35 páginas
Editorial Cultura et Labor
2005
Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 12 pesos
Precio internacional: 4 euros
La intención de este artículo no es reducir el tema del disenso a la teoría del conflicto al estilo de Marx o Engels, tema que dejamos al marxismo y sus estudiosos, tampoco tratarlo desde la polemología, asunto que ha recibido desde los años 70 un tratamiento pormenorizado y casi definitivo por parte de Julien Freund y Gastón Bouthoul. La intención es analizar el disenso desde la posibilidad de constitución de teoría crítica. Sabemos que no es fácil, se necesita un trabajo interdisciplinario, aun cuando hay algunos pocos pensadores (Cacciari, Siena, Douguin, Wagner de Reyna) meditando el tema.
Este pequeño trabajo viene a completar los Ensayos de Disenso, próximos a aparecer en su versión argentina. Pretendemos, con las limitaciones del caso, responder a la Escuela de Frankfurt, pues como se sabe desde hace unos treinta años se impuso en las democracias occidentales la teoría del consenso, que tiene su origen ideológico en dicha escuela neomarxista con el filósofo Jüngen Haber-mas a la cabeza. Esto dio por resultado que «el consenso o acuerdo de los grandes partidos políticos» se transformara en el fundamento moral de nuestras menguadas democracias. Reemplazándose así la genuina representación democrática, transformando al sufragio universal y secreto en una verdadera farsa. Porque viene a justificar las decisiones ya tomadas de antemano por el acuerdo de los grandes partidos. Nuestra propuesta del disenso como verdadera causa agente de la teoría crítica postmodema, intenta abrir espacios, pliegues, al verdadero pluralismo social en el seno de un sistema democrático procediniental y por ende vaciado de contenido.
Al consenso de los grandes partidos debemos agregar las múltiples y variadas “mesas de consenso social” patrocinadas por los grandes lobbies e instituciones de la sociedad civil, para que cambiando algo, nada cambie.
ÍNDICE
Prólogo
por Primo Siena
I) Teoría del disenso
II) Las ecúmenes y el pluralismo
PRÓLOGO
Alrededor de los años setenta del siglo recién acabado, los marxistas de la Escuela de Frankfurt, con el filósofo Jürgen Habermas a la cabeza, teorizaron el recurso del consenso entre los grandes partidos políticos como el fundamento ético necesario para sortear la profunda crisis de representatividad en la que están sumidas las democracias occidentales menguadas desde tiempo por el totalitarismo partitocrático.
El postulado del consenso teorizado por la Escuela de Frankfurt no ha, por supuesto, beneficiado de algún modo el sistema democrático vigente; sino mas bien ha agravado su hipocresía porque los acuerdos entre los partidos, fruto de decisiones reservadas a sus cúpulas y tomadas casi siempre en ámbito extraparlamentario, han expropiado de sus efectivas atribuciones a los parlamentos electos, reduciendo de ese modo el sufragio universal a un rito puramente formal.
Pero no se trata de algo espurio introducido por la filosofía del consenso, siendo la hipocresía una potencialidadgenética insita en la moderna democracia indiferenciada; hipocresía definida, pues, desde tiempo como una “lepra del espíritu” por Simone Weil (1944)1 y denunciada puntualmente por Bertrand de Jouvenel como “democracia totalitaria” en su célebre Du Pouvoir (1945) y sucesivamente clasificada como una “tiranía sin rostro” por el destacado constitucionalista italiano Giuseppe Maranini (1949).
Como bien destacó el pensador español Gonzalo Fernández de la Mora (1977), tal hipocresía no constituye un proceso degenerativo del sistema democrático, sino que representa “la desembocadura lógica del Estado demoliberal de partidos” heredado de la cultura ilustrada, siendo – como reitera el citado Fernández de la Mora – “el espontáneo producto final del sufragio universal inorgánico”.2
Colocándose en el surco de esa corriente de pensamiento, pero con un enfoque original propio, Alberto Buela enfrenta la crisis de representatividad política producida por el pensamiento democrático ilustrado, oponiendo a la “filosofía del consenso” responsable de un totalitarismo comunicacional que ha agotado el racionalismo radical de la ilustración, una peculiar filosofía del disenso a la cual él llega como conclusión de un acucioso itinerario crítico por el laberinto del pensamiento político corriente y que él franquea como un novel Perseo utilizando un especial hilo de Ariadna, el hilo del Disenso.
Alberto Buela denuncia un rasgo típico del actual conformismo, expresado principalmente por la cultura que se autocalifica de progresista: disfrazar con la retórica del consenso los conflictos que aquejan a nuestra sociedad, sin tener la capacidad o la voluntad de resolverlos. Entonces la idea de disenso se constituye como un instrumento metodológico para extender el pensamiento crítico y diferente en la sociedad contemporánea dominada por una metacategoría de dominación: la homologación del pensamiento correcto, único, igualitario de la globalización planetaria. En ese contexto el disenso se afirma, además, como una herramienta conceptual benéfica, según la significación semántica de “otro sentido, divergencia, desacuerdo”.
Desde un inicial “contrario parecer”, Buela sustrae el disenso de una caracterización institucionalmente negativa para cargarla de un sentido esencialmente positivo y propositivo. Para él, disentir “no es sólo negar un acuerdo, sino que es, sobre todo, pretender otro sentido” de manera que el disenso se transforma en una actitud de libertad personal y colectiva: la de “afirmar otra cosa a la propuesta”; esto es, un pensar diferente que enriquece el panorama cultural y político y al mismo tiempo contribuye, con aportes nuevos, a tonificar una verdadera civilización plural capaz de invalidar o por lo menos de limitar los intentos de imponer una homogenización mundialista de nuestra sociedad según un modelo totalitario.
Toda veraz pluralidad del mundo – sostiene Buela – se nutre de valores compartidos (lenguaje, creencias, instituciones) que constituye como un interculturalismocuandocada identidad se piensa entre otras, pero a partir de su diferencia y no del solo hecho de pertenecer a una minoría; lo que desnaturaliza sus meritos intrínsecos, incurriendo en el grave error que hoy cometen los antropólogos multiculturalistas del pensamiento progresista.
En el pensamiento de nuestro autor, el disenso alcanza entonces su plenitud en la construcción de una teoría (el pensamiento alternativo) llevada a la práctica de una acción cultural y política que transita gradualmente desde el nivel social de un “arte del bien común ” hacia los espacios conceptuales de una “metafísica de los principios” donde la política misma es rescatada de las trampas utilitaristas del hedonismo economicista imperante y elevada a las cumbres de la metapolítica concebida en su dimensión trascendente de “ciencias de los fines últimos”.
De ese modo, el disenso – nacido a contrario sensu cual pensamiento disidente – asume dignidad y nobleza ético-política, siendo entendida la política – en su significación clásica y en su carácter sustantivo – como la expresión actual y viviente de la Politeia platónica (ciudad y civilización elevadas a la cumbre de la armonía y de la sapiencia) y de la Res públicaciceroniana (cosa del pueblo concebido no como simple agregación accidental de individuos, sino reunión de cives, ciudadanos asociados según consensus iuris et communis utilitatis).
De aquí las crisis recurrentes de los regímenes políticos erigidos sobre las elucubraciones abstractas de la “voluntad general” y no sobre la realidad esencial de los pueblos, sean esos regímenes de corte vetero-liberales o vetero-socialistas.
La cultura del disenso discrepa directamente de la cultura ilustrada importada en nuestra América y según la cual la entidad básica de la sociedad no es la persona concreta dotada de libertad y autonomía, sino el individuo abstracto al que se atribuye una soberanía ilusoria, luego absorbida en una “voluntad general” que anula todas las referencias sociales concretas.
El análisis histórico, incorporado como instrumento metodológico esencial de la cultura del disenso, nos aclara que – como enseñó el italiano Giovanbattista Vico en su magna obra La Ciencia Nueva (Nápoles 1725) – la sociedad (y el Estado en cuanto sociedad organizada) es originada no por contrato sino por “derecho natural eterno que transcurre en el tiempo”, siendo la sociedad conformada básicamente “por la familia, la justicia, la religión”; es decir por elementos no pactados y no pactables.
La crisis institucional y funcional que ha afectado la democracia moderna, ha sido originada esencialmente por la confusión entre los conceptos de soberanía política y de soberanía social atribuidos al ciudadano abstracto postulado por la cultura de la Ilustración y no a la persona concreta considerada en su doble referencia social: ser el elemento humano que integra el Estado caracterizado por su jurisdicción en un ámbito territorial definido; y participar, al mismo tiempo, del conjunto de entidades subordinadas e intermedias entre las personas y el Estado, armonizando así la unidad necesaria en el ámbito político con la variedad que reina en las estructuras sociales.
Las entidades intermedias constituyen una realidad vigente en la sociedad contemporánea, tanto en el ámbito territorial (pueblos, municipios distritos, provincias, regiones) como en el dominio social (familias, gremios, colegios profesionales, asociaciones culturales, organizaciones sociales voluntarias, etc.), pero sin ejercer el rol participativo que les corresponde en el molde institucional de la sociedad.
Por consiguiente el análisis crítico postulado por la cultura del disenso, destaca entonces la necesitad de restituir institucionalmente la soberanía social (de la que actualmente está despojado) al conjunto de las entidades intermedias en el contexto de una democracia orgánica, de la cual debe ser partícipe no el ciudadano uti singulus, como acaece en la actual democracia individualista, sino la persona uti socius, definidapor la antropología social del Cristianismo como un ser personal, genéticamente orientado a relacionarse con los demás para realizar con ellos la Civitas hominum en su máxima potencialidad.
La soberanía social resulta, pues, el necesario elemento integrador de la soberanía política ejercida por los organismos del Estado sustentados en el sistema representativo plural de los partidos. Y tal integración – extendido el ejercicio de la libertad responsable y participativa desde las personas hacia los cuerpos intermedios – rescatará finalmente el consorcio civil desde las contradicciones liberticidas del presente, donde las funciones específicas de la sociedad han sido usurpadas por la tiranía sin rostro de la partitocracia.
Según la filosofía del disenso teorizada por Buela, la democracia cesa, entonces, de ser un simple formalismo procedimental, vaciado de todo contenido, incapaz por lo tanto de encauzar la compleja multiplicidad social de la era contemporánea en un régimen auténtica y dinámicamente representativo.
La cultura del disenso, mediante su vigor crítico y su racionalidad propositiva, restituye la democracia a su sentido clásico originario, como lo fue en el contexto de la civilización greco-romana; esto es: cesa de ser el fetiche de la utópica declaración de principios proclamados por la revolución francesa y regresa a ser – como para los antiguos – una complementación de la efectiva libertad del hombre libre – el polites eleutheros – que nutre una democracia holística donde los valores de libertad, pertenencia y participación son los fundamentos de una comunidad orgánica y no de individualismos e igualitarismos abstractos, como en el caso de las democracias modernas.
El disenso según Buela expresa la “gran desilusión política” en la que se resume la crisis mundial inherente al agotamiento de los partidos políticos tradicionales y busca al mismo tiempo una representatividad más auténtica, capaz de enfrentar problemas específicos como el rescate de una efectiva soberanía nacional de los países iberoamericanos, soberanía caducada merced el afán de unas clases políticas para sumarse a un mundo globalizado según un modelo neoliberal único. Y es aquí donde la cultura crítica del disenso postulada por Alberto Buela destaca la autonomía y la especificidad del mundo iberoamericano con respeto a la cultura anglosajona que ha moldeado la noción de sociedad en América del Norte; una noción, esta, que – destaca oportunamente Buela – está relacionada con una idea de la “humanidad civilizada” semejante a aquella postulada por los filósofos europeos del Iluminismo, mientras que, como se deduce de todo su pasado histórico, es propio de Iberoamérica el concepto de “comunidad como unión orgánica y natural del hombre” vinculada a su tierra y a sus raíces ancestrales, elemento básico para “la creación de pequeñas comunidades orgánicas autónomas que permitan la instauración de una verdadera democracia participativa“, según proponía para su mismo país un decenio atrás el italo-norteamericano Paul Piccone, citado por Buela.
Alberto Buela denuncia el carácter ideológico del consenso, cual simulacro que enmascara la voluntad de poder de un grupo político o una clase social; además observa oportunamente que el disenso es algo consustancial a la historia del continente americano que logró su independencia quebrantando el orden colonial establecido.
Característica dela ecúmene iberoamericana es, pues, el predominio histórico (pensamos en las civilizaciones mayas e incaicas) de instituciones comunitarias sobre el masificado individualismo anglosajón extendido en Norteamérica.
Es a partir de los movimientos populares y de las tradiciones nacionales que el disenso motiva su oposición a una sociedad global sin raíces, siendo que todo pensamiento popular auténtico brota siempre desde la tradición; es decir: desde la autenticidad y fidelidad de su origen concebida no como una fosilización de sus principios y valores genéticos, sino como su constante revitalización. Por eso la cultura del disenso se sitúa más allá de las obsoletas clasificaciones ideológicas de izquierda y derecha para arraigarse al genius loci de las ecúmenes locales que expresan de forma permanente distintas realidades valóricas y existenciales, enriqueciendo así todo verdadero pluralismo social y cultural. De ese modo el pensamiento disidente entronca con el pasado y deduce de nuestro decurso histórico las sugerencias más útiles para trazar fundamentales rumbos humanos hacia el futuro.
En el trasfondo de nuestro patrimonio clásico, cultural e histórico, emerge la sugerencia que nos proporciona la sabiduría de Cicerón cuando nos explica que la Respublicasiempre coincide con la Res populi, mientras que se distingue tanto de la res familiaris (concerniente la vida privada del ciudadano centrada en la familia) como de la res divinae que atañe al ámbito religioso.
De la antigua historia de los Romanos entonces aprendemos que cuando el régimen político de la República está subordinado al bien común,este mismo régimen expresa su tendencia esencial a buscar la armonía entre los depositarios del poder (es decir, el puebloorgánico, “asociado por consentimiento de derecho y por participación de utilidad”) y la conducción orgánica del Estado.
Pero la historiografía guiada por la curiosidad crítica del disenso nos advierte que la naturaleza de la Res publica sufre alteraciones y se deforma en la medida en la que el régimen político se aleja de la subordinación al bien común, porque – como anotaba oportunamente el español Gonzalo Fernández de la Mora – “El Estado no se justifica por la gracia, al modo luterano, sino por las obras, al modo romano. El buen Estado es siempre un Estado de obras”. 3
De aquí, entonces, que la obra del buen político sea resumida, como aquella de los antiguos romanos, en el acto de tueri terram, expresada acabadamente mediante el condere urbem; esto es: en la acción civilizadora de fomentar el pensamiento, fundar ciudades y poblar la tierra. Lo que me induce a esperar, en la línea del pensamiento alternativo propugnado en este libro por Alberto Buela, que un destino providencial depare al iberoamericano de la postmodernidad, (futuro cives de una Hispanoamérica que personalmente prefiero definir América Románica) la tarea fundacional de condere urbem americanam, para salir de una vez de las contradicciones que, desde más de dos siglos, apenan a nuestro continente sumido periódicamente en un nefasto movimiento pendular entre anarquía y tiranía, mientras incumbe todavía el peligro de una reductio ad unum que apunta a una globalización totalitaria del consorcio humano.
A la amenaza del pensamiento único y globalizante responde la riqueza variada de la cultura del disenso, que revitaliza la lección del clásico lema: ex diversis facere unum.Sólo por medio de las diversidades se alcanza la unión.
Pongamos, pues, bajo este lema la gran empresa de difundir las inquietudes y las esperanzas, los principios y los valores que conlleva el “pensar diferente” con sus reflexiones críticas y propuestas nuevas, para propiciar en las distintas ecúmenes de nuestra América Románica un dinámico equilibrio entre espacios sagrados e instituciones sociopolíticas, sin preocuparnos de los matices dionisíacos de incertidumbre que tiñen nuestra época.
Detrás del simulacro de Dionisos ya se asoma el amanecer del sol apolíneo que anuncia una regeneración de la historia, en un traspasar desde la sombra criptopolítica del presente hacia la luz metapolítica del futuro.
* Delegato en Chile delle Ministerio per gli Italiani del Mondo.
NOTAS
1. Simone Weil, destacada intelectual de la izquierda francesa de losaños treinta, en 1944 participó como asesora cultural delGeneral Charles De Gaulle, en la cúpula del movimientopolítico-militar de resistencia al nazismo que ocupaba parte deFrancia. En tal función redactó un memorial con una serie deconsideraciones sobre el proyecto de nueva constitución de laRepública francesa una vez abatido el nazismo. Tituló un capítulode ese documento: “Apuntes para la supresión de los partidospolíticos en Francia” en lo que afirmaba: “cada partidoes totalitario en germen y como aspiración”. (Ver lasconsideraciones sobre el asunto de Giancarlo Gaeta, tituladas “Ilradicamento della politica” en: Simon Weil, La primaradice – traducción . italiana del francés L’enracinement. Prélude á une déclaración des devoirenvers l’etre humain – Ed. SE, Milan1990), p. 277.
2 G. Fernández de la Mora, LaPartitocracia. Ed. Gabriela Mistral,Santiago de Chile 1976, p. 151.
3 G. Fernández de la Mora, Obracit., p. 16.