182 páginas
23 x 16 cm.
Editorial Crítica, 2007
Encuadernación tapa dura
Precio para Argentina: 154 pesos
Precio internacional: 28 euros
Bernd Freytag von Loringhoven fue uno de los últimos hombres que salieron con vida del búnker de Berlín, el día antes del suicidio de Hitler. Durante nueve meses había estado al lado del Führer, asistiendo diariamente, como ayudante de campo del general Guderian, a las conferencias en que se decidía el curso de la guerra. Más tarde, ya en el búnker, se convirtió en el oficial encargado de proporcionar información, hasta que el propio Hitler le autorizó a marchar y le deseó buena suerte. Logró pasar entre las líneas rusas, fue detenido por los británicos y, una vez en el campo de prisioneros, escribió los recuerdos de lo que había visto en unos cuadernos que, sesenta años más tarde, le han servido para escribir este libro estremecedor, que es el mejor relato de los últimos días de Hitler, vividos en una atmósfera obsesiva, mientras las ratas huían del barco, los fieles se emborrachaban y Magda Goebbels llevaba a sus seis hijos para darles muerte al lado del Führer.
ÍNDICE
Prólogo 7
Primer encuentro con Hitler 11
El ejército, último refugio 15
En todos los frentes 21
Venganza, terror y manto de plomo 35
Reuniones con el Führer 57
Hitler tal como lo conocí 67
El Führer contra el ejército 77
Servidores e intrigantes 85
La carrera hacia el abismo 95
En la fiebre del búnker 121
Regreso a la vida 147
Sesenta años después 159
Correspondencia de grados 165
Glosario 167
Índice alfabético 169
PRÓLOGO
Hace sesenta años se ponía fin a una de las guerras más terribles de la historia. Quienes la vivieron nunca la han olvidado y los últimos supervivientes conservan aún hoy su recuerdo. Por la noche, me asaltan todavía imágenes de sangrientos combates mezcladas con los rostros de amigos que cayeron lejos de la patria. En muchos casos sus sepulturas han desaparecido, pero el recuerdo de esos camaradas continúa vivo en todos los que seguimos aquí.
La muerte nos rondaba constantemente cuando estábamos en el frente. Pasamos lo peor en Rusia, el frente más duro, el lugar donde más terribles fueron los combates. Más aún que la muerte, lo que temíamos era caer vivos en manos del enemigo. La cautividad en la Unión Soviética significaba para nosotros la condena a terribles calamidades: el frío, el hambre, el trato inhumano, la enfermedad y la muerte gratuita.
Tres veces, con la ayuda de Dios, logré escapar por los pelos de esta triste suerte. En enero de 1943, abandoné la hondonada de Stalingrado, tres días antes de que el último avión alemán aterrizara en el aeropuerto de Gumrak. De los noventa mil soldados alemanes del 6.° ejército capturados por los rusos, solamente cinco mil sobrevivieron a su cautiverio. A finales del verano de 1943, gracias a un avión de reconocimiento alemán, pude salvar de la muerte a manos de los soviéticos los restos de las tropas alemanas situadas en el frente de Mius. El 29 de abril de 1945, conseguí abandonar Berlín rodeado por el Ejército Rojo, tras un agitado periplo a través de las líneas rusas que avanzaban en dirección oeste.
Durante nueve meses, del 23 de julio de 1944 al 29 de abril de 1945, tuve la ocasión, muy rara para un joven oficial, de ver a Hitler casi todos los días. Como ayudante de campo, acompañaba al jefe del estado mayor general del ejército de tierra —el general Heinz Guderian, y luego a su sucesor, el general Hans Krebs— a las reuniones donde se analizaba diariamente la situación. A esas conferencias asistían los más altos representantes de la cúpula militar, como los mariscales Keitel y Göring, el general Jodl y el almirante Dönitz, así como algunos altos dignatarios del régimen nazi: Himmler, Goebbels, Bormann o Ribbentrop. La Führerlage era un elemento central en las actividades de Hitler, el lugar por excelencia donde ejercía su autoridad de comandante en jefe de los ejércitos y tomaba las decisiones para el conjunto de los frentes. Yo viví en directo estas discusiones en parte secretas.
Inmediatamente después de mi liberación, a principios de 1948, comencé a escribir mis recuerdos. Conservaba aún fresco en mi memoria aquel período horrible aunque fascinante. Había emborronado a mano cuatro wartime logs, esos cuadernos de hojas blancas distribuidos por la organización norteamericana YMCA (Young Men’s Christian Association) en los campos de prisioneros. Casi sesenta años más tarde, esos manuscritos me han servido para escribir este libro.
Durante mi cautiverio, no oculté a mis interrogadores británicos ninguna de mis actividades durante los últimos meses de la guerra, ni mi asistencia a reuniones militares del más alto nivel. Yo no había cometido actos contrarios al derecho internacional ni tenía nada que reprocharme personalmente. Pero al mismo tiempo, había continuado prestando mis servicios como soldado junto a un criminal. No logré que mis interlocutores británicos comprendieran la ambivalencia de esa situación. En el fondo de mi corazón, sentía hostilidad hacia Hitler y creía servir a mi patria. Lo que intento demostrar aquí es que un joven oficial, leal hasta el final, también podía mantenerse fiel a sus convicciones y a sus valores.
Doy las gracias a François y Monica d’Alançon por haber tenido la idea de animarme a escribir este libro. Nuestras largas conversaciones del verano de 2004 contribuyeron en gran medida a su realización. Me alegro de que salga a la luz en primer lugar en Francia, país que está ya unido al mío por una sólida amistad. Siempre he admirado la lengua francesa y yo mismo podría haber sido francés, si uno de mis antepasados no hubiera abandonado la Champaña, en el siglo XIX, tras la muerte de su querida y dulce esposa francesa.
EL AUTOR
Bernd Freytag von Loringhoven nació en 1914 en el seno de una familia de la aristocracia alemana. En 1934 se enroló en las fuerzas del Reich para evitar adherirse al partido nacionalsocialista, requisito indispensable para poder proseguir sus estudios de derecho y llegar a ser alto funcionario.
Fue uno de los pocos oficiales que en 1943 lograron escapar de los rusos en Stalingrado. En julio de 1944, después de pasar otro año en el frente ruso, fue nombrado edecán del general Heinz Guderian -por entonces comandante en jefe del ejército alemán-, que le llevó desde Prusia del Este al búnker de Berlín. Observador perspicaz, asistió diariamente a las reuniones de situación militar dirigidas por Hitler y mantuvo contacto con todos los frentes. Cuando las comunicaciones radiales del búnker quedaron cortadas, el 29 de abril de 1945, Loringhoven solicitó permiso para partir. Atravesó las líneas rusas antes de caer prisionero de los norteamericanos y ser luego encarcelado por los británicos. Fue liberado tres años más tarde.
Durante su cautiverio escribió cuatro libretas de apuntes con sus memorias, que mantuvo escondidas durante cerca de sesenta años. A principios de los años 70 fue nombrado jefe de estado mayor del nuevo ejército alemán. Hoy tiene 92 años y vive en Munich.
El periodista François d’Alançon, reportero de La Croix,es quien consiguió convencerlo de revisar sus anotaciones y contar su experiencia durante los últimos nueve meses del Tercer Reich.