127 páginas
15 x 21 cm
Ediciones Theoria
2009
Encuadernación rústica
Precio para Argentina: 80 pesos
Precio internacional: 16 euros
Iniciamos ya hace unos cinco años, una serie de artículos sobre los mitos platónicos y su interpretación a partir de las necesidades y vivencias de nuestra sociedad y entorno actual.
Nuestra intención expresa fue dejar de Lado las anotaciones eruditas, no porque las despreciemos, sino para que no nos oscurezcan el camino a la comprensión del texto, por aquello que sostenía don Miguel Reale, el viejo maestro brasileño en el sentido que: cultura es aquello que queda cuando se desmorona el andamiaje de la erudición.
Ello se transformó luego en un seminario que dictáramos en la localidad de Saladillo, provincia de Buenos Aires en el marco del CURS (Centro Universitario Regional Saladillo) durante los meses de mayo, junio y julio de 2007.
Si encaramos esta tarea de interpretación de todos los mitos platónicos es porque no tenemos noticias que se haya hecho aún sobre todos y cada uno de los mitos que Platón trata en sus diálogos. Se ha hecho parcialmente, con los más significativos y conocidos pero no sobre todos absolutamente como en este caso
El método que empleamos fue el fenomenológico hermenéutico y consistió en la lectura comentada total de cada uno de los mitos que Platón trata a través de todos sus diálogos. El método es fenomenológico porque va «a los mitos mismos» sin intermediarios y «los describe» tal cual se presentan sin agregar ni interpretaciones históricas ni apreciaciones subjetivas. Y además es hermenéutico porque buscamos el sentido del mito a través de su «comprehensión» e intentamos una «explicación» del mismo mediante el estudios de sus referencias.
Aire puro para descontaminar la atmósfera del pensamiento ilustrado
Hace más de 2.500 años, los grandes filósofos griegos enseñaron el camino. Con Sócrates, Platón y Aristóteles, la tríada más influyente de aquel pensamiento, procuraron dar respuesta a las incógnitas que plantea la existencia humana.
Pero corrió mucha agua bajo el puente de la historia. Si en su hora más vital los principios de raíz griega determinaron que los atributos naturales del hombre eran la libertad y la inteligencia (más allá de que el pueblo quedaba excluido); la Edad Media postuló la idea de aquel como siervo de Dios, Y el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, fue más allá aún: la concepción teocéntrica fue apartada por una nueva cosmovisión, individualista y material, negadora de la trascendencia del hombre y de Dios como autor y centro del universo.
Como en otras tantísimas oportunidades en que salió al escenario a enseñarnos su oficio de arkhegueta (un eterno comenzante que le busca sentido a la vida), Alberto Buela se toma el trabajo de retomar la necesaria hoja de ruta de aquellos pioneros que viajaron por el mundo de las ideas para hallar respuestas. Para ello, nos invita a descubrir en los mitos de Platón la riqueza de un pensamiento que, a más de simple y práctico, centró su búsqueda en el ejercicio de la virtud, que vendría a ser algo así como el método para practicar el sentido común.
De esta manera, en cada mito encuentra una «verdad de vida». Y con la potencia reflexiva y reflectora de un faro, ilumina el camino de los interrogantes ayudándonos a «desprogramar» de nuestra mente muchas cosas que no son… A pensar «en natural»… A tener criterio para impugnar —si se permite la expresión- las berretadas ideológicas que en los últimos siglos coparon el mercado del pensamiento occidental.
Buela quiere y consigue en esta obra volver a ubicar las condiciones esenciales para alcanzar sabiduría en lugar de conocimiento. Lo hace a través de un recurso muy entretenido. Y, sobre todo, con la mirada de alguien que es de «esta parte del mundo», lo que convierte a su ejercicio intelectual en una exploración auténtica y valiosa, totalmente antagónica a la explotación de los concesionarios del pensamiento que buscan alienar con sus chafalonías importadas.
La riqueza de su trabajo reside en haber extraído la vigencia que mantienen aquellos mitos en el presente, enseñanzas de eternidad que lucen como magníficos frescos contemporáneos aunque hayan sido pintados hace 25 siglos.
Así, nos hace ver la tremenda actualidad que conserva el mito del Andrógino ante el avance de las «nuevas opciones» sexuales traídas por la posmodernidad, como si el género del hombre y la mujer debiera responder a cuestiones culturales o de moda y no fuera imposición de la naturaleza. Lo mismo que en el mito del Juicio Final: los hombres no deben ser juzgados por parcialidades sino de manera integral, de principio a fin, algo que como sabemos no suele ocurrir como es el caso de tantos prohombres de la política hechos próceres antes de tiempo.
Después interpreta cabalmente la ética del hombre bueno y su contracara: la impunidad de los que hacen el mal sin temor al castigo, que es el sustento del mito de Giges. Traza una hermosa metáfora, en el mito de la caverna, sobre las paradojas de la actividad política contemporánea, que salvo contadas excepciones no es vista como esa luminosidad interior que sólo va a sacarnos de las sombras si aceptamos que la única manera de ejecutarla es como parte de un proceso liberador del hombre en forma integral.
En varios pasajes del libro sobresalen evidentes guiños a la figura de Perón. O, más que a la persona, a los preceptos filosóficos que llevaron al líder argentino a conformar un movimiento de características inéditas en el mundo del siglo XX, con plena vigencia si se analiza el fenómeno de la crisis mundial-moral de este tiempo.
Por ejemplo, en el mito de las cigarras Buela expone nítidamente la armonía que debe existir entre lo material y lo espiritual, dos estadios en apariencia antagónicos que en verdad no lo son, y que se corresponden el uno con el otro desde el cultivo del esfuerzo hasta el disfrute de las cosas que nos dan placer o bienestar.
En igual sentido habría que leer su reflexión acerca del mito de los ciclos invertidos del cosmos, que refiere a la virtud de los grandes conductores de comunidades que hacen de la persuasión su regla de oro para dirigir y guiar a un pueblo en su búsqueda redentora.
Efectivamente, lo que el texto me dice en mi condición de lector es que a Perón no le interesaba tanto el hoy como el mañana: quería sembrar para cosechar a su debido tiempo; tenía un proyecto y sabía que, como tal, no se concreta de un día para otro. No quería el poder por apetito material, sino que buscaba la virtud. Con actitudes de docencia: en su doctrina deja una enseñanza para los que le seguirán después. El quería llegar a la conquista de alguien o de algo convenciendo. Pero además quería que estén convencidos. Porque una vez que la idea se hizo carne, no hay vuelta atrás, no hay forma de que la voluntad quiera retroceder. «El hombre puede desafiar cualquier mudanza si se halla aunado de una sólida verdad», dice en ‘La Comunidad Organizada’. Lo otro no sirve, son burbujas en el aire que se disuelven rápido.
Buela nos hace ver todas estas cosas con una claridad conceptual infrecuente en el mundillo intelectual de hoy, donde pululan los derviches que hablan «en difícil» para que no podamos entender nada… ¿O será que son ellos los que no saben interpretar lo que nos pasa?.
es que son muy pocos los lugares de nuestra Iberoamérica, por no decir ninguno, que hoy tienen la posibilidad de respirar el aire puro y refrescante de Alberto. Virtud que le da una estatura enorme como pensador al servicio del hombre común y de los pueblos que comprenden que si los filósofos se han preocupado por interpretar al mundo, a ellos les corresponde ahora cambiarlo. Por eso hay que abrir la ventana y dejar entrar el viento campero que desde el Sur nos trae este Gaucho.
Claudio Díaz
PRÓLOGO GALEATO
Iniciamos ya hace unos cinco años, una serie de artículos sobre los mitos platónicos y su interpretación a partir de las necesidades y vivencias de nuestra sociedad y entorno actual.
Nuestra intención expresa fue dejar de Lado las anotaciones eruditas, no porque las despreciemos, sino para que no nos oscurezcan el camino a la comprensión del texto, por aquello que sostenía don Miguel Reale, el viejo maestro brasileño en el sentido que: cultura es aquello que queda cuando se desmorona el andamiaje de la erudición.
Ello se transformó luego en un seminario que dictáramos en la localidad de Saladillo, provincia de Buenos Aires en el marco del CURS (Centro Universitario Regional Saladillo) durante los meses de mayo, junio y julio de 2007.
Queremos agradecer al secretario de Cultura de la Municipalidad, Claudio Massaccesi, que lo hizo materialmente posible y al alma mater de este seminario, la señora Guillermina Saggión, quien puso todo de sí para llevar a feliz término esta iniciativa que nació de los propios estudiantes, y a quienes les dedicamos este trabajo.
Queremos dejar constancia que varios de estos, nuestros estudios, han sido levantados por prestigiosos profesores europeos pertenecientes a, aún más, prestigiosas universidades como la de Navarra, Aix en Provence y Perugia.
Nos queda a nosotros la satisfacción de poder afirmar sin temor a equivocarnos que también el espíritu filosófico alumbra del otro lado del Salado, del Salado exterior como se decía en antiguo. A partir del cual comenzaba la verdadera Pampa, la tierra del indio, el desierto como decían nuestros abuelos.
Con lo cual ofrecemos un mentís real y efectivo a la afirmación de Hegel que en la América española no había alumbrado aún el Espíritu.
Es de esperar que los gobernantes locales recojan esta iniciativa que no se mide con cantidades, sea de dinero o rating, pero que muestran la calidad espiritual, la enjundia intelectual y la profundidad crítica de sus vecinos de todos los días.
La mejor resistencia al pensamiento único y políticamente correcto nace a partir de la profundización seria de los temas, cuestiones y problemas, y no escondiendo la cabeza como el ñandú para desentenderse de los mismos.
En definitiva, la realización con éxito de este seminario muestra que Argentina tiene reservas espirituales inconmensurables.
Noticia bio-bibliográfica
Aristocles, cuyo pseudónimo era Platón, el de espaldas anchas, fue hijo de Aristón y de Perictione, aristócrata ateniense que venía del linaje de Solón, uno de los antiguos siete sabios. Nació en el 428 a.C. Desde su niñez hasta su juventud se desarrollan las Guerras del Peloponeso(431 -404) entre Atenas y Esparta que terminaron con el triunfo de Esparta. Su primer maestro fue Cratilo, discípulo de Heráclito, y a partir de la edad de veintiún años, en el 409, conoce a Sócrates que en ese entonces tenía sesenta y tres años, a quien acompaña por diez años hasta su muerte en el 399.
Al término de las Guerra del Peloponeso(404) cae la democracia y se instala en Atenas el gobierno de los Treinta Tiranos, dos de los cuales, Cármides y Critias, eran tíos suyos. Además Platón entiende la política y sus formas como un proceso de paulatina decadencia que va desde la sociedad natural hasta la tiranía, a través de la descomposición, por perversión, de las distintas formas políticas.
Con semejantes parientes y preconceptos Platón no pudo nunca hacer política en Atenas. Es por eso que la quiso hacer en Sicilia con los tiranos Dionisio el Viejo (en 388) y Dionisio el Joven (en 367), pero el primero terminó vendiéndolo como esclavo (tuvo la suerte que lo compró su discípulo Anníkeris) y el segundo lo encarceló y tuvo que ser liberado con el envío de una nave de guerra por parte de su amigo y discípulo Arquitas, el tirano que gobernaba la ciudad de Tarento. (Cfr. Paul Notorp: Platos Ideenlebre)
En el 387 funda la Academia, que tendrá una duración de 916 años, pues fue cerrada recién en el año 529 d.C. por Justiniano. En el año 367 ingresa como alumno Aristóteles, que lo será por veinte años hasta la muerte de Platón en el 347.
Platón escribió en forma de Diálogo y se destacan cuatro períodos: De juventud (del 393 al 389): Apología (sobre la virtud); Ión (sobre la poesía), Critón (sobre el deber cívico), Laques (sobre la valentía), Protágoras (sobre la virtud y la educación), Lysis (sobre la amistad), Cármides (sobre la temperancia) y Eutifrón (sobre la piedad), Libro I de la República.
De Transición (del 388 al 385); Gorgias (sobre la retórica), Menón (sobre la virtud), Eutidemo (contra la erística), Hipias Menor (sobre lo falso), Cratilo (sobre los nombres), Hipias Mayor (sobre lo bello), Menexeno (sobre los oradores).
De la Madurez (385 al 370): Banquete (sobre el amor), Fedón (sobre el alma), República (sobre lo justo) y Fedro (sobre el amor).
De la Vejez (369 al 347): Teeteto (sobre la ciencia), Parménides (sobre las ideas), Sofista (sobre el ser), Político (sobre el poder), Filebo (sobre el placer), Timeo (sobre la naturaleza), Critias (sobre la guerra), Leyes (sobre la legislación), Epínomis (sobre el número y la diferencia).
INTRODUCCIÓN
Hablar o escribir sobre Platón y su filosofía es una tarea infinita que se viene haciendo desde hace 2600 años, de modo tal que está lejos de nuestra intención decir algo novedoso sobre el maestro de Atenas.
Si encaramos esta tarea de interpretación de todos los mitos platónicos es porque no tenemos noticias que se haya hecho aún sobre todos y cada uno de los mitos que Platón trata en sus diálogos. Se ha hecho parcialmente, con los más significativos y conocidos pero no sobre todos absolutamente como en este caso. Incluso el último trabajo de que tenemos noticias, el de Genevieve Droz: Les mythes platoniciens (1992) obvia al menos dos mitos. Y también los trabajos de nuestro buen compañero de la Sorbona y mejor estudioso de los mitos platónicos, Luc Brisson, que no han llegado a ser extensivos a todos.
Solo nos restaría ordenarlos cronológicamente para que su lectura sucesiva muestre al mismo tiempo la evolución de las ideas en el propio Platón.
Grosso modo podemos afirmar que Platón parte de la base que existe un mundo ideal de formas (eidos=ideas) perfectas y acabadas de las cuales participan las cosas para ser, para existir en la realidad ontológica del mundo, y que el mayor o menor quantum de participación indica la mayor o menor plenitud de ser de las cosas. La idea de bien es la que se encuentra en el sitial más elevado y a partir de ella y en vista a ella se deriva el resto.
Platón entiende la política y sus formas como un proceso de paulatina decadencia que va desde la sociedad natural hasta la tiranía, a través de la descomposición, por perversión, de las distintas formas políticas. Sueña siempre con la restauración más que con la creación de un nuevo régimen de gobierno.
Para él, el mejor es el gobierno de uno, el del déspota ilustrado o el del monarca filósofo.
En cuanto a los mitos se entiende por tales, relatos que no se encuentran expresados en estructuras conceptuales lógicas y precisas sino que tienen una cierta tradición popular. Poseen tres características esenciales: a) no son argumentativos, b) son eficaces y c) no son verificables. La diferencia con las alegorías también utilizadas por Platón, como la de la línea o la del Sol, es que estas últimas son un puro invento del que las expone para decir las cosas de otro modo o con otras palabras. Las alegorías tienen un autor, en cambio los mitos son impersonales, de allí que comiencen siempre con «se dice» (légetai).
La otra característica de los mitos platónicos es que van casi siempre al final de los diálogos, es decir, cuando ya se dieron por terminados los diferentes argumentos racionales.
El método que empleamos fue el fenomenológico hermenéutico y consistió en la lectura comentada total de cada uno de los mitos que Platón trata a través de todos sus diálogos. El método es fenomenológico porque va «a los mitos mismos» sin intermediarios y «los describe» tal cual se presentan sin agregar ni interpretaciones históricas ni apreciaciones subjetivas. Y además es hermenéutico porque buscamos el sentido del mito a través de su «comprehensión» e intentamos una «explicación» del mismo mediante el estudios de sus referencias.