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La noción de Legitimidad en el concepto de lo político de Carl Schmitt – Hugo D. Bertín Juan Carlos Corbetta

107 págs.,
Medidas: 14 x 20 cm.
Encuadernación: Rústica
Editorial Struhart $ Cia.,
Precio para Argentina: 35 pesos
Precio internacional: 14 euros

En este trabajo estudiamos la cuestión de la legitimidad política que subyace en “El concepto de lo político”, de Carl Schmitt.
Si bien tenemos presente la vastedad y complejidad de la obra del autor alemán, decidimos centrarnos en este texto, porque aquí se refleja con claridad el Schmitt “propositivo” de un modelo político, de un modo de regular las relaciones de poder en el seno de la so­ciedad.
El libro está dividido en cuatro capítulos. En la primera par­te se distinguen las dos imágenes antagónicas de la política: la política-orden y la política-lucha. En especial, nos detenemos en esta última porque el pensamiento de Schmitt se encuentra inscripto, precisamente, en la visión “polémica” de la política. En el capítulo segundo se plantea, sintéticamente el complejo panorama de las ideas y el cuadro de las fuerzas políticas y sociales de Alemania, en el tiempo en que esta obra estaba siendo escrita y publicada. Posteriormente, en el capítulo tercero, se exponen las principa­les ideas del autor acerca de conceptos políticos claves que giran en torno al poder y que nos sirven de base analítica para inda­gar sobre la cuestión de la legitimidad que emerge de las reflexiones que nos presenta el autor en “El concepto de lo político”. Finalmente, en la cuarta parte, se analizan aspectos íntimamente vinculados con la legitimidad, como es la idea de la representatividad polí­tica y el tipo de democracia que se derivan de la visión teórica de Carl Schmitt.
En este sentido, nuestro libro se inscribe dentro del marco de los estudios, teóricos y aplicados, referidos a la cuestión de la fundamentación del poder, encarnada a lo largo de la historia del pensamiento político a través de diversos interrogantes: ¿por qué obedecer?, ¿a quién obedecer?, ¿cómo hacerse obedecer?, ¿quién se hace obedecer? En realidad, en el trasfondo de la relación de mando y obediencia, inherente a una relación de poder propia de una unidad política, está implícito siempre el problema de la jus­tificación del poder. Ya Ferrero en su clásico texto afirmaba: “…Los principios de legitimidad son justificaciones del poder, es decir, del derecho de mandar. Entre todas las desigualdades humanas, ninguna es tan importante por sus consecuencias ni tiene tanta necesidad de justificarse ante la razón, como la establecida por el poder. Salvo algunas raras excepciones, un hombre es igual a otro: ¿por qué, entonces, éstos tienen el derecho de mandar y los otros el de obedecer? Los principios de legitimidad son otras tantas respuestas a esa pregunta”. (Ferrero, Guglielmo: El poder. Los genios invisibles de la ciudad, p. 35.)

ÍNDICE

Prólogo  5
Prefacio  9

I.   Las imágenes de la política: la política-orden y la política-lucha        11

II. Las ideas y las Fuerzas Políticas en Alemania entre fines y principios de Siglo   25

III.            La noción de legitimidad en «El concepto de la política» de Carl Schmitt 47

IV.           La democracia en Schmitt  83

Bibliografía       93
Capítulos 1 y 2  93
Capítulos 3 y 4  101

PRÓLOGO

Más allá de lo importante que siempre resulta volver a los autores que han proyectado influencias notorias desde sus teorías —como es el caso de Carl Schmitt— y cotejarlas con otras —afines u opuestas— el trabajo de Bertín y Corbetta mantiene vigente el debate acerca de cuál es la esencia o la naturaleza de «lo político».
Queda planteada en torno de la antinomia «política-lucha» y «política-orden».
Maurice Hauriou nos había propuesto la trilogía orden-poder-libertad. Y aquel notable jurista argentino que fue Juan Francisco Linares, discurrió sobre otra en su pequeño pero denso libro «Po­lítica y comunidad» (Abeledo-Perrot, Bs. As., 1960) proponiéndo­nos las visiones de una política arquitectónica, una política agonal y una política plenaria.
La clásica doctrina schmittiana de lo político como la distinción dual entre amigo y enemigo no es para nada inocua, ni se detiene en el ámbito de la disquisición académica. Anida e inocula una noción que no dudamos personalmente en calificar de perversa. No queremos imputar ni imputamos perversidad a un autor del relieve de Schmitt, sino a lo que su concepción entraña en sí misma.
Para comprender por qué repudiamos de plano tal enfoque de lo que significa lo político vamos a esbozar muy brevemente nuestra propia reflexión.
Que los hombres convivimos, es un dato de la realidad. Que cada uno de nosotros no puede ni podría, por sí mismo y en so­ledad, bastarse en su vida cotidiana, parece innegable. Que nos hace falta satisfacer muchísimas necesidades elementales, tam­bién es cierto. Que es la convivencia la que nos ayuda a lograr­lo, también. Y que esta convivencia no podría existir y subsistir sin un orden que para nada surge espontáneamente, se nos hace verdad.
Aquí subyace la razón y la explicación de por qué la convivencia requiere organización, y de por qué esta organización de la socie­dad expresa la esencia de lo que es lo político y de lo que es el Estado. No importan las formas y las modalidades históricas, sucesivas y cambiantes de la organización política. Lo que importa es destacar que los hombres nunca convivieron ni conviviremos sin ella. Por algo Aristóteles habló del «zoon politikon», y por algo también se ha dicho después que la sociabilidad y la politicidad son constitutivas en la naturaleza del ser humano.
Fue Ortega y Gasset quien dedicó profundos comentarios a la articulación de la convivencia social en torno de la relación de mando y obediencia, problema más que atractivo para sociólogos, politólogos y hombres de derecho, al igual que para filósofos y antropólogos.
Desde que leímos los dos tomos de Pedro Lain Entralgo «Teoría y realidad del Otro» hasta el reciente artículo de José Isaacson en «La Nación» del 25 de febrero de 1996 sobre «Emanuel Levinas o el humanismo del otro», pasando por Buber, el «yo y el otro», el «yo y el tú», el «tú y él» nos han convocado a evocar la «nostridad» como integración de la persona humana en la convivencia con su prójimo.
Convicencia, sociabilidad, politicidad, yo y el otro, nostridad, relación de mando y obediencia adquieren, desde la perspectiva de la filosofía humanista y personalista, distancia sideral respecto de la oposición amigo-enemigo como esencia de lo político.
Se nos hace incomprensible que los hombres necesitemos convivir porque necesitamos luchar unos (los amigos) con otros (los enemigos). Si esto fuera así, si respondiera a la naturaleza del ser humano, renegaríamos —sin dudar un minuto— de lo po­lítico, porque en lo político descubriríamos todo cuanto de maldad y de animalidad hay en el hombre.
Decir tal cosa no es ignorar, de manera alguna, la realidad de la enemistad, de la lucha, del odio, del enfrentamiento, del an­tagonismo. Que los hay, los hay. Y que en la política existen, aparecen y enardecen, lo mismo. Tanto como hay delito, como hay enfermedad, como hay perversidad. No nos planteemos si el hombre es naturalmente bueno o naturalmente malo, porque basta con saber que es capaz de maldad y que muchísimas veces, solo o en grupo, obra el mal. Pero a la vez, asimismo, otras muchas veces obra, solo o en grupo, bien. Y esto es suficiente.
Entendemos que en la política aparece la lucha, pero que la lucha no es la esencia de lo político, porque si lo fuera tendría­mos que dejar al margen de la politicidad todos los fenómenos en los que, sin lucha, encontramos obediencia, consenso, participa­ción, etc. Y ello sería —ni más ni menos— eliminar del mundo po­lítico a la política arquitectónica y a la política plenaria, con la añadidura de extraviar la perspectiva del orden convivencial en la visión de las causas y los fines del Estado.
Imaginar que, fronteras adentro, lo que Schmitt consideraba amistad apelmaza en la homogeneidad al pluralismo democrático e integra una unidad indivisible, y que de fronteras afuera esa amistad intraestatal se enfrenta a la enemistad interestatal, configura una noción fundamentalista de nacionalismo exacer­bado que, cuando menos, equivale a la apología de un totalitaris­mo guerrero.
Un «nosotros» enclaustrado en esa supuesta amistad interna, y un «los otros» como «hostes», significa retroceder a etapas tan primarias que, al despuntar el siglo XXI, no pueden merecernos más que un rechazo frontal.
La capacidad asociativa del ser humano jamás puede enfeu­darse en doctrinas de ese cuño, que destruyen y corroen todo intento por alcanzar con tolerancia el respeto a las diferencias y a los disensos en un clima de paz, de concordia y de bienestar común público; que el Estado decida imprimir a su sociedad un perfil de unanimidad sin divergencias y definir quién es el «otro» en cuanto enemigo, es lanzar al orbe de las ideas y de la acción la tentación funesta de un «ius belli» absolutamente incompatible con los esfuerzos encaminados a alcanzar la justicia y la libertad en democracia, dentro de un orden mundial presidido por los valores humanistas y personalistas.
Por eso, nada mejor en esta hora que este denso estudio de nuestros distinguidos colegas Corbetta y Bertín, que nos honra­mos en prologar con nuestro sencillo comentario.
Repasar y repensar lo que de nocivo y lo que de benéfico circula en la literatura politológica y jurídica es brindar un aporte de especial relevancia, que hemos de agradecer íntimamente a los autores.

Germán J. Bidart Campos

PREFACIO

Este trabajo estuvo originalmente pensado como un artículo para ser incluido en una edición sobre Carl Schmitt; sin embargo, tiempo después, fue el propio editor el que nos alentó para am­pliar el ensayo original y extenderlo hasta la presente versión.
En un comienzo el debate giró alrededor de las potenciales aproximaciones a la amplia obra de Schmitt. Las dos ideas que se barajaron estuvieron referidas a la teoría del partisano y a la noción de legitimidad en «El concepto de lo político», uno de los textos centrales del autor alemán.
Una vez escogida esta última vía, decidimos centrarnos en esta obra, complementándolo, claro está, con otras publicaciones de Schmitt de las primeras décadas de este siglo.
En este sentido, nuestro libro se inscribe dentro del marco de los estudios, teóricos y aplicados, referidos a la cuestión de la fundamentación del poder, encarnada a lo largo de la historia del pensamiento político a través de diversos interrogantes: ¿por qué obedecer?, ¿a quién obedecer?, ¿cómo hacerse obedecer?, ¿quién se hace obedecer?. En realidad, en el transfondo de la relación de mando y obediencia, inherente a una relación de poder pro­pia de una unidad política, subyace lo que García-Pelayo deno­minó la transfiguración del poder: «El hombre ha tratado cons­tantemente de eludir, de neutralizar o de subliminar el hecho radical y terrible de estar sometido a otro hombre… no es sola­mente en la transfiguración del gobernante, sino también en la creencia de a transfiguración del gobernado donde radica la clave del problema»1.

NOTAS
1.- García-Pelayo (1973): Los mitos políticos, p. 38 y G3.