustro. El primero de los libros se titula «Orillas del Voljov», seguido de «Arrabales de Leningrado», «Lucharon en Krasny bor» y«Balada final de la División Azul. 1: Los legionarios». Independientemente de otros libros de distinta temática, a Femando Vadillo le ha consagrado principalmente en la literatura su obra divisionaria. Escritores y críticos ilustres han elogiado la alta calidad de su estilo narrativo, donde se equilibran dureza y ternura, desgarro y lirismo. Esta brillantez artística, puesta al servicio de la pulcritud histórica, dan como resultado una obra tan estremecedora como estremecedora fue, mírese desde la óptica militar y política que se mire, el heroico comportamiento de la División Azul.